Quiero
darles la bienvenida en nombre de la Comunidad de Catalunya de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis a esta
velada de trabajo dedicada al psicoanálisis. Es una velada un poco
especial: veremos una película de
psicoanálisis, La primera sesión, de Gerard Miller, celebraremos una mesa
redondabajo el título ¿Por qué ir a un psicoanalista? Y seguiremos
hablando todos de psicoanálisis durante el debate y, también, después, si lo
desean, mientras cenamos algo.
Antes de
continuar, quiero agradecer tanto a Gérard Miller, director de La primera sesión y a Fata Morgana, la
productora, como a los responsables de Espai Funatic, su generosidad para que este acto sea posible.
También quiero agradecer a Àngela Gallofré, responsable de la organización y a todos los que participan en ella: Josep Farreny, Gemma Gallart,
Gemma Ribera y Josep Sanahuja, su disponibilidad y su trabajo.
Es una
velada especial también para nosotros porque es el primer acto oficial que la
Comunidad de Catalunya de la ELP organiza en Lleida, donde no tenemos ninguna
sede –sus dos sedes están en
Barcelona y Tarragona. Aunque sí contamos con un miembro y dos socios de sede,
adscritos todos ellos a la Sede de Tarragona.
Ha sido el
deseo de una de estas socias, Gemma Gallart, aquí presente en la mesa, las que
nos han movilizado a todos. El deseo es contagioso.
Si de
algo sabe el psicoanálisis es del deseo. Freud señaló que el deseo era el motor
de la vida, lo que nos lleva a no quedarnos en la inercia, a querer salir
adelante pese a las dificultades, a veces importantes, como éstas a las que la época
nos confronta, no solo por la crisis actual sino porque asistimos a cambios
fundamentales en el pensamiento y los modos de vida para los que el saber
tradicional ya no sirve y el nuevo está aún por construir. Es un momento de vacío
de referencias, caracterizada por angustia por el presente y el porvenir pero
es también una época para la invención.
En relación al deseo, deseamos
porque nos falta algo. Y, con frecuencia, tendemos a llenar ese vacío con
objetos o proyectos varios. Esto es lo que el capitalismo explota poniéndonos
delante infinitos objetos de consumo que nos sirven aderezados con promesas de
felicidad. Y que nos dejan rápidamente insatisfechos por lo que una y otra vez el circuito de querer otra cosa vuelve a recomenzar.
La falta
constitutiva del deseo es ineliminable. El problema no es entonces tenerla, que algo nos falte, sino
querer hacerla desparecer. Imaginar una satisfacción total, completa.
Lo que
nos hace sentir bien es tener viva, despierta la capacidad de desear, la
dimensión del deseo mismo que tiene sus propios resortes en cada cual.
El deseo
es particular. Por eso decimos “sobre gustos no hay nada escrito”, no hay nada
escrito para todos podemos añadir, porque para cada uno sí está escrito. Su modo de satisfacción se
escribió tempranamente en su historia.
El
psicoanálisis enseña que el deseo es un pájaro rebelde, como canta la Carmen de
Bizet, y como tal, trasgresor.
No se
conforma nunca del todo a las normativas sociales o a los ideales de la
civilización, a los discursos dominantes considerados “normales” en cada época.
Resiste,
pero no sin vicisitudes que no son solo sus obstáculos, sino que lo conforman.
Por
ello, un psicoanálisis aborda las vicisitudes de la relación de cada sujeto con
su deseo, y también con su modalidad de satisfacción, que es el núcleo de cada síntoma.
Y, por
ello, no hay tratamientos iguales para todo el mundo, tratamientos-tipo. No abordamos
los síntomas, como si todos los fóbicos, anoréxicos, deprimidos, hiperactivos,
bulímicos, adictos a las drogas, al sexo o al móvil, etc. tuvieran el mismo problema. Buscamos cada vez de que se
trata en un síntoma dado para un sujeto determinado, qué función tiene para él,
qué es lo que está en juego.
Para
eso, hacemos en primer lugar y ante todo una cosa: escuchamos.
Los
analistas escuchamos.
Sobre la
escucha podemos decir que en general, en la vida social, escuchamos poco. Hablamos más de lo
que escuchamos. Y menos aún, nos escuchamos. No es tarea fácil cribar en el
ruido continuo de nuestro pensamiento entre lo que pensamos que tendríamos que
pensar, lo que querríamos pensar, lo que esperan que pensemos y lo que
pensamos. Tampoco entre lo que creemos que queremos decir, entre lo que creemos
decir y lo que decimos.
La
escucha analítica apunta a ello, para ayudar a abrir la dimensión inconsciente, que es desde donde el
sujeto en realidad habla, sin saberlo. Es la significación original que Freud
dio a la palabra Unbewusten, inconsciente en alemán, literalmente "lo no sabido", elegida para nombrar el
hecho de que el pensamiento es como un iceberg del que solo percibimos una
pequeña parte. La parte fundamental está hundida pero condiciona nuestra navegación,
nuestra vida sin que lo sepamos, nos vuelve como dicen en la película que vamos
a ver, “actores ciegos de ella”. Esta frase constituye una metáfora teatral creada a
partir de una frase de Freud quien nombró el inconsciente como la Otra escena
en la que vivimos sin saberlo.
