martes, 27 de febrero de 2018

INCLUIR NO ES INTEGRAR. ALGUNAS IDEAS DEL FORO EUROPEO DE ROMA SOBRE EL EXTRANJERO




Las migraciones han sido frecuentes y necesarias para la humanidad desde la antigüedad, sin embargo las que se registran desde principios del siglo XXI no tienen precedentes. Las migraciones internacionales se han globalizado. Mientras que entre 1750 y 1950 unos setenta millones de personas abandonaron Europa hacia América en busca de una vida mejor, en la actualidad cerca de doscientos cincuenta y ocho millones de personas viven fuera de su país, un cincuenta por ciento más que en el año 2000.
En el reciente Foro Europeo de Psicoanálisis (1), organizado por la Eurofederación de Psicoanálisis y celebrado en Roma, Lo straniero, el psicoanalista Antonio Di Ciaccia empezó  leyendo una carta del Presidente del Parlamento Europeo que situaba la emigración como un fenómeno global muy complejo, y un tema fundamental del trabajo parlamentario.
Varios ponentes, entre ellos Linda Lanzillotta, vicepresidenta del Senado italiano, coincidieron en la idea de no situar el fenómeno de la emigración como una emergencia: es un fenómeno estructural consecuencia de la globalización y de las desigualdades que esta última ha creado, o acentuado, tanto en Occidente como en otras partes del mundo. 
Por otro lado, estos grandes movimientos migratorios escriben la historia, según Jacques Lacan. Antonio Di Ciaccia recordó que para este último la historia no la escriben los vencedores, como se suele decir, sino que “es una fuga en la que solo cuentan los éxodos” (2), los desplazados, los deportados.
El periodista Marco Damiliano, señaló el éxodo como un topos del que nace la revolución democrática, desde que los judíos huyeron de Egipto con Moisés. 
Sin embargo, en la actualidad los fenómenos migratorios se han entrelazado con otros dos fenómenos complejos lo que produce una mayor fragilización de la situación: 1. La crisis económica y financiera; 2. La no-integración en muchos casos de las segundas y terceras generaciones de los emigrantes. Esto ha acentuado  la visión de los emigrantes como personas que pueden complicar aún más la situación, ya sea ahora o en el futuro.
El psicoanalista Miquel Bassols hizo referencia al libro Extraños llamando a la puerta (2015), de Zygmunt Bauman y citó que los extranjeros no están fuera sino dentro del barco que llamamos “humanidad”. El extranjero es solo aquel que habla una lengua que no entiendo, el bárbaro, palabra que deriva del griego:  bar bar era cómo le sonaba al griego ático la manera de hablar de los extranjeros. Así, “bárbaro” se refiere a lo que no entiendo de la lengua del otro. Y cuando no se entiende al otro, señaló, hace falta una conversación decidida.
¿Qué mayor aliento para ello, me parece, que recordar como hizo la psicoanalista Lilia Mahjoub, presidenta de la NLS,  que al nacer somos acogidos como extranjeros por un Otro cuya lengua no hablamos? ¿Qué seria de nosotros sin esa acogida?
Miquel Bassols se preguntó sobre cómo conversar con el otro. Si Kant decía que había que ponerse en su lugar, lo que sería una solución identificatoria, él recordó que  Jacques-Alain Miller plantea que no se trata de eso sino de poner al otro en su lugar de sujeto lo que es distinto que identificarse con el otro. 
Antonio Di Ciaccia señaló que el/lo extranjero introduce una desestabilización en la comunidad, en tanto causa su angustia, la divide. Del mismo modo, lo hace lo extranjero que vive en nosotros, el inconsciente, el síntoma y sus manifestaciones.
Entonces no solo hace falta hablar al extranjero que llega de fuera, como señaló Miquel Bassols, sino también, como él mismo señaló, a ese extranjero, ese bárbaro que habita en cada uno de nosotros. Pero, ¿cómo hacer que el otro converse con el Otro que hay en él?
Antonio Cohen, parlamentario europeo, contrapuso el par hospitalidad- hostilidad en relación a los extranjeros. 
