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miércoles, 26 de enero de 2022

EL TIEMPO CUANDO EL OTRO FALTA. ¿CÓMO SOBREVIVIR A NUESTRA LOCURA?

 

 Hace tiempo que venimos diciendo que asistimos a un cambio de época, que el mundo ya es otro. La modificación habida en la figura del Otro regulador de los cuerpos y de las relaciones sociales, en definitiva, de las modalidades de goce, permite aproximarlo. Esta figura ha pasado de estar regida por la existencia lógica a estarlo por la inexistencia lógica. Respecto a esta última decimos que el Otro falta, que no hay Otro, pero se trata de que no hay aquel Otro de la garantía. Desde luego hay Otro, pero han cambiado sus coordenadas: de un Otro de la regulación por el Ideal y la represión a un Otro superyoico que no solo autoriza a gozar sino que empuja a hacerlo sin límite, todo el rato. Este cambio no solo modifica la relación del sujeto con el goce sino también su  relación con el tiempo.

 

De un tiempo a otro

Antes solía decirse que las cosas tenían su tiempo. Según podemos leer en uno de los grandes Libros de la Tradición,todo tendría su momento oportuno: habría el tiempo para nacer y el tiempo para morir, el tiempo para reír y el tiempo para llorar, el tiempo para estar de duelo y el tiempo para divertirse,  el tiempo para intentar y el tiempo para desistir… Pero podemos preguntarnos si realmente había siempre ese tiempo. Como todo lo que deriva o compete a la existencia de un Otro de la garantía, la idea de que había un tiempo para cada cosa no dejaba de ser una creencia. El tiempo como la muerte es una figura del amo o de la castración, y nunca lo tenemos del todo, más bien él nos tiene, nos confronta, nos exige o requiere. 

Pero no hay que desestimar en absoluto la función de las creencias, y de los ideales que ellas conllevan, en tanto nos regulan y organizan. Entonces, no se trata de si “El tiempo para cada cosa” fue alguna vez una realidad. Era un Ideal que, en tanto tal, organizaba la vida individual y colectiva. Había que dar tiempo y, por tanto, había que esperar, lo que quiere decir además que había esperanza, creencia en el futuro, en un mañana mejor.

Ahora, en el tiempo en que ese Otro falta, en que el Otro de la garantía no comanda más la vida social, o más bien, en que gran parte de la población ya no cree en él, esta última tampoco se sitúa ya bajo la égida de sus ideales. El declive de éste y de otros  ideales reguladores de la vida individual y colectiva ha conducido a la puesta en primer plano de una nueva relación del sujeto con el goce, tal y como señaló Jacques-Alain Miller en Comandatubahace ahora más de quince años. Verificamos desde entonces cómo en nombre de la libertad, los individuos quedan presos de un empuje a gozar constante, mortífero y, por estructura, asubjetivo. Sin espera ni esperanza, el cielo social se  ha oscurecido: ya no brillan allí los ideales sino que está ocupado por los más negros imperativos. 

El tiempo ya no es algo que haya que aprovechar para mejorar la vida, hay que aprovecharlo, para lo que sea. No se debe perder, aunque no haya un lugar de enunciación claro que diga por qué tiene que ser  así. La idea misma de lo que significa perderlo cambia necesariamente: por ejemplo, descansar no es ya una buena manera de aprovechar el tiempo cuando se está fatigado; por el contrario, tiende a considerarse como una manera de tirarlo. No se puede parar, se han de hacer siempre cosas nuevas, distintas, se ha de consumir todo el tiempo que tenemos hasta quedarnos sin aliento, sin más razón que su consumo mismo. Las vacaciones se convierten en bastantes ocasiones en un tiempo para extenuarse más. El tiempo ya no es “libre”: tenemos que movernos, que agolparnos colectivamente en los museos, en los aeropuertos, en las playas o en las ciudades aunque no nos interese lo que vemos, lo que hacemos o, incluso, no podamos disfrutar de ello debido a ese mismo agolpamiento. Precipitación, hiperexcitación y agolpamiento son tres de los términos que caracterizan la relación el sujeto con el goce en nuestra época y los tres están asimismo presentes en la vivencia que los sujetos hacen en relación a la pulsión. 

El goce ocupa así el lugar vacío del deseo y se confunde con éste último. Pero si el deseo tiene el límite del propio bienestar, del sentimiento de vida, el goce empuja siempre a un “más aún” mortífero que para Lacan precisa su fórmula misma.

 

Sin mañana

En este tiempo acelerado en que vivimos, el presente es una sucesión imparable de instantes. Uno no puede darse tiempo, no puede esperar, como si no existiera el futuro, “como si no hubiera mañana”. Hemos escuchado decir esta frase en bastantes ocasiones en los últimos tiempos, pandémicos, a sujetos que salen a divertirse, obviando todas las recomendaciones sanitarias, y afirmando que lo hacen “como si no hubiera mañana”. ¿Esta frase sigue siendo una metáfora? ¿O bajo ese empuje a divertirse a toda costa la pulsión de muerte trabaja en ocasiones en silencio para no tener dicho mañana? Recordemos el terrible final de las Ménades después de las bacanales, siguiendo a su dios, una figura de un Otro del exceso sin límite. 

La “manía”, término que deriva de “ménade”, es el estado ideal del hombre contemporáneo en el que la alegría, la hiperexcitación del cuerpo, la fuga de ideas, el cambio constante es una máscara de la mortificación que se deriva de esos excesos pulsionales, por definición, fuera del lazo con los otros. El otro estado consecuente es la la llamada derpesion, el hastío, la alta de deseo.

¿Por qué vías los sujetos pueden salir de esos embrollos en los que están presos?

 

¿Cómo sobrevivir a nuestra locura?

Este subtítulo evoca el  título de un relato de Kenzaburo Oé, “Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura”,de 1966, un relato que si bien no se sitúa en nuestra época ilustra bien algunos de los puntos señalados: la prevalencia del registro el goce sobre el del deseo en la vida del sujeto, la vivencia de vorágine, de amontonamiento, de precipitación, de hiperexcitación, la huida hacia delante confundida con la libertad, la idea de que lo que molesta es el Otro, que uno no es responsable…




El protagonista de ese relato 
encuentra sus dificultades para hacer frente a los 

embrollos de su goce en el momento preciso que debe hacer frente a la paternidad. Primero 

se dirige al Otro materno intentando encontrar una respuesta sobre la locura de su propio 

padre (quien se había encerrado en el garaje y fallecido rodeado de trastos). Demanda  una 

respuesta  que le oriente sobre su locura propia y la de su hijo (nacido con una parálisis 

cerebral). Tres   “locuras” que él pone en serie según una supuesta filiación hereditaria. El 

problema es primero la respuesta que el Otro no le da… Pero, cuando finalmente consigue 

que la madre le dé una sobre lo que precipitó la locura del padre, se da cuenta de que no le 

sirve, de que no puede esperar que la respuesta a su malestar le venga del Otro.

