miércoles, 21 de diciembre de 2011

SOBRE LA RELACIÓN CON LA LENGUA 2. EL AMOR POR LA LENGUA

(Foto M.Álvarez, 2011)

Respecto a las lenguas que digo -o dicen- que hablo, quiero hacer algunas precisiones. De todas ellas, la lengua menos desconocida para mí es aquella que aprendí de niña: el castellano que se habla en Asturias, impregnado en primer lugar por las formas sintácticas del bable y por sus fonemas - objeto este último durante mi infancia, en tiempos de la dictadura, de censura y desprestigio como el resto de las lenguas de España en favor del primero. Pero también, en mi caso particular, era un castellano que dialogaba con el gallego natal de la mujer que me cuidaba y  los giros de su madrileño castizo, de adopción, que ella hacía servir a menudo para enfrentar con bastante humor las vicisitudes de su vida.
En segundo lugar, hablo el catalán, que es una lengua que no me vino dada, sino que elegí, y lo hice por amor, y con amor.  Por el amor, y con el amor, necesario para aprender cualquier lengua, incluso, para aprender a hablar cuando somos niños. Pero, no solo aprendí a hablar catalán por amor a la lengua misma y a mis amigos, a la comunidad donde vivo; también lo hice, por razón, y con razones (1).  
Vivir fuera del lugar donde había nacido, en Barcelona,  transformó mi relación con el castellano: me hizo "normalizarlo" y abandonar ciertos localismos para adoptar otros en favor de la comunicación, ya que descubrí que no en todas partes donde se habla el castellano "allegan" las puertas o, también, que si decía "riche" en vez de "bollo" o "servus" en lugar de "betún", como se hace en Gijón, nadie fuera de allí me entendía -por cierto que al cabo de los años descubrí en un mercado de brocanters en Barcelona que el famoso "servus" era una antigua marca de betún ¡de Badalona! Nadie parece acordarse de ella por aquí, sin embargo, a mil kilómetros, dejó su impronta, su marca en la lengua.
Mi castellano quedó afectado también por la adquisición del catalán, y la preceptiva diglosia que irrumpe cuando dos lenguas conviven juntas: más allá de que se peleen o hagan el amor –o de que se peleen y hagan el amor, que todo es posible-, una se contagia irremisiblemente de la otra. Así, a veces, digo a alguien que "hace mala cara" cuando "tiene mala cara", lo cual causa cierto sobresalto o perplejidad en el receptor, sobre todo cuando no conoce el catalán y, por tanto, no reconoce que traduzco literalmente de él sin darme cuenta. 
Pero lo he aceptado sin problemas. He aceptado que la riqueza de hablar cotidianamente dos lenguas me quitara algo, me desidentificara un poco y me dejara sentir cierta falta, cierto vacío constituyente. Esta pérdida es positiva porque es productiva. Ya sabemos que no hay creatividad sin vacío, sin el requisito, sin el riesgo que supone aventurarse en él.
En tercer lugar, la lengua que menos extranjera me resulta es el francés, la lengua de Montaigne, de Descartes y la Ilustración, así como de una de las revoluciones político-sociales fundamentales; también la de Baudelaire, de Ducasse, de Mallarmé y de Apollinaire, de Raimond Roussel y los surrealistas; pero sobre todo -para mí-, la lengua del psicoanálisis que ha encontrado en ella, y el pensamiento que vehicula, gracias a Jacques Lacan, su renovación y su fuerza.
El inglés lo conozco menos, aunque también me interesé por él pronto. Un día, un familiar me dijo que al otro lado del mar, que estaba mirando desde mi balcón, se vivía mucho mejor. Era una mañana gris y yo tenía seis años. ¿Cómo iba a pensar que me estaba diciendo que en Inglaterra no había una dictadura, cuando ni siquiera había oído esa palabra ni conocía lo que significaba y, además, tardaría varios  años más en ser plenamente consciente de que vivía en una? 
¡Entendí lo que entendí!… En concreto, que los ingleses, cuyos paisajes y economía son en parte similares a los de Asturias, eran más felices. Eso despertó rápidamente un vivo interés por ellos, por su lengua, su historia, su cultura, así como por el mar que nos separaba -ese mar que los portugueses calificaban de tenebroso hace varios siglos. Mi dirección electrónica es un resto de ese amor por aquellas islas que se alzaban entre la bruma tras la línea del horizonte de mi universo infantil: en gaélico, "sgairbh" quiere decir "cormoranes", unas aves marinas fuertes y veloces que cruzan libremente el mar como yo tantas veces deseé hacer desde aquel mismo balcón.
Respecto al bable, es cuestión de cierta inmersión primera en sus formas y resonancias pero también de cariño y homenaje a un mundo prácticamente desaparecido que ya casi no conocí pero en el que vivieron muchas  generaciones que me precedieron en esta existencia singular y universalmente extraña que decimos "humana".  Reconozco que algo tiene que ver conmigo, y aunque nunca lo he hablado, ni probablemente lo hablaré, lo entiendo bastante bien las raras veces que lo escucho. Y algo en su acento y su expresividad me resulta alegre y me hace sonreír .