Podríamos quizás, se me ocurre, pensarlo desde el par inclusión-exclusión. La hospitalidad incluye al otro pero no le obliga a integrarse. A veces, pensamos “incluir” como “integrar” y si el otro no se integra, consideramos que se auto-excluye. Pero no es lo mismo: el otro puede decidir no integrarse o, incluso, auto-excluirse, pero nosotros somos responsables de no incluirlo. Y no es lo mismo incluir que obligar a integrarse. En todo caso, es una diferenciación en la que no había reparado antes y me parece ahora algo interesante. 
Me resultó muy orientadora a este respecto la idea del psicoanalista Éric Laurent de que los extranjeros vienen a participar de nuestro modo de vida, no de nuestra identidad. 
Entonces, se trata para nosotros de cómo incluir en nuestra vida a quienes no se integran en nuestro “nosotros” sino que tienen un “nosotros” propio.
Por otro lado, Éric Laurent también señaló la necesidad de escuchar a estos otros que ya están con nosotros. Ellos quieren ser escuchados.
Mientras que la plaza pública era antes un lugar de encuentro e intercambio, en la actualidad las plazas quedan desiertas por la presencia de emigrantes que viven o pasan su tiempo en ellas. Esto acrecienta la soledad, que es un signo de nuestra época.
Francesco Lorenzoni, profesor, promotor de Ius Soli (Derecho al suelo) señaló que cuando no conocemos la historia del otro tenemos miedo. Estamos en un mundo con cada vez menos relatos. El arte de narrar es el arte de convivir.
Los problemas empiezan cuando nos negamos al encuentro, cuando renunciamos a relacionarnos con los otros, cuando solo podemos percibirlos como un problema, en lugar de cómo una novedad y una riqueza. 
Excluir al que viene de afuera crea delincuencia como testimonia el nacimiento del gansterismo en EE. UU en los años 20 del siglo pasado. Es la necesidad de sobrevivir lo que empuja a la persona a la marginalidad, convirtiéndola en enemiga.
Los fenómenos migratorios no van a parar. Y hemos de poder pensar al extranjero no como un enemigo sino como un huésped que viene a hacer algo positivo, con el que hay que construir algo nuevo, porque vamos hacia una sociedad distinta caracterizada por un mestizaje global.
El jurista Luigi Ferrajoli señaló que no son los extranjeros los que dañan nuestra democracia sino las ideologías y partidos xenófobos. Durante cuatro siglos Occidente ha invadido el mundo en nombre de la “libertad de emigrar” o el “derecho a emigrar”, pero cuando esto ha dado un vuelco y hemos pasado de emigrar a recibir la inmigración la cuestión ha devenido un delito. No se puede penalizar a una persona por lo que es, solo por lo que hace. Penalizar por la identidad es una ley racista. 
Estábamos acostumbrados a pensar que, después de los totalitarismos del siglo XX la democracia no tenía vuelta atrás. Por primera vez había una Europa sin fronteras sin muros ni alambradas. Pero eso ha vuelto. En Europa ya hay al menos cinco muros construidos o en construcción. En el siglo XXI no hay que dar por sentada la democracia.
Por otro lado que los fascismos hayan muerto no quiere decir que los genocidios no sigan su curso, señaló Éric Laurent. 
Monseñor Guerino di Tora, presidente Fondazione Migrantes e Commisione episcopale Cei per le migrazioni, testimonió de que habían preguntado a la madre de un emigrante muerto en el Mediterráneo cómo era para una madre enviar a su hijo a las olas del mar. Ella respondió: “Las olas del mar son más seguras que esta tierra de muerte”. 
Varios países de África están asolados no solo por conflictos y matanzas sino también por la sequía, la expansión del desierto del Sahara.
Los emigrantes africanos atraviesan su continente a veces durante más de diez años para llegar a Europa sufriendo no solo todo tipo de calamidades, sino todo tipo de violencias y torturas en especial cuando llegan a Libia, de lo que hubo en el foro testimonios gráficos y orales aterradores. 
