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lunes, 11 de mayo de 2020

UN PSICOANALISIS, UN ESFUERZO DE POESIA


  
Joan Brossa, Poema visual o poema objeto.


Como respuesta inicial a esta pregunta que me hacen sobre la relación entre poesía y psicoanálisis, se me ocurre que encontramos muchas referencias a la poesía en la teoría analítica desde sus comienzos. Por citar algunas, Freud encontró no encontró la pulsión en la biología sino en la poesía, en concreto en poema “Los sabios del mundo” de Schiller: “Mientras la poesía procede a reconstruir el mundo, ella lo mantiene en marcha por medio del hambre y del amor” (1). Y, no hay duda de que la influencia de Goethe, el poeta en lengua alemana más importante de su época, es reconocible en muchos locus de la obra freudiana como cuando analiza (2) un recuerdo de infancia que aquél describe en su gran trabajo autobiográfico Poesía y verdad (3).
Del mismo modo encontramos innumerables referencias a lo largo de la enseñanza de Lacan: a la poesía surrealista, a la del Fino Amor provenzal, a la poesía  mística, a la poesía china…
Podemos afirmar que cada una de estas  poéticas es una manera de aproximar y tratar el agujero de lo real en lo simbólico que habita al partlêtre, y que le obliga, tal como señaló Heidegger a habitar poéticamente el lenguaje (4), para hacer algo con él, añado.
Voy a diferenciar, con cierta simpleza sin duda -pero la relación con el psicoanálisis me apremia a ser precisa y a tratar de decir lo mejor posible la cosa, sin demorarme den exceso en el camino del sentido-, que hay una poesía que cubre ese agujero con la búsqueda de la belleza, mientras que otra, u otras, se esfuerzan por hacerlo surgir para dar alguna representación a lo que no la tiene. 
Si bien Lacan hizo muchas referencias a la poética en general, en la medida que avanza su enseñanza, y con ella la orientación del psicoanálisis por lo real, toma más bien aquellas donde encontramos un esfuerzo de decir; aquellas poesía que no se detienen en lo inefable sino que tratan de ir más allá… más allá del sentido.
Es una poesía posterior a la revolución mallarmiana, más propia entonces de la búsqueda de  las vanguardias artísticas del siglo XX y sus sucesores, aunque no en exclusiva. Entre ellas encontramos intentos interesantes de la investigación con la letra, de la ruptura de la cadena, en otras palabras, del sentido, para hacer surgir el puro significante, en un esfuerzo encarnizado de contrariar el lenguaje y llevarlo a sus límites de sinsentido. 
Surrealistas, futuristas rusos, Oulipo, poetas letristas, etc., confluyen ahí con la operación que Jakobson estudió en los poetas chinos clásicos (5). La condensación de los múltiples sentidos de esta escritura ideogramática, en una lengua plena de homófonos, posibilita que el poeta al recitar un poema, juegue con las entonaciones y el ritmo en su canturreo ambiguo recreando cada vez un poema distinto (6). No se vuelve a leer dos veces el mismo poema. Hay que ser poeta para lograrlo, y no cualquiera.
Es esta referencia la que Lacan va a tomar en uno de sus últimos seminarios, el 24, cuando trata de pensar la interpretación analítica al final del análisis (7), es decir cuando se trata del inconsciente real de los Unos solos y no del inconsciente de la cadena significante y el sentido. 
¿Qué salida en el análisis para la iteración de goce? 
Lacan plantea la introducción de un significante nuevo en el análisis que venga a poner un límite al goce mortífero y a poner el resto del lado del deseo y, por tanto de  la vida. Esta introducción opera un anudamiento sintomático distinto, que permite resolver al análisis.
La interpretación entonces, afirma, será poética o no será. El psicoanálisis añado, también. Y esta afirmación es poética pero no es mera poesía. De ahí el esfuerzo de poesía que pone en juego la formación del analista.