En fin, en relación a las lenguas, sobre todo, las románicas o romances, la arquitectura de mi pensamiento es como el monte bajonormando Saint Michel: no hay homogeneidad en absoluto, sino variedad de estilos que se corresponden, allí, en su abadía, con las sucesivas construcciones y remodelaciones realizadas,  a lo largo de los siglos, siguiendo los cambios de las directrices artísticas en materia de edificación  religiosa. Pero, ¿alguien duda que ello le da su singularidad? ¿Alguien se atrevería a atacar su arquitectura prodigiosa? ¿Defendería que tendría que haber sido construido con un solo estilo? ¿Que sería mejor que fuera homogéneo?
Sabemos que nadie habla a la perfección  lengua alguna. Estamos siempre, en relación a cualquiera de ellas en situación de déficit, de cierta falta.  Y yo, con esta historia tan particular, desde luego no voy a ser una excepción. Pero me alegro de esta historia que, al fin y al cabo, es la mía. 
El conocimiento que tengo de distintas lenguas, por limitado e insuficiente que sea, me ayuda a entender que cada persona, también las diferentes culturas, piensan el mundo, conciben la vida de manera no idéntica, cuando no radicalmente distinta. Me resulta asimismo fundamental para no creerme -lo que siempre contraría el narcisismo constitutivo-, que mi pensamiento, mi lengua o mi cultura  son las únicas posibles, o las mejores posibles.
Así, amo todas las lenguas que hablo, que malhablo, que deshablo, que rehablo, que casi hablo, que hablo como quiero o como puedo, o que no hablo tanto como quiero. De hecho, también amo las lenguas que no hablo y las que con toda probabilidad nunca hablaré, inclusive aquellas que ya no se hablan en ninguna parte o que todavía no existen. Amo siempre encontrar otra manera de decir las cosas, nuevas palabras para decirlas porque eso hace que las cosas ya no sean exactamente las mismas -imposibilidades inherentes a la traducción- y eso las complejiza, las enriquece y renueva, volviéndolas más interesantes. 
Amo ese esfuerzo por "bien decir", por decir bien, lo más precisamente posible,  que supone la existencia, la invención misma de una lengua. De hecho, no hay invención sin lengua: la inventio es la primera fase de la retórica clásica,  antes de la elocutio,  y quiere decir: "Hallar, tener algo que decir".
Por lo general, soporto bien el sentimiento de extranjería que me produce moverme en medios donde no conozco del todo la lengua que se habla, o donde no la conozco apenas, o donde la desconozco por completo.  Esto último, a veces, me hace incluso gracia.  En ocasiones, es un descanso, incluso un alivio, no entender lo que dice el otro, o atribuir la falta de entendimiento solo al desconocimiento de la lengua; incluso imaginar lo que dice o imaginar que dice lo que a una le gustaría que dijera…  En fin, como decía Andy Warhol, aunque en parte sea una boutade- hay cosas (él se refería al amor) que es mejor imaginarse. A veces, sí.
La extranjeridad frente al otro, ante al mundo y respecto a una misma son constituyentes. Y es interesante dejarse sentir el vacío que la relación con aquellas lenguas que no son la primera que aprendimos - y que por lo general consideramos "propia", nuestra lengua materna -, introduce en nuestra vida: nos abre la posibilidad de pensar algo nuevo, de otro modo, desde otra perspectiva. Esto nutre y fortalece nuestro pensamiento. 
Incluso, siendo radical, podemos decir que no hay lengua propia, sino que es  la lengua siempre la que se apropia de nosotros, la que nos hace suyos, la que nos causa y nos determina. No existimos sin ella. La lengua habla por nosotros y de nosotros, es decir, somos hablados, hecho que para el psicoanálisis está en la base de lo que llama "inconsciente". 
Tendemos a calmar la sensación de vacío, que la relación con la lengua nos crea, colmándolo, tapándolo con una identificación proveedora, como todas ellas, de seguridad: "Esta es mi lengua", "yo soy el que habla en ...", "si el otro habla como yo, es como yo", etc.. Pero éste no es el único problema. El mayor problema que acarrea cualquier identificación es que cuando alguien se identifica con un rasgo del otro (sea la lengua que habla, su pensamiento o sus costumbres) crea la ilusión de que ambos son iguales en todo. La identificación siempre tiende a crear una consistencia de ser que produce la segregación, en mayor o menos grado, de lo distinto. Y, entonces, puede ocurrir que se aparte, se desprecie, se odie, se difame, se quiera  erradicar, expulsar, eliminar a aquél que no habla la misma lengua, que no vive como uno, o que piensa distinto.
Aprender una lengua implica admitir cierto no saber constitutivo en relación a nosotros mismos y a la vida, consentir a cierto vacío, a cierta desidentificación, a cierta extranjeridad y cierta extrañeza... Si consentimos a ello, el conocimiento de una nueva lengua nos ayuda a descubrir un poco mejor el mundo y a los otros, pero también nos ayuda a descubrirnos a nosotros mismos. Es una aventura sin par, radical, emocionante, como hay pocas. Es una oportunidad, una suerte.