De tintes autobiográficos, la temática de las dificultades con el propio deseo y con la paternidad se repite en distintas obras del autor. Algunos de los protagonistas de sus relatos enfrentan estas dificultades, o más bien no las enfrentan, mediante una huida desesperada hacia delante, sin hacerse cargo de lo que quieren, sin darse tiempo para pensar o para buscar una solución mejor, en nombre de una ilusión de libertad que en realidad oculta cómo el sujeto está preso de esa parte pulsional que no reconoce como suya sino que cree causada por el Otro. 

Voy a referirme a lo que el autor relata a este respecto en otra obra, un poco anterior a la citada: Una cuestión personal,4de 1964. 




La trama comienza cuando la mujer del protagonista, llamado Bird, ingresa en un hospital 

para dar a luz. Él no es capaz de acompañarla, también tardará en visitarla, apenas puede 

siquiera preguntar por ella, por si el parto ha tenido ya lugar o no, si todo va bien. No puede 

cuidarla ni hacerse cargo del hijo de esa unión que va a nacer. Poco a poco se irá sumiendo 

en una vorágine temporal y pulsional, que se irá profundizando durante los tres días que 

durará el relato y en los que no dejará de intentar autojustificarse ante sí mismo y los otros, 

mientras se sume en un estado de creciente angustia

De su deseo, sin embargo, nada dice. No se opuso al matrimonio pero tampoco lo deseó, ni siquiera sabe si alguna vez deseó a su mujer. Respecto a la paternidad, pasa algo parecido. Y también con su trabajo, con la vida… como si las cosas se decidieran  solas o las decidieran los otros por él. Querría haberse ido a vivir a África, continente que desconoce pero del que va a comprar un mapa, como si irse allí sin ningún proyecto concreto fuera la solución… En realidad, nunca elige algo de modo activo, no hace ninguna apuesta, cree que puede no arriesgarse o no arriesgar nada, que puede no perder nada. 

Cuando se entera de que su hijo ya ha nacido, acude al hospital, fundamentalmente por el qué dirán. Allí, le recibe un médico que le pregunta si quiere ver “la cosa”. Se refiere a su hijo, al que seguidamente califica de “monstruo” pues ha nacido con una hernia cerebral la cual produce cierta  deformidad en la cabeza. No se sabe cuánto sobrevivirá, le explica, pero se calcula que no mucho. Aunque Bird, como padre, le precisa, puede resolver la situación permitiéndose a sí mismo, a su familia, al hospital y al propio médico, librarse del “problema”: se trata solo de que autorice el traslado del bebé hasta el instituto forense para que la ciencia pueda estudiarlo durante lo que sin duda será su breve vida. 

A partir de ese momento, la angustia de Bird llega al paroxismo. Por un lado, recae en su alcoholismo, se droga, frecuenta a otras mujeres, reencuentra a su exnovia con la que planea huir a África… Por otro  lado, la angustia de ser padre se multiplica ante la dificultad de su hijo. Pero, también, surge un  enfado creciente respecto a una medicina que consideran al niño no como un sujeto sino como un trozo de carne. Esto último le despierta. Es un punto ético que le servirá de orientación. La solución no puede encontrarla en el Otro, el sujeto está solo a este respecto. Ha de encontrar en sí mismo la respuesta para salir del estado en que esta inmerso.

Mientras tanto, su hijo crece día a día vigorosamente. Ese bebé que todo el mundo espera que muera, pese a sus graves problemas, se aferra con tal fuerza a la vida, que le da una lección y, a la par, le conmueve, en particular a partir de identificar que tiene sus mismas orejas. En ese momento, puede empezar a reconocerlo como suyo. Recuerda entonces una frase que Kafka escribió a su padre: “Lo único que un padre puede hacer por su hijo es acogerle con satisfacción cuando nace”. No es responsable de todo lo que le ocurra a su hijo pero puede cuidarle. 

Asistimos a un cambio de posición que no tendrá consecuencias solo sobre su relación con su mujer o su hijo: por primera vez Bird pone en juego su  deseo.

Kenzaburo Oé explica en algunas entrevistas las dificultades que tuvo para asumir el autismo de su hijo, Hikari, que no hablaba, no se comunicaba de ningún modo y apenas se movía. Sin embargo, tras cierto proceso personal que fue distinto para cada uno de los padres, él y su mujer decidieron que estaban dispuestos a acompañarle en sus dificultades y de este modo le alojaron en su deseo y en su vida.  



Un día, su mujer se percató de que Hikari mostraba alguna respuesta cuando oía cantar a los 

pájaros, así que le compraron un disco en el que se catalogaba el trino de unas setenta aves 

diferentes. Un tiempo después, el niño pronunció su primera palabra: fue en un parque, al 

reconocer el canto de un pájaro que había escuchado en el disco. Hikari que, sin que se 

dieran cuenta, había memorizado e identificado todos los sonidos de los pájaros del disco, 

nombró al cantor. 

Podemos pensar que esta habilidad particular para identificar los cantos de los pájaros, permitiría después a Hikari identificar muy precozmente las composiciones musicales, dado que hay un estrecho vínculo entre ambas cosas. Tal y como Cheney escribió a finales del XIX: “Los pájaros poseen el arte consumado de la melodía, que ejecutan con una entonación perfecta y una voz pura todos los intervalos de las escalas musicales mayores y menores”.

Cuando Kenzaburo y su mujer se dieron cuenta de su interés por la música, le buscaron una profesora. Y fue de este modo que Hikari Oé encontró la vía que le llevaría años más tarde a convertirse en compositor.

En conclusión: los personajes de Oé en estas obras permiten ilustrar cómo ciertas actuaciones realizadas en nombre de la libertad nos muestran paradójicamente a los individuos presos de su propio goce, sin tiempo, sin margen para que el sujeto sea libre para elegir otra cosa que le ponga del lado del deseo y la vida. En nuestra época, estos sujetos que se dicen “libres”, aparecen fuertemente alienados a menudo a un sistema que solidariamente los empuja a ello. 

