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sábado, 18 de marzo de 2017

ANALIZAR AL PARLÊTRE, UNA ESCUCHA SINGULAR

"Irma" (2010), de Jaume Plensa. Instalación en el Yorkshire Sculpture Park, Reino Unido, 2011.

Voy a partir de la frase de Jacques-Alain Miller que da título a estas sesiones: “Apostemos por que analizar al parlêtre es lo que ya hacemos, y tenemos pendiente el saber decirlo”(1).
Esta apuesta retoma el término parlêtre introducido por Jacques Lacan (2), en 1976, como término que sustituiría en un futuro al inconsciente freudiano. A diferencia del sujeto del inconsciente, significante, el parlêtre incluye lo real del cuerpo, su goce, producto del encuentro del organismo con lalengua, es decir, de lo que en psicoanálisis llamamos “trauma”, donde tenemos:
1) el encuentro con un goce;
2) este encuentro es correlativo de otro encuentro: el de la insuficiencia de lo simbólico para decir lo real, es decir, el del agujero de lo real en lo simbólico, fuera de sentido;
3) las coordenadas de dicho encuentro fijarán contingentemente las marcas pulsionales (S1);
4) la solución a ambos encuentros, siempre sinthomática, vendrá a suplir la insuficiencia de lo simbólico a la par que conformará un funcionamiento de goce.
Es lo que nos enseñan algunos testimonios de los finales de análisis de la era del parlêtre o del sinthome -términos solidarios-, donde se encuentran aisladas las marcas pulsionales que ciernen el agujero de lo real en lo simbólico para un sujeto y organizan su goce. Asimismo ellos nos ilustran sobre cómo en el análisis el sujeto ha inventado un nuevo modo de relación con ellas, también sinthomático pero inédito, que pone este funcionamiento de goce del lado de la vida, lo que le permite arreglárselas mejor con el goce y hacer un lazo social nuevo.
Pero el parlêtre y su solución sinthomática no hacen su aparición al final del análisis sino que de algún modo están de entrada -si bien no del mismo modo. Entonces no tenemos otro remedio que escucharlos.
Miller señala tres fórmulas descubiertas a partir de la experiencia analítica y, en especial –señala- del pensamiento sobre dicha experiencia, que competen respectivamente al agujero, a la marca y al goce. Son: No hay relación sexual, Haiuno y, correlativamente, lo que llama el auto-goce del cuerpo, es decir, que un cuerpo es algo que se goza, fórmula que se articula a los dos primeras. “Las tres fórmulas, señala, tienen que leerse conjuntamente. Y ellas dan una dirección a la escucha analítica”(3).

