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sábado, 1 de agosto de 2015

LOS AFECTOS Y EL CUERPO


Salvador Dalí fotografiado por Philippe Halsman, 1948


“Pero es en tanto incorporada como la estructura hace el afecto, ni más ni menos, afecto a tomar únicamente por lo que del ser se articula, no teniendo allí sino ser de hecho, es decir, por ser dicho en algún lado”. Jacques Lacan, “Radiofonía”, Otros escritos, p. 431.

Esta frase que la comisión de organización del cursus (1) me ha pedido que trabajara pertenece a uno de los Otros escritos de Jacques Lacan, el que lleva por título “Radiofonía” (2) y que casualmente traduje al castellano, por lo que tuve que leerlo atentamente en su momento y ésta es una ocasión para volver a hacerlo. Para los que no lo sepan, explicaré que recoge una entrevista que el periodista Robert Georgin hizo  a Lacan en junio de 1970 para la radio belga. 
En ella, Lacan responde a seis preguntas de las cuales las tres primeras interrogan de un modo u otro las relaciones del psicoanálisis y la lingüística. Y, desde un principio, Lacan pone en juego al responder la noción de estructura. 
Así, en su respuesta a la primera pregunta, Lacan la introduce para decir que el establecimiento por parte de Saussure de las dos vertientes del signo lingüístico, en el curso que impartió en Ginebra entre 1906 y 1911 (3), no se debió a que le hubieran llegado ecos del descubrimiento freudiano del inconsciente y su relación con el lenguaje, el cual había tenido lugar en Viena pocos  años antes. Tampoco se debía a que algo “flotara en el aire” –Lacan hace alusión a las ondas de la radio que es el medio por el que se difundirá la entrevista. Él remite ambos descubrimientos a que tanto Freud como Saussure tenían cierto saber sobre la estructura.
Así, Saussure encontró su teoría del signo en los estoicos, a través de Agustín de Hipona (4), pero no se limitó a encontrarla. Efectivamente, los estoicos habían enunciado la división del signo entre signans y signatum en el siglo IV a.C., pero Lacan añade que “no hicieron nada con ello”, la cosa quedó allí. Saussure, sin embargo, convirtió su teoría sobre el signo en un campo operacional que sirvió para ordenar y renovar la lingüística.
Lacan había conocido a finales de los años 40 la teoría del signo de Saussure a través de Levi-Strauss y esto tuvo una influencia determinante en el comienzo de su enseñanza, en la que asignó una prevalencia a lo simbólico que lo separó del psicoanálisis de su época. Pero el momento álgido de esta primera enseñanza se produce en torno a 1958, un año después de la reedición del curso de Saussure tal como lo conocemos hoy en día.
Esta reedición coincidirá con la publicación de su escrito “La instancia de la letra” (5). Allí vemos como Lacan adopta la teoría del signo saussuriano invirtiendo su algoritmo y mostrando así la prevalencia del significante sobre el significado (6). El significante no sirve solo para ordenar el mundo del sujeto, para construirlo, sino que él separa al hombre de la naturaleza y le hace sujeto de lenguaje: el sujeto es un efecto de lo que dice.