Solo si se da un tiempo y un lugar al sujeto, hay alguna posibilidad de que (uno) pueda sobrevivir no solo a la locura de los tiempos sino, principalmente, a la locura de su goce.

* Artículo publicado en la Letras lacanianas, Revista de la Comunidad de Madrid de la ELP, nº 22, en diciembre de 2021.

 Aquí dejo un enlace de youtube a una grabación con  la música  de Hikari Oe:






Bibliografía

1. La Biblia, “Eclesiastés” 3.

2. Miller, Jacques-Alain. “Una fantasía”, El Psicoanálisis,Revista de la ELP, nº 9. Madrid, 2005.

3. Oé, Kenzaburo. Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura. Barcelona, Anagrama, 1995.

4. Oé, Kenzaburo. Una cuestión personal. Barcelona, Anagrama, 1994.

5. Cheney, Simeon Cheney. La música de los pájaros. Palma, Jacobo Olañeta Editor, 2010.


 

lunes, 18 de enero de 2016

PENSAR NUESTRAS INSTITUCIONES A LA LUZ Y A LA OSCURIDAD DEL LAGER


Dibujo de Leo Haas (1901-1983): "Niños marchando en Terezín", 1942

Este texto es un comentario del libro de Raúl Vidal, Locura y horror. Qué relación? ¿Qué clínica? (Córdoba, Argentina: Fundación Maud Mannoni / Editorial Brujas, col. “Seminarios”, 2010).
Este libro recoge dos seminarios impartidos por él, los años 2007 y 2009 respectivamente, en la Fundación Maud Mannoni de Córdoba (Argentina), institución que trabaja con niños y jóvenes en dificultades y es co-editora del libro. Ambos parten de distintos textos de Anna Freud sobre el impacto de la guerra en los niños. Luego, el autor, psicoanalista y escritor, abre una reflexión más amplia sobre el horror de los totalitarismos del siglo XX, y sus efectos de locura tanto en los sujetos que los vivieron como en su época, que sigue siendo la nuestra. Esta reflexión también apunta a la posición del analista ante ello, es decir, a su escucha y a su práctica.
Aunque Vidal se consagra en su mayor parte a los horrores del nazismo, no duda en entrar en otros más recientes y más próximos como el terrorismo de Estado en Argentina, o en ampliar su reflexión a lo que podemos llamar el modo de funcionamiento totalitario de algunas instituciones.
En su abordaje y desarrollo de la cuestión, hace referencias a autores como Jean Améry, Robert Antelme, Primo Levi, Imre Kerstéz, Phillippe Grimbert o Jean Sebald, entre otros, en cuyas citas se apoya para corroborar algunos puntos o abrir nuevos. Esto da a la obra un estilo que de entrada se revela marcadamente digresivo, lo que podríamos atribuir en parte a la oralidad de los seminarios que la originan, si bien él mismo declara que ello responde asimismo a su modo elíptico de aproximar las dificultades de representabilidad del tema.
No hay duda, por otra parte, que Raúl Vidal es un gran lector y que merece la pena descubrir o revisitar cada una de sus propuestas de lectura.
Voy a tratar de situar aquí algunos puntos de los muchos por él señalados en lo que constituye mi lectura particular del libro, en especial aquellos referidos a cómo el Lager puede ayudar a pensar las instituciones, según propone Primo Levi y él retoma, que me ha parecido muy interesante.

Los niños en el Lager
Dibujo de Ella Liebermann-Shiber: "Búsqueda de niños escondidos", Bydgoszcz, Polonia, 1945
La primera parte del libro corresponde al primer seminario impartido en 2007 cuyo título lleva: ¿Los niños crecen? En torno a cierto trabajo de Anna Freud  con niños sobrevivientes de la shoá. El seminario tiene como eje un artículo de esta última llamado “La crianza en grupo. Un experimento”, de 1951, que recoge la experiencia citada y fue escrito en colaboración con la enfermera Sophie Dann.
Vidal se detiene de entrada en el título, sobre la palabra “experimento” y la objetivación que éste implica sobre los sujetos a quienes se aplica. ¿Cómo puede utilizarla un estudio cualquiera sobre seres humanos, y en especial uno sobre unos niños recién salidos del horror del nazismo, que fue en sí mismo una máquina de experimentación, y no solo con personas que eran judías?
En segundo lugar, Vidal apunta a la teoría del desarrollo de Anna Freud, para quien la clave del crecimiento, psicológico, radica en la relación primera con la madre. Un buen vínculo con ella ayudaría a que el niño pasara por la serie de fases pertinentes de manera ordenada, es decir, adecuada, normalizada. Recordemos que fue Erickson, paciente de Anna Freud, quien habló del desarrollo del niño en términos de epigénesis como si fuera una flor: si alguna fase del desarrollo fuera problemática no se desarrollaría la flor completa.
En 1967, Lacan criticará esta teoría de la germinación del niño. Vidal retoma la crítica para decir que un niño no es una planta e interrogarse sobre qué quiere decir “crecer” para el ser hablante.
En determinadas circunstancias, señala, escuchamos que los niños se ven obligados a crecer de repente. Así lo dice por ejemplo el escritor húngaro Imre Kerstéz, en su obra autobiográfica Sin destino, llevada al cine por Lajos Koltai. Él tenía quince años cuando su padre fue “reclutado” para ir a un campo de trabajo. Ese día un adulto próximo le dice que “se han acabado para él los años despreocupados y felices de la infancia”.
Pocos meses después, el niño Kerstéz es conducido al Lager de Zeit, después de un breve paso por Auschwitz y Buchenwald. Cuando, en el momento del ingreso, le preguntan la edad, miente sobre ella: afirma tener un año más para no ser considerado un niño, improductivo y por tanto eliminable, sino un adulto productivo, que tenga alguna oportunidad de sobrevivir. Entonces, con ese cambio de categoría de la niñez a la adultez, afirma, “empieza una nueva vida”.
¿Se deja de ser niño cuando se entra en ese tipo de institución que, según el propio Kerstéz, constituye el campo de concentración? Vidal señala que no sabemos mucho de los niños que vivían en los campos, casi no se habla de ellos en los testimonios sobre la shoá, pues lo normal es que no sobreviviesen: cuando entraban en Auchswitz se les transfería rápidamente al bloque de experimentos o a la cámara de gas.
Pero tenemos algunos testimonios al respecto, entre ellos el del mismo Kertész, también el que da Primo Levi en La tregua (1963), que forma parte de la Trilogía de Auschwitz, sobre cuatro niños que había en dicho campo, o el de Anna Freud respecto a los niños de la experiencia citada, algunos de los cuales hablaron también de ello, cincuenta años después, en el documental Die Kinder von Bulldogs Bank, de Beatrix Schwehm. Aunque en todos estos casos los que testimonian sobre los niños en el Lager son adultos, a veces los adultos en que se convirtieron esos niños, sus palabras nos permiten aproximar la cuestión.
Primo Levi refiere que nadie hablaba a estos niños del campo, ni jugaba con ellos; algunos ni siquiera tenían nombre ni hablaban. Pero, “habían formado allí un club muy restringido y reservado, en el cual la intrusión de los adultos era mal recibida. Eran animalillos salvajes y juiciosos, algunos de los cuales hablaban entre sí lenguas que yo no comprendía”.
Estas informaciones recuerdan la experiencia de Anna Freud con los niños supervivientes de la shoá, de los que habla en el artículo citado.

