Escultura de Mario Pasqualotto. Exposición: "Dios es femenino" |
Identificar
lo “viejo” de la transferencia, lo que se repite de la historia amorosa del
analizante en la relación con el analista, elegido según un rasgo propio que el
sujeto tomó del Otro y funciona para él como condición de amor, permite situar
que la transferencia es asimismo “la más fuerte resistencia” (2), obstáculo de la cura, en otras palabras, voluntad de perseveración
del síntoma y, por tanto, de goce. El
analista, señaló Freud, ha de introducir algo “nuevo” (3) en la situación
transferencial para fluidificarla con el fin de que el sujeto pueda salir de su
destino dramático de repetición.
Para
que la transferencia sea motor y no obstáculo es necesaria entonces la acción
del analista. Esto abre un interrogante sobre su operación.
Freud
había dicho que hay que escuchar cada caso como si fuera el primero y Lacan le
siguió en ello, desvinculando asimismo el psicoanálisis de toda técnica o saber
hacer previo aplicable a todos. También afirmó que no hay cura-tipo ni
criterios objetivos de curación: el psicoanálisis se caracteriza por su
rigurosidad ética (4). El único criterio a tener en cuenta en un análisis,
señaló en 1954 es que “un psicoanálisis es la cura que se espera de un
psicoanalista” (5). Esto desplaza el interrogante sobre qué es un
psicoanalista. En 1967, propondrá el dispositivo del pase para verificar caso
por caso, en el final de análisis, el paso de analizante a analista (6). Pero,
en 1958, su atención se dirige aún hacia la acción del analista e introduce el
concepto “deseo del analista” para dar cuenta de ella (7).
Como
medio, instrumento o función, el deseo del analista sostendrá el trabajo analítico.
Me propongo seguidamente hacer un recorrido no exhaustivo sobre la introducción
de este concepto en la enseñanza de Lacan, así como situar con brevedad su
evolución y su actualidad.
Introducción del concepto. Hacia una ética de la
acción analítica
Siguiendo
el análisis que hace J.-A. Miller (8), “La dirección de la cura” constituye la
reflexión de un analista, Lacan, sobre su propia práctica para tratar de
elucidar su parte más oscura por estar en juego el funcionamiento del
inconsciente, que no es fácil de comprender. El analista no tiene la clave para
hacerlo.
¿Qué
hace el analista? ¿Hace algo? En algunos momentos, Lacan habló de la no-acción
del analista (9), pero se trata de un no-hacer, señala Miller, que revela
lo fundamental de la acción humana: es un actuar antes de saber la verdad para
poder descubrirla –como en el sofisma de los tres prisioneros (10). El analista debe precipitar una conclusión
antes de tenerla elaborada lógicamente –esta es la esencia del acto analítico,
cuya elaboración Lacan hará ocho años después en su Seminario (11). El acto analítico se anticipa así al saber
en la conquista de la verdad.
Pero
lo que Lacan señala en este escrito es que, si el analista dirige el
tratamiento, hay un poder en él. La situación analítica no es simétrica. Ello
podría llevar a pensar que el analista está en una posición superior. El
problema no es que el analizante lo interprete así; es muy probable que en un
momento u otro la imaginarización de esa disimetría irrumpa en el trabajo analítico
bajo la forma propia del fantasma de cada sujeto. Es algo a trabajar. El
verdadero problema es que el analista interprete así su posición, que se crea
superior y entonces ejerza un poder; que se vuelva infatuado, piense que ya
sabe y deje de interesarse en saber.
En
este escrito encontramos una crítica al ejercicio de cualquier poder por parte
del analista. El analista dirige el tratamiento, no al paciente. Tiene un poder
y es necesario que lo utilice bien, que sea responsable y no lo ejerza en el
sentido de aprovecharse de él. Hay una antítesis entre detentar un poder y
ejercitarlo.
Hay
una antítesis también entre poder y verdad. No se trata en el análisis del
poder sino, en la época de este escrito, de la verdad. Hay que elegir entre
ambos.
El
analista dirige el tratamiento: pide que se aplique la regla de la asociación
libre cuyo mantenimiento implica que él se abstenga de dirigir al analizante,
renuncie al ejercicio de un poder. Un análisis no es un trabajo pedagógico que
llevaría al analizante a hacer o decir algo; se trata de causar su trabajo, es
decir, de hacerlo hablar (12). Decirle “diga lo que quiera”, “hable”,
implica la sustracción de la palabra del analizante de todo poder exterior.
