Salvador Dalí fotografiado por Philippe Halsman, 1948 |
“Pero es en tanto incorporada como la estructura
hace el afecto, ni más ni menos, afecto a tomar únicamente por lo que del ser
se articula, no teniendo allí sino ser de hecho, es decir, por ser dicho en
algún lado”. Jacques Lacan, “Radiofonía”, Otros escritos, p. 431.
Esta
frase que la comisión de organización del cursus (1) me ha pedido que trabajara
pertenece a uno de los Otros escritos de Jacques Lacan, el que lleva por título
“Radiofonía” (2) y que casualmente traduje al castellano, por lo que tuve que leerlo atentamente en su momento y ésta es una ocasión para volver a hacerlo. Para los que no lo sepan, explicaré que recoge una entrevista que el periodista Robert Georgin hizo a Lacan en junio de 1970 para la radio belga.
En ella, Lacan responde a seis preguntas de las cuales las tres primeras interrogan de un
modo u otro las relaciones del psicoanálisis y la lingüística. Y, desde un principio, Lacan pone en juego al responder la noción de estructura.
Así, en
su respuesta a la primera pregunta, Lacan la introduce para decir que el establecimiento por parte de Saussure de
las dos vertientes del signo lingüístico, en el curso que impartió en Ginebra
entre 1906 y 1911 (3), no se debió a que le hubieran llegado ecos del
descubrimiento freudiano del inconsciente y su relación con el lenguaje, el
cual había tenido lugar en Viena pocos años antes. Tampoco se debía a que algo
“flotara en el aire” –Lacan hace alusión a las ondas de la radio que es el
medio por el que se difundirá la entrevista. Él remite ambos descubrimientos a que tanto Freud como Saussure tenían cierto saber sobre la estructura.
Así, Saussure encontró su teoría del signo en los estoicos, a través de
Agustín de Hipona (4), pero no se limitó a encontrarla. Efectivamente, los estoicos habían enunciado la división del signo entre
signans y signatum en el siglo IV a.C., pero Lacan añade que “no hicieron
nada con ello”, la cosa quedó allí. Saussure, sin embargo, convirtió su teoría
sobre el signo en un campo operacional que sirvió para ordenar y renovar la
lingüística.
Lacan
había conocido a finales de los años 40 la teoría del signo de Saussure a
través de Levi-Strauss y esto tuvo una influencia determinante en el comienzo
de su enseñanza, en la que asignó una prevalencia a lo simbólico que lo
separó del psicoanálisis de su época. Pero el momento álgido de esta primera
enseñanza se produce en torno a 1958, un año después de la reedición del curso
de Saussure tal como lo conocemos hoy en día.
Esta
reedición coincidirá con la publicación de su escrito “La instancia de la
letra” (5). Allí vemos como Lacan adopta la teoría del signo saussuriano
invirtiendo su algoritmo y mostrando así la prevalencia del significante sobre
el significado (6). El significante no sirve solo para ordenar el mundo del
sujeto, para construirlo, sino que él separa al hombre de la naturaleza y le hace sujeto de
lenguaje: el sujeto es un efecto de lo que dice.
La estructura del lenguaje
La frase que vamos a trabajar la leemos en la respuesta de Lacan a la segunda
pregunta de la entrevista (7). Y ahí vuelve a poner en juego la idea de estructura. Vamos a verlo para
situar el marco de la frase.
Robert Georgin pregunta a Lacan si es posible
imaginar un día un campo que reúna al psicoanálisis, la etnología y la
lingüística, dado que, en esos momentos, en que el estructuralismo domina el
campo de las llamadas ciencias humanas, las tres comparten la noción de
estructura.
Lacan
responde diciendo que no lo hacen, es decir, que el estructuralismo y el psicoanálisis no manejan la misma idea de
estructura. Al decir esto, se desmarca de dicho movimiento
en el que frecuentemente es incluido.
Al
principio de su enseñanza, Lacan había tomado, como el estructuralismo, la
noción de estructura de Levi-Strauss (8), quien
influido por Saussure, había planteado que una estructura tenía que cumplir
cuatro puntos:
1. Una
estructura presenta un carácter de sistema. Consiste en elementos tales que una
modificación cualquiera en uno de ellos entraña una modificación en todos los
demás.
2. Todo
modelo pertenece a un grupo de transformaciones, cada una de las cuales
corresponde a un modelo de la misma familia, de manera que el conjunto de estas
transformaciones constituye un grupo de modelos.
3. Las
propiedades antes indicadas permiten predecir de qué manera reaccionará el
modelo, en caso de que uno de sus elementos se modifique.
4.
Finalmente, el modelo debe ser construido de tal manera que su funcionamiento
debe dar cuenta de todos los hechos observados.