Notas:
(1) Schiller, F., Poesía filosófica, Madrid, Hiperión, 1994, pág.111.
(2) Freud, S., "Un recuerdo de infancia en Poesía y verdad", Obras Completas, vol. XVII, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1984.
(3) Goethe, J.W., Poesía y verdad, Barcelona, Alba Editorial 1999.
(4) Heidegger, M., "... Poéticamente habita el hombre en el lenguaje...", Conferencias y artículos, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1994.
(5) Jakobson, R., Six leçons sur le son et le sens, Paris, Les Editions de minuit, 1973.
(6) Cheng, F., La escritura poética china, Valencia, Pre-Textos, 2007.
(7) Lacan, J., "L'insu que sait de l'une-bévue s'aile à mourre. Séminaire 76-77), Ornicar ? nº 17-18, Paris, Lyse, 1979, clases 15 de marzo, 19 de abril, 19 y 17 de mayo de 1977. Estas clases fueron traducidas en castellano como "Hacia un significante nuevo", en Colofón, Boletín  de la FIBOL, nº 25,  Madrid, enero de 2005.




viernes, 16 de abril de 2010

EL MOMENTO CLINICO DEL PASE






Para trabajar el tercer apartado del programa de este seminario,* dedicado a “La entrada en el pase”, he elegido algunos puntos relativos al momento clínico del pase y sus consecuencias.



El atravesamiento del fantasma
Cuando el trabajo de construcción del fantasma que un sujeto lleva a cabo a lo largo de su análisis llegue a su tope y se produzca lo que Lacan llamó el atravesamiento del fantasma y que yo entiendo así: después de años de construcción, el sujeto ve en un instante la función de pantalla que su fantasma ha cumplido frente a lo real del goce.
Sabemos que el momento de encuentro con el goce, tanto en la infancia como al final del análisis, es solidario del encuentro con el agujero en el Otro, es decir, con S (A/): el sujeto topa con la imposibilidad estructural del lenguaje para dar cuenta del goce. En la neurosis, el encuentro infantil con la inexistencia de un  Otro que pueda decir el goce, por estructura, solo puede ser traumático.
El sujeto resuelve ese momento de desamparo radical tejiendo una trama fantasmática que, a la vez  de recubrir el agujero en lo simbólico, le atrapa en una interpretación fija, un sentido cristalizado de su relación con el Otro. Esta interpretación lleva implícita, oculta, la fijación del sujeto a un objeto particular, que tapona el agujero mismo de su división según la fórmula del fantasma: S/ <> a.
En el fantasma, el sujeto infla al Otro y le hace existir para no saber nada de su castración: ni de la del Otro ni, de paso, de la suya propia.1
Por molesta, por perturbadora que sea, la interpretación fantasmática no solo constituye para el sujeto la defensa fundamental ante lo real de S (A/) sino que, a la vez, le permite el acceso a cierto goce: el sujeto no solo sufre sino que, sobre todo, goza inconscientemente de su fantasma. El goce fantasmático es un goce significantizado, imaginarizado y, por tanto, limitado, regulado, tolerable, lo que ilustra la función del fantasma como máquina de domesticar el goce, de hacerlo entrar en el sentido.
Pero, en el momento del atravesamiento de la pantalla del fantasma, el tapón salta y se deshace la operación realizada. Se produce un franqueamiento: el fantasma revela su función. El sujeto percibe aquello ante lo que había retrocedido: el encuentro con que “no hay relación sexual” predeterminada en la especie para el hablante.
Puede entender ahora la lógica fantasmática –fálica, del orden del sentido- que ordenó su vida y le evitó el encuentro con ello. A partir de entonces, el sujeto puede separarse, modificar su relación tanto con el goce traumático como con el goce que extrae de su fantasma. No es que este último desaparezca, pero el sujeto ya está advertido de él. Este vaciamiento de goce tiene efectos de pacificación.
En la "Proposición de 1967", Lacan afirma: “En ese vuelco donde se ve zozobrar la seguridad que le daba su fantasma se reconstituye para cada cual su ventana sobre lo real”,2 donde se cierne el objeto en causa. Pero esto último no tiene por qué ser inmediato. Puede pasar un tiempo antes de la caída del objeto.
Más allá de los afectos que se ponen en juego en cada caso tras el atravesamiento del fantasma y que, según se puede apreciar en los testimonios, varían del afecto de entusiasmo ligado a la ganancia de saber a los afectos depresivos o maníaco-depresivos ligados al duelo, lo que importa son los efectos que le siguen, que entran dentro de lo que llamamos “pase clínico”, cuando el sujeto está aún por lo general en análisis, y que es a distinguir claramente de su decisión, o no, de entrar en un segundo momento, en el dispositivo del pase.