Los niños de Bulldogs Bank
La vida en Bulldogs Bank
Haciendo un poco de historia, también de historia del psicoanálisis, recordaremos que Anna Freud organizó diversas instituciones infantiles para afrontar algunos de los problemas sociales de su época derivados del nazismo y la guerra.
En 1937 había construido la Guardería Jackson en Viena que acogía a niños de 0 a 2 años de familias judías sin recursos, con el objetivo asimismo de informarse sobre las primeras etapas del niño mediante observación directa. En 1940, ya en Londres, recabó financiación para atender a los niños evacuados por los bombardeos alemanes sobre la ciudad. Esto le permitió abrir un centro de apoyo para bebés y una casa de campo en Essex, conjunto conocido como las Guarderías de Hampstead, que fueron diseñadas como hogares-sustitutos para estos niños que por primera vez estaban separados de sus familias y bajo la tutela de desconocidos.
En 1945, recién finalizada la guerra, llegaron a Inglaterra seis pequeños huérfanos judíos. Sus padres respectivos habían sido deportados a Polonia y asesinados en las cámaras de gas justo después de que su nacimiento. Ellos habían sido enviados primero de un lugar a otro hasta ingresar, entre la edad de seis meses y un año, en el campo de concentración de Theresienstadt (Terezín), en la antigua Checoslovaquia, donde permanecieron tres años en la “sección de niños sin madre”, hasta ser rescatados por los rusos.
Cuando llegaron, junto con otros trescientos niños, al Campo de Recepción de Windermere, en Inglaterra, se decidió que serían adoptados en hogares estadounidenses. Sin embargo, y dado que estaban muy afectados por el cambio de entorno, de coordenadas, se pensó asimismo que era más conveniente que permanecieran juntos un tiempo en Inglaterra: los niños, que contaban entonces entre 3 y 5 años, habían vivido siempre en institución, y llevaban tres años juntos en Terezín.
Un antiguo contribuyente de las Guarderías de Hampstead donó durante un año una casa de campo en Sussex, el sudeste de Inglaterra, llamada Bulldogs Bank, donde se organizó un equipo con personal procedente de las Guarderías Hampstead y del Campo de Recepción.
Anna Freud cuenta que la llegada de estos niños contradijo todas sus expectativas, basadas en su teoría del desarrollo. Vidal subraya este punto: la distancia entre lo que esperaba la institución de los niños, y la respuesta de estos últimos.
Para Anna Freud, señala, ocuparse de estos niños era una manera de cuidar, de acoger su sufrimiento, su dolor, de ofrecerles una figura de un adulto para que ellos pudieran identificarse y crecer “adecuadamente”. Con este fin, no solo organizó un equipo con experiencia en la atención de los niños de la guerra, sino que construyó un hogar alegre y cálido para ellos, con muchos juegos.
Sin embargo, estos casos eran distintos de otros que habían acogido en las instituciones mencionadas. Eran niños que habían crecido sin familia, sin vínculos estables con adultos y, de entrada, rechazaban a estos últimos: los trataban con indiferencia o con hostilidad y solo se dirigían a ellos para lo concerniente a la satisfacción de sus necesidades. Tampoco jugaban, destrozaban todo lo que se les daba, incluido el mobiliario. Hablaban entre sí groseramente, mordían, pegaban, aullaban y se masturbaban.
El vínculo que no habían podido hacer con los adultos, lo habían hecho entre ellos -lo que contrariaba la teoría de Anna Freud, de que los vínculos entre pares o hermanos son siempre secundarios a la relación con los padres. Se mantenían juntos de tal manera que era imposible tratarlos individualmente. No permitían que nadie los separase y se ayudaban mutuamente cuando se sentían aterrorizados, sin dejar intervenir a los adultos. Un día que un cuidador tumbó accidentalmente a uno de ellos, los otros le agredieron e insultaron. Cuando comían, si alguno recibía un trozo de comida más grande, inmediatamente lo repartía con los otros. Funcionaban como si fueran uno solo.
Podemos decir que reprodujeron el comportamiento que tenían en el Lager, lo único que conocían. Allí habían sobrevivido juntos sin comida y sin juguetes. Y, así, en Bulldogs Bank no jugaban ni guardaban ningún objeto, solo la cuchara, que para ellos era vital ya que era el único objeto que los deportados podían tener en el campo. Con frecuencia hablaban sobre ella. Tampoco miraban a los adultos a los ojos –Vidal recuerda que para sobrevivir, como cuentan muchos testimonios, no había que mirar a los ojos a los soldados de la SS.
Ellos funcionaban de una manera en cierto modo “adaptada” a lo que era aún su mundo, respondían a ello, no a las expectativas de la institución, a lo que ésta esperaba de ellos –si bien al cabo de un año, cuando partieron hacia sus hogares adoptivos, habían habido importantes cambios.