Sin
embargo, Lacan si bien dice deberle “mucho, sino todo” a Levi-Strauss, se
desmarcará con el tiempo de él diciendo que “él tiene una idea de estructura
muy distinta a la suya” (9). De hecho, Lacan tiene su propia idea de estructura.
Entre ambos hay una
distinción fundamental: el estructuralismo lingüístico al abrir su campo a
partir de la exclusión preliminar de toda relación del sujeto con la palabra,
se prohíbe decir algo acerca de él. Sin embargo, el objeto del psicoanálisis es
algo del orden de la experiencia y, por ello, el sujeto es ineliminable. La estructura, para Lacan, sería, según J.-A. Miller, “lo que sitúa una experiencia
para el sujeto que ella incluye” (10). Seguidamente este último pone de relieve dos
cuestiones: la acción de la estructura, o estructuración, y el sujeto, que es
un sujeto distinto del sujeto psicológico, no es sujeto del conocimiento, es un
sujeto, sujetado, efecto de la concatenación significante y que, por tanto, desconoce
su causa. Entonces, el inconsciente estructurado como un lenguaje es una
definición unida inexorablemente a la idea de sujeto, de sujeto del
inconsciente.
Volviendo
a “Radiofonía”, Lacan precisará seguidamente algunas cuestiones sobre la estructura con la que trabaja el psicoanálisis.
“Seguir
la estructura –afirma- es asegurarse el efecto del lenguaje” (11). La
estructura por la que Lacan se interesa es la estructura del lenguaje y en ella
vemos que el encadenamiento significante tiene un efecto, el sujeto, y un producto,
el objeto.
No se
puede seguir la estructura pensando que el lenguaje la reproduce a partir de
relaciones tomadas de lo real” (12), que las relaciones que se dan en
la estructura reproducen lo real, en el sentido que Lacan da a ese término,
como categoría, es decir, como si lo real estuviera ahí dado y simplemente el
lenguaje lo duplicara. Esto, señala, sería caer en el avispero del idealismo, en el
sentido platónico, donde el orden de las Ideas sería el correlato del orden de
las cosas.
Precisa “que estas relaciones no reproducen lo real pero que forman también
parte de la realidad, en tanto la habitan con fórmulas que están allí muy
presentes” (13). Por ejemplo, en psicoanálisis sabemos que la idea de realidad
que cada uno tiene no es la realidad objetiva sino que viene marcada por el
fantasma de cada uno que escribe las relaciones entre el sujeto y el objeto y
cuyo matema es: S/ <> a. Esta fórmula no constituye una realidad objetiva
ni una simple anotación teórica sino una escritura de la realidad tal y como
funciona para el ser hablante, necesaria para que el analista pueda intervenir: en lo que dice el
analizante, ha de saber lo que compete al sujeto y lo que compete al objeto.
Entonces el significante estructura la realidad humana.
El cuerpo afectado por el lenguaje
“La
estructura se atrapa allí donde lo simbólico toma cuerpo” (12), prosigue Lacan. La estructura la atrapamos en esas relaciones de significantización
del viviente. Ahí tenemos el cuerpo de lo simbólico, que Lacan agrega no hay
que tomar meramente como una metáfora, como equivalente al conjunto de lo simbólico.
El
cuerpo de lo simbólico –lo simbólico- permite, precisa Lacan, que el organismo
del viviente, la carne, devenga cuerpo. Ni el sujeto ni el cuerpo son datos de
entrada sino un resultado de la operación de significantización del viviente
por el lenguaje.
Lacan
dice así: “El cuerpo de lo simbólico aísla el cuerpo, a tomar en sentido
ingenuo” (15), es decir en el sentido que normalmente le damos cuando hablamos
de nuestro cuerpo. Califica este sentido de ingenuo porque al referirnos a él nos
aparece una evidencia, un dato de entrada, algo que siempre ha estado ahí
desconociendo que la experiencia de tener un cuerpo solo nos es dada por el
lenguaje. Podemos decir que todos los niños nacen con lo que se entiende
ingenua, comúnmente por un cuerpo. Y, por ejemplo, puede ocurrir que un niño
tenga un desarrollo muscular y motriz suficientemente desarrollado para poder
caminar, sin embargo, no pueda hacerlo sin abalanzarse sobre los objetos, sin
golpearse, si no tiene una organización simbólica que le pone límites y por
tanto posibilita moverse sin hacerse daño. O, en otro caso, el despliegue
hormonal de la adolescencia no basta para que el sujeto sepa qué tiene que
hacer con su sexualidad y su cuerpo, o con otro cuerpo, ya que no hay un saber
inscrito en la especie sobre ello. Esto lo podemos comprobar en general, pero
particularmente en muchos casos de psicosis infantil, donde el llamado
“despertar de las hormonas” en la pubertad, lleva a una masturbación compulsiva
en cualquier sitio, o también al inicio de un delirio sobre lo que ocurre en el
cuerpo.
