sábado, 25 de septiembre de 2010

LA FEMINIZACION LOGICA DEL HOMBRE CONTEMPORANEO

Performance "El sueño del bancal de las camisas amarillas", de Florence Lucy Monod (Fuentenueva 2010, Granada). Foto de Margarita Álvarez

En uno de los textos de la bibliografía de estas Jornadas(1), el informe de la EBP titulado “Síntomas contemporáneos en lo masculino” (2), los autores parten de la observación de que cada vez son más los que desayunan solos y, se preguntan, “si el anhelo de soledad del hombre llamado moderno no será un síntoma contemporáneo de la condición masculina”. En ese punto, hacen referencia a la ética del célibe, expresión que Lacan introduce en “Televisión” (3) y que, según consideran, “caracteriza el modo de goce solitario del hombre moderno”. Me propongo seguidamente explorar un poco esta referencia para interrogar después esta última frase.

El Uno y el Otro
El término “célibe” hace referencia a la relación con el Otro. “Célibe” quiere decir “no casado”, e implícitamente “libre” o “suelto”, significaciones que el Diccionario de la RAE nos da explícitamente, en segundo término, para su homónimo “soltero”.
Alguien dijo con humor que el soltero es alguien que no sabe con quien está casado. Si leemos esta frase con la teoría de las parejas de Miller (4), entendemos que, al nivel del goce, el sujeto del inconsciente nunca está solo, siempre está, mejor o peor, sólidamente “casado” con su modalidad de goce, que constituye su auténtico partenaire.
Al nivel del sexo, dice Lacan, hay falla (5): tenemos el Uno y el Otro, pero esto no hace dos. En el inconsciente solo encontramos el Uno fálico, que inscribe el sexo masculino, pero no encontramos ninguna representación del Otro sexo. La Mujer es siempre héteros, inaccesible. Hay disyunción entre el Uno y el Otro.
En el plano sexual, no hay relación significante, la relación pasa por el goce. La relación sexual, al nivel de la pareja, implica que el Otro se convierta en síntoma del sujeto, un medio de su goce, es decir, un medio de goce del propio cuerpo (6).

Así, si miramos el cuadro donde Lacan reparte las fórmulas de la sexuación que nos da las posiciones subjetivas frente al goce, femenina y masculina, vemos cómo en la segunda, donde el goce es solo, y todo, fálico, es goce de órgano cerrado al Otro, el sujeto puede franquear la línea divisoria entre ambas posiciones y situar a una mujer como causa de su deseo. Del lado macho de las fórmulas, el único acceso posible del sujeto a su partenaire sexual, que es el Otro, es a. Pero como señala Lacan, el hombre no goza del cuerpo del Otro sino de su órgano (7).

La ética del célibe
En “Televisión”, Lacan define al célibe como aquel que se toma al pie de la letra la inexistencia de la relación sexual con el Otro (8). La solución del célibe a la cuestión de la no relación sexual sería evitar el encuentro con el Otro. El célibe se consagraría al Uno fálico. En este sentido, la posición del célibe sería homosexual, tal como define este último término Lacan en “L’étourdit” (9), remarcando en francés el “homo” con dos “m” (hommosexuel) para poner de relieve que no se trata solo de la partícula de igualdad, sino del “hombre”. “El héteros –señala- erige al hombre en su estatuto de homosexual”.
En tanto solo hay inscripción del sexo a través del Uno fálico, Miller señala que el inconsciente es homosexual (10).  Esto es algo estructural. Pero lo que define al célibe no es esta cuestión de estructura sino una posición, una opción de goce definida por su consagración al Uno fálico. Y, como toda opción de goce conlleva una ética.
Cuando se refiere a ella, Lacan la ejemplifica con Kant. No se trata solo de que Kant permaneciera soltero toda su vida ni de que, según se dice, no tuviera relaciones sexuales con ninguna mujer. Se trata de que la máxima kantiana impone la renuncia a todo deseo particular. Como anota Miller en el margen del escrito, “sólo se pregunta ‘¿qué debo hacer?’ quien ha extinguido su deseo” (11).
Seguidamente, Lacan afirma que una ética del célibe es también la que encarnó, más cerca suyo, el escritor Henri Montherlant- autor entre otras muchas obras de “Les célibataires” (1934)-, cuyo ejemplo, dice, “estructuró Lévi-Strauss en su discurso de recepción a la Academia Francesa” (12).
En relación a este discurso, que tuvo lugar en 1974, solo señalar que en el homenaje que este último hace a Montherlant, cuya vacante en la Academia pasa a ocupar tras su suicidio, le describe como a los personajes de sus novelas, un “hombre adamita” –el adamismo preconizaba un estricta abstinencia sexual y el rechazo del matrimonio, en tanto sería una consecuencia del pecado original. Los personajes de sus novelas se consagran a destruir encarnizadamente a las mujeres que aman, por lo que el encuentro, como en la tauromaquia –la comparación es suya-, conlleva la muerte del partenaire. Si el acto carnal provoca la muerte, la vida solo puede surgir de la renuncia a él. Montherlant, señala Lévi-Strauss, fue “el último en dar prueba de una independencia absoluta” a todos los niveles.
Los casos de Kant y Montherlant son muy distintos, pero si Lacan los pone como ejemplo de la ética del célibe es porque la posición de ambos segrega la dimensión del Otro. Podemos entender por qué Lacan opone esta ética en “Televisión” a la ética analítica del “bien decir” (13), que al esforzarse en decir lo real del goce tiene en cuenta la dimensión del Otro.