Lo esperado y lo inesperado del niño
Vidal interrogará esta idea de que la institución pueda esperar a un niño, tal como Kertész afirma haber pensado cuando llegó al Lager y como vemos en Bulldogs Bank. ¿Una institución ha de esperar a un niño o ha de intentar hacerse esperar por el niño, adecuarse a lo que cada niño espera, dejarse adoptar por él?
Esta pregunta le lleva a situar dos tipos de instituciones distintas y que traduzco como la que trataría al niño como un objeto y la que reconocería en él a un sujeto. La primera, “espera” un comportamiento, según un universal; la segunda, consiente a la sorpresa, a lo inesperado del niño, a su particularidad. 
No se trata entonces de llevar el niño a la institución sino la institución al niño, o en otras palabras, según decimos ahora: la institución debe dejarse usar por él.
En este sentido, Vidal critica también que Anna Freud dejara el análisis de estos niños para más adelante, cuando los niños se hubieran separado entre sí ya que el análisis es individual: no es el niño el que tiene que adaptarse a la teoría, a la institución o al análisis, sino lo contrario. Hay que inventar siempre cómo hacer un lugar para que un sujeto pueda advenir.

Pensar la institución a partir del Lager
A partir de la distinción citada, Vidal propone entonces, siguiendo a Primo Levi, reflexionar sobre el universo concentracionario para pensar las instituciones en general y, en particular aquí las infantiles. Cuando son planteadas como universos cerrados, es decir, para todos, salvando la distancia existente con el Lager, hay cierta lógica común que las habita: el problema de las instituciones, cuando se constituyen como universos cerrados, precisa, es que la universalización que introducen para todos elimina la dimensión misma del sujeto. Tienden a funcionar como una máquina conducida por meros gestores.
Ese carácter “administrativo” es la esencia del nazismo, como Kerstéz plantea respecto a los Lager en su artículo “La cultura del holocausto” (En: Un instante de silencio en el paredón, 1998), siguiendo, entiendo, la tesis planteada en 1963 por Hanna Arendt sobre la banalidad del mal. Y eso marca la diferencia con el antisemitismo del siglo XIX.
Eichmann confesó en Jerusalén no haber sido antisemita y aunque sus declaraciones produjeron estupor o increencia, Kertész dice creerle: “Para asesinar a millones de judíos, el Estado total no necesita antisemitas, sino buenos gestores”, funcionarios que no piensan, que han dejado de ser ellos mismos sujetos para limitarse a ser instrumentos del Otro. Los niños, los adultos deportados, no cuentan: no son más que expedientes administrativos que los gestores han de tramitar para cumplir eficientemente con su deber, sin errores ni fisuras.
Ricardo Forster señala, según cita Vidal, que la esencia de los campos de concentración es un “sin nombre y sin habla. No son solamente una máquina para exterminar seres humanos, representan el fin de lo humano. (…) La maquinaria de la muerte nazi se construyó sobre la certeza de que quitar el nombre a los prisioneros haría que los asesinos se vieran como operarios de una fábrica que realizaban satisfactoriamente su labor”.
No hay duda de que la oscuridad de Auschwitz, considero, ensombrece en general no solo nuestra época sino lo que podamos imaginar de todo futuro progreso de la humanidad. No se trata me parece de deprimirnos, que es el efecto habitual a la caída de un ideal, sino de estar advertidos. En relación a este punto, señalaré muy brevemente dos cuestiones planteadas por Raúl Vidal.
Una sería prestar atención sobre cómo la universalización, la objetivación que encontramos en el funcionamiento de algunas instituciones, algunas teorías, ciertas prácticas, podrían situarse en la estela de influencia del Lager.
La otra toca al irrepresentable del horror mismo, a sus efectos sobre los sujetos, al querer olvidar, a no poder hacerlo, al deber ético de que otros puedan hablar por los que no pueden o no han podido hacerlo, por los muertos.
“En ocasiones, dice, para seguir vivo es necesario olvidar cierto recuerdo que debe delegarse a quienes están dispuestos a vivir con el riesgo de cierta memoria”. Por eso, ¿cómo entender que un analista lleve, como hace Anna Freud, un registro de todo lo dicho y hecho, lo que no permitiría el olvido?
Por otro lado, estamos, señala, en un tiempo en el que parece urgente alejarse de los muertos. Un analista no puede retroceder frente a ellos. Estamos empapados de una herencia con la que tenemos que vivir.

Pensar la clínica
Para finalizar, diré algo sobre la segunda parte del libro, “La guerra es sin los padres”, que recoge un segundo seminario de idéntico título y solo en parte continuación del primero. Aquí, Vidal hace referencia a dos textos de Anna Freud y Dorothy Burlingham, “La guerra y los niños” (1944) y “Niños sin hogar” (1945), aunque no se detiene en ellos y los deja para el debate del seminario, que no está recogido en el libro.
En esta parte, él procede a una interrogación de la clínica. Podría llamarse, se me ocurre, “pensar la clínica a partir del Lager”, o de los regímenes totalitarios.
¿Qué clínica sostienen las distintas modalidades de la práctica analítica? Él recuerda que Lacan mismo situó en 1969, la impropiedad de hablar de clínica en psicoanálisis, en tanto es un término que viene de la psiquiatría y es solidario de la ideas de psicopatología, psicodiagnóstico y tratamiento. Nosotros no trabajamos con la idea de enfermedad, de lo que se desvía o no cumple lo “orto”, sino con la de sinthome. La última enseñanza de Lacan acaba con la idea misma de “aparato psíquico”.
Al inaugurar la Sección Clínica de París, en 1977, Lacan precisa una idea distinta de la clínica: es lo que tiene como base aquello que se dice en un psicoanálisis. Y al decir estas palabras en francés, Lacan juega con dire-vent (literalmente “decir-viento”) y divan, lo que hará resonar el “decir al viento” de la asociación libre en el “diván”. Esta introducción de la homofonía aparta lo que se dice en el análisis de todo sentido “orto”, correcto: si se deja de lado este último, se puede llegar a otro sentido nuevo. En este sentido, el analista, tal y como recoge Vidal en Lacan, “no debe jamás dudar en delirar”.
Esto constituye un modo de entender la clínica en el que no hay que apresurarse nunca a entender y, menos aún, cuando se trata de lo que para el sujeto toca a cierto irrepresentable del horror y la locura.
Un analista no tiene un ser; tampoco es un experto, cuyo saber no tiene nada de supuesto, que es el que opera en el análisis. Y, en este sentido, escucha, y no se precipita a entender. Tampoco espera nada del otro, más que un sujeto pueda advenir, que una palabra pueda ser dicha, en tanto como dice Lacan el 8.3.1977, “lo real es siempre lo posible esperando escribirse”. Y eso siempre tiene que ver con lo inesperado, con la sorpresa.
Y, por ello, porque el asunto del psicoanálisis es otra cosa, en relación a la cultura, Vidal señala que al analista le conviene sentarse en el camino y no precipitarse a responder a las exigencias de esta última, sino pensar cada vez su relación con ella, que siempre está apurada, con prisas.
* Comentario a publicar en Cuadernos de Psicoanálisis nº 38, revista del Instituto del Campo Freudiano en España, Madrid: ICF, 2016.



domingo, 25 de octubre de 2015

LA REINVENCION DE LO COTIDIANO EN LA PRACTICA Y LA INSTITUCION


Un comentario sobre la presentación del documental A cielo abierto, de Mariana Otero, en Lleida, seguida de la mesa redonda Un tratamiento fuera de lo común.