La destitución subjetiva
Verificar la doble falta en el Otro, su incompletud y su inconsistencia, que Lacan escribe con el matema S(A/), produce un cambio en la posición del sujeto en relación al saber y en relación al goce. 
En 1967, Lacan habla en términos de destitución subjetiva, para referirse a la destitución del sujeto dividido respecto a su goce, es decir, de un sujeto marcado por la falta de ser.
El atravesamiento del fantasma tiene dos consecuencias: por un lado, el sujeto adquiere un saber sobre su goce y su fantasma fundamental: hay una ganancia de saber.
 Por otro, pese al vaciamiento del goce concomitante al atravesamiento del fantasma, Lacan sitúa ese mismo año que la destitución subjetiva no produce un deser en el sujeto, sino “más bien, una ganancia de ser, singular y considerable”, en otras palabras: hay una ganancia de goce.3
La destitución subjetiva inaugura una nueva relación del sujeto con el saber y con la pulsión. Si se produce un deser, plantea Lacan en ese mismo texto, queda del lado del analista: una vez se ha develado el objeto que escondía la función Sujeto supuesto al Saber, con la que el analizante había investido al analista en el inicio de la transferencia, esta función cae.
 La caída del objeto arrastra consigo al analista.
El encuentro con S (A/) funciona como un tope que agota, detiene el trabajo de desciframiento del análisis. Si antes del análisis, el sujeto neurótico dejaba que el Otro se encargue de determinarlo, por el trabajo de desciframiento del inconsciente que efectúa en el análisis, el sujeto sabe ahora qué lo determina. No necesita ya al Otro para saberlo. Al sujeto no le falta nada.4
La relación con la pulsión no pasa ya por la mediación del Otro y su demanda: ya se trate de la demanda que el sujeto suponía en el Otro o, sobre todo, de la demanda que él pedía al Otro que le dirigiera. La demanda del Otro cumplía función de objeto en el fantasma y obturaba la ventana sobre lo real. Ahora la pulsión se satisface en su trayecto de retorno alrededor del objeto.5



El pasaje del inconsciente transferencial al inconsciente real
En su curso El último Lacan, Miller sitúa en el momento clínico del pase “el pasaje del inconsciente transferencial -el inconsciente que se construye en el análisis, con la ayuda del analista que dirige la construcción y que, porque este último está allí, toma sentido y es interpretado-, al inconsciente real,6 lugar del goce opaco al sentido, que no se deja interpretar”7 y, por ello, constituye un tope al descifrado.
La salida del inconsciente transferencial, con la transformación radical que conlleva de la relación con el analista, no es el punto límite del análisis.8 Es importante que el sujeto no se precipite a salir de él: hace falta una segunda vuelta.
En este sentido, es interesante pensar qué la sostiene: ¿Se trata de un resto de transferencia hacia el analista? ¿Es la trasferencia con el psicoanálisis? ¿Con la escuela? Me parece que se puede pensar que una parte del resto transferencial con el analista puede movilizarse, en transferencia hacia el psicoanálisis y desplazarse a la Escuela. Es importante vaciar lo más posible el resto transferencial, anudarlo de otro modo, ponerlo a producir.

Una solución sinthomatica
El sujeto debe entonces consentir a un nuevo tiempo de espera, una espera advertida de que algo imprevisto puede producirse. Una vez desanudado el sentido y el goce tras el atravesamiento, lo que queda es un goce opaco, fuera de sentido, que no habla a nadie. Este tiempo esta marcado por el acontecimiento de cuerpo, cuya consistencia es de goce. El acontecimiento no responde al descifrado sino a la revelación. Tras el fantasma se cierne el sinthome donde que revela la relación fundamental con el goce. No se trata de la estática del fantasma sino de una dinámica, de un funcionamiento. Ya no se trata del sujeto sino del parlêtre: el sujeto más su satisfacción.
El final del análisis implica una solución inédita que implique un saber hacer con ello. Esta solución está del lado de la satisfacción.
Quizás el final del análisis –señala Miller en su curso, tenga la estructura del encuentro.9
Cuando el final del análisis se concebía como atravesamiento del fantasma -nos dice Miller-, el dispositivo del pase tenía como función constatar ese atravesamiento y homologarlo. El corte era neto.
Pero cuando el final del análisis se concibe como un saber hacer con el sinthome las cosas son menos claras. No hay un saber hacer perfecto. Solo hay saberes y haceres particulares: se trata del saber particular sobre el goce que el analizante descubre. Los analistas de la escuela dan testimonio de ello.
* Intervención en el Seminario de la Escuela, Sede de Barcelona de la ELP: “Momentos de la experiencia analítica”, el 19 de marzo de 2009. Publicado en revista Freudiana 65. Barcelona: CdC-ELP, 2012.