Notas:
1. Respecto a esta cuestión, puede leerse en este mismo blog la entrada: "Sobre la relación con la lengua". 
http://www.blogger.com/blogger.g?blogID=6199614407506835997#editor/target=post;postID=834461370839632216



sábado, 10 de diciembre de 2011

SOBRE EL ELOGIO DE LA LOCURA, DE ERASMO. UNA LECTURA




Este año 2011 se cumplen quinientos años de la publicación del Elogio de la locura,* de Erasmo de Rotterdam. La obra finalizada, en 1509, se editó en París dos años más tarde. Valorada como el mayor exponente de la obra y el genio de su autor, príncipe de los humanistas renacentistas, no quiero dejar acabar el año sin hacerle un pequeño elogio, producto de mi particular lectura.

El marco de la obra
Como se sabe, el humanismo, constituyó una revolución del  pensamiento que se extendió por la Europa renacentista en los siglos XV y XVI. Rechazando la herencia del medievo, el humanismo, de homo, hombre, colocó a este último en el centro de su doctrina, confiando plenamente en su razón y su capacidad de conseguir a través del cultivo de las letras clásicas la sabiduría necesaria para entender el mundo.
Sin embargo, Erasmo emprenderá en esta obra una reflexión seria sobre el concepto de sabiduría que manejan sus contemporáneos y, a través suyo, realizará una crítica demoledora de la sociedad en que vive. 
¿Qué es la sabiduría?, se pregunta. ¿Se requiere una gran erudición para alcanzarla como alegan los preceptos renacentistas? ¿O se trata de algo distinto?
Erasmo tiene ya la respuesta y en razón de ella concibe el plan de la obra. Dando no solo muestras de una gran lucidez sino, también, de no menor dosis de humor aborda el tema de la sabiduría a través de la locura o la necedad, encarnadas en el personaje de Estulticia. De este modo, cuestiona de entrada la idea tradicional de sabiduría e invita a cambiar de perspectiva: quizás la sabiduría que se defiende no es tal sabiduría, quizás la locura o estulticia pueda ser la extrema sabiduría. La locura queda así, de entrada, revestida de dignidad, sin los bonetes o cascabeles con que se la representaba en la época. Y Erasmo la pone a hablar y la deja hacer su propio elogio.