La estructura del lenguaje
La frase que vamos a trabajar la leemos en la respuesta de Lacan a la segunda pregunta de la entrevista (7). Y ahí vuelve a poner en juego la idea de estructura. Vamos a verlo para situar el marco de la frase. 
Robert Georgin pregunta a Lacan si es posible imaginar un día un campo que reúna al psicoanálisis, la etnología y la lingüística, dado que, en esos momentos, en que el estructuralismo domina el campo de las llamadas ciencias humanas, las tres comparten la noción de estructura.
Lacan responde diciendo que no lo hacen, es decir, que el estructuralismo y el psicoanálisis no manejan la misma idea de estructura. Al decir esto, se desmarca de dicho movimiento en el que  frecuentemente es incluido.
Al principio de su enseñanza,  Lacan había tomado, como el estructuralismo, la noción de estructura de Levi-Strauss (8), quien influido por Saussure, había planteado que una estructura tenía que cumplir cuatro puntos:
1. Una estructura presenta un carácter de sistema. Consiste en elementos tales que una modificación cualquiera en uno de ellos entraña una modificación en todos los demás.
2. Todo modelo pertenece a un grupo de transformaciones, cada una de las cuales corresponde a un modelo de la misma familia, de manera que el conjunto de estas transformaciones constituye un grupo de modelos.
3. Las propiedades antes indicadas permiten predecir de qué manera reaccionará el modelo, en caso de que uno de sus elementos se modifique.
4. Finalmente, el modelo debe ser construido de tal manera que su funcionamiento debe dar cuenta de todos los hechos observados.
Sin embargo, Lacan si bien dice deberle “mucho, sino todo” a Levi-Strauss, se desmarcará con el tiempo de él diciendo que “él tiene una idea de estructura muy distinta a la suya” (9). De hecho, Lacan tiene su propia idea de estructura.
Entre ambos hay una distinción fundamental: el estructuralismo lingüístico al abrir su campo a partir de la exclusión preliminar de toda relación del sujeto con la palabra, se prohíbe decir algo acerca de él. Sin embargo, el objeto del psicoanálisis es algo del orden de la experiencia y, por ello, el sujeto es ineliminable. La estructura, para Lacan, sería, según J.-A. Miller,  “lo que sitúa una experiencia para el sujeto que ella incluye” (10). Seguidamente este último pone de relieve dos cuestiones: la acción de la estructura, o estructuración, y el sujeto, que es un sujeto distinto del sujeto psicológico, no es sujeto del conocimiento, es un sujeto, sujetado, efecto de la concatenación significante y que, por tanto, desconoce su causa. Entonces, el inconsciente estructurado como un lenguaje es una definición unida inexorablemente a la idea de sujeto, de sujeto del inconsciente.
Volviendo a Radiofonía, Lacan precisará seguidamente algunas cuestiones sobre la estructura con la que trabaja el psicoanálisis.
“Seguir la estructura –afirma- es asegurarse el efecto del lenguaje” (11). La estructura por la que Lacan se interesa es la estructura del lenguaje y en ella vemos que el encadenamiento significante tiene un efecto, el sujeto, y un producto, el objeto.
No se puede seguir la estructura pensando que el lenguaje la reproduce a partir de relaciones tomadas de lo real” (12), que las relaciones que se dan en la estructura reproducen lo real, en el sentido que Lacan da a ese término, como categoría, es decir, como si lo real estuviera ahí dado y simplemente el lenguaje lo duplicara. Esto, señala, sería caer en el avispero del idealismo, en el sentido platónico, donde el orden de las Ideas sería el correlato del orden de las cosas.
Precisa “que estas relaciones no reproducen lo real pero que forman también parte de la realidad, en tanto la habitan con fórmulas que están allí muy presentes” (13). Por ejemplo, en psicoanálisis sabemos que la idea de realidad que cada uno tiene no es la realidad objetiva sino que viene marcada por el fantasma de cada uno que escribe las relaciones entre el sujeto y el objeto y cuyo matema es: S/ <> a. Esta fórmula no constituye una realidad objetiva ni una simple anotación teórica sino una escritura de la realidad tal y como funciona para el ser hablante, necesaria para que el analista pueda  intervenir: en lo que dice el analizante, ha de saber lo que compete al sujeto y lo que compete al objeto. Entonces el significante estructura la realidad humana.