Aunque el “diga lo que quiera” es engañoso porque el sujeto no dice lo que
quiere sino lo que la lógica interna que rige su palabra comanda.
El
psicoanálisis, dijimos, apela a una ética. Aquí Lacan precisa: “Está por
formularse una ética que integre las conquistas freudianas sobre el deseo: para
poner en su cúspide la cuestión del deseo del analista” (13).
Freud
inventa el psicoanálisis a partir de que abandona la hipnosis fundada en la
sugestión. Pero no basta con que Freud haya inventado el psicoanálisis para que
haya analistas; no basta con que uno se nombre a sí mismo analista: es
necesario que haya sujetos a la altura de su función: que no se aprovechen del
poder sugestivo, de su poder de causar identificaciones, del poder que podría
darle ser objeto del amor del analizante, es decir, que no se aprovechen de la
transferencia. Los analistas han de abandonar toda posibilidad en ese sentido
para que pueda abrirse un nuevo camino, distinto del que el analizante demanda:
el camino del deseo.
Lacan
introduce el concepto “deseo del analista”, para responder al deseo de poder.
No hay analista si no ha renunciado a todo deseo posible de poder, incluso al
poder de hacer el bien. Y se refiere a Edipo ciego para hablar de ello (14). Cuando
en la tragedia de Sófocles, Edipo, sin saberlo, mata al rey, su padre, y se casa
con su madre deviniendo él mismo rey, tiene deseo de poder. Pero cuando se le
revela la verdad de que ha matado a su padre y se ha acostado con su madre,
abdica y se arranca los ojos para ir a Colono en busca de la verdad de su
destino (15). Entonces, ya ha renunciado al poder y solo le mueve el deseo
de encontrar la verdad.
En
el análisis, no se trata del poder sino, en esos momentos de la enseñanza de
Lacan, de la verdad. El analista no es un amo, o es un amo fallido, es decir,
un amo que abandona el poder que podría tener. Esto queda claro, señala Miller,
en la oposición que Lacan planteará varios años después entre el discurso del
amo y el discurso del analista (16). La
estructura del poder está presente en psicoanálisis, como en el resto de los
discursos: en todos tenemos el lugar del amo (agente) y el lugar del esclavo
(producción). Pero Lacan no se limita a situar cuatro lugares en cada discurso,
sino que también plantea que cada uno de estos lugares está ocupado en cada
discurso por un elemento distinto. Y es esto lo que marca la relación con el
poder que hay en cada discurso.
En
el discurso del amo, el lugar del amo está ocupado por el S1, mientras que el
discurso del analista, el analista ocupa el lugar del amo en tanto desecho. Una
vez que al final de su recorrido analítico, ocupa el lugar de desecho, una vez
que es Edipo ciego, recupera su poder que ya no es el poder de Edipo rey, Edipo
en el lugar del amo, dictando su deseo.
En
la dirección del tratamiento esto quiere decir que el analista solo es una
pieza de la estructura. Por eso, Lacan llama al lugar del amo el lugar del
agente, es decir, lo sitúa como una función en la estructura.
El
término “acción”, que Lacan trabaja en “La dirección de la cura”, pone
distancia con el concepto de contratransferencia, de moda en el psicoanálisis
de la época, a la vez que responde a él. Freud siempre negó que ella fuera un
instrumento de la cura (17). En 1910, planteó por el contrario que es un
obstáculo para que el analista pueda dirigir la cura y que debe exigírsele “que
la discierna dentro de sí y la domine” (18). Y, en 1913, escribió asimismo
a Binswanger que “el problema de la contratransferencia es uno de los más difíciles
de la técnica analítica”, aclarando seguidamente que lo que el analista expresa
al paciente no debe ser nunca un afecto espontáneo sino de algo expresado
conscientemente”, para concluir que “se debe reconocer y superar para estar
libre de uno mismo” y disponible para ejercer su función (19). Para ello,
el analista debe estar analizado (20). Lacan sigue a Freud en este punto.
Años
más tarde, este último reconocerá que “La dirección de la cura” no deja
resuelta en absoluto lo que es la transferencia. Queda intacta la cuestión de
saber si al analista se le puede suponer saber lo que hace (21). Más
adelante, como veremos, responderá a ello.