La práctica analítica en la era del parlêtre
La apuesta de Miller interroga al analista de la era del parlêtre, en la misma línea inaugurada por Lacan, quien si bien, en 1973, reconoció que “una práctica no requiere ser esclarecida para operar”(4), desde el inicio de su enseñanza se dedicó a esclarecerla. En enero de 1977, pocos meses después de introducir el término parlêtre, dice: “La clínica psicoanalítica debe consistir no sólo en interrogar al análisis, sino en interrogar a los analistas, de modo que éstos hagan saber lo que su práctica tiene de azaroso que justifica a Freud haber existido”, proponiendo “apremiar al analista para que declare sus razones” (5).
“Lo azaroso” de la práctica –entiendo- señala una relación entre ésta última y la contingencia. Por un lado, la práctica analítica está afectada por la contingencia en tanto que el acto analítico tiene principios, como introdujo en 2004 Éric Laurent (5), pero no es previsible. Por otro, en tanto ella apunta a situar el agujero de lo real en lo simbólico, localizable solo por las marcas de goce que lo ciernen al insu del sujeto, es decir, fuera de la concatenación significante y, por tanto, del saber, ha de guiarse más por algo del orden de la contingencia del acontecimiento de lo real que por la deducción de sentido, necesaria. Esto requiere algo de lo señalado por Freud (así entiendo el “que justifique a Freud haber existido”) al decir que la interpretación analítica no debía ser exhaustiva sino que debía dejar “un lugar en sombras”, ese que, en relación al sueño, sitúa como su ombligo y que “se asienta en lo no conocido”(6), no-reconocido, no-encadenado, fuera de historia; ella ha de apuntar a ese lugar que más tarde llamó “represión primaria”, en su doble dimensión de lugar donde las representaciones desfallecen y donde tiene lugar la fijación de la pulsión, es decir, por definición, el lugar del trauma fuera de sentido.
El psicoanálisis responde “a la idea de una cura estándar ni supone ningún protocolo general” (quinto principio), válido para todos, fundados en un saber preestablecido. Esto separa la práctica analítica de toda técnica, que sí requiere dicho saber y por ello es del orden de la repetición necesaria y no de lo contingente.
“El psicoanálisis no es una técnica sino un discurso que anima a cada uno a producir su singularidad, su excepción” (quinto principio). “Lo que se persigue no es una norma sino la conformidad del sujeto consigo mismo” (sexto principio), podríamos añadir “con su norma de goce”, como introdujo Hebe Tizio recientemente en otro espacio. Entiendo que esta conformidad implica una variación, una lectura inédita de un funcionamiento de goce que separa al sujeto del autoerotismo y lo pone en relación al otro y a la vida.
Voy a finalizar esta primera parte desglosando una definición que Lacan hace de la clínica en 1976: “La clínica es lo real en tanto imposible de soportar. El inconsciente es la huella y a la vez el camino por el saber que constituye: haciéndose un deber para el analista repudiar todo lo que implica la idea de conocimiento” (7).
“La clínica es lo real en tanto imposible de soportar”: ella se construye a partir de la experiencia de lo más éxtimo del sujeto, las marcas de lalengua sobre el cuerpo, el trauma que está en la raíz del síntoma. Por ello, “el analista debe repudiar todo lo que implica la idea de conocimiento”: no se alcanza lo insoportable del síntoma mediante una objetivación del sujeto sino “al precio de una sumisión completa, aunque sea enterada, a las posiciones propiamente subjetivas del enfermo” (8).
“El inconsciente es la huella y a la vez el camino por el saber que constituye”: ante un caso nuevo, el analista “no debe sumar sus experiencias”(9) y debe escuchar, como señala Freud, a cada analizante como si fuera el primero. 
En relación a las neurosis, el analista tiene que manejarse con la incertidumbre sin él mismo cerrar el sentido y, por tanto, sin apuntar a cerrarlo con la interpretación, “dejando un lugar en sombras” para mantener abierta la dimensión del inconsciente, que es la huella y a la vez el camino que lleva hacia el ombligo real del síntoma. Sin embargo, cuando se trata de una psicosis a veces basta dar la palabra al sujeto para que nos muestre ese camino de “inconsciente a cielo abierto” con una certeza que forma parte de lo insoportable de su síntoma. A partir de localizar dicha certeza el analista encuentra sin embargo cierta certidumbre de lo que no hay que hacer: apuntar al agujero de lo forcluido que la certeza tapona.
Voy a tratar ahora de decir lo que he hecho como analista en el trabajo con un caso diagnosticado como una psicosis ordinaria.
* Texto presentado en el espacio "Analizar al parlêtre" de la Comunidad de Catalunya de la ELP, el 14 de marzo de 2017.

Notas:
1. Miller J.-A., “El inconsciente y el cuerpo hablante”, Scilicet El cuerpo hablante, Buenos Aires, Grama, 2016, p. 28.
2. Lacan J., “Joyce el Síntoma”, Otros escritos, p. 592.
3. Miller J.-A., El Ser y el Uno, clase del 30.3.2011, a publicar en Freudiana nº 79 con el título “Una orientación para la escucha analítica”.
4. Lacan J., “Televisión”, Otros Escritos, p. 539.
5. Lacan J., “Apertura de la Sección Clínica”, 5.1.1977.
6. Laurent E., “Principios rectores del acto analítico”, 2004:
7. Freud S., “Sobre la psicología de los procesos oníricos”, La interpretación de los sueños, O. C., vol. V, p. 519.
8. Lacan J., “Création de la Section Clinique” (En: “Annonces et informations”), Ornicar? nº 8, Hiver 1976-7. diciembre 1976.
9. Lacan J., “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, Escritos 2, México, Siglo XXI Editores, 1984, p. 516.

