lunes, 4 de marzo de 2013

ALGUNOS APUNTES SOBRE LA XIII CONVERSACIÓN CLÍNICA DEL ICF: FRAGMENTOS DE REAL EN LA CURA DE NEUROSIS


Foto de Blanca Fernández

“Cuando estamos despiertos, 
todos compartimos el mismo mundo, 
pero cuando dormimos 
cada cual tiene uno propio".

Heráclito 


Este fin de semana se celebró en Barcelona la XIII Conversación Clínica del Instituto del Campo Freudiano en España. El tema que nos convocaba, “Fragmentos de lo real en las curas de neurosis”, había surgido en la conversación anterior donde una de las ponentes había hecho referencia a una cita del Seminario 23, en la que Lacan señala que lo real es un fuego, pero “un fuego frío. Lo real de lo que se trata en mi pensamiento es siempre un fragmento, en torno al cual el pensamiento teje historias, pero el estigma de este real es no enlazarse con nada” (1). La historia es entonces “el más grande de los fantasmas”, una trampa que el pensamiento urde alrededor del “fuego frío de los fragmentos de real”. 
La pregunta que surgió entonces fue la de cómo construir, rodear, cernir en cada caso, “esos fragmentos fríos”.
Esta misma pregunta fue retomada en la presentación de la conversación de este año para trabajar el material clínico que se presentaba, esta vez, seis casos de neurosis de otros tantos colegas. Eso era lo que estaba previsto.