El cuerpo afectado por el lenguaje
“La estructura se atrapa allí donde lo simbólico toma cuerpo” (12), prosigue Lacan. La estructura la atrapamos en esas relaciones de significantización del viviente. Ahí tenemos el cuerpo de lo simbólico, que Lacan agrega no hay que tomar meramente como una metáfora,  como equivalente al conjunto de lo simbólico.
El cuerpo de lo simbólico –lo simbólico- permite, precisa Lacan, que el organismo del viviente, la carne, devenga cuerpo. Ni el sujeto ni el cuerpo son datos de entrada sino un resultado de la operación de significantización del viviente por el lenguaje.
Lacan dice así: “El cuerpo de lo simbólico aísla el cuerpo, a tomar en sentido ingenuo” (15), es decir en el sentido que normalmente le damos cuando hablamos de nuestro cuerpo. Califica este sentido de ingenuo porque al referirnos a él nos aparece una evidencia, un dato de entrada, algo que siempre ha estado ahí desconociendo que la experiencia de tener un cuerpo solo nos es dada por el lenguaje. Podemos decir que todos los niños nacen con lo que se entiende ingenua, comúnmente por un cuerpo. Y, por ejemplo, puede ocurrir que un niño tenga un desarrollo muscular y motriz suficientemente desarrollado para poder caminar, sin embargo, no pueda hacerlo sin abalanzarse sobre los objetos, sin golpearse, si no tiene una organización simbólica que le pone límites y por tanto posibilita moverse sin hacerse daño. O, en otro caso, el despliegue hormonal de la adolescencia no basta para que el sujeto sepa qué tiene que hacer con su sexualidad y su cuerpo, o con otro cuerpo, ya que no hay un saber inscrito en la especie sobre ello. Esto lo podemos comprobar en general, pero particularmente en muchos casos de psicosis infantil, donde el llamado “despertar de las hormonas” en la pubertad, lleva a una masturbación compulsiva en cualquier sitio, o también al inicio de un delirio sobre lo que ocurre en el cuerpo.
Entonces, señala Lacan, es “el primer cuerpo” -lo simbólico- el que constituye “al segundo cuerpo –lo que llamamos así -, al incorporarse en él” (16). Es decir, lo simbólico se incorpora al organismo, el cual queda preso de él. Esto no es un proceso natural, una asimilación, sino una desnaturalización del viviente, algo del orden de un parasitismo -término que Lacan empleará tres años después para referirse a la relación inextricable del hombre con el lenguaje, como el mismo neologismo parlêtre, inventado por él, testimonia.
A continuación, Lacan vuelve a referirse a los estoicos. Después de haber hablado del “cuerpo” y de la “incorporación”, Lacan introduce ahora un tercer término, “incorporal”, que aquí no está utilizado como un adjetivo sino como un sustantivo, y que fue introducido por los estoicos en filosofía. Vamos a situarlo muy brevemente, sirviéndonos de la síntesis realizada por Gilles Deleuze (17).
Para los estoicos, dice este último, había dos clases de cosas:
1. Por un lado, los cuerpos, con sus tensiones, sus cualidades físicas, sus relaciones, sus acciones y pasiones; y los “estados de cosas” correspondientes, determinados por las mezclas entre los cuerpos. Solo los cuerpos existen.
2. Por otro, todos los cuerpos son causa unos para otros de efectos, ciertas cosas de naturaleza diferente. Estos efectos no son cuerpos sino incorporales. No son cualidades y propiedades físicas sino atributos lógicos o dialécticos. No son cosas  o estados de cosas sino acontecimientos.
Así dijo uno de ellos, el estoico Sexto Empírico, para explicarlo: por ejemplo cuando el escalpelo -el cuchillo que se usa para diseccionar, que es en sí mismo un cuerpo- corta la carne -que es otro cuerpo- el primer cuerpo (el escalpelo) produce sobre el segundo (la carne) no una propiedad nueva de ese cuerpo sino un atributo nuevo, algo que puede ser dicho de ella: el atributo de ser cortada. El atributo no designa ninguna cualidad real, es simplemente un resultado, un efecto (18).
El incorporal es lo que los estoicos llamaban “un expresable” y lo podemos hacer corresponder con nuestra noción de significado. Así, cuando el significante “escalpelo” entra en contacto con el significante “carne”, se articula con él, se produce como efecto, un atributo incorporal: la carne queda significada como algo que puede ser cortado.
Cuando el cuerpo de lo simbólico entra, se incorpora, al organismo, este último deviene cuerpo que puede ser dicho. Ahora creo que podemos entender mejor la frase de la que partimos:
“Pero es en tanto incorporada como la estructura (del lenguaje) hace el afecto, ni más ni menos, afecto a tomar únicamente por lo que del ser se articula, no teniendo allí sino ser de hecho, es decir, por ser dicho en algún lado” (19).