Habla Estulticia
De entrada, ella pide ser escuchada con la atención que se presta no a los predicadores sino a los charlatanes de feria. Hecha esta petición, empieza a poner de relieve sus cualidades que, como veremos, no son pocas ni banales: ¿Qué puede ser más importante que causar el placer de la gente, liberarla siquiera por un instante de la gravedad de la vida y hacerles reír?
“Soy la única –empieza diciendo- que, cuando quiero, hago reír a los dioses y los hombres; nada más verme, los hombres desarrugan el ceño y acompañan su aplauso con una risa amable”. “Mi sola presencia consigue en un momento aquello para lo que los grandes oradores  necesitan un largo y pesado discurso: disipar las pesadas molestias del espíritu”.
¿No es por esta alegría de vivir espontánea, sin sentido, por la que nos gustan los niños y los jóvenes? ¿No es esta la alegría que luego va desapareciendo bajo el peso, aplastante a veces, de los problemas de la vida? ¿No esperamos que los niños sean despreocupados y sentimos rechazo por lo general hacia los niños sabelotodos?
¿Por qué siempre se representa a Cupido como un niño? Porque es un bromista –responde Estulticia- que no dice ni piensa nada al derecho. ¿Y por qué Venus mantiene intacta su belleza? Sin duda, también por su necedad.
El anciano que chochea –afirma- se ve libre de la angustia que atenaza al sabio. Ni los niños ni los jóvenes ni los ancianos sienten el tedio de la vida que atenaza la edad madura. Solo ella, Estulticia, mantiene joven el espíritu, “detiene el paso fugaz de la juventud e impide el avance molesto de la vejez”. Es más, nos recuerda -cómo Homero ya señaló- que no existe nada en la tierra alegre o placentero sin su intervención.
Por otro lado, la necedad -defiende- desempeña asimismo un importante papel en la vida social: es la única que une y mantiene unidos a los amigos y a los matrimonios. Sin ella, no existe ningún tipo de sociedad ni relación humana agradable y sólida, pues no soportaríamos ni al otro ni a nosotros mismos. Hace que uno acepte mejor quién es.
Las buenas obras y empresas vienen asimismo inspiradas por Estulticia. Todo el mundo sabe que ni la filosofía soluciona los problemas de la vida ni la sabiduría sirve para hacer una buena gestión de los asuntos. Sin embargo, el insensato adquiere la verdadera prudencia mejor que el sabio porque mientras este último se refugia en los libros tratando de buscar allí la respuesta, el insensato lo prueba todo y eso le permite construir una experiencia. Pues el miedo y el pudor son dos obstáculos que se oponen a ello, pero la insensatez libera de ambos. “Nada más insensato que una sabiduría a destiempo, ni nada más imprudente que una prudencia fuera de lugar” -sentencia.
“Obra mal –prosigue Estulticia- el que no toma las cosas como vienen, el que se refugia en los libros y no baja a la calle a pasear, el que no quiere acordarse de aquella norma sabia de los banquetes: o bebes o te vas; también  el que pretende que la comedia no sea comedia”. Es además signo de hombre prudente no querer sabiduría superior a su condición humana común, estar dispuesto  a hacer la vista gorda y a reírse de sus desaciertos como todos los demás. “En esto consiste la comedia de la vida”.
Después de leer esto, no se puede pensar que toda locura sea un desastre. Hay pues, según la obra, dos tipos de locura: “La que envían las furias vengadoras desde el infierno cuando lanzan serpientes venenosas y asaltan el corazón de los hombres con la sed de la guerra, la sed inextinguible del oro, el parricidio, el incesto, el amor prohibido y criminal, el sacrilegio o cualquier peste”, es decir, esa locura que lleva a la destrucción de la vida humana  y la civilización. Pero hay también una segunda locura que procede de Estulticia y es deseable por encima de todo: “Aparece cuando el alma se siente liberada de las preocupaciones y angustias por una especie de desvarío”. Este desvarío, esta nueva locura proclamada por Erasmo es un tono nuevo de humor que facilita reírse de uno mismo y lleva al juicio irónico.
“Negar esta última locura vacía la vida del hombre, que se ve obligado entonces a llenar ese vacío con una especie de dios que no ha existido nunca”.
Un hombre es tanto más feliz cuanto más insensato, siempre que se trate del tipo de insensatez debido a Estulticia. “Nadie puede vivir sin mí”, dice la locura. “Estoy convencida de que por doquier soy venerada con la devoción más sincera, ya que todos los hombres me llevan en sus corazones, me manifiestan en sus costumbres y me imitan en sus vidas”.
Después de estas palabras, Estulticia termina diciendo: 
“Se ha hecho el elogio de la estulticia: bebed, vivid”.