Notas:
1. M. Álvarez. “Una soledad llevadera”. En: Freudiana 56. Barcelona: CdC-ELP, 2010.
2. J. Lacan. “Proposición de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela”. En: Momentos cruciales de la experiencia analítica. Buenos Aires: Manantial, 1998, p. 18.
3. J. Lacan. “Discours à la EFP” (6 de diciembre de 1967). En:  Autres écrits. Paris: Seuil, 2001, p. 273.
4. D. Laurent. “Efectos paradójicos del pase” (2002). En: Freudiana 43. Barcelona: CdC-ELP, 2005.
5. A. Szulzynger. “El pase para todos”, 1ª parte. En: Freudiana 32. Barcelona: CdC-ELP, 2002.
6. M. Alvarez: “Sobre el inconsciente real. Lo real no espera nada de la palabra”. En: Freudiana 59: CdC-ELP, 2010. Ver: http://www.elblogdemargaritaalvarez.com/2010/02/el-inconsciente-real.html
7. J.-A. Miller. Tout le monde est fou. Curso de la orientación lacaniana, clase 6, 10.1.2007. Inédito.
8. D. Laurent, op. cit.
9. J.-A. Miller. Sutilezas analíticas. Buenos Aires: Paidós, 2011, cap. XX.

viernes, 12 de febrero de 2010

EL INCONSCIENTE REAL



En su “Prefacio a la edición inglesa del Seminario XI” (1), Jacques Lacan introduce la dimensión del inconsciente al final del análisis –el inconsciente real-, como distinta de la que se pone en juego en el análisis -el inconsciente transferencial.
Al comentar en su curso (2) la introducción de este término, Jacques-Alain Miller equipara el inconsciente real al traumatismo y propone para situarlo acudir a la primera definición de real que Lacan hace, en 1954, cuando analiza la alucinación del caso freudiano del Hombre de los Lobos (3). “Encontramos allí –añade- las manifestaciones erráticas de lo que está cortado de la simbolización, que constituye una figuración de lo que Lacan llamará lo real sin ley, un real disjunto de lo simbólico y que lo sobrepasa. Estas consideraciones desembocan en el desplazamiento que Lacan imprime al pase en su último texto”.
Dividiré esta presentación en dos partes: en la primera, tomaré esta referencia y, en la segunda, situaré la dimensión del inconsciente real a partir de ella.