Los afectos
El afecto entonces tiene que ver con el cuerpo, no con el organismo: no es por tanto un dato primario, de entrada. El afecto tiene que ver con el cuerpo en tanto efecto de la incorporación de la estructura del lenguaje por el viviente. Si por algo está afectado el cuerpo, ya sea en la tristeza, el mal humor, el aburrimiento, la cólera, el odio  o la angustia, es en primer lugar por dicha estructura  (20).
Podemos decir, entonces, que la frase propuesta por la comisión ha sido muy bien elegida pues sitúa el marco desde el que hay que entender los afectos en psicoanálisis. Voy a tratar de decir a continuación algunos puntos más sobre ellos en general.
Con frecuencia, se ha acusado a Lacan, de que su tesis “el inconsciente está estructurado como un lenguaje” los descuidaba. Es cierto que durante la primera parte de su enseñanza, consagrada como hemos dicho a la prevalencia de lo simbólico, y en la que extrae dicha tesis, se refiere poco a ellos. Pero esto no quiere decir que no los conceptualice o no los tenga en cuenta. De hecho, dedicó un seminario a la angustia. Pero, con frecuencia, comprobamos que las referencias de Lacan a los afectos abordan más bien lo que el afecto no es.
El afecto “no es el ser dado en su inmediatez, ni tampoco el sujeto en una forma bruta (…)” (21). “El afecto no es la voz del cuerpo” (22), no nos da un acceso más directo a la verdad. Las palpitaciones, la sudoración, etc., no hacen que el afecto al que acompañan sea más verdadero. En todo caso, no debemos olvidar que en psicoanálisis la verdad misma está cuestionada en tanto tiene estructura de ficción.
Esto no quiere decir que no tengamos que escuchar lo que el sujeto dice de sus afectos sino que no debemos correr a comprender ni a entender ni a empatizar, como se dice hoy en día. Por el contrario, tenemos que verificar el afecto: establecer en qué cosa un afecto es efecto de verdad (23).
No se trata de negar la importancia de los afectos, señala Lacan. Pero no se trata de confundirlos con lo que buscamos en un análisis, que está más allá de la articulación significante, lo económico, lo más opaco y oscuro, lo que está en el límite de la experiencia analítica, es decir, el goce. No hay que confundir la verdad, que compete al campo del significante y el semblante, con lo real.
Desde su Proyecto de Psicología (24), Freud siempre situó que el afecto estaba desplazado cosa que corroborará en su metapsicología, estableciendo una separación entre representación y afecto (25). Lacan sigue sus pasos también en esto. En el trauma, la representación traumática cae bajo el efecto de la represión, sin embargo, la cantidad de excitación ligada a dicha representación no sigue el mismo camino sino que queda desplazada, vinculándose a otra representación distinta de la traumática. Esto nos da una separación entre la idea y la cuota de afecto, la misma separación que hay entre el significante y el objeto a.
En este sentido, el afecto engaña. El afecto mantiene en lo imaginario la relación con el objeto. Por eso Lacan relaciona los afectos con las pasiones en Televisión (26) de las que dice que para abordarlas hay que pasar por el cuerpo que solo esta afectado por la estructura”. La relación del sujeto con las pasiones nos remiten  a la ética.
Pero si los afectos en general engañan, la angustia, en particular, queda a salvo de dicho engaño. Lacan dice de ella siempre que es él único afecto que no engaña, en tanto Freud mismo la distinguió ya en 1926 como señal de lo real (27).