Éric Laurent recordó las palabras del papa Francisco en más de una ocasión denunciando que África sea para muchos un objeto de goce. Los escándalos que de tanto saltan a la luz pública, por parte incluso en ocasiones de personal de los organismos humanitarios, no deja la menor duda.
Decenas de miles de emigrantes han perecido en el Mediterráneo tratando de alcanzar Europa. El Dr. Pietro Bartolo,  médico en Lampedusa desde hace más de veinte años, nos explicó cómo poner nombre  a cada cadáver es un intento de devolverle su humanidad. Se trata de que no queden reducidos a un número. 
El nombre da un lugar en el mundo. Cuanto más se reduce la política a la contabilidad, más se espera un mundo de segregación y violencia.
Sin embargo, aquellos que sobreviven a la travesía marítima llegan a Lampedusa sin saber que, como la llamó el periodista Marco Damilano, es una “isla de no-llegada” y que muchos no podrán avanzar más.
El psicoanalista Enric Berenguer, presidente de la ELP,  habló de cómo las olas emigratorias basadas en la libertad de emigración llevaron a los españoles, y también a otros europeos, a América, no solo en el momento del llamado Descubrimiento (que es solo, aclaro, el descubrimiento para los europeos) sino después, a lo largo de más de cuatro siglos, como algo natural. Sin embargo, ahora el vuelco, como ya había señalado  Luigi Ferrajoli, no se considera igual.
También señaló que el término extranjero no se refiere solo a los que vienen de otro país o no hablan la misma lengua. Así, el 7 de abril en Barcelona celebraremos un foro dedicado esta vez a otro tipo de extranjero absolutamente contemporáneo, como es el autista. Será el Foro Internacional “Después de la infancia, autismo y política” (3). 
No quiero finalizar sin referir algunas de las palabras que Éric Laurent dijo al inicio del Foro en homenaje a Judith Miller. Empezó señalando también su lugar de un cierto afuera en relación a los analistas en tanto no-analista. Pero Lacan había dado a la figura de no-analista un lugar explícito en el momento de la fundación de su Escuela en 1964, en cuanto que de lo que se trata en esta última es del discurso analítico mismo. De ahí el lugar que él dio al grupo de jóvenes que se acercaban, entre los que se contaba Judith, por aquel entonces joven filósofa comprometida en política.
La figura del no-analista ha evolucionado desde entonces. 
Judith Miller, presidenta del Campo freudiano, se consagró a la fundación de redes que permitían extender el discurso analítico  para poder ir más allá del discurso imperante.
Así, recordó que en cuando Judith inauguró la Red del Forum Cereda, leyó el poema de Louis Aragon, de1943, “La rose et la séréda” (4) -palabra homófona en francés con “cereda”-, que a través de una alegoría de flores y pájaros llama a aunar todas las resistencias (“el que cree en el cielo y el que no cree”) para crear un más allá. 
Un más allá distinto, del lado de la vida, diré tan solo para concluir.


Notas:
1. Foro Europeo de Roma, Lo straniero. Inquietudine soggettiva e disagio sociale nel fenomeno dell'immigrazione in Europa, Biblioteca Nazionale Centrale, Roma, 24 de febrero de 2018.
2. Lacan, J., "Joyce el síntoma", Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 595.

viernes, 16 de febrero de 2018

SPIDER, DE DAVID CRONENBERG



Spider, la película que voy a comentar a continuación es de David Cronenberg y está basada en la novela homónima de Patrick Mc Gratth, quien escribió asimismo el guión de la película. Fue estrenada en el año 2002.
La historia comienza cuando el protagonista Dennis Cleg (Ralph Fiennes) es dado de alta de un hospital psiquiátrico, donde se da a entender que ha estado ingresado largos años, y llega en tren a la estación de la ciudad donde nació.  Tras salir de esta última, avanza titubeante por las calles vacías, donde el aire está por el contrario pleno de voces y murmullos. Lleva un papelito doblado con una dirección en una mano, y una maleta vieja, en la otra.