De izda. a dcha.,  Gemma Ribera, Esther Morell, Gemma Gallart, Emilio Faire y Àngela Gallofré

El pasado viernes 2 de octubre la Comunidad de Catalunya de la ELP presentó el documental A cielo abierto de la cineasta francesa Mariana Otero en los cines Espai Funatic, de Lleida. La presentación estuvo seguida de una mesa redonda que, bajo el título Un tratamiento fuera de lo común, fue abierta por Emilio Faire, director de la Comunidad, y contó con  la participación de Gemma Ribera y de Àngela Gallofré, ambas psicoanalistas en Tarragona y miembros de la Sede de Tarragona de la ELP. Intervinieron también Esther Morell y Gemma Gallart, esta última como moderadora; ambas son psicólogas en Lleida y socias de la Sede de Tarragona.

Sobre el documental
La película, como sabemos, pues muchos pudimos asistir a su preestreno en los Cines Boliche de Barcelona hace ahora justo un año, está rodada en Le Courtil, una institución belga que, tal y como ella misma se presenta con delicadeza en su web, ofrece a los residentes, de 6 a 20 años, un acompañamiento a los heurts de sa vie. No sé bien cómo traducir con precisión esta expresión: quizás podría decir que la institución ofrece un acompañamiento a los problemas, los golpes o los sobresaltos de la vida de aquellos que habitan en ella.
Esta delicadeza no es un mero eufemismo. No se trata de evitar la palabra “locura”. Es, me parece, más bien una manera de evitar los muchos prejuicios que existen en torno a ella. Es una manera de normalizarla, de incluirla en el campo de lo humano, en lugar de rechazarla,  de segregarla. Es una manera de aproximarla para entender su lógica en cada caso.
Ello requiere en primer lugar que los profesionales dejen aparte, como dijo Freud, todo furor sanandis, pero también todo furor educativo, todo ideal normalizador, universalizante. Que dejen fuera, a fin de cuentas, sus pre-juicios. Se trata de que reconozcan y acojan en primer lugar la singularidad de cada niño, de que le escuchen, para poder ofrecer a cada uno de ellos un lugar posible donde un sujeto pueda advenir, es decir, donde cada uno pueda comenzar a construir una solución: una manera singular, propia, de responder a eso que le pasa.
Así, cada uno de ellos pueda de algún modo, en eso sí, ser como todos, pues cada uno de nosotros debe de encontrar una solución para poder soportar los heurts de la propia vida: sus problemas, sus golpes y sus sobresaltos. Cada cual debe de inventar algo que le permita vivir mejor, con menos sufrimiento, con menos coste.
A esto ayuda un psicoanálisis. Y esto es lo que ilustra bien el documental de Mariana Otero: el tratamiento en una institución particular que tiene sus fundamentos en el psicoanálisis orientado por Jacques Lacan.
Y lo primero que nos toca al verlo no es solo lo que les pasa a los niños, la violencia de lo que les ocurre, que les deja de algún modo fuera del mundo, de un mundo más o menos compartido con los otros. Lo que nos toca es también la respuesta de los profesionales: en lugar del rechazo, su “amabilidad” con los excesos del otro que vuelve a este último “amable”, es decir, le acoge y le da un lugar como alguien merecedor de respeto; la suavidad y la habilidad de sus intervenciones, que apuntan a poner límites sin hacer juicios o sin ser impositivas, dando tiempo al sujeto, su tiempo propio; también, su precisión y su finura. Una delicadeza.
Es asimismo la suavidad, la habilidad, la precisión y la finura de la cámara de la mirada de Mariana Otero, del recorte que ella introduce en la institución del Courtil, la que nos permite aproximarlo. Otra delicadeza.
En una conversación con Mariana Otero, cuando vino a Barcelona hace un año, ella me contó que, antes de ir a Le Courtil, no sabía nada de psicoanálisis. Pero, todas sus producciones partían de una pregunta personal y esta última también lo había hecho. La idea del documental provenía de una interrogación sobre la locura que le llevó a interesarse por su tratamiento en distintas instituciones. Durante bastante tiempo, había estado buscando infructuosamente una cuyo abordaje y tratamiento de la locura le interesara. Hasta que finalmente alguien le habló de Le Courtil.