Notas 
1. Intervención en el cursus de la Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona El cuerpo en psicoanálisis, el 11 de mayo de 2015. Clase: “El cuerpo y los afectos”.
2. Lacan, Jacques: “Radiofonía” (1970). En: Otros escritos. Buenos Aires: Paidós, 2012, p. 430.
3. Saussure, Ferdinand de: Curso de lingüística general (1926, 1957). Madrid: Akal Editores, 1981.
4. Agustín de Hipona: El maestro o sobre el lenguaje y otros textos. Madrid: Ed. Trotta, col. “Clásicos de la cultura”, 2003.
5. Lacan, Jacques: “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón después de Freud”. En: Escritos 1. México: Siglo XXI Editores, 1984.
6. Ibidem.
7. Lacan, Jacques: “Radiofonía”, op. cit., p. 430.
8. Levi-Strauss, Claude: “La noción de estructura” (1952). En: Antropología estructural. Buenos Aires: Paidós, 1987, p. 301.
9. Lacan, Jacques: “Massachusetts Institute of technology” (2.12.1975). En: “Conférences et entretiens dans des Universités nord-américaines”. Scilicet 6/7  Paris: Seuil, 1976, p. 53.
10. Miller, Jacques-Alain. “Acción de la estructura”. En: Matemas I. Buenos Aires: Manantial, 1988, p. 8 y ss.
11. Lacan, Jacques: “Radiofonía”, op. cit., p. 430.
12. Ibid.
13. Ibid.
14. Ibid.
15. Op. cit., p. 431.
16. Ibid.
17. Deleuze, Gilles: Lógica del sentido (1969). Barcelona: Paidós, 1989, pp. 28-9.
18. Bréhier, Emile: La théorie des incorporels dans l’ancien stoïcisme (1907). Paris: Vrin, 1928, pp. 12-13.
19. Lacan, Jacques: “Radiofonía”, op. cit., p. 431.
20. Lacan, Jacques: “Televisión” (1974). En: Otros escritos, op. cit., p. 551.
21. Lacan, Jacques: El Seminario, libro X: La angustia (1962-3). Buenos Aires: Paidós, 2006, p. 23.
22. Miller, J.-A: “A propósito de los afectos”. En: Matemas II. Buenos Aires: Manantial, 1988, p. 153.
23. Op. cit., p. 154.
24. Freud, Sigmund: “Proyecto de psicología”. En: Obras Completas, vol. I. Buenos Aires: Amorrortu editores, 1979.
25. Ver Freud, Sigmund: “Lo inconsciente” (1915). En: O. C., vol. XIV, cap. 3: “Sentimientos inconscientes”. También “La represión” (1915), en el mismo volumen, p. 147.
26. Lacan, Jacques: “Televisión”. En: Otros escritos, op. cit., p. 550 y ss.
27. Freud, Sigmund: Inhibición, síntoma y angustia” (1926). En: Obras Completas, op. cit., vol. XX.

viernes, 12 de octubre de 2012

ALGUNOS DICHOS DEL AMOR Y SUS MODALIDADES LOGICAS (4): CONTINGENCIA Y NECESIDAD DEL AMOR


Banco de los secretos, en Jardín Botánico-Histórico de La Concepción, Málaga. Foto de Margarita Álvarez

Después de presentar las modalidades lógicas del amor (1), abordé  algunas de las referencias que Lacan toma en los años 70 para introducir dos de ellas: el amor en su imposibilidad y el amor en su posibilidad. A través de la referencia al amor cortés (2) tomé primero la imposibilidad lógica del amor; luego, tomé el amor de  Dante por Beatriz o  el amor místico de las beguinas por Dios (3) para situar la posibilidad lógica del amor. Dedicaré esta entrada a precisar las otras dos modalidades lógicas: la contingencia del amor y su necesidad.*
Para este recorrido, partiré de la idea de que hay tres vertientes distintas del amor situables a partir de los tres registros: una vertiente imaginaria, una simbólica y, una última, real. 
Quiero recordar también dos puntos, ya planteados anteriormente, en los textos citados:
El primero es que el amor vela el goce del cuerpo (4): tal como vimos en los escritos místicos de las beguinas, debajo del “se ama”, por muy espiritual o desexualizado que parezca en ocasiones, podemos encontrar  siempre un “se goza” que el sujeto desconoce. 
El segundo punto es que, por mucho goce que haya, el goce es siempre parcial, nunca absoluto. 