El analista no puede desear lo imposible
Un
año después de redactar este escrito, Lacan hará su seminario La ética del
psicoanálisis donde retoma la idea expresada en “La dirección de la cura” según
la cual para desempeñar su función el analista paga con su persona (22) “en la medida que, por la transferencia, es
literalmente desposeído de ella”. Finalmente es necesario que pague con un
juicio lo concerniente a su acción”, una parte de la cual “permanece velada
para él mismo” (23).
Los
analizantes, señala Lacan, demandan al analista una promesa de felicidad, que
los posfreudianos de su época hicieron girar en torno al acto genital, la
llamada felicidad genital. Pero el análisis no es un medio para que el analizante
alcance el objeto que satisfaría su deseo, simplemente porque ese objeto no
existe: la pulsión no tiene un objeto predeterminado.
Entonces,
el analista acoge la demanda pero no responde a ella. “Lo que el analista tiene
para dar, señala Lacan, contrariamente a la pareja del amor, es lo que tiene. Y
lo que tiene no es más que su deseo, al igual que el analizante, haciendo la
salvedad de que es un deseo advertido” (24), podemos añadir, porque está
analizado. “¿Qué puede ser ese deseo?” Lacan responde diciendo lo que no puede
ser: el analista “no puede desear lo imposible”.
La
ilusión de querer responder a esa demanda de felicidad reduce la situación analítica
a una relación dual donde se borra la separación que implica el deseo, límite
estructural. “Es imposible para el analista, si su deseo está advertido,
consentir detenerse en el señuelo que constituye una aspiración a una reducción
a la nada de esa distancia”. Esto solo refleja por parte del analista un deseo
donde la propia posición está insuficientemente elaborada, hasta confundirse
con aquel que tiene a su cargo. “Esa aspiración, señala Lacan, es patética en
su ingenuidad”.
Un
año más tarde, en su seminario sobre La transferencia (25), precisa que la
cuestión de la transferencia, no se puede limitar a lo que ocurre en el
analizante, por lo que hay que articular un poco mejor lo que debe ser el deseo
del analista. “A éste no puede bastarle una referencia diádica. No es la relación
con el paciente la que puede darnos su clave”.
Siguiendo
este hilo, Lacan criticará en su seminario años después como
las distintas contribuciones que algunos analistas han hecho a la teoría de la
transferencia, dejando de lado en tales crítica la teoría de Freud, permiten
leer con claridad hasta dónde ha llegado cada uno, cuál es su deseo (26), ilustrando
modos diversos de fallar al deseo del analista. Entre otros, Lacan se refiere
aquí a Ferenczi, quien reconocía oscilar en la transferencia entre la posición
de padre y la de hijo (27). En relación a su análisis con Freud, Ferenczi
siempre reprochó a este último que no le hubiera curado de su trasferencia
hacia él, en la que oscilaba asimismo entre esas dos mismas posiciones, ya se
leyeran en términos de hijo y de padre o de alumno y maestro, incluso de amo,
llegando a ofrecerse él mismo a Freud como analista.
La
transferencia es un fenómeno esencial, ligada al deseo como fenómeno nodal del
ser humano. Lacan señala que Platón la articuló de manera rigurosa en su
Banquete (28) mucho antes que Freud lo hiciera, y dedica la primera parte
de su seminario a analizar este diálogo sobre el amor. No voy a tomar aquí este
desarrollo esencial, solo me voy a referir a unos pocos elementos de la escena
entre Sócrates y Alcibíades, que no forman parte del análisis explícito de
Lacan, pero que me parece ilustran bien la manera novedosa en que este último
articulará la transferencia a partir de entonces. Se trata de cuando, en el diálogo
platónico, Alcibíades manifiesta que su amor por Sócrates está motivado por el
poder que emana de su boca, el saber que sale por ella bajo la forma de
palabras brillantes, y que eso le hace perder el rumbo como a Ulises se lo hacía
perder el canto de las sirenas.
Sin
embargo, Sócrates no se deja engañar por la adulación de Alcibíades y le
responde sacando a la luz lo que su amor vela: el “poder de la boca” de Sócrates
no es el saber que por ella mana sino que “ella es carne”. El amor de
transferencia oculta, vela el objeto que está en juego.