I
1. La paradoja de la castración en el Hombre de los Lobos
Como sabemos, Freud planteó este caso como una neurosis obsesiva, si bien nunca quedó del todo conforme con el diagnóstico. Se le planteaba, al respecto, una clara paradoja: en el Hombre de los Lobos, la castración parecía ser, a la vez, reconocida y no reconocida.
Para resumir, Freud señala que hubo un primer momento en que el niño aún no había reconocido la castración y se situaba en posición femenina ante el padre fantaseando ser satisfecho sexualmente por él. Pero Freud considera que, más tarde, sí se produjo un reconocimiento. Aconteció en el trascurso del famoso sueño de los lobos, que tuvo a los cuatro años y medio. Como podemos recordar, en el sueño aparecen varios lobos provistos de unos enormes rabos que le miran fijamente y el niño despierta preso de una fuerte angustia.
Las asociaciones del sueño remiten a distintos cuentos infantiles donde un lobo pierde el rabo = un lobo es castrado. A partir de aquí, Freud construye, basándose en datos de la historia y algunas asociaciones del paciente, la escena originaria: el niño habría observado a la edad de un año y medio un coito a tergo entre los padres. La posición le habría permitido ver como el pene del padre desaparecía en la vagina de la madre. El niño habría percibido entonces la diferencia sexual, pero esta última no habría sido significativa en aquel momento sino más tarde, de manera retroactiva, al adquirir en el sueño un sentido de castración. Freud interpreta entonces la angustia al despertar del sueño como angustia de castración.
A pesar de que, por un lado, la castración parece haber sido reconocida y el Hombre de los Lobos se comporta en su vida amorosa  como el padre con la madre en la escena originaria, Freud encuentra que, por otro lado, se mantiene como no reconocida en la identificación del paciente con los síntomas intestinales de la madre. Para él, esta identificación indica que el niño rechaza el conocimiento de la diferencia sexual y se atiene a la teoría cloacal que tenía hasta la fecha, según la cual no habría un órgano sexual específico femenino y los niños nacerían por el ano (4). La nueva información que el sueño aporta -señala- "fue rechazada, la antigua teoría conservada. No es que la nueva intelección no surtiera efecto alguno; todo lo contrario, desplegó un efecto extraordinariamente intenso, convirtiéndose en motivo  para mantener en la represión el proceso onírico completo y excluirlo de un posterior procesamiento consciente. Pero con esto su efecto no quedó agotado; no tuvo efecto alguno sobre la decisión del problema sexual”. Esto conduce a Freud a hacer la siguiente distinción: “La represión (Verdrängung) es  algo diferente a una desestimación (Verwerfung)”.
Él había empleado ya el término "Verwerfung" (5) para referirse a la modalidad defensiva en la psicosis. Pero ahora la considera una modalidad de la represión: el sujeto desestimó la castración –dice-, “no quiso saber nada más de ella siguiendo el sentido de la represión.  No se había emitido ningún juicio sobre su existencia, era como si no existiera”.
Encuentra, en el caso, tres corrientes en relación a la castración: la primera rechaza la castración, mientras que la segunda está pronta a reconocerla y a consolarse adoptando una posición femenina; una tercera corriente, más antigua y profunda, simplemente había desestimado la castración, con lo cual no podía pasarse a hacer un juicio de existencia  acerca de su realidad objetiva, es decir, sobre si la representación interna de la castración existía o no en la realidad. “Esta corriente seguía siendo activable”.
En este momento, Freud introduce la alucinación del Hombre de  los Lobos, tal como éste mismo se la ha contado:
“Tenía cinco años; jugaba en el jardín junto a mi niñera y tajaba con mi navaja la corteza de uno de aquellos nogales que también desempeñan un papel en mi sueño. De pronto noté con indecible terror que me había seccionado el dedo meñique de la mano (¿derecha o izquierda?), de tal suerte que solo colgaba la piel. No sentí ningún dolor, pero sí una gran angustia. No me atreví a decir nada a la aya, distante unos pocos pasos; me desmoroné sobre el banco de inmediato y permanecí allí sentado; incapaz de arrojar otra mirada al dedo. Al fin me tranquilicé, miré el dedo, y entonces vi que estaba completamente intacto”.
El Hombre de los Lobos le dice que tiene la impresión de habérsela contado ya antes, pero Freud está seguro de que no fue así: dado que trata desde hace tiempo de resolver la paradoja de la castración en el caso, no habría olvidado un material tan significativo. Para él, la alucinación prueba que hay angustia de la castración, lo cual implica un reconocimiento de ella.
De hecho, en otro artículo escribirá que “los espejismos alucinatorios no son raros en el ensamblaje del complejo de castración”, añadiendo, que estos fenómenos introducen cierto sentimiento de irrealidad y aparecen con frecuencia en las conclusiones de los análisis (6).
Vayamos ahora al análisis que hace Lacan de esta alucinación en su primer seminario (7) cuando, al trabajar la relación del yo con la palabra, examina el artículo freudiano de “La negación” a la luz del comentario que hace, en él, el filósofo Jean Hyppolite. Trataré de resumir los puntos principales ya que nos interesan para pensar la cuestión de la alucinación del Hombre de los Lobos y, también, por qué Lacan recurre a ella cuando da la primera definición de real de su enseñanza.