El amor en los tres registros
Esto me permite introducir ya la vertiente imaginaria del amor. En su faceta de señuelo, de engaño, de reciprocidad narcisista, al presentar la  imagen del otro como complemento de la propia, el amor posibilita la ilusión de un goce absoluto, no limitado por la castración.
En este sentido,  Andrés el Capellán plantea en su tratado medieval sobre el amor (5), que éste siempre nace de la visión de la imagen del amado –sabemos que la mirada elide la castración. Y coincide con Isidoro de Sevilla en que el término “amare”, en castellano "amar", proviene de “hamare”, "ser cogido en el anzuelo". Ésta es una de las trampas del amor, la trampa imaginaria.
Por ello, Lacan critica en “Televisión” no solo el abordaje divino del amor, la aspiración al Uno de la mística, sino toda la vía unitiva del amor. Se ríe de Aristófanes y de Dante y los llama “cómicos” (6), que lo fueron pero en otro sentido (7), por plantear como también hizo Freud, esa idea del amor como unificante (8). Por más que dos cuerpos se abracen hasta aplastarse –señala riéndose- nunca harán uno (9).
Sin embargo, el amor crea la ilusión de que es posible hacer uno con el otro. Es corriente escuchar hablar respecto al amor en términos de almas gemelas, de media naranja, de la otra mitad, de complemento, etc., lo que no representa más que una vulgarización del mito de Aristófanes en El banquete de Platón sobre el hermafrodita primitivo que habría sido partido por la mitad por los dioses como castigo y, desde entonces, cada parte, hombre o mujer, no dejarían de buscar su otra mitad añorando el sentimiento de unidad perdido (10). El amor crea una y otra vez la ilusión de alcanzar la satisfacción total, la unidad, con el otro, a través suyo.
Pero si el amor tiene una vertiente imaginaria, también tiene una vertiente simbólica constituida por un sistema de signos particulares de la historia del sujeto. Estas marcas simbólicas constituyen las huellas inconscientes de su encuentro contingente con el goce y la castración, que marcan –como señala Lacan- su exilio de la relación sexual.
Esas marcas, en principio contingentes, una vez inscritas, no cesan de escribirse, devienen necesarias, en la perspectiva lógica que tomamos en este trabajo. Y suplen así la ausencia de un saber instintivo en la sexualidad humana sobre cuál es el compañero que "correspondería".
Estas marcas tienen dos vertientes: hemos hablado de su vertiente simbólica. Pero tienen una segunda vertiente: son también marcas pulsionales, de goce. En ese vacío del “no hay” (no hay relación sexual que pueda escribirse), emerge un “hay”: hay la condición erótica del sujeto, su modalidad de goce, que le permite un acceso a la satisfacción. Ésta es la vertiente real del amor, la de velar el goce, como recordamos antes.
Esos signos, huellas de la manera contingente en que para cada cual se produjo el encuentro necesario con el goce y la castración, retornan siempre en forma invertida al sujeto desde el otro haciéndole signo.