El
testimonio como analista de la escuela de Pilar González ilustra esta misma
operación casi con los mismos términos: obtener las palabras brillantes de un Otro
del saber, muy idealizado, alimentaban el goce oral escondido en el síntoma que
solo se revelará en el final del análisis. Esta “palabra brillante” fue
asimismo el rasgo privilegiado de la elección de analista (29).
El
análisis del Banquete sirvió a Lacan para ilustrar que en cuanto se supone el
saber al Otro, hay transferencia. Esto le llevó a introducir la función del “sujeto
supuesto saber” como resorte de ella. “En la medida que se supone que el
analista sabe, se supone también que irá al encuentro del deseo inconsciente.
En este sentido, el deseo del analista es una función esencial”(30).
El
pivote de la transferencia es entonces la atribución, por parte del analizante,
de la función “sujeto supuesto saber” al analista, que pone en marcha el análisis.
Pero esta operación vela otra: la transferencia se instala, en el momento que
el analizante encuentra en el analista un rasgo del objeto que resuena en su
propio inconsciente y en este sentido supone que sabe algo de este último, le
supone un saber sobre el goce. Por el hecho de la transferencia, el analista
está en posición de ser aquel que contiene el agalma, el objeto fundamental en
juego en el análisis del sujeto (31) -en ese momento de su enseñanza-, que
le fija en el fantasma. Eso es un efecto legítimo de la transferencia –señala
Lacan. Pero no por ello hay que hacer intervenir la contratransferencia. No es
en absoluto necesario tampoco que el analista comprenda, es más, siempre debe
poner en duda lo que comprende. “El amor de transferencia plantea la cuestión
del deseo del analista y, hasta cierto punto, la de su responsabilidad”.
Más
adelante añade que “(…) el analista debe al menos entrever que en el plano del a
minúscula la cuestión es muy distinta de la del acceso a ningún ideal. El amor
solo puede rodear esta isla, este campo del ser. Y el analista por su parte
solo puede pensar que cualquier objeto puede rellenarlo (…). No hay objeto que
valga más que otro –este es el duelo a cuyo alrededor se centra el deseo del
analista” (32), resorte esencial de toda la cuestión de la transferencia
(33). El deseo del analista es entonces un deseo que no obtura la no
concordancia entre el deseo y el objeto en el mundo humano, un deseo advertido
de la afinidad de estructura del deseo con la castración.
En
la medida que el deseo interviene no concierne al amado (34). Esto no es
un accidente, una degradación de la vida amorosa o un signo de Edipo no
resuelto. Mientras no lo comprendamos, señala Lacan, no entenderemos la cuestión
del deseo del analista para cuyo abordaje partimos del tema del amor.
“Lo
que hace de cada análisis un aventura única es la búsqueda del agalma en el
campo del otro” (35) –señala Lacan. "Varias veces les interrogué
sobre qué conviene que sea el deseo del analista para que, si tratamos de
impulsar las cosas más allá del límite de la angustia, el trabajo resulte
posible. Sin duda conviene que el analista sea aquel que ha podido, en la
medida que fuese y por algún sesgo, por algún borde, reintegrar su deseo en
este a irreductible, y en grado suficiente como para ofrecer a la cuestión del
concepto de angustia, una garantía real” (35).
¿Qué es el deseo del analista?
Entonces,
¿qué ha de ser el deseo del analista para que opere de manera correcta?
En
el Seminario XI, Lacan sitúa que “el deseo del análisis no es un deseo puro. Es
el deseo de obtener la diferencia absoluta, la que interviene cuando el sujeto,
confrontado al significante primordial, accede por primera vez a la posición de
sujeción a él” (36). Esta definición abre varias cuestiones.
En
primer lugar, ¿es lo mismo decir el deseo del análisis que el deseo del
analista? ¿Hay otro deseo del análisis por fuera del deseo del analista? ¿Podemos
hablar del deseo del analizante? Respecto a esto último, Lacan critica en este
mismo seminario la afirmación de Freud según la cual la transferencia se reduce
al deseo del paciente, y añade que se trata del “deseo del paciente en su
encuentro con el deseo del analista” (37), es decir, el deseo del analista
es el operador sine qua non del análisis. El deseo del analista trabaja contra
la demanda de amor del analizante y su no-querer saber sobre el objeto que
esconde. Sin embargo, en este seminario, el objeto del que se trata ya no es el
objeto agalma sino el objeto causa: el analizante no quiere saber sobre el
objeto que causa su deseo.