El armazón
de esta escena son algunas palabras que nos han marcado, nos han herido, han
fijado en nuestra memoria inconsciente nuestra modalidad de satisfacción. Esas
palabras tienen para cada uno un sentido totalmente particular que amplía las
acepciones posibles que tiene el término para todos en el diccionario de una lengua. Así,
una palabra que para uno es insoportable a otro le resulta del todo indiferente
o, por el contrario, le fascina.
Son
estas palabras particulares de cada uno, que tejen la trama de su experiencia, las
que en un análisis se trata de reseguir, de encontrar sus conexiones, de
desconectar su lógica para separar al sujeto de su sentido más mortífero, de lo
que le hace sufrir y, condicionando sus repeticiones, no le deja decidir
libremente.
Por eso,
los psicoanalistas no hablamos mucho, escuchamos. Y también intervenimos para
romper esa lógica y que el sujeto pueda encontrar esas palabras fundamentales
que han determinado su historia. El pasado no puede cambiar pero sí su sentido
y la vivencia que tenemos al respecto. Después de todo, sabemos que la historia es
una construcción y una construcción interesada, que sirve a los intereses del
que la escribe, aunque solo sea para no pensar algo que duele o que no se sepa, como si no hubiera ocurrido.
Si el análisis
es una experiencia, la formación del analista, a la que se dedica en intensión la Escuela
Lacaniana de Psicoanálisis, es consonante con ello. Un analista, además de formarse
epistémica y clínicamente, tiene que estar analizado. Es una formación del
orden de la experiencia, de cómo un análisis es para cada uno de nosotros una experiencia de la propia lengua.
Y, para
ello, creamos Escuelas. La Comunidad de Catalunya es una de las comunidades de
la ELP, esta última de ámbito estatal. Pero la ELP es, a su vez, una de las 7
escuelas de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Todas trabajamos juntas a favor de la investigación, la
formalización y la actualización del psicoanálisis para poder hacer frente a
los cambios de subjetividad en la época y a los retos que ello nos confronta.
Seguimos las enseñanzas de Freud desde lo que llamamos la orientación
lacaniana, es decir, desde la lectura y reformulación que hizo de ella Jacques
Lacan, que consideramos actualizó y renovó de manera fundamental el psicoanálisis.
Pero la
ELP, como todas las escuelas de la AMP, se consagra también a la difusión y
extensión del psicoanálisis de muchas formas, a través de las tareas que
realizan sus bibliotecas o la organización de conferencias y seminarios sobre
algunos temas.
El acto
de hoy se enmarca dentro de estas
tareas de extensión. Como anunciamos, veremos en primer lugar la película, “La
primera sesión” de Gérard Miller, director de cine y de televisión,
entrevistador y comentarista televisivo, pero también psicoanalista, es decir,
un colega de la escuela francesa de la AMP (École de la Cause freudienne).
El título
“La primera sesión” está referido a la primera sesión de un análisis, mejor
dicho, técnicamente, a la primera entrevista con un psicoanalista. En ella,
distintas personas explican algo de cómo fue para cada una de ellas ese primer
encuentro.
“¿Por qué
ir al psicoanalista?” se preguntaban antes algunas de ellas, entre las que se
cuentan personajes célebres como la cantante Carla Bruni o el cineasta Claude Chabrol pero también
otros personajes menos conocidos o, antes de decidir prestar su testimonio, anónimos.
Ninguno había pensado nunca en pedir una cita a uno. Le parecía que eso era para otros:
para gente con muchos problemas o para "intelectuales", "gente que está siempre dándole
vueltas a todo", como Woody Allen, mencionado en distintas ocasiones por
algunos.
Sin
embargo, en un momento determinado pasó algo que representó una fractura
subjetiva o que les enfrentó al interrogante sobre si el hecho de que les pasara
siempre lo mismo era algo de lo que tenían que responsabilizarse: ¿Y si no era mala suerte? ¿Y si, sin
darse cuenta, se las arreglaban para que le ocurriera así? En todo caso, en un
momento dieron el paso y pidieron una cita con un psicoanalista. Y en la película
nos dicen algo de lo que pasó en ese primer encuentro, nos lo dicen sencillamente,
sin tecnicismos, como cada uno lo ha vivido. Eso es lo interesante – en general
no son psicoanalistas los que hablan, aunque también se entrevista a algunos.
Los
analizantes nos hablan de su sorpresa. Esperaban algo y encontraron otra cosa:
el psicoanalista no emitía ningún juicio sobre lo que les pasaba, no les decía
lo que tenían que hacer ni como tenían que ser, no había ni directrices ni
consejos. Pero les escucharon de un modo distinto a como otros les habían
escuchado. Y eso tuvo efectos.
No voy a
explicarles más. Gérard Miller lo hace mejor que yo, así que es el momento de
ver la película. Les pido que estén atentos a los detalles que les llamen la
atención, porque luego habrá una mesa redonda, justo bajo el título “¿Por qué
ir al analista?”. En ella, tres colegas, Josep Farreny de Lleida y Gemma Ribera y
Josep Sanahuja de Tarragona, tomarán de manera concisa algún
punto o eje de la película. Luego, abriremos el debate, sobre lo visto y lo
dicho y lo que se les haya ocurrido o quieran preguntar.