miércoles, 4 de agosto de 2010

MANIA, MELANCOLIA Y FACTORES BLANCOS

Niebla. Asturias, 2009. Foto de M. Álvarez.
Los términos “manía” y “melancolía” surgieron pronto en la historia de la medicina, muchos siglos antes de que lo hicieran otros términos, como el de esquizofrenia o el de paranoia, que actualmente se sitúan asimismo, con ellos, en el interior del marco clínico de las psicosis. 
Quizás el hecho de que su fenomenología se presente a veces bajo la forma de manifestaciones consideradas propiamente humanas como la risa y el llanto, o de sus afectos, la alegría, la tristeza, o de los sentimientos de culpa y de dolor, de celebración de la vida o de voluntad de morir, sea una posible causa no solo de su temprana descripción, sino también del interés que han despertado siempre -si bien en estas psicosis la presencia o la ausencia de estos afectos y sentimientos se presenta de manera indefectible como algo excesivo, en último término inexplicable y, fundamentalmente, no dialectizable.

Fruto del interés señalado es la variedad de trabajos y abordajes de los que melancolía y manía siempre han sido objeto, en especial la primera, no solo por parte de la medicina sino también de la filosofía, la literatura o el arte que se interesaron por ellas desde que Aristóteles  señalara en su “Problemata XXX” la posible relación entre la melancolía y la genialidad. Tenemos así el estudio clásico de Burton, por un lado, o los de Klibansky y de Bartra, por otro, así como la conocida pintura de Durero o, incluso, más recientemente, la exposición que tuvo lugar hace unos años en el Petite Palais de Paris con el título “Melancolía: locura y genio en Occidente”, por citar algunos de ellos.
Pero, retomando la perspectiva clínica, melancolía y manía se mantienen como entidades nosológicas bien diferenciadas y, por tanto autónomas, hasta que, a finales del siglo XIX, el psiquiatra alemán Kraepelin las sitúa como los dos polos de una sola entidad clínica: la psicosis maníaco-depresiva –si bien los franceses Falret y Baillarger habían encontrado en algunos casos, a mediados de ese mismo siglo, una relación entre la excitación y la depresión, lo que les llevó a hablar de psicosis circular o locura de doble forma respectivamente.
A partir de la definición de Kraepelin surge un debate, con argumentos a favor y en contra, que se prorroga durante los dos primeros tercios del siglo XX. En él, participan psicoanalistas (en primer lugar, Freud, Abraham…) y psiquiatras influidos o no por el psicoanálisis (Biswanger, Tellenbach…). Sin embargo, en los últimos años, asistimos a su desafortunada dilución, tanto del debate como de las entidades clínicas mencionadas (melancolía, manía, psicosis maníaco-depresiva), en los trastornos del humor (DSM), trastornos afectivos del humor (CIM) o trastornos bipolares –en manos de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA), orientadora de los manuales de psicodiagnóstico vigentes en la actualidad.
En este sentido, hay que agradecer especialmente el gran trabajo (casi 400 páginas) sobre la clínica de la psicosis maníaco-depresiva que German Arce, colega miembro de la École de la Cause freudienne, ha publicado hace unos meses con el título: Manie, mélancolie et facteurs blancs (ed. Beauchesne, coll. “Le miroir des savants”, Paris, 2009).
La obra, que recoge el trabajo de investigación realizado a lo largo de más de quince años sobre la psicosis maníaco-depresiva así como las conclusiones extraídas de él, constituye un exhaustivo y riguroso abordaje del tema tanto en la historia de la psiquiatría como en la historia del psicoanálisis -en la obra de Freud y de Lacan, así como en la de otros autores postfreudianos.
Prologado por Georges Lantéri-Laura, el trabajo está dividido en seis partes y sus correspondientes capítulos, cuatro de las cuales están especialmente dedicadas a la cuestión de la etiología, el diagnóstico, el desencadenamiento y la forclusión en esta entidad clínica. En el último capítulo, Arce procede a recoger las distintas conclusiones que ha ido desgranando a lo largo de su estudio y que, cito sus propias palabras, proponen “una mirada nueva sobre la clínica de la psicosis maniaco-depresiva al plantear nociones originales concernientes al desencadenamiento y a la evolución del delirio así como a los aspectos esenciales de su etiología”.
Efectivamente, Arce hace varias propuestas originales, que presentaremos brevemente.
En primer lugar, establece un término nuevo, el de “forclusión maniaca”, como mecanismo específico de la psicosis maniaco-depresiva, es decir, la forclusión del significante del Nombre del Padre como mecanismo propio de la psicosis tendría en la psicosis maníaco-depresiva características propias que la distinguirían claramente de la forclusión en la paranoia o la esquizofrenia. Se trataría, cito, de la “forclusión de un aspecto mortal de la función paterna, que tendría el acto suicida en el punto de perspectiva” y cuyo retorno en lo real sería asimismo mortal.
En segundo lugar, establece el “delirio de muerte” como “conjunto delirante propio de la psicosis maniaco-depresiva”.
En tercer lugar, sitúa los llamados “factores blancos” a partir de situaciones negativas como pérdidas, rupturas, ruinas… acontecimientos no simbolizables para el sujeto y que, por tanto, le ponen ante el agujero forclusivo de la cadena significante por lo que constituyen posibles factores desencadenantes de la psicosis.
No hay duda de que algunas de las cuestiones que Arce afirma en su estudio son fenomenológicamente conocidas, pero tampoco hay duda de que nadie antes las había nombrado y formalizado de este modo, ahí radica considero su principal novedad. Sin embargo, me parece que la primera propuesta señalada llama especialmente al debate, no por la fenomenología a la que se refiere, sino por la definición misma de forclusión. Si en la psicosis, el mecanismo de forclusión afecta al significante del Nombre-del-Padre, ¿podemos decir que hay una forclusión maníaca que se caracteriza por la “forclusión de un aspecto mortal de la función paterna”? ¿No sería esto último hablar de la forclusión de un significado? ¿Se puede hacer una clínica diferencial de la forclusión, como propone el autor, basada en esta distinción?
Dejo aquí planteadas estas dudas. No me queda más que agradecer a nuestro colega su trabajo, animarles a que lo lean para poder debatirlo y tratarlo como un estudio tan extenso e intenso se merece.