En
segundo lugar, ¿qué quiere decir que el deseo del analista no es un deseo puro
porque es un deseo de obtener la diferencia absoluta?
El
resorte esencial de la operación analítica, sitúa Lacan, es obtener la máxima
distancia entre la serie de los significantes-amo a los que el sujeto está “sujetado”, y el objeto a que ordena su serie (38). En este
sentido, J.-A. Miller plantea en su curso que la llamada diferencia absoluta
está enganchada a la causa, eso que Lacan no dudaba en llamar “una cochinada” –podemos
entender este calificativo en tanto el objeto anal como objeto separado y caído
constituye su esencia (39)-, “esa cochinada que pescaron del discurso del otro
y que rechazan, sobre la que no quieren saber nada” (40).
Este
franqueamiento implica pasar del “no sé” analizante, que en realidad es un “no
quiero saber” sobre la causa, a un “sé”.
Mientras
no se obtenga esa diferencia y se extraiga esa certeza final, Miller señala que
“no vale la pena jugar a hacer el pase” donde se trata de extraer un saber
sobre el goce, que no remite a un universal sino a una singularidad. “Mientras
piensen que pertenecen a una categoría, deben renunciar a hacerlo”.
No
es entonces por la vía identificatoria con los otros que se deviene analista.
En el “Discurso en la EFP”, Lacan precisa: “El deseo del analista no tiene que
ver con el deseo de ser analista, el deseo del analista -precisa Lacan- solo se
sitúa por el acto” (41).
Después
de 1967, Lacan casi no vuelve a mencionar el término “deseo del analista”. Podríamos
pensar que después de formular los cuatro discursos (42), el término queda
subsumido en el de “discurso del analista”, en el cual el analista en el lugar
del agente, haciendo semblante de objeto, opera para causar la división
subjetiva del analizante y ponerlo a trabajar, de lo que resultará al final del
análisis la caída de los S1 en el lugar de la producción y el saber en el lugar
de la verdad.
En
la “Nota italiana”, de 1973 (43), Lacan
vuelve a hablar del deseo en relación al analista pero se refiere a un “deseo
de saber”: “No hay analista sin que ese deseo le surja (…)”. En el Banquete de los analistas,
Miller señala que “ese nombre es más adecuado para el deseo del analista” (44). El
analista aparece aquí como alguien que ha surgido del deseo de saber. Pero, ¿qué
quiere decir Lacan con “deseo de saber”? No se trata en esta cita de “tener un
saber” sino de un deseo de saber lo que no se sabe. Si el deseo de saber debería
habitar la asociación libre para que al final el saber sobre la causa advenga
al lugar de la verdad, el analista debe querer hacerse cargo de la operación y “saber
ser el desecho de la susodicha humanidad” –precisa dos páginas después. En su
"Nota", Lacan hace referencia al final de la vida de santo Tomás,
cuando su Suma Teológica, culmen de su trabajo y de su saber, a la que había
dedicado toda su vida, queda reducida para él a paja, a un resto: Sicut palea,
dicen que exclamó.
El
analista debe “saber ser un desecho en la experiencia analítica misma”, “querer
acabar como un desecho”, como Edipo en Colono; debe “querer ser abandonado, que
es lo contrario de la demanda de amor”. El analista es aquel que responde a la
demanda de amor con el deseo de saber para hacer la contra al “no querer saber”
del analizante sobre la causa que lo habita.
Si
Lacan quiso fijar la posición del analista como un saber –añade Miller- en
relación a un deseo, fue para explicar que no se identifica con el sujeto
supuesto saber y, a la vez, que no responde con amor a la demanda de amor. Del
lado del analizante, el recorrido analítico va de la demanda de amor al deseo
de saber, como explica la Proposición (45).
En
su último seminario, Lacan vuelve a tomar el término “deseo del analista” al
referirse al saber del analista (46). Subraya que ha puesto el acento en
el deseo del analista porque si el sujeto supuesto saber se soporta de la
transferencia, hay que preguntarse a qué se refiere ese supuesto saber. ¿Es un
saber de qué modo operar? “Sería completamente excesivo decir que el analista
sabe cómo operar” –responde. “Lo que sería necesario es que sepa operar
convenientemente, es decir, que pueda darse cuenta de la pendiente de las
palabras para su analizante, lo que incontestablemente ignora”. Entiendo que se
refiere a que el analista no debe de operar desde el fantasma y debe saber que
no se trata del sentido de las palabras que dice el analizante sino de lo que
circula entre ellas sin que el analizante lo sepa -ni lo quiera saber. Y, para
eso, él debe haber resuelto en sí mismo sus embrollos con la verdad y extraído
un saber sobre la causa: “El saber del analista sobre sí mismo solo adquiere
valor en el psicoanálisis si le permite saber hacer de desecho en la
experiencia misma”.