Camina, se detiene a mirar algo, se agacha y coge un trocito apenas definido de cualquier cosa… Sus movimientos son torpes al avanzar por ese paisaje urbano vacío y destartalado, como todos los espacios que aparecerán en la película, que se podrían pensar como una metáfora de su propio pensamiento fragmentado: apenas algunas palabras, pobres e inconexas, desprovistas de entrada de todo sentido para sí mismo y para el espectador.
Finalmente llega a su destino, una vieja casa situada delante del depósito del gas, donde una mujer mayor, la Sra. Wilkinson aloja, a cambio de una paga del Estado, a pacientes recién salidos del hospital psiquiátrico, sin apoyo familiar, que no están listos para vivir solos. Ella le acompaña a su habitación y, cuando él se queda solo abre su maleta donde solo hay unos hilos de cuerda, un despertador, unos trapos viejos y una pequeña libreta que rápidamente esconde bajo las tablas de madera del suelo a la mirada ajena. 
En esa libreta él irá escribiendo ese pensamiento fragmentado que le invade, en un intento de fijarlo, de conectar los trozos, de encontrarle sentido. El trabajo del delirio está en marcha.
Parecería que le han dado el alta después de muchos años porque se ha estabilizado en lo que podríamos considerar un estado esquizofrénico crónico y residual. Sin embargo, la vuelta a la ciudad, el encuentro con el depósito del gas, dispara sin que el espectador lo sepa aún, el delirio.
A modo de thriller, la trama de la película se despliega avanzando y retrocediendo en las escenas de la actualidad, del Dennis adulto parasitado por el delirio, y las del recuerdo del pequeño niño Spider, nombre que su madre (Miranda Richardson) le daba en la infancia por su pasión por jugar con hilos de cuerda -el apellido “cleg” es también, como nombre común, el nombre de un insecto, un tábano.
Sin embargo, esa pasión por el juego de hilos quizás deriva ya de un recuerdo infantil de esta última: cuando era niña le gustaba salir por la mañana al campo y ver las “telas” colgando de los árboles como muselinas; solo al aproximarse ella comprobaba que no eran tales: aquellas telas vaporosas, poco tupidas eran en realidad  telas de araña. Y si prestaba más atención, ella podía distinguir “las bolsas perfectas de huevos de la araña”. ¿Qué hacía la araña después de entretejer con seda estas bolsas para sus huevos? -le pregunta él. “Nada” –responde ella: “Seca y vacía tras poner los huevos, les daba la espalda y se alejaba. No tenía más seda”.
Imagen hermosa y terrible donde las crías se las tendrán que arreglar solas y la madre muere.
Poco a poco, aparecerán, una por una, las escenas de la infancia de Spider, las que antecedieron a su ingreso en el psiquiátrico, las que darán algún sentido a lo que pasó. De entrada, parecen banales. El niño a solas con su madre,  y luego el padre (Gabriel Byrne) que viene y hace intrusión con su deseo hacia su mujer. En el momento en que Spider ve una escena sexual entre los padres, donde la madre aparece también como mujer deseante, todo se desencadena.
Poco después, su madre le envía al bar a buscar al padre y allí ve por primera vez a Ivonne, una prostituta del pueblo, que le enseña un pecho a la vez que se ríe de él con obscenidad.  Esta mujer pasa a partir de entonces  a ocupar toda la escena, en la infancia y en el recuerdo.
Dennis juega entonces encarnizadamente a los rompecabezas, desesperándose por no encontrar la pieza que falta que haga encajar todo. El agujero se hace presente.
Poco después el padre comienza a tener una relación con Ivonne. Cuando la madre los descubre juntos, el padre la mata y lleva a Ivonne a vivir con ellos a casa.
Ivonne constituye un Otro del goce obsceno y feroz que le relata como ella y su padre han matado a su madre. Spider acusa entonces a su padre de asesinato a lo que este  responde perplejo, muy preocupado por su hijo.