Sobre la mesa redonda y el debate posterior
Tal y como recogió Emilio Faire, en su presentación, Mariana Otero señala en una entrevista que en Le Courtil encontró personas que, sin ser cineastas, hacían el mismo oficio que ella: “Tratan de ver el mundo a través de los ojos de los otros, y con estos niños, esos otros, pude ver que eso no se hace solo, sino que se hace gracias a las herramientas teóricas, a un trabajo sobre sí, a un trabajo de reflexión y de replanteamiento en lo cotidiano”. 
No hay cura analítica allí, en el sentido clásico, añadió, pero sí, como señala Alexandre Stevens, el psicoanalista belga fundador de Le Courtil, “un uso práctico del psicoanálisis”. No hay regla absoluta, sino que busca dejar al caso por caso un amplio lugar a la invención, al encuentro, a la sorpresa.
La clínica de Le Courtil no es una clínica que se apoye en la historia del sujeto: se privilegian las invenciones, que se apoyan en lo real del síntoma. En la institución, se sostienen esas invenciones del sujeto en todos los niveles de la vida cotidiana.
En palabras de Stevens, citadas por Faire, esto subvierte el funcionamiento de lo que se entiende como una institución de cura, de tratamiento de los desordenes mentales. A las instituciones normales, presentadas clásicamente como instituciones, si se puede decir así, paranoicas, en tanto saben qué es lo que conviene al sujeto y le imponen una serie de normas e ideales por su propio bien, Le Courtil contrapropone una manera de instituirse fuera de esa definición. De ahí el título de la mesa redonda: Un tratamiento fuera de lo común. Podríamos decir, tomando la distinción entre la paranoia y la esquizofrenia y aplicándola a las instituciones, que se trata, de una institución esquizofrénica: un lugar que, en vez de regirse por unas normas previas, acepta dejarse atravesar y ser dividido por los sujetos que forman parte de él; configurando así, una institución suficientemente desorganizada que no impone un saber sino que acoge el saber de cada niño que recibe. Por tanto, es una institución adaptada a cada sujeto.
¿Cómo conseguir esto? ¿Cómo se logra que una institución sea suficientemente, y no completamente, desorganizada, para que cada niño pueda encontrar su lugar en ella?, se preguntó Emilio Faire para concluir. Para responder, acudió a lo que señala Bernard Seynhaeve, un psicoanalista belga también que fue director de Le Courtil durante treinta años: para que una institución sea suficientemente desorganizada, ha de haber las menos reglas posibles lo que permite que cada uno invente una institución en la que pueda inventar.
Àngela Gallofré se refirió a la “posición extrema” de estos niños, según la expresión del psicoanalista suizo François Ansermet. Esta posición se hace visible en conductas distintas, como vemos en el documental, que pueden ir desde el aislamiento y el mutismo a manifestaciones agresivas hacia el otro o hacía sí mismo, todas ellas siempre con la marca del exceso. Es importante, señaló, la respuesta del profesional a ello. Podemos decir, se me ocurre, que el profesional tiene que tener su propia “posición extrema”, desde luego de otro orden. Se trata de no orientarse por la propia subjetividad, ni por la del otro. El psicoanálisis no es una clínica de la subjetividad. Como señaló Donna Williams en su libro Autism: An inside-out approach, de 1996: “Busco un guía que me siga”. El psicoanálisis es una clínica del sujeto. Esa es su radicalidad.
El psicoanálisis nos enseña, subrayó a continuación Gemma Ribera, la relación radicalmente distinta que algunos niños tienen consigo mismos, con su cuerpo y con los otros, tal como ilustran los niños que hemos visto en Le Courtil. Hay que dar soporte, también soportar, la invención que el niño puede hacer para volver más soportable su existencia.
La intervención de Esther Morell, psicóloga en un CDIAP (Centro de Desarrollo Infantil y de Atención precoz) de La Segarra, Lleida, nos sacó del Courtil para situarnos en casa, en concreto, en las dificultades resultantes del llamado Plan Integral para la Atención del Autismo, de 2012, de la Generalitat de Catalunya, y de la aplicación de sus protocolos: el plan representa una manera de entender la infancia que conduce a la homogeneización de la conducta para encajarla en los ideales sociales que implica situar el saber del lado del profesional y no del niño, así como no dar ni tiempo ni lugar, es decir, ni apoyo, a este último para encontrar sus propias soluciones.
El debate con la sala fue muy vivo y amplio. Los asistentes, del mundo educativo, clínico y de la salud mental, plantearon numerosas cuestiones que dejaron traslucir las preocupaciones de cada uno por las distintas dificultades que encuentran en los ámbitos citados. Una buena parte de las intervenciones se situaron del lado de las dificultades introducidas por la protocolorización progresiva de las prácticas así como por el hiperdiágnostico  y la hipermedicación a que actualmente son sometidos, también, los niños.
Se da la paradoja de que mientras los servicios de atención se diversifican y multiplican, lo que podría dar ilusoriamente la idea de un progreso en aras de una mejor asistencia, el modo de intervención por el contrario se plantea cada vez más desde un supuesto sentido común o una realidad para todos igual. Esta pobreza de perspectiva en un campo tan complejo, es especialmente grave, en tanto elide la complejidad necesaria para situar la singularidad de cada caso, es decir, cualquier posibilidad de comprender lo que ocurre en él. No es solo una cuestión de ignorancia: muchos profesionales encuentran lo que no funciona en los abordajes, aunque no sepan a qué se debe, pero difícilmente ponen a trabajar esas preguntas ante la exigencias de un Otro del Estado que no quiere saber de ellas. Entonces, lo que se hace con estas estas dificultades compete también a la ética.
Desde la mesa se señaló la necesidad de no quedarse a solas con ello, a riesgo, me parece, de lo que podemos llamar la cronificación de los propios profesionales. Hay que mantener el campo del no-saber abierto, pero ello requiere que sea sostenido por un trabajo propio y, también, compartido, con otros.
No se trata necesariamente de copiar el Courtil, de reproducirlo. Se trata de hacer propio eso que ellos nos trasmiten tan bien: hay que inventar. Hay que inventar nuevas instituciones, así como maneras distintas de intervenir en lo cotidiano de la práctica privada o institucional de cada uno. 
Ello requiere un deseo vivo por nuestra parte que mantenga abierta la hiancia del no-saber, única manera de poder escuchar el saber del niño. Y único antídoto también para que ni nuestras instituciones ni nuestras prácticas se institucionalicen demasiado, en contra nuestro y del propio niño. 
Ello garantizará las condiciones para que podamos, diré para concluir, reinventar nuestras prácticas, y nuestras instituciones cada vez, en cada caso, con cada niño.