Una feminización lógica
Retomando el informe brasileño, trataré a continuación de responder a la pregunta de por qué los autores relacionan la ética del célibe con el hombre contemporáneo.
El declive del Padre, como Padre de la excepción o, lo que es lo mismo, como figura de la existencia del Otro, es solidario del declive de la virilidad o lo que se ha llamado la crisis de la misma, en tanto esta tiene como condición la existencia de un Padre: el límite de la castración sustenta la posición masculina.
La solidaridad entre el Padre y la posición viril es, para el psicoanálisis, fundamentalmente lógica y no ideológica. La inexistencia del Otro conlleva una feminización generalizada, que no puede dejar de afectar a los hombres. Seguramente podría citarse distintas manifestaciones fenomenológicas de cómo esto ocurre al nivel de los enunciados, de la relación con el cuerpo, de los semblantes, etc. Pero lo que me interesa subrayar aquí es que esta feminización debe entenderse, para ambos sexos, fundamentalmente en un sentido lógico. No se trata tanto de si los hombres son más femeninos, o no, sino de que la falta de límite que la inexistencia del Otro introduce en la posición masculina comporta una regulación distinta en la relación con el objeto, cuya serie se infinitiza. No es que la feminización introduzca en el hombre una mayor relación con el amor. Más bien lo contrario. En el contexto contemporáneo, según concluye el informe, “prevalecen las estrategias que recurren a los atributos fálicos quedando el hombre a menudo atado a formas de satisfacción propias de una relación anónima e indiferente con los gadgets”. El hombre contemporáneo cada vez se entretiene más con la serie infinita de objetos que la época provee y, por tanto, cada vez tiende a encerrarse  más, a solas con su goce, es decir, sin pasar por el Otro.
(*) Texto escrito para la bibliografía razonada preparatoria de las IX Jornadas de la ELP: “Los hombres y sus semblantes”, que se celebrarán en Madrid los días 20 y 21 de noviembre de 2010. Publicado como Bibliografía razonada IX Jornadas ELP  9, por lista elp-debates, el 20 de octubre de 2010.

Notas
(1) IX Jornadas de la ELP: El hombre y sus semblantes, a celebrar en Madrid el 20 y 21 de noviembre de 2010.
(2) VV.AA. “Informe de la EBP”. En: Cita de Barcelona 1998. AMP. Inédito. Ver cap. V.
(3) J. Lacan. “Télévision”. En: Autres écrits. Paris: Seuil, 2001, p. 541.
(4) J.-A. Miller. El partenaire-síntoma. Buenos Aires: Paidós, 2008. Ver cap. 12.
(5) J. Lacan. “L’étourdit”. En: Autres écrits, op. cit., p. 467.
(6) J.-A. Miller. El partenaire-síntoma, op. cit. p. 408.
(7) J. Lacan. Aún. Buenos Aires: Paidós, 1981, p. 15.
(8) J. Lacan. “Télévision”, op. cit., p. 542.
(9) J. Lacan. “L’étourdit”, op. cit., p. 467.
(10) J.-A. Miller. En: Brochure de Paris 1996-97 – Institut du Champ freudien. 
(11) J. Lacan. “Télévision”, op. cit., p. 542.
(12) Réception de M. Claude Lévi-Strauss. Discours prononcé dans la séance publique le jeudi 27 de juin de 1974 en Paris, Palais de l’Institut. http://www.academie-francaise.fr/immortels/discours_reception/levi-strauss1.html
(13) J. Lacan. “Televisión”, op. cit., p. 541.