En ese momento, el espectador encuentra la primera incoherencia, duda de lo que pasa, de lo que ha visto hasta entonces: ese padre librado a su propio goce, que ha matado a su mujer y ha llevado a  casa a su cómplice, está verdaderamente preocupado por su hijo. Cuando su padre le pregunta si realmente piensa que él ha matado a su madre, Spider lo niega, pero miente.
Luego el espectador enfrenta una segunda incoherencia: Dennis lleva la foto de Ivonne en su cartera, que guarda en un calcetín dentro de su bragueta, y la saca para manosearle la zona de los pechos.
El recuerdo de la Ivonne de su infancia invade a partir de ello la realidad de Dennis: la cara de la Sra. Wilkinson, la patrona, toma la cara de Ivonne y se comporta con la misma obscenidad que aquella. La situación deviene insostenible en el recuerdo de la infancia y en la actualidad. Ambos se superponen. El delirio lo ha invadido todo.
Dennis empieza a recoger hilos y cuerdas por la calle y a hacer montajes, tramas, con ellos en su habitación. El espectador no sabe aún para qué lo hace pero justo ahí se precipita el desenlace del thriller.
Decide librarse de ese Otro gozador que ha devenido la figura de la Sra. Wilkinson/Ivonne. Cuando está junto a su cama una noche dispuesto a matarla mientras duerme, piensa en cómo de niño quiso librarse de Ivonne e inventó un mecanismo de hilos y cuerdas a través del cual consiguió abrir la llave del gas en el momento en que ella está sentada adormilada en la cocina, también por la noche.
Ivonne muere asfixiada y el padre acusa a Spider de haber matado a su madre.
Y entonces el espectador comprende que Ivonne nunca ha sido otra que su madre, esa mujer deseante en cuyo encuentro se produjo el desencadenamiento infantil de Spider. De hecho, el espectador mismo reconoce por primera vez que la madre e Ivonne son la misma actriz, la cual también hace el papel final de la Sra. Wilkinson.
Podemos considerar la obscenidad de Ivonne como un retorno de lo forcluido, de eso que en el encuentro con el goce, el sujeto arrojó fuera del cuerpo de lo simbólico. Eso que retorna desde lo real.
De hecho, el término “obsceno” viene de la tragedia antigua griega donde remitía a eso que estaba fuera de la escena narrativa por estructura, eso que nunca podía aparecer en ella, puesto que esta es siempre una construcción que tiene un marco simbólico-imaginario. Lo obsceno remitía allí al agujero de lo real en lo simbólico de la sexualidad y de la muerte:  así el incesto de Edipo con Yocasta o la muerte de Antígona no aparecían nunca en escena durante las representaciones… Siempre requerían para introducirse en la escena de la aparición de un Mensajero que llegaba y contaba lo que había sucedido a los espectadores, tejiendo así el agujero con palabras.
Del fantasma al delirio los sujetos construyen distintas modalidades de relatos, tras su encuentro con el agujero, que se corresponden, a su vez,  con distintas figuras del Otro: un Otro sin barrar en el primero, un Otro del goce en el segundo. De la neurosis a la psicosis encontramos distintos modos de solución a agujeros distintos: el represivo o el forclusivo. Si el último Lacan nos dice que la forclusión es generalizada para el ser hablante, eso no es óbice para distinguir distintos modos de forclusión, para buscar en cada caso qué es lo forcluido o de qué forclusión se trata.
Por otro lado, con su concepto de sexuación, Lacan nos enseña que se requiere de la mediación del significante fálico para el sujeto pueda tener una relación soportable con su goce. Cuando esa mediación no existe, como ocurre en la psicosis, el sujeto ha de suplir esa falta con alguna invención distinta que le permita introducir una regulación con el goce.
Estos inventos pueden ser muy variados, totalmente singulares. Pero, tal como podemos leer ya en “De una cuestión preliminar…”, para los casos P0 à F0., un modo clásico es el delirio.