El amor hace signo
El amor, entonces, hace signo al sujeto (11). Como no hay relación sexual predeterminada en la especie, no hay nada natural que permita al sujeto identificarlo. Necesita algunos signos para reconocerle. Estos signos son las propias marcas de goce que le hacen signo desde el otro.
Entonces, no hay relación sexual pero, a veces se producen encuentros. Y con este último término no me refiero aquí a que haya actos sexuales: de estos últimos puede haber muchos, sin que se produzca ningún encuentro en el sentido pleno del término. Por "encuentro", me refiero a que el inconsciente reconozca en el otro ciertos rasgos que corresponden a lo más singular propio, a la propia modalidad de goce, núcleo del propio síntoma. Puede ocurrir que lo que hace gozar a alguien haga signo a otro y, por esa contingencia, se produzca un encuentro.
El amor –define Lacan- es un encuentro contingente entre dos saberes inconscientes sobre la castración o lo que es lo mismo, sobre la condición de goce de cada uno (12). Y –añade- que cuando se produce esa contingencia, por un momento la relación sexual, que no se puede escribir en el sentido lógico, cesa de no escribirse.
Ésta es otra de las trampas, otro de los engaños del amor. Ese cesa de no escribirse que se produce en el encuentro amoroso no dura mucho, no es para siempre. Sin embargo, el amor tiende a creer, a querer creer necesaria esa contingencia, tiende a hacerla necesaria. El amor promete que en la contingencia del encuentro amoroso el sentido sexual, va a cesar de no escribirse y se va a volver necesario, es decir, no va a cesar de escribirse. El amor como necesario reinstaura la ilusión de que la relación sexual puede escribirse.
Pero, como se dice respecto a las promesas de amor, el amor es para siempre solo mientras dura. Y dura mientras conserva su sentido, cosa que –escribe Lacan- no suele ser mucho tiempo (13).
El sentido del amor es la historia que nos contamos sobre él: lo que sentimos, lo que imaginamos, lo que interpretamos, etc. Cada cual construye su sentido con el fantasma. Por eso, hasta en las parejas más "unidas", cada uno tiene una interpretación propia, un sentido distinto de la relación. 
Entre el hombre y la mujer hay un muro, tomó Lacan del poema de Tudal (14). El muro del lenguaje, primero; luego, el muro de que no hay relación sexual, de la disimetría de los goces entre hombres y mujeres, que no son ni iguales ni complementarios.  
Al decir que  las únicas barricadas que tenía que haber era entre hombres y mujeres, el cineasta Javier Berlanga nos daba su versión de las relaciones entre los sexos -versión claramente obsesiva por cierto, planteada en términos de lucha y defensa. Podemos decir que tras el muro, cada uno está con su fantasma, en la soledad de su goce. Unos se cobijan, se resguardan del otro sexo; otros intentan que haya alguna relación. 
Por las rendijas del muro, por sus grietas, a veces algo es posible. El banco de los secretos, del jardín botánico histórico "la Concepción" (ver foto), nos sirve de metáfora: antiguamente los novios se recostaban en cada uno de los extremos de este banco, donde un agujerito abierto con disimulo en la piedra transmitía los mensajes entre ellos como un moderno auricular. Estaba concebido de tal modo que la voz resonaba en su interior y las palabras de uno llegaban hasta el oído del otro burlando de esta manera la vigilancia de la "carabina" sentada entre ellos. Pero no hay que pensar que todos los obstáculos al amor provienen de las condiciones sociales. El principal obstáculo proviene de la vida pulsional, de la característica autoerótica del goce. La disparidad de los goces deja a cada uno en la soledad de su goce, al otro lado del muro -o del banco. Aunque parezca que hay un diálogo, cada uno da un sentido distinto, cada uno goza de manera diferente. Cada uno escribe de su lado del muro, y lo que se escribe a un lado y a otro no coincide.

El amor tiene así una vertiente de pantomima como efecto de significación del fantasma. Pero, “en el amor lo que cuenta no es el sentido sino el signo y ese –señala Lacan- es su drama” (15).
El amor no tiene relación con la historieta que nos contamos para darle sentido, para explicárnoslo o explicárselo a los otros. Lo importante del amor es el signo. El amor es signo de un efecto de sujeto. Se identifica algo en el otro de su manera de gozar, que resuena con la propia modalidad de goce inconsciente. Pero el sujeto no lo sabe porque, como recordamos antes, el amor vela el goce en juego. Y un sujeto puede por ejemplo rechazar por ideal, por principios, etc., aquello, que le hace signo desde el otro, puede resultarle insoportable y no reconocerlo como propio o aquello que el otro percibe en él.
El sujeto, en tanto marcado por la falta-en-ser no tiene relación directa con el goce. La relación con él está marcada por el desconocimiento. Sin embargo, el signo de este sujeto puede provocar el deseo de otro y ese es el principio del amor.

Ante el amor, coraje
Esto dice Lacan: “De la pareja, el amor es valentía ante fatal destino” (16).  
Fatal destino porque cada vez que uno encuentra fuera, en otro, algo que toca a sus marcas de satisfacción inconsciente, eso le capta, le captura, le cautiva, con todas las resonancias que estos términos movilizan, de sufrimiento, y de goce.
Fatal destino porque el amor, que tiene solo que ver con el encuentro contingente de ciertas marcas propias en el otro, siempre trata de volver necesario el encuentro, de establecer una relación y se da todo tipo de explicaciones para ello, aunque sufra por ello, desconociendo el goce que le habita.
Fatal destino porque es muy posible que la relación acabe cuando ese sentido cae.
Sin duda, el amor requiere siempre valentía, como dice Lacan, o mejor, como dice en otro lado, coraje, en tanto se las tiene que arreglar con lo real.
* Última parte del texto presentado en la Comunitat de Catalunya de la ELP y publicado después con el título  "Algunos dichos del amor y sus modalidades lógicas" en la revista Freudiana 29. Barcelona: CdC-ELP, 2000.
Se puede leer el texto completo en este mismo blog: http://www.elblogdemargaritaalvarez.com/2012/10/algunos-dichos-del-amor-y-sus_14.html