La conversación y el acontecimiento imprevisto
Después de las campañas por la liberación de Mitra Kadivar, de Teherán, o de Raja Ben Slama, de Túnez, la semana pasada la red volvió a “calentarse”, esta vez con el  intercambio vibrante de cartas entre Jacques-Alain Miller y Alain Badiou. Finalmente, la creación, el día previo a la Conversación, del Instituto Lacaniano Internacional, extensión del Instituto Lacan de París, y pensado con las mismas finalidades científicas y humanitarias, anunciaba entre sus primeras acciones proyectadas la organización de una serie de conferencias bajo el título: “Por un derecho de injerencia intelectual en los asuntos del mundo”. 
Todo hacía prever que todos estos acontecimientos tan próximos en el tiempo, pudieran afectar de algún modo el curso “esperado” de esta XIII Conversación Clínica del ICF en España. Esto es lo que sucedió, pero de modo imprevisto.
Me resulta difícil hacer la crónica, escribir una reseña de la que fue una conversación única y apasionante. Apenas tomé notas. Solo puedo, aquí, transmitir algunos fragmentos, algunas ideas.
Al empezar la conversación, rápidamente se hizo evidente que Jacques-Alain Miller estaba bastante “tocado” por los últimos sucesos. Cuando comenzó a comentar el primer caso, parecía no poder, a pesar de los esfuerzos evidentes, separarse de ellos. Así, fue yendo de alguna breve puntualización sobre el caso a un comentario amplio sobre su relación con Alain Badiou, y retorno. Esto ocurrió una y otra vez, y otra más, a lo largo de la tarde, en medio del desconcierto general. Solo se pudo comentar uno de los casos de los tres previstos.
Sin embargo, en ese proceso, comenzaron a surgir poco a poco fragmentos de testimonio, sobre el joven que había sido, sobre su relación con el psicoanálisis en distintos momentos de su vida, como analista, como fundador de la AMP y sus escuelas; fragmentos que buscaban decirse, articularse, dialectizarse. Miller parecía esforzarse, luchar para  hacer algo con ellos, algo para él, que le permitiera poner distancia y pasar a otro plano, y de este modo, que lo que le sucedía, fuera útil, para todos los que allí le escuchábamos, para que hubiera un trabajo. En ningún momento abandonó la zona de interlocución con el público.
Apoyándose en los datos del material clínico que trabajábamos, Miller fue hablando de sí mismo, comparándose con el caso, a veces acercándose, otras distanciándose, diferenciándose.
“Para cada ser humano –señaló en relación a uno de ellos -, hay palabras que han tenido una influencia que no se podía prever”. Esto lo aisló primero en el caso, pero también lo ilustró con su propia vida, con el joven de diecisiete años que luchaba con su padre por el reconocimiento, para no ser alcanzado por su ironía. Y señaló cómo este duelo marcó su relación con la  “lucha”, un significante que atraviesa su vida.
Hay casos de mujeres, señaló -como ocurría en el caso que se comentaba en ese momento-, a las que cualquier crítica las sumerge en el llanto, porque las hace conectar directamente con  la castración. Las mujeres siempre están más afectadas por el amor, por el cuidado del otro, en los dos sentidos del genitivo. Sin embargo, para los hombres lo que se juega está más en relación con una pregunta sobre la propia capacidad. En ellos, hay el miedo a perder lo que se tiene, mientras que las mujeres en este sentido son más audaces. 
Esto le sorprendió de su mujer, cuando la conoció. La joven, por aquel entonces Judith Bataille, no estaba solo involucrada intelectualmente, como él, en el apoyo a la causa argelina: un día descubrió que ella misma transportaba armas en el coche de su padre.
En relación a los obsesivos, Miller señaló que con frecuencia no pueden asumir el guión que escriben y se tienen que apoyar en pequeños otros. Fue lo que le pasó cuando tuvo que enfrentar la redacción  de sus primeros textos  a petición de Lacan: necesitó estar acompañado de algunos otros, por temor a que los colegas se le echaran encima.
El obsesivo parece un espectador de su vida pero en realidad está demasiado involucrado en lo que le pasa.  Tiene que distanciarse. Hacerlo es un paso. El "efecto de distanciamiento" brechtiano es una orientación para la cura de la neurosis obsesiva.
“Renegado”. Sobre el calificativo que Badiou había lanzado sobre él, Miller sitúo su poder de reduccionismo, y por tanto de insulto. No se puede decir, como alegó aquél, que es simplemente algo descriptivo. “Poner un significante sobre alguien solo puede ser un bautismo o un insulto” -señaló. Es algo que se hace desde una posición donde uno se constituye como amo de la palabra. Como en el caso de Humpty Dumpty, “la palabra quiere decir lo que yo digo”. El otro queda reducido a eso. Es lo que es, no hay más.
Esto es lo que hacía la madre en uno de los casos presentados, que tenía un discurso degradador de las mujeres, del tipo de: "Una mujer, un agujero". "Cada cosa es lo que es", decía, y solo eso. Destituir la falta que anima  el deseo -puntualizó Miller-, es matarlo.
La habilidad de Badiou –señaló- es insultar al otro con la mejor de sus sonrisas, aparentando simpatía. No es un hombre confrontativo, agrede como si no pasara nada. Sobre este rasgo, para el que inventó el nombre de “badiouisme”, Miller señaló que es una perversión del lenguaje, que manifiesta un trastorno en la relación con él. Podemos hablar entonces, dijo con humor, de la contribución de Alain Badiou a la clínica, como hizo Sacher-Masoch que dio lugar al término de masoquismo o Sade, del que deriva el término de sadismo.
Ya tomado en el camino de la sublimación, la mañana del domingo Miller desbrozó con precisión tres casos más de los presentados. No voy a hablar de ello. Solamente señalar la reducción magnífica que realizó del material.
En este sentido, hizo de nuevo -es un asunto que resiste- una critica del intento de construir un caso al modo de una historieta, saturada de datos. En la construcción del caso, no se trata de proceder via di porre añadiendo datos, como en la pintura, sino que ha de proceder por via di levare, extrayéndolos.
Por ello, Miller alabó la escritura fragmentaria de que hacía de gala la redacción de otro de los casos - al modo de la que emplea Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso. Ese tipo de construcción –acabó diciendo- va bien con los “trozos de real”. La desconexión de lo real sin ley deja respirar el texto.
Creo que los que participamos en esta conversación, tardaremos en olvidarla. Miller testimonió en acto, de modo ejemplar, de cómo  hacer con los fragmentos de real. Impresionante. Un regalo.
Dos casos quedaron sin trabajar. Miller nos prometió volver a Barcelona para trabajarlos en noviembre, con ocasión de las próximas XII Jornadas de la ELP: "Goce, culpa, impunidad". Otro regalo más.
Nota:
Jacques Lacan: El Seminario libro 23: Le sinthome. Paidós: Barcelona, 2006, p. 121.