10. Lacan J., “Introducción a la edición alemana de los Escritos”, Otros Escritos, op. cit., p. 583.

domingo, 25 de octubre de 2015

LA REINVENCION DE LO COTIDIANO EN LA PRACTICA Y LA INSTITUCION


Un comentario sobre la presentación del documental A cielo abierto, de Mariana Otero, en Lleida, seguida de la mesa redonda Un tratamiento fuera de lo común.

De izda. a dcha.,  Gemma Ribera, Esther Morell, Gemma Gallart, Emilio Faire y Àngela Gallofré

El pasado viernes 2 de octubre la Comunidad de Catalunya de la ELP presentó el documental A cielo abierto de la cineasta francesa Mariana Otero en los cines Espai Funatic, de Lleida. La presentación estuvo seguida de una mesa redonda que, bajo el título Un tratamiento fuera de lo común, fue abierta por Emilio Faire, director de la Comunidad, y contó con  la participación de Gemma Ribera y de Àngela Gallofré, ambas psicoanalistas en Tarragona y miembros de la Sede de Tarragona de la ELP. Intervinieron también Esther Morell y Gemma Gallart, esta última como moderadora; ambas son psicólogas en Lleida y socias de la Sede de Tarragona.

Sobre el documental
La película, como sabemos, pues muchos pudimos asistir a su preestreno en los Cines Boliche de Barcelona hace ahora justo un año, está rodada en Le Courtil, una institución belga que, tal y como ella misma se presenta con delicadeza en su web, ofrece a los residentes, de 6 a 20 años, un acompañamiento a los heurts de sa vie. No sé bien cómo traducir con precisión esta expresión: quizás podría decir que la institución ofrece un acompañamiento a los problemas, los golpes o los sobresaltos de la vida de aquellos que habitan en ella.
Esta delicadeza no es un mero eufemismo. No se trata de evitar la palabra “locura”. Es, me parece, más bien una manera de evitar los muchos prejuicios que existen en torno a ella. Es una manera de normalizarla, de incluirla en el campo de lo humano, en lugar de rechazarla,  de segregarla. Es una manera de aproximarla para entender su lógica en cada caso.
Ello requiere en primer lugar que los profesionales dejen aparte, como dijo Freud, todo furor sanandis, pero también todo furor educativo, todo ideal normalizador, universalizante. Que dejen fuera, a fin de cuentas, sus pre-juicios. Se trata de que reconozcan y acojan en primer lugar la singularidad de cada niño, de que le escuchen, para poder ofrecer a cada uno de ellos un lugar posible donde un sujeto pueda advenir, es decir, donde cada uno pueda comenzar a construir una solución: una manera singular, propia, de responder a eso que le pasa.
Así, cada uno de ellos pueda de algún modo, en eso sí, ser como todos, pues cada uno de nosotros debe de encontrar una solución para poder soportar los heurts de la propia vida: sus problemas, sus golpes y sus sobresaltos. Cada cual debe de inventar algo que le permita vivir mejor, con menos sufrimiento, con menos coste.
A esto ayuda un psicoanálisis. Y esto es lo que ilustra bien el documental de Mariana Otero: el tratamiento en una institución particular que tiene sus fundamentos en el psicoanálisis orientado por Jacques Lacan.
Y lo primero que nos toca al verlo no es solo lo que les pasa a los niños, la violencia de lo que les ocurre, que les deja de algún modo fuera del mundo, de un mundo más o menos compartido con los otros. Lo que nos toca es también la respuesta de los profesionales: en lugar del rechazo, su “amabilidad” con los excesos del otro que vuelve a este último “amable”, es decir, le acoge y le da un lugar como alguien merecedor de respeto; la suavidad y la habilidad de sus intervenciones, que apuntan a poner límites sin hacer juicios o sin ser impositivas, dando tiempo al sujeto, su tiempo propio; también, su precisión y su finura. Una delicadeza.
Es asimismo la suavidad, la habilidad, la precisión y la finura de la cámara de la mirada de Mariana Otero, del recorte que ella introduce en la institución del Courtil, la que nos permite aproximarlo. Otra delicadeza.
En una conversación con Mariana Otero, cuando vino a Barcelona hace un año, ella me contó que, antes de ir a Le Courtil, no sabía nada de psicoanálisis. Pero, todas sus producciones partían de una pregunta personal y esta última también lo había hecho. La idea del documental provenía de una interrogación sobre la locura que le llevó a interesarse por su tratamiento en distintas instituciones. Durante bastante tiempo, había estado buscando infructuosamente una cuyo abordaje y tratamiento de la locura le interesara. Hasta que finalmente alguien le habló de Le Courtil.