Entonces,
señala Lacan, es “el primer cuerpo” -lo simbólico- el que constituye “al
segundo cuerpo –lo que llamamos así -, al incorporarse en él” (16). Es decir,
lo simbólico se incorpora al organismo, el cual queda preso de él. Esto no es
un proceso natural, una asimilación, sino una desnaturalización del viviente,
algo del orden de un parasitismo -término que Lacan empleará tres años después
para referirse a la relación inextricable del hombre con el lenguaje, como el
mismo neologismo parlêtre, inventado por él, testimonia.
A
continuación, Lacan vuelve a referirse a los estoicos. Después de haber hablado
del “cuerpo” y de la “incorporación”, Lacan introduce ahora un tercer término,
“incorporal”, que aquí no está utilizado como un adjetivo sino como un
sustantivo, y que fue introducido por los estoicos en filosofía. Vamos a
situarlo muy brevemente, sirviéndonos de la síntesis realizada por Gilles Deleuze (17).
Para los estoicos, dice este último, había
dos clases de cosas:
1.
Por un lado, los cuerpos, con sus tensiones, sus cualidades físicas, sus
relaciones, sus acciones y pasiones; y los “estados de cosas” correspondientes,
determinados por las mezclas entre los cuerpos. Solo los cuerpos existen.
2.
Por otro, todos los cuerpos son causa unos para otros de efectos, ciertas cosas
de naturaleza diferente. Estos efectos no son cuerpos sino incorporales. No son
cualidades y propiedades físicas sino atributos lógicos o dialécticos. No son
cosas o estados de cosas sino
acontecimientos.
Así dijo uno de ellos, el estoico Sexto Empírico, para explicarlo: por ejemplo cuando el
escalpelo -el cuchillo que se usa para diseccionar, que es en sí mismo un cuerpo- corta la carne -que es otro cuerpo- el primer
cuerpo (el escalpelo) produce sobre el segundo
(la carne) no una propiedad nueva de ese cuerpo sino un atributo nuevo, algo
que puede ser dicho de ella: el atributo de ser cortada. El atributo no designa
ninguna cualidad real, es simplemente un resultado, un efecto (18).
El
incorporal es lo que los estoicos llamaban “un expresable” y lo podemos hacer
corresponder con nuestra noción de significado. Así, cuando el significante
“escalpelo” entra en contacto con el significante “carne”, se articula con él, se produce como
efecto, un atributo incorporal: la carne queda significada como algo que puede
ser cortado.
Cuando
el cuerpo de lo simbólico entra, se incorpora, al organismo, este último
deviene cuerpo que puede ser dicho. Ahora creo que podemos entender mejor la frase
de la que partimos:
“Pero es en tanto incorporada como la estructura
(del lenguaje) hace el afecto, ni más ni menos, afecto a tomar únicamente por
lo que del ser se articula, no teniendo allí sino ser de hecho, es decir, por
ser dicho en algún lado” (19).
Los afectos
El
afecto entonces tiene que ver con el cuerpo, no con el organismo: no es por
tanto un dato primario, de entrada. El afecto tiene que ver con el cuerpo en
tanto efecto de la incorporación de la estructura del lenguaje por el viviente.
Si por algo está afectado el cuerpo, ya sea en la tristeza, el mal humor, el
aburrimiento, la cólera, el odio o
la angustia, es en primer lugar por dicha estructura (20).
Podemos
decir, entonces, que la frase propuesta por la comisión ha sido muy bien elegida pues sitúa el marco desde el
que hay que entender los afectos en psicoanálisis. Voy a tratar de decir a
continuación algunos puntos más sobre ellos en general.
Con
frecuencia, se ha acusado a Lacan, de que su tesis “el inconsciente está
estructurado como un lenguaje” los descuidaba. Es cierto que durante la primera
parte de su enseñanza, consagrada como hemos dicho a la prevalencia de lo
simbólico, y en la que extrae dicha tesis, se refiere poco a ellos. Pero esto
no quiere decir que no los conceptualice o no los tenga en cuenta. De hecho, dedicó un seminario a la angustia. Pero, con
frecuencia, comprobamos que las referencias de Lacan a los afectos abordan más
bien lo que el afecto no es.
El
afecto “no es el ser dado en su inmediatez, ni tampoco el sujeto en una forma
bruta (…)” (21). “El afecto no es la voz del cuerpo” (22), no nos da un acceso
más directo a la verdad. Las palpitaciones, la sudoración, etc., no hacen que el
afecto al que acompañan sea más verdadero. En todo caso, no debemos olvidar que
en psicoanálisis la verdad misma está cuestionada en tanto tiene estructura de ficción.