Para
concluir
Como
hemos visto, Lacan no deja de interrogarse a lo largo de su enseñanza sobre el
deseo del analista. Y lo hace, dice, en tanto atañe a la formación del analista
que es el objetivo de ella (47). El análisis didáctico no puede servir
sino para conducir a él (48).
Sin
embargo, Lacan añade en su “Discurso a la EFP” que, una vez instalados, los
psicoanalistas se olvidan del acto que los ha constituido y “no quieren creer
en el inconsciente para reclutarse”(48). No consideran un criterio de
selección la elaboración del inconsciente. Pero, una vez acabado el análisis,
el analista ha de seguir interrogando su relación con él.
¿Cómo
alguien deviene, ha devenido analista? Para responder a esta pregunta, Lacan
inventó el pase, donde se trata de reclutar al analista a partir de cómo la
experiencia analítica modificó su inconsciente, como varió la economía de su
goce, cómo el sujeto se las arregló con el “sé” final, qué hizo con el resto
pulsional. Cada testimonio de AE, deja ver una respuesta.
El
final del análisis no implica ninguna identificación ni a los ideales sociales
ni a ninguna norma o moral colectiva. Se trata de una solución sinthomática
singular, es decir, “para uno”, no “para todos”. No es tanto una identificación
al sinthome como de un saber arreglárselas con él.
En
el reciente Congreso de la AMP, Graciela Brodsky planteó que la mejor brújula
que tiene el analista, para no extraviarse en la dirección de la cura es su
sinthome, con el tratamiento que le dio en el análisis. El deseo del analista
es uno de sus destinos posibles (50).
El
analista no analiza sin su sinthome. Este último sustituiría al deseo del
analista.
No
hay manera de medir el deseo del analista sin ese lazo con otro, donde se trata
de medir el propio acto respecto al propio síntoma. Cuanto más la brújula es el
sinthome, más es necesario el análisis de control.
* Texto publicado en Cuadernos de Psicoanálisis 37. Revista del Instituto del Campo Freudiano en España. Madrid, 2015. Sobre este tema, se puede leer también la entrada en este blog: http://www.elblogdemargaritaalvarez.com/2015_02_01_archive.html
Notas
1.
Freud, Sigmund. “Sobre la dinámica de la transferencia” (1912), en Obras Completas, vol. XII. Buenos
Aires, Amorrortu Editores, p. 99.
2.
Ibidem.
3.
Freud, Sigmund. “¿Pueden los legos ejercer el psicoanálisis?”, en O. C., op. cit., vol. XX, p. 210.
4.
Lacan, Jacques. “Variantes de la cura-tipo” (1955), en Escritos 1. México: Siglo XXI Editores, 1984, pp. 312.
5.
Ibid., p. 317.
6.
Lacan, Jacques. “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de
la Escuela”. En: Otros escritos.
Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 271.
7.
Lacan, Jacques. “La dirección de la cura y los principios de su poder” (1958),
en Escritos 2. México, Siglo
XXI Editores, 1984, p. 595.
8.
Miller, Jacques-Alain. “Puntuaciones sobre La dirección de la cura” (1992), en Conferencias porteñas 2. Buenos
Aires, Paidós, 2009.
9.
Lacan, Jacques. “Variantes de la cura-tipo”, op. cit.
10.
Lacan, Jacques. “El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada”, en Escritos 1, op. cit.
11.
Lacan, Jacques. El Seminario, libro
XV: El acto analítico (1967-1968). Inédito.
12.
En francés, “causer” significa
tanto “causar”, como “charlar”.
13.
Lacan, Jacques. “La dirección de la cura…”, op. cit., p. 595.
14. Ibid., p. 620.
15.
Sófocles. “Edipo, rey” y “Edipo, en Colono”, en Tragedias. Madrid, Biblioteca Edaf, 1985.
16.
Lacan, Jacques. El Seminario, libro XVII: El reverso del psicoanálisis
(1969-1970). Barcelona, Paidós, 1992, cap. 1.