Conclusiones
Aunque Erasmo hace desfilar ridículamente a poetas, filósofos, escritores, reyes, cortesanos, clérigos, papas…, su Elogio no es un pasatiempo frívolo ni una burla de la condición humana, si bien mantiene el tono de humor todo el tiempo.
En una carta dirigida al teólogo humanista Martin Dorp, Erasmo explica que al escribirla ha seguido los consejos de Quintiliano y de Cicerón, quienes sostenían que el placer captura mejor la atención del lector y la mantiene. Por eso ha tratado las verdades con humor sin apuntar a herir ni a ofender. Se ha limitado a subrayar lo que hay de absurdo o de cómico en el hombre, no lo repugnante, pero al hacerlo –añade- “toco cosas serias y oriento en lo que creo que la gente debe de oír”.
Y ¿qué cosas son estas que Erasmo quiere que escuchemos? ¿Que saber vivir es más importante que la tan idealizada sabiduría? ¿Que no se aprende a ello en los libros? ¿Que este saber vivir no tiene que ver con encontrar el sentido de la vida sino más bien con aprender a aceptar su falta de sentido con humor? Esta es la lectura que propongo. Y de ello podemos deducir que estar contento solo tiene que ver con saber disfrutar de la vida y no con que todo vaya bien. Y que cada uno tiene que descubrir lo que le hace sentir bien, que con frecuencia no es algo demasiado relevante socialmente ni por supuesto esencialmente productivo. 
Me parece que la importancia de la obra de Erasmo no radica en que constituya el manual que nos falta sobre cómo vivir. Apunta a que no son las grandes cosas de la vida las que nos hacen sentir bien, sino esas pequeñas cosas de cada uno que escapan a la homogeneización que sufrimos al vivir en sociedad y que sostenerlas, defenderlas, requiere conocerlas, reconocerlas como el propio grano de locura, amarlo. No se ama tampoco a nadie si no se acepta el suyo.
(*) Erasmo: Elogio de la locura. Madrid: Alianza Editorial, 2006. Todas las citas que hay en el texto están tomadas de la obra.

viernes, 4 de noviembre de 2011

NOSALTRES, BEN MIRAT NO SOM MÉS QUE PARAULES. ENTREVISTA AL POETA MIQUEL MARTÍ I POL



“Nosotros, bien mirado no somos más que palabras”. 

Este primer verso del poema “Nosaltres, ben mirat”, de Miquel Marti i Pol, nos llevó a Mercè Rigo y a mí, en diciembre de 1998, hasta su casa de Roda de Ter (Girona) para hacerle una entrevista. Ambas estábamos muy interesadas por la interfaz entre psicoanálisis y poesía y, como psicoanalistas, las palabras de este primer verso no podían dejar de resonarnos.
El poema está incluido en su poemario “Paraules al vent”, de 1954, es decir, prácticamente contemporáneo del texto “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, de Jacques Lacan, escrito en 1953. Transcribo aquí, traducida, la entrevista que le hicimos y que se publicó en su momento en Cursor nº 65, el antiguo boletín de la que fue la Sección de Catalunya de la Escuela Europea de Psicoanálisis, ahora ELP.