Es la solución que encontramos en Spider: con el nombre que le da la madre el sujeto teje un delirio alrededor del agujero forclusivo que se le abre en el encuentro con la inexistencia de La mujer. Esa inexistencia respecto a la que hombres y mujeres tienen que situarse para alcanzar una posición sexuada. En su caso, el delirio como solución no le permite acceder ni a la virilidad ni al encuentro con un partenaire.

Quizás podamos leer así para acabar una frase de otro huésped de la casa donde vive Spider cuando descubre que este último lleva superpuestas todas sus camisas: “La ropa hace al hombre –dice- y cuanto menos hombre más ropa hace falta”. Es la manera de Dennis/Spider de intentar hacerse un cuerpo.

FUERA



La palabra “extranjero”, como la palabra “extraño”, incluye el prefijo “extra” que quiere decir “fuera de”. No es el único prefijo en español que tiene este sentido. También, por ejemplo, el prefijo “des-”, que implica "pérdida" y "era de" y lo encontramos en palabras de mucha actualidad como “desplazado”, “desalojado”, “desahuciado”. Las tres refieren un estado que el sujeto sufre a causa del Otro.
Así, hoy en día muchas personas son desalojadas de sus hogares, desahuciadas, por no poder afrontar los pagos de sus hipotecas; mientras que millones de otras, son desplazadas de países por conflictos bélicos o situaciones de violencia generalizada, aspirando entonces a encontrar refugio y una vida posible en otros.
El verbo “desahuciar” está formado por este prefijo “des-” y “ahuciar”, un verbo poco usado en el español actual: quiere decir “esperanzar” o “dar confianza”. Así que “desahuciar” quiere decir literalmente quitar o perder la esperanza y la confianza. Ese es el estado de muchas de estas personas desalojadas de sus hogares o desplazadas de sus países, dentro y fuera de las fronteras europeas.
El hecho de ser desplazado, desalojado, en suma despojado de lo que se posee, pone al sujeto, o al colectivo que lo sufre, cuando menos, en una situación desigual o asimétrica respecto a los otros que no lo están, y por lo general en riesgo o situación de exclusión. 
En relación al primer caso, podemos decir que la igualdad o la desigualdad se miden siempre en tanto a un rasgo cualquiera, por ejemplo tener una casa o disponer de un pasaporte. No implica nunca que uno sea igual o desigual al otro en todo. Esa igualdad no existe en el mundo humano: el sujeto siempre es particular, su goce singular, hasta las identificaciones son siempre parciales.
Sin embargo, el empuje identificatorio para situarnos a nosotros mismos y a nuestros allegados, es decir, para construir un mundo en que sentirnos seguros, hace que, con frecuencia, cuando compartimos un rasgo con el otro, creamos que lo compartimos todo; y que, por lo mismo, cuando no compartimos un rasgo con él, tendamos a situarlo como distinto, y a segregarlo fuera de nuestro mundo, como alguien extraño o extranjero a nosotros.

Lo extranjero más radical
Me refiero aquí a una noción de extranjero más amplia y radical que la empleada habitualmente. Más que el extranjero sería “lo” extranjero, eso Otro en el otro, que impide que nos identifiquemos con él.
En Una política para los seres hablantes, Jean-Claude Milner aproxima la noción de extranjero a partir del lenguaje: el extranjero para un ser hablante, es otro ser hablante al que no puede situar en el interior de su espacio hablante, que es un espacio social. Él señala que, en la actualidad, se tiende a pensar al extranjero en términos asimétricos, en relación a lo que uno considera su centro de referencia: uno mismo por ejemplo, determina lo que es extranjero para él pero no se plantea si él es extranjero para el otro.
Sin embargo, Milner sitúa que en la Grecia clásica no existía esta asimetría: la noción de extranjero era recíproca. Uno era extranjero para aquel que era extranjero para él, del mismo modo que era enemigo de su enemigo o huésped de su huésped. En este sentido, lamenta que, en el caso de los refugiados hacinados en campos, se hable de “país hospedante” pues no se les trata con reciprocidad. No es lo mismo, dar refugio que acoger. 