Sobre la mesa redonda y el debate posterior
Tal y como recogió Emilio Faire, en su presentación, Mariana Otero señala en una entrevista que en Le Courtil encontró personas que, sin ser cineastas, hacían el mismo oficio que ella: “Tratan de ver el mundo a través de los ojos de los otros, y con estos niños, esos otros, pude ver que eso no se hace solo, sino que se hace gracias a las herramientas teóricas, a un trabajo sobre sí, a un trabajo de reflexión y de replanteamiento en lo cotidiano”. 
No hay cura analítica allí, en el sentido clásico, añadió, pero sí, como señala Alexandre Stevens, el psicoanalista belga fundador de Le Courtil, “un uso práctico del psicoanálisis”. No hay regla absoluta, sino que busca dejar al caso por caso un amplio lugar a la invención, al encuentro, a la sorpresa.
La clínica de Le Courtil no es una clínica que se apoye en la historia del sujeto: se privilegian las invenciones, que se apoyan en lo real del síntoma. En la institución, se sostienen esas invenciones del sujeto en todos los niveles de la vida cotidiana.
En palabras de Stevens, citadas por Faire, esto subvierte el funcionamiento de lo que se entiende como una institución de cura, de tratamiento de los desordenes mentales. A las instituciones normales, presentadas clásicamente como instituciones, si se puede decir así, paranoicas, en tanto saben qué es lo que conviene al sujeto y le imponen una serie de normas e ideales por su propio bien, Le Courtil contrapropone una manera de instituirse fuera de esa definición. De ahí el título de la mesa redonda: Un tratamiento fuera de lo común. Podríamos decir, tomando la distinción entre la paranoia y la esquizofrenia y aplicándola a las instituciones, que se trata, de una institución esquizofrénica: un lugar que, en vez de regirse por unas normas previas, acepta dejarse atravesar y ser dividido por los sujetos que forman parte de él; configurando así, una institución suficientemente desorganizada que no impone un saber sino que acoge el saber de cada niño que recibe. Por tanto, es una institución adaptada a cada sujeto.
¿Cómo conseguir esto? ¿Cómo se logra que una institución sea suficientemente, y no completamente, desorganizada, para que cada niño pueda encontrar su lugar en ella?, se preguntó Emilio Faire para concluir. Para responder, acudió a lo que señala Bernard Seynhaeve, un psicoanalista belga también que fue director de Le Courtil durante treinta años: para que una institución sea suficientemente desorganizada, ha de haber las menos reglas posibles lo que permite que cada uno invente una institución en la que pueda inventar.
Àngela Gallofré se refirió a la “posición extrema” de estos niños, según la expresión del psicoanalista suizo François Ansermet. Esta posición se hace visible en conductas distintas, como vemos en el documental, que pueden ir desde el aislamiento y el mutismo a manifestaciones agresivas hacia el otro o hacía sí mismo, todas ellas siempre con la marca del exceso. Es importante, señaló, la respuesta del profesional a ello. Podemos decir, se me ocurre, que el profesional tiene que tener su propia “posición extrema”, desde luego de otro orden. Se trata de no orientarse por la propia subjetividad, ni por la del otro. El psicoanálisis no es una clínica de la subjetividad. Como señaló Donna Williams en su libro Autism: An inside-out approach, de 1996: “Busco un guía que me siga”. El psicoanálisis es una clínica del sujeto. Esa es su radicalidad.