El poeta es un visionario. Entrevista a Miquel Martí i Pol
por Margarita Álvarez y Mercè Rigo

Martí i Pol: ¿Quiénes sois? 
Cursor: Somos psicoanalistas, interesadas en la intersección entre poesía y psicoanálisis.
Martí i Pol: ¿Poesía y psicoanálisis? ¿Cómo se relacionan?Cursor: Ud. habla en su poesía de ideas que resuenan en nosotros, con el psicoanálisis, por ejemplo este verso tan interesante que dice: “Nosaltres ben mirat, no som més que paraules” … (sonríe).
Cursor: Nos gustaría que nos hablara de sus inicios poéticos. ¿Cómo encontró la poesía?
Martí i Pol: La poesía es una cosa innata en mí. Nunca me propuse ser poeta. Me di cuenta de mi aptitud a los 14 años. Pero la poesía no es una cosa que encuentro sino algo que tengo, aunque la he tenido que cultivar.
Cursor: ¿Cómo llegó a pensar que era poeta?
Martí i Pol: No tengo una identidad de ser poeta. Nunca me he considerado un poeta. Salvador Espriu decía que necesitamos años de aprendizaje. Yo siempre estoy aprendiendo. Si hubiera llegado a ser poeta, lo habría dejado. Siempre hemos de aspirar a más. Pere Quart me enviaba sus poemas para que le dijera lo que me parecían. Yo le preguntaba si estaba seguro de ellos y me decía que no, pero era él quien debía de opinar sobre lo que hacía.
Cursor: ¿El premio Ossa menor, que le otorgaron en 1953, influyó en su producción posterior?
Martí i Pol: Sí, mucho. Soy de un pueblo sin conexiones con la gran ciudad y el premio me permitió conocer gente. Me estimuló a escribir más.
Cursor: Ud. Ha escrito también prosa. ¿Cómo es para usted cada una de estas dos experiencias, escribir poesía y escribir prosa?
Martí i Pol: He escrito unos 35 libros, de los cuales 32 son de poesía. Luego hay un libro de cuentos, dos memorias, la correspondencia con Joan Vinyoli… La poesía la siento como innata, cuando hago poesía, el hombre que escribe y yo somos uno. Cuando escribo prosa, somos dos, como si tuviera otro yo al lado. Cuando hago prosa me he de esforzar y, cuando hago poesía, no.
Cursor: El proceso de deshumanización que conlleva el progreso de la ciencia, queda bien reflejado en su libro La fábrica, escrito en sus inicios, y que está referido al lugar donde había trabajado. ¿Qué piensa en la actualidad de ello?
Martí i Pol: Por un lado hago una crítica. Ya tengo setenta años y he vivido en una época en que no había televisión, no había coches… siempre queda cierta nostalgia… Podría vivir sin todo eso. Por un lado, es bueno, pero crea necesidades artificiales. Contra el progreso no se puede ir. El mundo va hacia delante, los medios de comunicación… Me gustaría reunir ambas cosas, que fuéramos capaces de asumirlo sin renunciar a nuestra exigencia íntima, a nuestra manera de ser. Hay demasiados estímulos de fuera y un exceso de información que no puedes digerir.
Cursor: En sus inicios había hecho poemas para obras teatrales y colaboraciones con compañías de teatro independiente. ¿Qué piensa de la poesía social?
Martí i Pol: Tenía una vivencia religiosa muy intensa. Pero a los 18 o 19 años tuve una crisis religiosa que arrastré durante muchos años. Dejé de ser creyente del todo. Por mi manera de ser, no me gustan las medias tintas. Entonces comencé la época de la poesía social. Eran los años 60-70. Tenía treinta y pico años. He vivido tres épocas: la primera vinculada a lo religioso, la segunda con una proyección social y, la tercera, de cierta reclusión interior y, por tanto, más íntima.
Cursor: ¿Hasta que punto la represión política y la clandestinidad marcaron su poesía?
Martí i Pol: Pienso que sí. Había un movimiento europeo que me dio a conocer el mundo de Europa y una represión franquista, contra la que se había de luchar.
Cursor: Clásicamente se ha hecho una división de la poesía o bien dando prioridad a la inspiración o poniendo el acento sobre la composición intelectual deliberada. ¿Qué pesa más en su proceso creativo?
Miquel Martí i Pol: Hay ambas cosas. Hay una manera de ver las cosas que engendra el poeta. Se le puede llamar inspiración, observación… pero se ha de complementar con un trabajo intelectual: analizar, leer mucho, escuchar mucho… No se pueden separar.