17.
Álvarez, Margarita. “Editorial” de “Referencias Jacques Lacan. Seminario X La
angustia”. Bibliográfica 11. Nueva
Serie. Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona, 2006, p. 3.
18.
Freud, Sigmund. “Las perspectivas futuras de la terapia analítica” (1910), en O.C., op. cit., vol. XI, p. 136.
19.
Freud, Sigmund, Binswanger, Ludwig. “Lettre du 20.2.1913”, en Correspondance (1908-1938). Paris,
Calamnn-Lévy, 995, p. 183.
20.
Freud, Sigmund. “Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico”
(1912), en O.C., op. cit., vol.
XII, p. 116.
21.
Lacan, Jacques. El Seminario, libro
XVIII: De un discurso que no fuera semblante (1970-1971)”. Buenos
Aires, Paidós, 2009, pp. 58-59.
22.
Lacan, Jacques, “La dirección de la cura…”, op. cit., p. 567.
23.
Lacan, Jacques. El Seminario, libro
VII: La ética del psicoanálisis (1959-1960). Buenos Aires, Paidós, 1988,
pp. 347-8.
24.
Ibíd., pp. 357-9.
25.
Lacan, Jacques. El Seminario, libro
VIII: La transferencia (1960-1961). Buenos Aires, Paidós, 2003, p. 125.
26.
Lacan, Jacques. El Seminario, libro
XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires,
Paidós, 1994, p. 165.
27.
En el texto francés, Lacan dice “père-fils”,
literalmente, “padre-hijo”, aunque la expresión también quiere decir “padre
soltero”, que es la traducción por la que han optado en la traducción al
castellano del Seminario XI.
Sin embargo, tomando en cuenta las propias declaraciones de Ferenczi sobre su
posición, así como las de otros autores, optamos por la primera traducción. Ver
también: Serge Cottet. “Un sexto psicoanálisis de Freud: el caso Ferenczi”, en 12 estudios freudianos. Buenos Aires,
Unsam edita, 2013.
28.
Platon. “Banquete”, en Diálogos,
t. III. Madrid: Gredos, 1986.
29.
González, Pilar. “Palabra de mujer”, en El
psicoanálisis 19. Málaga, ELP, 2010.
30.
Lacan, Jacques, Los cuatro
conceptos fundamentales…, op. cit., p. 243.
31.
Ibid., pp. 223-4.
32.
Ibid., pp. 439-40.
33.
Lacan, Jacques. El Seminario, libro
IX: La identificación (1961-1962), clase del 9 de mayo de 1962. Inédito.
34.
Lacan, Jacques. El Seminario, libro X:
La angustia (1962-1963). Buenos Aires, Paidós, 2010, p. 168.
35.
Ibid., p. 365.
36.
Lacan, Jacques, Los cuatro conceptos
fundamentales…, op.cit., p. 284.
37.
Ibid., p. 281.
38.
Ibid., p. 276.
39.
Lacan, Jacques. Le Séminaire, livre
XXII: RSI, clase del 18.3.1975. Inédito.
40.
Miller, Jacques-Alain. Sutilezas analíticas. Buenos Aires, Paidós, 2011, p. 40.
41.
Lacan, Jacques. “Discurso en la Escuela Freudiana de París” (1967), en Otros escritos, op. cit.. Buenos Aires,
Paidós, 2012, p. 289.
42.
Lacan, Jacques, El reverso del
psicoanálisis, op. cit.
43.
Lacan, Jacques. “Nota italiana” (1973), en Otros escritos, op. cit., p. 329.
44.
Miller, Jacques-Alain. El banquete de
los analistas. Buenos Aires, Paidós, 2000, p. 415.
45.
Ibid., p.418.
46.
Lacan, Jacques. Le Séminaire, livre
XXV: Le moment de conclure, clase del 15 de noviembre de 1978. Inédito.
47.
Lacan, Jacques, Los cuatro conceptos
fundamentales…, op. cit., pp. 238-9.
48.
Ibid., p. 18.
48.
Lacan, Jacques. “Discurso a la EFP”, op.
cit., p.299.
50.
IX Congreso de la AMP: “Lo real en la experiencia analítica”, celebrado en París,
en abril de 2014. Notas propias en:
La intervención de Graciela Brodsky ha sido publicada en el volumen: VVAA. Lo real puesto al día. Buenos Aires: Grama, 2014.