2. El debate sobre la Verneinung freudiana
Freud publicó su artículo Die Verneinung, traducido como “La negación” (8), en 1925. En él, empieza señalando que muchas veces lo reprimido accede a la conciencia en la medida en que su enunciado es afectado por una negación, sin que eso implique un levantamiento de la represión. Por ejemplo: “Soñé que una mujer de la edad de mi madre moría, pero no pensé que fuera mi madre”.
La negación –dice Freud- es una manera de tomar noticia de lo reprimido; implica ya una cancelación (Aufhebung) de la represión en tanto aflora a la conciencia, aunque no una aceptación de lo reprimido porque se niega. Se trata de una aceptación intelectual que no cancela lo esencial de la represión.
Como afirmar o negar  pensamientos es una tarea de la función intelectual del juicio, Freud se interroga por el origen, podemos decir mítico, de esta función –cuestión que ya había hecho en el “Proyecto de psicología” (1895).
Concluye que la función del juicio tiene dos dimensiones que tomar:
1. Atribuir o desatribuir una propiedad a una cosa (juicio de atribución)
2. Admitir o no la existencia de una representación en la realidad (juicio de existencia).
La propiedad sobre la que se debe decidir puede ser por ejemplo: eso es bueno o malo. Esto se puede traducir al nivel de las pulsiones orales, las más antiguas, siguiendo el principio del placer como: quiero incorporar eso placentero o excluir, expulsar, arrojar fuera eso displacentero. Al principio, lo malo, lo ajeno al yo, lo que está afuera son idénticos.
La segunda decisión corresponde a la existencia real, o no, de una cosa en el mundo. Esto no tiene tanto relación con si algo debe ser acogido o no en el yo, sino con el hecho de  si algo presente como representación en el yo puede ser también reencontrado en la percepción (realidad). El fin primero del examen de la realidad  no es hallar un objeto que corresponda a lo representado sino reencontrarlo. Para que se instaure este examen tienen que haberse perdido objetos que antaño procuraron una satisfacción objetiva (real), es decir, tiene que haber habido una primera simbolización, lo que compete al juicio de atribución.
Freud llama "Bejahung" a esta primera afirmación -o simbolización- y, "Austossung", a esta primera exclusión, resultado ambas de la resolución del juicio de atribución.
En  su “Respuesta al comentario de J. Hyppolite sobre la Verneinung de Freud” (9), Lacan examina con estas herramientas el estatuto del rechazo de la castración en el Hombre de los Lobos. Y señala, de entrada, la diferencia de nivel subrayada por el filósofo entre la afirmación de la Bejahung y la negación de la Verneinung. La primera, la Bejahung, tiene que ver con el juicio de atribución, es un momento mítico de la creación del símbolo. La Verneinung, sin embargo, se da en un momento posterior a esta primera simbolización. Algo tiene que haberse afirmado para que pueda ser negado.
Es entonces cuando Lacan da su primera definición de lo real, tal como señala Miller.


3. Lo real
Tenemos aquí, dice Lacan, “una primera intersección de lo simbólico con lo real”, entendido este último como “lo que quedó excluido en el tiempo primero de la simbolizacion”.
Para dar cuenta de este real, Lacan recurre a la alucinación en tanto diferente del fenómeno interpretativo, tal como aparece en la obra de Merleau-Ponty (10). 
Si el fenómeno siempre implica una articulación significante, la cosa alucinada, por el contrario, “es una significación implícita e inarticulada”, “no tiene lugar en el mundo estable e intersubjetivo” y “es extratemporal”.
“La mayoría de las alucinaciones –explica-, no son cosas con sus facetas, sino fenómenos efímeros, picaduras, sacudidas, estallidos, corrientes de aire, oleadas de frío y de calor, chispas, puntos brillantes, resplandores, siluetas. Cuando se trata de cosas verdaderas, como por ejemplo un ratón, no están representadas más que por su estilo y su fisionomía. Estos fenómenos inarticulados no admiten entre ellos lazos de causalidad precisa”.
Provisto de esta teoría, Lacan aborda seguidamente la alucinación del Hombre de los Lobos y señala su carácter errático, es decir, fuera de cadena; también su carácter de déjà vu –recordemos que tenía la impresión de ya habérsela contado a Freud.
En primer lugar, subraya que Freud, en relación a la paradoja de la castración que presentaba el caso, hable en términos de Verwerfung, para hablar del rechazo de la castración. ¿Qué estatuto dar a ese rechazo? Lacan responde que no se trata de una negación de algo que está inscrito (Bejahung) –como vimos la negación es siempre una marca de que ha habido represión (Verdrängung).
Recuerda que Freud había planteado que en el Hombre de los Lobos no había habido juicio de existencia, que era como si la castración no hubiera existido. Lacan interpreta entonces que tampoco hubo juicio de atribución que, como vimos, es su condición. Identifica así la Austossung -la no Bejahung primordial del juicio de atribución condición del juicio de existencia-, con la Verwerfung: en el caso, la castración no había sido admitida en lo simbólico.
A continuación plantea que lo que no es dejado ser en la Bejahung primera, lo que el sujeto ha cercenado no volverá a encontrarse en su historia, si se designa con ese nombre el lugar donde lo reprimido viene a reaparecer. Si el Hombre de los Lobos no quiso saber nada de la castración, en el sentido de la represión, como dijo Freud, es porque saber algo de ella requeriría que se hubiera simbolizado previamente. Y en el registro simbólico no encontramos ninguna huella de que esto haya sucedido. La única huella que tenemos es la emergencia, no en su historia, sino en el mundo exterior, de una pequeña alucinación. El rechazo implicado en la Verwerfung implica otra modalidad de retorno: “Lo que no ha llegado a la luz de lo simbólico aparece en lo real”. Este real irrumpe, sin que pueda encadenarse en un pensamiento: “Lo real –añade- no espera, y en concreto no al sujeto, no espera nada de la palabra”. Lo real “está ya y charla solo”.
Seguidamente Lacan examina las características de este retorno de lo real en la alucinación del hombre de los lobos. Señala tres características:
1. Sentimiento de catástrofe subjetiva, no hay Otro.
2. El mutismo. La imposibilidad en que el sujeto se halló de hablar de él en aquel momento. No puede hacer siquiera una llamada a su querida niñera que está cerca.
El sujeto ha perdido la disposición del significante y se detiene ante la extrañeza del significado.
3. El carácter extratemporal del fenómeno: más que de una situación de inmovilidad en la que se hunde, Lacan señala que se trata de “una especie de embudo temporal de donde regresa sin haber podido contar las vueltas de su descenso o de su ascenso, y sin que su retorno a la superficie del tiempo común haya respondido para nada a su esfuerzo”.
A partir de este análisis, Lacan diferencia entre:
1. Lo que es del orden de la Bejahung: la simbolización, la represión y el retorno de lo reprimido, que sigue las leyes de la cadena significante, la rememoración, la historia, el sentido (S1-S2).
2. Lo que es del orden de la Verwerfung, lo no simbolizado que no existe en la historia del sujeto y retorna en lo real sin que haya una ley del retorno, con un carácter errático y atemporal, como las formas inmemoriales de la reminiscencia, presignificaciones, marcas de goce sin encadenar, es decir, separadas del sentido (S1 S1 S1).