jueves, 9 de septiembre de 2010

RESEÑA DE "LAS VICTIMAS Y NOSOTROS" DE IÑAKI VIAR

Gárgola del Duomo de Milán, 2008. Detalle gárgola. Foto de Margarita Álvarez.
Recientemente Iñaki Viar, psiquiatra y psicoanalista miembro de la ELP, fue invitado por el Grupo de Psicoterapia Analítica de Bilbao, a dar una conferencia sobre los efectos psíquicos del terrorismo en el País Vasco.  La ponencia tuvo por título "Las víctimas y nosotros".
Como él mismo señaló de entrada, fue la primera vez que un medio relacionado con la salud mental iniciaba una conversación sobre los efectos que el terrorismo ha tenido en el País Vasco.
A partir de algunas noticias aparecidas esos días en el diario, Viar abordó en primer lugar la cuestión  del duelo por las víctimas del terrorismo, por parte de sus familiares y amigos, de otro modo víctimas del mismo. Si en la elaboración del duelo el respeto por la memoria de la persona perdida es esencial, la injuria acusatoria que hace de él un “enemigo del pueblo”, añadió, lo dificulta enormemente. Las familias no encuentran la paz en las reflexiones  comunes ante la muerte porque, en este caso, alguien, que puede representarse como un Otro social, ha querido la muerte del ser querido, que además sigue siendo injuriado después de muerto.
Esto hace que muchos familiares sientan la necesidad de recuperar el honor familiar lo que les empuja, en muchos casos a no cejar, como Antígona, hasta conseguir las exequias que sus seres queridos merecen.
Viar planteó la importancia de que las instituciones públicas, debido al poder simbólico que representan, reconozcan a las víctimas para desplazar a ese “Otro del daño” y restablecer el lazo social. El ejercicio de memoria de las víctimas, señaló, es un deber de la sociedad democrática, ayuda a la elaboración del duelo y previene el desencadenamiento de más violencia.
Hay otro tipo de víctimas, señaló, que viven bajo el efecto permanentemente de las amenazas. Viar aportó algunas viñetas clínicas donde esta situación coincidía con la irrupción de distintos síntomas, sin que el sujeto a menudo lo relacionara. El tratamiento, en estos casos, apunta a la responsabilidad del propio sujeto, a su modo de respuesta, para solucionarlo.
Otras víctimas distintas son los jóvenes que han entrado en la vía del activismo radical: adolescentes que comienzan con prácticas violentas y que, en una progresión siniestra, quedan atrapados en ellas.
En relación a la violencia juvenil señaló múltiples causas. Unas son históricas, pero otras tienen que ver con síntomas propios de nuestra época, marcada por el declive de la función paterna y, por tanto, de su función separadora del goce. Encontramos las llamadas patologías del acto: el consumo de tóxicos, el gregarismo violento... Pero sin duda, la principal causa, subrayó Viar, es “la persistencia de un discurso de mitificación de la violencia, que soporta un ideal identitario basado en erigir un Otro que integra totalmente el mal y por ello debe ser eliminado. Este discurso ofrece a los jóvenes una vía de satisfacción pulsional en la justificación de una praxis de la violencia”.
Los efectos que décadas de terrorismo han producido en la sociedad vasca han sido el miedo y sus consecuencias de silencio e inhibición. “Se trata de los efectos que se producen cuando la muerte está presente como telón de fondo”. La cuestión decisiva es la respuesta a ese miedo, que exige, afirmó, un “liderazgo democrático firme y legitimado”. Los ciudadanos necesitan la personificación de un ideal liberador para que las gentes establezcan su vínculo libidinal con él y se decidan a actuar.
Poco a poco se ha ido gestando otra actitud ante el terror. Viar ubicó en el asesinato del joven concejal de Ermua, Miguel Ángel Blanco, un cambio de posición subjetiva, que constituyó “una revolución política”: una gran mayoría de “ciudadanos no solo repudiaban el crimen sino que emplazaban a instituciones, gobiernos y partidos a asumir una responsabilidad ineludible”.
En “Totem y tabú”, señaló a continuación, Freud explicó el origen de la ley "que hace iguales en derechos y deberes a todos los miembros de una sociedad”. Toda muerte producida a un miembro de nuestra sociedad nos concierne en tanto rompe el pacto simbólico fundante de la misma. Por eso, la inhibición genera culpa que, como gracias a Freud sabemos, es el único sentimiento que puede quedar inconsciente pero no sin causar efectos sintomáticos como su transformación en agresividad. Esto se puede constatar en la hostilidad expresada frecuentemente contra las víctimas.
Asumir la responsabilidad es la única manera de tramitar esa culpa y de poder dirigir la libido en el sentido de nuestro deseo. “De lo que se trata –terminó diciendo- es de que, al final de esta pesadilla se pueda construir un relato trasmisible a las generaciones venideras de cómo, en este lugar y este tiempo, se consiguió una victoria sobre la pulsión de muerte que habita la condición humana”.