La tesis de Milner es que uno solo es “uno mismo” en tanto pertenece a un círculo de pertenencia -es decir, cuando se siente “dentro de”, lo opuesto al “fuera de”. En el mundo antiguo, el extranjero era alguien que no pertenecía al propio círculo de pertenencia, pero se consideraba que pertenecía a otro; no era del mismo país, de la misma ciudad, pero era de otros. Eso hacía que los hombres se consideraran iguales, lo que favorecía la identificación y la acogida temporal en el propio círculo.
En este sentido, la palabra “xenofobia” ni existía ni podía existir. La palabra xenos” era solo una manera de nombrar a aquel cuyo nombre no se conocía, pero al que se suponía un igual. Tan pronto como se le nombraba desaparecía el miedo y podía acogérsele -excepto en la tiranía, precisa, donde el miedo no desaparecía: el primer signo de la tiranía es la ausencia de hospitalidad.
Entonces, en este mundo, si alguien era extranjero, los demás también lo eran para él. La extranjería designaba así el lazo social por excelencia.
Pero no todo era recíproco. Había los allegados, “los míos”; también estaban los extranjeros con los que se mantenía un lazo de reciprocidad; y, por último, aquellos humanos con los que no mantengo ningún tipo de lazo, que Milner califica como “los más-que-extranjeros”.
Habría entonces dos tipos de extranjeros: aquellos con los que hay un lazo recíproco, los extranjeros de lo Mismo; y los extranjeros con los que no se mantiene ningún lazo, los más-que-extranjeros o extranjeros del Héteros.
Podemos pensar que estos últimos encarnan lo extranjero, lo Otro.
Si para Milner, las teorías humanistas se ocupan de los primeros según el lema “Nada humano me es ajeno”, son los segundos quienes definen la axiomática moderna de la exclusión: los extranjeros “más-que-extranjeros” existen; tienen forma humana pero no podemos atribuirles los mismos sentimientos que tenemos nosotros, nuestra misma vida. Entiendo que si falla la identificación del otro como semejante, amigo o rival, entonces entramos en la pendiente de no situarlos entonces como humanos sino como cosas.
En una época en que consumimos con normalidad productos fabricados en la otra punta del mundo o nos relacionamos a través de las redes sociales con personas de cualquier lugar, se da la paradoja de que podemos creer que uno comparte el mismo círculo de pertenencia con alguien que vive en las Antípodas, y no pensar lo mismo respecto a alguien que duerme en la calle a la vuelta de la esquina de casa o que trata de forzar la verja de entrada para entrar en el país.
El problema no son los extranjeros en el sentido de personas procedentes de otro país, los que tienen otra lengua u otras costumbres. Son aquellos, de mi mismo país o no, que no puedo incluir en mi circulo de pertenencia, que es siempre simbólico e imaginario pero incluye una modalidad de satisfacción hasta cierto punto conocida o compartida. Y que tampoco puedo situar en otro círculo. 
Cuando el otro está excluido del Otro, caído de él, cuando no podemos identificarnos e identificarlo por medios simbólicos lo reducimos a una cosa, identificándolo a su ser de goce. Y, entonces, surge el horror y queremos que no se acerque, que se quede o se vaya “fuera”.
En nuestra época, los conflictos, motivados por la religión, las fuentes de riqueza o las fronteras, no dejan de crecer a la sombra de un capitalismo librado a sí mismo, que nos sitúa a todos, países y personas, en riesgo de exclusión, reducidos a restos caídos del sistema, no contabilizables, sin interés para el Otro.
La acción del sistema empuja de múltiples maneras al desahucio con las consecuencias que he anotado al comienzo de pérdida de esperanza, de confianza. Crear las condiciones para la posibilidad de un mundo más habitable, de no-desahuciados, donde pueda haber esperanza, ese es el reto.
* Texto publicado en el boletín preparatorio del Fórum Europeo de Roma, Lo Straniero. Inquietudine soggetiva e diasagio soziale nel fenomeno dell'immigrazioni in Europa, a celebrar en la Biblioteca Nazionale de Roma, el 24 de febrero de 2018.