Esto no
quiere decir que no tengamos que escuchar lo que el sujeto dice de sus afectos
sino que no debemos correr a comprender ni a entender ni a empatizar, como se
dice hoy en día. Por el contrario, tenemos que verificar el afecto: establecer
en qué cosa un afecto es efecto de verdad (23).
No se
trata de negar la importancia de los afectos, señala Lacan. Pero no se trata de
confundirlos con lo que buscamos en un análisis, que está más allá de la
articulación significante, lo económico, lo más opaco y oscuro, lo que está en
el límite de la experiencia analítica, es decir, el goce. No hay que confundir
la verdad, que compete al campo del significante y el semblante, con lo real.
Desde su “Proyecto de Psicología” (24), Freud siempre situó que el afecto estaba
desplazado cosa que corroborará en su metapsicología, estableciendo una
separación entre representación y afecto (25). Lacan sigue sus pasos también en esto.
En el trauma, la representación traumática cae bajo el efecto de la
represión, sin embargo, la cantidad de excitación ligada a dicha representación
no sigue el mismo camino sino que queda desplazada, vinculándose a otra
representación distinta de la traumática. Esto nos da una separación entre la
idea y la cuota de afecto, la misma separación que hay entre el significante y
el objeto a.
En este
sentido, el afecto engaña. El afecto mantiene en lo imaginario la relación con
el objeto. Por eso Lacan relaciona los afectos con las pasiones en “Televisión” (26) de las que dice que “para abordarlas hay que pasar por el cuerpo que solo esta afectado por la estructura”. La relación del sujeto con las pasiones nos remiten a la ética.
Pero si los afectos en general engañan, la
angustia, en particular, queda a salvo de dicho engaño. Lacan dice de ella siempre que es él único
afecto que no engaña, en tanto Freud mismo la distinguió ya en 1926 como señal de lo
real (27).
1. Intervención
en el cursus de la Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona El cuerpo en
psicoanálisis, el 11 de mayo de 2015. Clase: “El cuerpo y los afectos”.
2.
Lacan, Jacques: “Radiofonía” (1970). En: Otros escritos. Buenos Aires: Paidós, 2012, p. 430.
3.
Saussure, Ferdinand de: Curso de lingüística general (1926, 1957). Madrid: Akal
Editores, 1981.
4.
Agustín de Hipona: El maestro o sobre el lenguaje y otros textos. Madrid: Ed. Trotta, col. “Clásicos de la cultura”, 2003.
5.
Lacan, Jacques: “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón después
de Freud”. En: Escritos 1. México: Siglo XXI Editores, 1984.
6.
Ibidem.
7. Lacan, Jacques: “Radiofonía”, op. cit., p. 430.
8.
Levi-Strauss, Claude: “La noción de estructura” (1952). En: Antropología
estructural. Buenos Aires: Paidós, 1987, p. 301.
9.
Lacan, Jacques: “Massachusetts Institute of technology” (2.12.1975). En:
“Conférences et entretiens dans des Universités nord-américaines”. Scilicet
6/7 Paris: Seuil, 1976, p. 53.
10.
Miller, Jacques-Alain. “Acción de la estructura”. En: Matemas I. Buenos Aires: Manantial, 1988, p. 8 y ss.
11.
Lacan, Jacques: “Radiofonía”, op. cit., p. 430.
12.
Ibid.
13.
Ibid.
14.
Ibid.
15. Op.
cit., p. 431.
16.
Ibid.
17.
Deleuze, Gilles: Lógica del sentido (1969). Barcelona: Paidós, 1989, pp. 28-9.
18.
Bréhier, Emile: La théorie des incorporels dans l’ancien stoïcisme (1907).
Paris: Vrin, 1928, pp. 12-13.
19. Lacan,
Jacques: “Radiofonía”, op. cit., p. 431.
20.
Lacan, Jacques: “Televisión” (1974). En: Otros escritos, op. cit., p. 551.
21.
Lacan, Jacques: El Seminario, libro X: La angustia (1962-3). Buenos Aires:
Paidós, 2006, p. 23.
22.
Miller, J.-A: “A propósito de los afectos”. En: Matemas II. Buenos Aires:
Manantial, 1988, p. 153.
23. Op.
cit., p. 154.
24.
Freud, Sigmund: “Proyecto de psicología”. En: Obras Completas, vol. I. Buenos Aires: Amorrortu editores, 1979.
25. Ver Freud, Sigmund: “Lo inconsciente” (1915). En: O. C., vol. XIV, cap. 3:
“Sentimientos inconscientes”. También “La represión” (1915), en el mismo volumen, p. 147.
26. Lacan,
Jacques: “Televisión”. En: Otros escritos, op. cit., p. 550 y ss.
27. Freud, Sigmund: “Inhibición, síntoma y angustia” (1926). En: Obras Completas, op. cit., vol. XX.