II
¿Por qué Miller toma este análisis que Lacan hace de la alucinación del Hombre de los Lobos para situar el inconsciente real?
Podemos decir que si en términos freudianos el traumatismo tiene que ver con el encuentro de la castración materna, en términos lacanianos, el traumatismo se sitúa por el hecho de que no hay un significante de La mujer. Esta forclusión se puede leer también en términos de: “No hay relación sexual”.
Entonces lo traumático es el encuentro con ese agujero en el Otro, que no hay que pensar en términos de psicosis, como forclusión del Nombre del Padre, sino como encuentro con S(A/), por eso Lacan habla de forclusión generalizada.
La dimensión del inconsciente transferencial, que se abre con la investidura del Sujeto supuesto al Saber y la instalación de la transferencia, comporta el funcionamiento fantasmático, que se sustenta en la lógica fálica, en la creencia en la existencia del Otro: habría un Otro de excepción tal que podría regular el goce quedando él mismo exento de esa regulación. Es la creencia en el Nombre del Padre, en un Otro que sabe, que puede, un Otro de la garantía.
Con el inconsciente transferencial, estamos en el registro del descifrado de sentido de la envoltura formal del síntoma, del despliegue de las asociaciones, de las cadenas significante S1-S2, de la rememoración, de la historia, de lo simbolizado, de la represión y del retorno de lo reprimido, que sigue siempre la ley del significante.
La  construcción del fantasma, que tiene lugar en el análisis, va reduciendo estas cadenas, y su atravesamiento pone un tope al descifrado. El sujeto ve que la consistencia del Otro fantasmático que le hacía sufrir velaba su relación con un objeto, es decir una modalidad de goce, y, también, que ese objeto viene a taponar el encuentro traumático con S(A/). Una vez entrevista que la función de esa ilusión de un  Otro consistente  no es otra que la de velar su inconsistencia -en términos freudianos, su castración-, el Otro se desinfla y el sujeto queda solo ante S(A/).
El atravesamiento del fantasma tiene consecuencias en el análisis: la caída del Otro fantasmático arrastra consigo la dimensión del SsS, y pone punto final a la historia de sí mismo que uno ha construido -lo cual no quiere decir al análisis. Pero cambia la dimensión del inconsciente: fin de la ficción fantasmática, entrada en el inconsciente real.
Con el inconsciente real estamos en los límites de la palabra, de la simbolización, de la estructura. Recordemos que Miller equipara en su curso el inconciente real al traumatismo. Lo que está en juego son las dos vertientes del traumatismo: el S(A/) y el goce.
Con esto, podemos entender la anotación de Freud, según la cual en la ensambladura del complejo de castración, es decir en las cavilaciones que los niños hacen para elaborarla, se pueden producir ilusiones, alucinaciones, fenómenos de déjà vu. Y que estos mismos fenómenos pueden producirse en las conclusiones de los análisis, es decir, cuando el sujeto está en la dimensión del inconsciente real. En ambos momentos, las cavilaciones infantiles en torno a la castración y el pase clínico, el sujeto se encuentra bordeando el agujero en el Otro. Por eso la dimensión del inconsciente real no se caracteriza por el encadenamiento significante, por la rememoración sino por algo del orden del fenómeno de cuerpo, donde sentido y goce aparecen desarticulados.
Los testimonios de estos momentos son variados, pero podemos reconocer en ellos algunas cosas que "recuerdan" a las características que Lacan sitúa en la alucinación del Hombre de los Lobos: hay una detención inédita  del pensamiento en relación al descifrado, el sujeto ya no se dirige al Otro, el final de la ficción fantasmática puede producir una sensación transitoria de fin de la historia, de catástrofe, de estar fuera del tiempo (11).
No se trata del terreno de la rememoración (S1-S2), sino de la reminiscencia (S1), es decir, de lo inmemorial, lo que no ha entrado en la historia del sujeto, las primeras marcas de goce, los fenómenos de cuerpo. Recordemos que habíamos dicho al principio que Miller equipara el inconsciente real con el traumatismo. No es más el tiempo del descifrado sino de la revelación.
El trabajo en este tiempo del análisis, es hacer algo con estas primeras marcas, encadenarlas de algún modo, cernir al máximo lo real, empujarlo, ganarle terreno. Pero, ¿qué lugar tiene aquí la interpretación del analista? Si la interpretación es un concepto solidario del concepto de inconsciente transferencial, que supone la existencia del Otro, en la dimensión del inconsciente real, habitada por la inexistencia del Otro, ¿hay condiciones para la interpretación?
En el “Prefacio” (12), Lacan plantea una disyunción entre inconsciente real e interpretación solidaria de la separación entre goce y sentido que acabamos de citar. Y Miller, en su curso, señala  que si bien Lacan conserva el término “interpretación” en la última parte de su enseñanza, este término debería llevar comillas y pensarse como un neologismo en tanto la interpretación supone al Otro (13). Cuando estamos en el límite de la estructura –añade-, la palabra interpretación no es la que mas conviene.
(*) Presentación realizada en el Seminario de la Escuela de la Sede de Barcelona de la ELP: "Momentos de la experiencia analítica", el 15 de diciembre de 2009. Publicada en Freudiana 59. Barcelona: CdC-ELP, 2010.