El psicoanálisis nos enseña, subrayó a continuación Gemma Ribera, la relación radicalmente distinta que algunos niños tienen consigo mismos, con su cuerpo y con los otros, tal como ilustran los niños que hemos visto en Le Courtil. Hay que dar soporte, también soportar, la invención que el niño puede hacer para volver más soportable su existencia.
La intervención de Esther Morell, psicóloga en un CDIAP (Centro de Desarrollo Infantil y de Atención precoz) de La Segarra, Lleida, nos sacó del Courtil para situarnos en casa, en concreto, en las dificultades resultantes del llamado Plan Integral para la Atención del Autismo, de 2012, de la Generalitat de Catalunya, y de la aplicación de sus protocolos: el plan representa una manera de entender la infancia que conduce a la homogeneización de la conducta para encajarla en los ideales sociales que implica situar el saber del lado del profesional y no del niño, así como no dar ni tiempo ni lugar, es decir, ni apoyo, a este último para encontrar sus propias soluciones.
El debate con la sala fue muy vivo y amplio. Los asistentes, del mundo educativo, clínico y de la salud mental, plantearon numerosas cuestiones que dejaron traslucir las preocupaciones de cada uno por las distintas dificultades que encuentran en los ámbitos citados. Una buena parte de las intervenciones se situaron del lado de las dificultades introducidas por la protocolorización progresiva de las prácticas así como por el hiperdiágnostico  y la hipermedicación a que actualmente son sometidos, también, los niños.
Se da la paradoja de que mientras los servicios de atención se diversifican y multiplican, lo que podría dar ilusoriamente la idea de un progreso en aras de una mejor asistencia, el modo de intervención por el contrario se plantea cada vez más desde un supuesto sentido común o una realidad para todos igual. Esta pobreza de perspectiva en un campo tan complejo, es especialmente grave, en tanto elide la complejidad necesaria para situar la singularidad de cada caso, es decir, cualquier posibilidad de comprender lo que ocurre en él. No es solo una cuestión de ignorancia: muchos profesionales encuentran lo que no funciona en los abordajes, aunque no sepan a qué se debe, pero difícilmente ponen a trabajar esas preguntas ante la exigencias de un Otro del Estado que no quiere saber de ellas. Entonces, lo que se hace con estas estas dificultades compete también a la ética.
Desde la mesa se señaló la necesidad de no quedarse a solas con ello, a riesgo, me parece, de lo que podemos llamar la cronificación de los propios profesionales. Hay que mantener el campo del no-saber abierto, pero ello requiere que sea sostenido por un trabajo propio y, también, compartido, con otros.
No se trata necesariamente de copiar el Courtil, de reproducirlo. Se trata de hacer propio eso que ellos nos trasmiten tan bien: hay que inventar. Hay que inventar nuevas instituciones, así como maneras distintas de intervenir en lo cotidiano de la práctica privada o institucional de cada uno. 
Ello requiere un deseo vivo por nuestra parte que mantenga abierta la hiancia del no-saber, única manera de poder escuchar el saber del niño. Y único antídoto también para que ni nuestras instituciones ni nuestras prácticas se institucionalicen demasiado, en contra nuestro y del propio niño. 
Ello garantizará las condiciones para que podamos, diré para concluir, reinventar nuestras prácticas, y nuestras instituciones cada vez, en cada caso, con cada niño.