"El Éxtasis (o la transverberación) de Santa Teresa" (detalle) de Bernini, Iglesia Sta. Maria de la Victoria, Roma. |
Hace cien años Freud leyó, con su teoría de la castración como organizadora de la sexualidad humana, la existencia en distintas culturas de un tabú de la virginidad (1). Eso le permitió explicar por qué en ellas se confiaba a un tercero, un extraño o un objeto la llamada desfloración. Se trataba de que la furia que podía despertar en la mujer, en la primera relación sexual con el hombre, la reactivación de los restos del encuentro con la castración propia —elPenisneidineliminable—, no enturbiara la relación con el marido, heredero directo de la decepción sufrida en relación a la madre.
Freud añade sin embargo que el tabú de la virginidad en estas culturas forma parte de una vasta trama que afecta a la vida sexual en general. “No solo el primer coito con la mujer es tabú. Casi podría decirse que “la mujer es en un todo tabú” (2). Los grupos crean toda una serie de preceptos para evitar a la mujer. Sitúa un “horror básico a la mujer” (3) que remite al hombre a su propia castración no solo porque ella está castrada sino porque podría castrarle en su arrebato de furia. El tabú sería una manera de defenderse al respecto.
Me pregunto si no podemos darle una vuelta a esto y pensar, con las enseñanzas de Lacan, el tabú de la feminidad no como un tabú en relación a la mujer sino al goce femenino, es decir, al Otro goce. La constitución de un tabú sería el modo que encontraron determinadas culturas de dar un marco para (de)limitarlo, incluso, para contrarrestarlo o intentar anularlo. Aunque no en todas las culturas existe o ha existido dicho tabú, encontramos en general no solo sistemas de reglas que vienen a regular la relaciones entre los sexos, que en el mundo humano nunca son “naturales” sino que están organizadas por la cultura(4) sino, en particular, la vida erótica de la mujer: la tendencia a hacerla entrar en un régimen fálico universal parece una constante. Como señala en algún lugar un personaje de la novela de Ildefonso Falcones, La catedral del mar (5),que se desarrolla en la Barcelona del siglo XIV,las mujeres deben casarse y someterse al marido porque “soltera” viene de “suelta” y eso la hace peligrosa.
Entonces, no se trataría ya de evitar solo el encuentro con la castración, con el Otro barrado, o de evitar la “furia” femenina, sino de evitar, para ambos sexos, el encuentro con la barra sobre La mujer, o S(A/) la cuestiónon de que no se puede hacer la categoría La mujer.
Lo que Freud pensó en términos, para ambos sexos, de evitar constatar la castración de la madre, puede leerse como un intento de no encontrarse con la inexistencia de La mujer. La idealización del goce femenino, borrando su alteridad, o por el contrario su degradación, incluso su segregación, acentuando dicha alteridad, son tendencias estructurales a tratar ese goce Otro que, a diferencia del goce fálico, lo simbólico no consigue nombrar.
Pero, ¿por qué seguir llamando goce femenino a este goce Otro? Hacerlo favorece los deslizamientos a hacer equivaler el goce femenino y el goce de las mujeres. ¿No sería mejor decir goce no-todo fálico o goce del cuerpo frente al goce fálico, fuera de cuerpo?
En principio podría pensarse que las mujeres tenderían a confrontarse más directamente con este último mientras que los hombres tenderían más evitarlo. Pero, sabemos que no es así. La estructura histérica, tan frecuente entre las mujeres, ilustra bien que constituye en sí misma un cierre de la cuestión femenina, más o menos exitoso, como lo es la posición viril. Ambas, son “vir”, dic Lacan en algún sitio.
El Otro goce como principio general del régimen del goce
En su último curso, El Uno solo (6), Jacques-Alain Miller abre una vía para renovar el pensamiento sobre esta cuestión. Él señala que el Otro goce, es decir, el que no está referido al objeto (siempre en relación con el régimen fálico) sino a S(A barrado), es el principio general del régimen del goce, para ambos sexos, en tanto se trata de un real imposible de simbolizar y, por tanto de negativizar.
Esta definición va más allá de las posiciones sexuadas ¾que no dejan de ser identificaciones, aunque sean de goce¾para tomar el goce del cuerpo en tanto no simbolizado. Ello por supuesto no anula la teoría de las fórmulas de la sexuación, pero la subsume y va más allá.
Algunos testimonios de los AE permiten situar el encuentro en la infancia con un real sin ley, que marcará el régimen de la iteración del goce Uno para ese parlêtre. Entiendo que el Otro goce de las fórmulas inspira o sienta las bases para pensar este real sin ley, que no responde a la palabra. Ambos tiene el mismo funcionamiento. El goce es siempre Otro.
Entonces, si miramos hacia atrás, a lo que Lacan nombra en las fórmulas de la sexuación en los primeros años setenta como posición femenina y posición masculina, podemos pensar que ambas son solo dos maneras distintas para el sujeto de situarse en relación a la forclusión generalizada que la simbolización imposible de ese goce Otro acarrea para todos: taponando ese agujero con el sentido fálico o no taponándolo del todo. Por eso un análisis tiene que ir más allá del falo y del objeto, es decir de la castración, si nos manejamos con la teoría del sinthome.
Notas:
1. Freud, S., “El tabú de la virginidad” (1917), Obras Completas,tomo XI, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1986.
2. Ibid,p. 194.
3. Idem.
4. Lévi-Strauss, C., "Naturaleza o cultura" y otros artículos, en Las estructuras elementales del parentesco.
5. Falcones, I., La catedral del mar,Barcelona, Debolsillo 2011.
6. Miller, J.-A., Curso de la orientación lacaniana 2011, L'être et l'Un, sesión del 2 de marzo de 2011, inédito. El curso ha sido traducido al castellano y publicado por clases en la revista Freudiana de la Comunidad de Catalunya de la ELP. La cita en cuestión puede leerse en Freudiananº 61, Barcelona, 2011.
Sobre este punto, en este mismo blog: "El goce femenino como principio general del régimen del goce":