Notas
1. Algunos dichos del amor y sus modalidades lógicas (1). Presentación: http://www.elblogdemargaritaalvarez.com/2010/05/el-amor-y-sus-modalidades-logicas.html
2. Algunos dichos del amor y sus modalidades lógicas (2). El amor cortés o la imposibilidad lógica del amor: http://www.elblogdemargaritaalvarez.com/2010/05/el-amor-cortes-o-la-imposibilidad.html
3. Algunos dichos del amor y sus modalidades lógicas (3). Dante y Beatriz, las beguinas o el amor en su posibilidad: http://www.elblogdemargaritaalvarez.com/2010/05/dante-y-beatriz-las-beguinas-el-amor.html
4. J.-A. Miller: Los signos del goce. Buenos Aires: Paidós, 1998, pp. 345-346.
5. Andrés el Capellán: De Amore (Tratado sobre el amor). Barcelona: Sirmio, 1990.
6. J. Lacan: “Televisión” (1973). En: Otros escritos. Buenos Aires: Paidós, 2012, p. 553.
7. Tantos uno como otro escribieron comedia. Aristófanes, considerado el gran comediógrafo de la Comedia Antigua, cuenta también el mito del andrógino para dar cuenta del origen del amor en el banquete platónico (ver nota 10). Dante por su parte, escribió La divina comedia, llamada Commedia a secas, en italiano, si bien en su época el término hacía referencia a un texto escrito en versos alegóricos
8. S. Freud: “Tres ensayos de teoría sexual”. En: Obras Completas, vol. VII. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1978, p. 121.
9. J. Lacan: El Seminario, libro XX: Aún (1972-1973). Buenos Aires: Paidós, 1992.
10. Platón: "El banquete o De la erótica". En: Diálogos, t. III. Madrid: Gredos, 1997, p. 222-224.
11. J. Lacan: El Seminario, libro XX: Aún, op. cit., p. 12.
12.  Op. cit., p. 174 y ss.
13. J. Lacan: El Seminario XXI (1973-1974), inédito. Clase del 8.1.1974.
14. Antoine Tudal, "Entre el hombre y la mujer hay un muro" Lacan juega con la homofonía en francés entre el muro (le mur) y el amor (l'amour). Ver J. Lacan: Hablo a los muros, sesión del 6.1.1972. Buenos Aires: Paidós, 2012.
15. J. Lacan: “Televisión”, op. cit., p. 567.
16. J. Lacan: El Seminario, libro XX: Aún, op. cit., p. 174.

jueves, 20 de mayo de 2010

EL AMOR Y SUS MODALIDADES LOGICAS. PRESENTACION (1)

Parque del Laberinto de Horta, Barcelona. Foto de Margarita Álvarez
La última enseñanza de Lacan está marcada por la tesis de que no hay relación sexual programada en la especie para el ser hablante y, por ello, el sujeto necesita algunos signos que le permitan reconocer el objeto que conviene a su goce.
Estos signos vienen dados por las huellas de la manera contingente en que para cada uno se produjo el encuentro necesario con el goce. Dichas huellas, marcas primeras de goce, retornan siempre al sujeto en forma invertida y le hacen signo desde el Otro.
Una vez inscritas, estas huellas que son de entrada azarosas, contingentes, se vuelven necesarias es decir, no cesan de escribirse. Constituyen la condición erótica del sujeto, quien solo se relacionará con el partenaire a través suyo.
Lacan plantea la dificultad de lo sexual como una imposibilidad lógica de escribir la relación sexual, que no cesa de no escribirse. Tal imposibilidad es la raíz del amor, que constituye una tentativa de suplir esa imposibilidad estructural y puede presentarse bajo distintas modalidades lógicas: como necesidad, como posibilidad, como contingencia y como imposibilidad.
Me propongo aquí recorrer algunas de las referencias literarias que Lacan toma en Aún y Televisión, para ilustrar sucintamente el tratamiento lógico que les da en el Seminario XXI.
(*) Primera parte del texto "Algunos dichos del amor y sus modalidades lógicas", publicado en la revista Freudiana 29. Barcelona: CdC-ELP, 2000.