En el texto preparatorio del seminario que impartió en Caracas, el año 1980, Lacan escribió: "Yo soy freudiano, a ustedes les toca ser lacanianos, si quieren".
Aunque ello no nos exime de leer a Freud a la letra, tal como Lacan hizo, esta frase que entiendo en el sentido de que ya nuestra relación con el psicoanálisis está mediada por la enseñanza de Lacan, me lleva a preguntarme qué quiere decir ser lacaniano y cómo se llega a serlo.
¿Se trata de hacer un análisis lacaniano, de estudiar los textos (epistémicos, clínicos y testimonios), de orientar la práctica en las enseñanzas que de ello extraemos, de controlar los casos con un psicoanalista lacaniano? Sí, claro, pero no basta con ello.
Jacques Lacan situó cuatro patas en la formación del analista: el análisis, el control de los casos, la formación epistemo-clínica... y la Escuela. De esta última, a mi entender, a menudo descuidada o no bien entendida, dijo en los Otros escritos algo radical: No hay psicoanalista sin Escuela, no hay formación del analista por fuera de ella.
Alguien puede analizarse, estudiar los textos, controlar los casos... pero sin la inscripción de su práctica en una escuela, la formación está coja. La Escuela aparece así como un instrumento fundamental de formación que, en mi opinión, no haría cojear la formación sino que la pondría en riesgo, en tanto Lacan afirma categóricamente que no hay formación por fuera de ella.
Voy a tratar de dar cuenta de esta orientación ayudándome de algunas frases de Lacan que he extraído del mismo volumen.
La manera más sencilla de abordar tal afirmación podría ser la de pensar que al no haber título de psicoanalista, sino que uno se autoriza de sí mismo y de algunos otros, formar parte de una comunidad de trabajo donde exponer su trabajo y exponerse, debatir al respecto, en resumen trabajar con los otros, puede permitir avanzar en el camino de la propia formación y en el de la formalización conjunta del psicoanálisis, ambas siempre inacabadas y, por tanto, abiertas.
Pero, luego, Lacan plantea que "la Escuela puede garantizar la relación del analista con la formación que ella dispensa". ¿La importancia de la Escuela para la formación sería que puede otorgar un gradus, AE o AME, que implican un reconocimiento de un miembro, o por haber demostrado suficientemente su práctica o por haber sabido demostrar el recorrido lógico de su análisis y su salida de él?
Cuesta pensar que se trata de eso, sin restarle importancia. Sigo leyendo y, poco después, Lacan añade que aunque haya regla del gradus, hay un real en la formación misma del psicoanalista, que puede provocar su propio desconocimiento, incluso producir su negación sistemática". Entonces, la garantía que puede dar la Escuela a través de la comisión de la garantía no es una garantía total: es una garantía agujereada, propia de una figura del Otro de la inexistencia, que ella, la escuela, constituye.
Entonces, voy a leer de otro modo esa afirmación de que la Escuela pueda garantizar la relación con la formación que ella dispensa, la cual, por otro lado, no podemos reducir a las actividades, jornadas, etc, que organiza.
Para cada uno, lo que puede garantizar seguir formándose es no olvidar que la Escuela se asienta sobre el real de no saber lo que es un analista. No olvidarlo y hacerlo operativo.
Al igual que tener en cuenta también que ese "no hay" del agujero de lo real se corresponde siempre con un "hay el goce".
No hay un saber sobre lo que es un analista pero hay el goce de cada uno que, en ocasiones viene a hacer desaparecer ese agujero.
Entonces, la Escuela es un instrumento para no olvidar ambas cuestiones y para hacerlas operativas, si consentimos a ello.
Es un lugar donde seguir construyendo fuera del dispositivo analítico, una posición ante lo imposible de soportar del goce, "propio" (si se puede decir) o ajeno (el goce siempre se vive como ajeno, como otro).
Esta posición tiene una dimensión ética. Se diferencia de la que encontramos en una institución regida por el Ideal con sus efectos de identificación grupal y segregación, de amor y de muerte.
La escuela de psicoanálisis no es Toda, no se rige por el universal y por la denuncia, el rechazo hasta la exclusión de quien no responde a él, de quien no piensa o actúa como nosotros, de quien es diferente.
Es un lugar donde cada miembro ha de afrontar la singularidad de cada modo de gozar y no ceder ante los imposibles freudianos de educar, gobernar o psicoanalizar.
El imposible en el centro de la vida de la Escuela abre la posibilidad de hacer algo con ello, de hallar posibles invenciones civilizatorias para el lazo con los otros, que ayuden a sostener la causa analítica.
A veces, no es fácil, pero el psicoanálisis tiene relación con no desertar ante los imposibles, sino con buscar modos de manejarlos y tratarlos que sean productivos.
Solo si la Escuela está pensada para el psicoanálisis, la Escuela se convierte en un instrumento esencial de la formación del analista.
La lectura y el debate sobre los textos instirucionales se revele así importante, un paso necesario. Pero la Escuela como el psicoanálisis, no se descubre en los textos. Es necesario hacer la experiencia, que ella toque el cuerpo.
Esto permite leer la definición de Lacan, en 1964, de la Escuela como "base de operaciones contra el malestar en la civilización". No se trata de amurallarse en ella situando el malestar en el exterior y creando un lugar que nos proteja. Por el contrario, partiendo de la alteridad que nos habita, supone que nosotros mismos somos una amenaza para nosotros mismos, para los otros y para el psicoanálisis: formamos parte del malestar en la civilización, no estamos exentos de los procesos de identificación y segregación que vehiculan nuestros ideales, y de la polaridad concomitante generadora de conflicto; nuestras modalidades, como todas, de goce atacan el lazo social. Con suerte, o mejor dicho, con un análisis y una posición ética clara, estamos como mínimo advertidos de lo que nos habita y de las consecuencias de nuestros actos.
Hacer existir la Escuela es hacer de ella una base de operaciones para tratar el malestar o el conflicto no desde el universal sino desde un reconocimiento de la singularidad en juego.
Esta experiencia no es solo de utilidad solo para la vida en la escuela sino también, podemos decir, para la "escuela de la vida". No hay adentro y afuera. Así entiendo la idea de Lacan de la Escuela como modo de vida.
La experiencia de la Escuela no es algo que se tiene, es algo que se hace cada vez, si consentimos a ello. Escuchar lo que se juega en cada conflicto, sin dejarse arrastrar por el peso del imposible que se repite, sino leyendo lo distinto, lo nuevo en ello, o apostando por una nueva respuesta, nos permite salir del propio goce y de la propia repetición.
Mantener una posición de no-saber y de interrogación analizante, da una oportunidad a la invención para mantener la viveza del psicoanálisis y de nuestra relación con él.
Que la Escuela esté hecha para el psicoanálisis es necesario para nuestra formación. No habrá psicoanálisis sino hay psicoanalistas dignos de ese nombre. ¡Nos toca ser lacanianos".