Bibliografía
1. Lacan, J. “Prefacio a la edición inglesa del Seminario XI" (17.5.1975). En: Otros escritos. Buenos Aires: Paidós, 2012.
2. Miller, J.-A. El ultimísimo Lacan. Buenos Aires: Paidós, 2012, clase del 15.11.2006.  
3. Lacan, J. “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud” (1954). En: Escritos 1. México: Siglo XXI Editores, 1984, p. 370.
(4) Freud, S. “De la historia de una neurosis infantil” (1914 [1918]. En: Obras Completas, vol. XVII. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1981, pp. 73-78.
5. Freud, S. “Las neuropsicosis de defensa” (1894). En: O. C., op. cit., vol. III, p. 59.
6. En: Freud, S. “Acerca del fausse reconnaissance en el curso del trabajo analítico”. En: O. C., op. cit., vol. XIII, pp. 210 y 212.
7. Lacan, J. El Seminario, libro I: Los escritos técnicos de Freud (1953-1954). Barcelona: Paidós, 1981, cap. 5, p. 91.
8. Freud, S. “La negación” (1925). En: O. C., op. cit. vol. XIX.
9. Lacan, J. “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud”, op. cit., pp. 367-369.
10. Merleau-Ponty, Maurice. Fenomenología de la percepción. Barcelona: Península, 1975, 2ª parte, 3D: “Las alucinaciones”, pp. 347-357.
11. Lacan, J. “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite…”, op. cit., pp. 368-369.
(12) Lacan, J. “Prefacio a la edición inglesa”, op. cit., p. 599.
(13) Miller, J.-A. “Las palabras que hieren”. En: revista Freudiana 64: CdC-ELP, 2011, p. 51.