domingo, 18 de marzo de 2012

POLITICA DEL SINTOMA Y POLITICAS DELIRANTES


Recién celebrado el V Centenario de la publicación del Elogio de la locura (1511), de Erasmo, recordemos que fue en esta obra prínceps donde el renacentista planteó que la locura, el grano de locura de cada cual, es parte necesaria, es decir, ineliminable, de nuestra naturaleza y, por tanto, importa saber hacer con él, ya se trate del propio o del ajeno.
Con unas palabras que no dejan de evocarme ciertas resonancias de aquella obra, Jacques Lacan planteó en 1978 que “todo el mundo es loco, es decir, delirante”. Esto sitúa para cada uno que la pulsión siempre encuentra un modo de satisfacerse y que el real implicado en dicha satisfacción singular constituye el núcleo duro de todo síntoma. A la vez, ello erradica toda idea de normalidad, y por tanto de patología. Y compromete necesariamente al psicoanálisis en la vía de la política del síntoma, una política singular que no es para todos.
Toda orientación que, en nombre de cualquier “para todos”, o de un supuesto bien común, no reconozca esta singularidad pulsional que habita en cada uno como resultado del encuentro singular en su historia entre la satisfacción del cuerpo y las marcas de lalengua no puede más que considerarse ilusoria cuando no delirante, en tanto forcluye la dimensión del sujeto así como borra la de su goce.
Y en tanto quiere forzar a entrar en los carriles de lo simbólico lo real que por definición le resiste, tales orientaciones son tributarias del discurso del amo, que Jacques Lacan aisló como el envés del discurso del analista nacido de la invención freudiana.
Tendríamos entonces por un lado la política el síntoma y, por otro, las políticas delirantes que asentándose en el desconocimiento de la pulsión, no hacen sino preparar su desencadenamiento más funesto. 
Así, la política del capitalismo globalizado que, simultáneamente a la “crisis” que nos sacude y precariza, no deja de prometer la felicidad para todos, asegurándonos tener derecho a ella, sin poner ninguna medida desde hace cuatro años para que esta crisis encuentre un término.
Sin duda, las llamadas “ciencias” económicas no son susceptibles de proveer los medios ni incluso de prever estas crisis, que resultan de su invención.
Las técnicas salidas de estas “ciencias” no invaden menos las sociedades civiles, transformando a los ciudadanos en consumidores–productores, como testimonia el mismo lenguaje médico que aprehende al enfermo como un cliente de servicios que son progresivamente privatizados en nombre de la necesaria rentabilidad de servicios antes públicos.
En nombre de la misma rentabilidad, el universal se impone como norma: los usuarios son sometidos por igual a los protocolos y a las leyes del mercado hasta el punto de que los evaluadores solo reconocen como “buenas prácticas” aquellas que se caracterizan por el abandono de toda clínica. Las entidades clínicas son reemplazadas por categorías construidas a partir de medicamentos supuestamente susceptibles de remediar los déficits o trastornos de los que estas prácticas mismas hacen el inventario.
Estos medicamentos se imponen rápidamente a los usuarios a través de recetas financieramente fructuosas emitidas por profesionales formados con rapidez en estas técnicas llamadas educativas, que no son más que condicionamientos donde Skinner repite a Pavlov en programas tan delirantes como peligrosos, en los que no hay lugar ni para el sujeto ni para el acto terapéutico, importando solo la ilusión de un programa lo más perfecto posible.
Desconocer el discurso del analista no le impide existir. Ahora bien, cada uno sabe, desde Freud, que las formaciones del inconsciente, y especialmente los síntomas, expulsados por la puerta retornan abruptamente por la ventana, y que el malestar es intrínseco a la civilización. No se trata por otro lado –señala Lacan-, de que el discurso del analista se vuelva dominante, ya que este discurso excluye la dominación, en otras palabras no enseña nada. No tiene nada de universal, por eso no es materia de enseñanza.
El discurso analítico, que preserva el caso por caso sin renunciar a la formación de los clínicos, ni caer en el mercantilismo tendrá que encontrar cómo sostener un lenguaje que informe a los sujetos de la operatividad de sus efectos, que no prive a nadie de su creatividad propia, ni de su poesía en tanto que ser inmerso en el lenguaje y, por este hecho, marcado irremediablemente por él.

(*) Margarita Álvarez. Editorial de Colofón 32: "Políticas delirantes", boletín de la Federación Internacional de Bibliotecas del Campo Freudiano (FIBOL), Barcelona, marzo 2012.

SUMARIO COLOFÓN 32

Margarita Álvarez. Editorial



POLÍTICAS DELIRANTES

Domenico Cosenza. Notas a propósito de la crisis y de su atravesamiento

Massimo Amato. “Prestar a quien no lo merece”: Del significado metafísico del término subprime

Anne Pigkou. Crisis
Alexandre Stevens. Locura TCC
Judith Miller y Jacqueline Dhéret. Entrevista a Marie-Pierre Jaury, realizadora del documental “La infancia bajo control”

EFECTOS CLÍNICOS
Victoria Vicente. Infancia bajo control
Laure Naveau. Manifiesto por el “fuera de campo”
Adriana Testa. Una pasión humana-demasiado humana: la crueldad
José Ramón Ubieto. Nota sobre el Empowerment
Jesús AmbeL. ¿Conoce usted Souffrances au travail?
Marie-Hélène Doguet-Dziomba. ¿Qué es lo que hace sufrir en el trabajo?
Sagrario Sánchez de Castro. El cuerpo atravesado por la técnica
Jesús Ambel. Identidad del trabajo y management
Alexandre Stevens. La errancia del toxicómano

EL PSICOANÁLISIS EN LA CIUDAD
Laura Rizzo. Amor in translation: El Seminario XX de Jacques Lacan en las Bibliotecas de Roma
Amalia Rodríguez. Coloquio: “Jorge Semprún. El devenir de una voz testimonial”
Miguel Alonso. Los pliegues del sujeto, de Ani Bustamante
María Solita Quijano. Lo que pasa… en el siglo XXI. Control, vigilancia y evaluación: una mirada psicoanalítica
Angels Cabiró. Las distintas versiones del mito de Don Juan. “Don Juan es nadie si no es otro: metonimia de la identidad”
Stephanie Rudeke: La elegancia del erizo, de Mona Achache
Sergio A. del Pino Cardoso. IV Espacio de Cine y Psicoanálisis en Cuba: Psi-Ne
Renato Andrade Cominges. La primera sesión en Lima

LECTURAS CRÍTICAS
Germán García. Treinta años después. Vida de Lacan, de Jacques-Alain Miller
Guy Briole. Vida de Lacan, de Jacques-Alain Miller
José Luis Chacón. Nadie es normal, ni de lejos. A saúde para todos, nao sem a locura de cada um, de VVAA
Esmeralda Miras. Los descarriados. Clínica del extravío mental: Entre la errancia y el yerro, de Emilio Vaschetto
Luis Tudanca. Pharmakon nº 12: “Chifladuras adictivas”, de VVAA
Ana Viganó. Octavio Paz-Tomás Segovia. Correspondencia intermitente. Cartas a Tomás Segovia, de Octavio Paz
Graciel.la Monés. Matemática niebla. Genealogía de la poesía moderna, de VVAA
Paloma Blanco. 84, Charing Cross Road, de H. Hanff

Noticias de las bibliotecas
Directorio de bibliotecas de la FIBOL