Cursor: El psicoanálisis se ha interesado clásicamente por la poesía como manera de abordar lo desconocido o como revelación de la subjetividad. Freud dijo que aquello a lo que el psicoanálisis o la ciencia no pudieran responder había que preguntárselo a los poetas (ríe). Posteriormente Lacan dijo que la creación poética más que reflejar la realidad psicológica, la engendra. ¿Qué opina de ello?
Martí i Pol: La poesía es una dimensión del lenguaje distinta a cualquier otra. Hay una especie de asunción del inconsciente que hace que el poeta sea un visionario. Alguien dijo que al principio de cualquier revolución, siempre hay un poeta. El poeta prevé futuros sin fijarlos. La poesía pregunta, sugiere, no afirma nunca. Posibilita la reflexión y va más allá de lo común.
Cursor: Se dice que cada poeta rehace con la métrica tradicional un ritmo interior, una cadencia íntima (otra métrica con sus leyes particulares). Sus poemas han sido traducidos, cantados... ¿Cree que su voz, la voz del poeta, sobrevive a través de estas retranscripciones, de las interpretaciones que hacen otros autores de su obra?
Martí i Pol: Siempre las he considerado algo diferente de mi poesía. Desde el momento que Lluís Llach puso música a un poema mío, ya no es mío. Es una canción de Llach y me gusta más o menos como canción, pero siempre dejando a un lado mi poesía.
Cursor: Se ha hablado de la imposibilidad de traducir la poesía, incluso dentro de la misma lengua. Con frecuencia los traductores de poesía son poetas que crean otro poema. Pensamos que estas transposiciones que hacen los traductores pueden tener efectos sobre el autor en relación a la percepción de su propia obra. ¿Cómo es su experiencia al respecto?
Martí i Pol: Yo he traducido a poetas franceses. Es una tarea muy difícil, es como poner música a algo. Conservar la esencia es muy difícil por no decir imposible. Cuesta mucho dar a la obra la esencia del original. El resultado de las traducciones que se han hecho de mi obra siempre me ha resultado muy lejano. Cuando se ha traducido a una lengua que conozco, como el francés, siempre pienso que yo lo habría hecho distinto. Es muy difícil que el otro lo vea como yo.
En Frankfurt, un amigo que me tradujo al alemán, cada Primero de mayo recitaba poemas míos por la radio. Me lo grabaron, sonaba muy bien con la música. Sabía lo que era pero no lo entendía.
Cursor: Cuando escribe “Nosaltres, ben mirat no som més que paraules…” o “El tiempo no es más que un gran bosque de palabras…” parece postular que la palabra, más que un instrumento de comunicación es una morada.
Martí i Pol:  Este primer poema tiene muchos años. El lenguaje me ha servido para comunicarme. Yo creo en la comunicación. Si no puedo hablar, no soy nadie. Me paso el día hablando solo, no ahora, sino de toda la vida. Por eso tengo tanta confianza en las palabras. Si no vivimos con las palabras, no somos nadie.
Cursor: La utilización de nuevos recursos técnicos (televisión, cine, ordenadores, Internet…), afecta tanto a la transmisión y recepción de los poemas como a los medios para componerlos. ¿Cómo ve esta relación entre la técnica y al poesía?
Martí i Pol: “No se puede abandonar la palabra como soporte esencial. La poesía oral estará siempre. Con la técnica moderna se abren caminos nuevos, pero no dejaremos de lado los caminos antiguos, los de siempre.
Cursor: Después de que muchos críticos diagnosticaran que en los últimos cincuenta años el campo literario había sido invadido por la novela y que la poesía estaba agonizando, asistimos a un resurgir del interés por el mundo poético. ¿Qué piensa de esto?
Martí i Pol: Mi experiencia personal es que se producen olas. Hay momentos álgidos y después el interés se acaba. Pero, mientras haya sensibilidad, habrá poesía, si no, ya podemos irnos.
Cursor: ¿Qué es para usted la poesía?
Martí i Pol: La poesía es mi vida. Cuando escribo poesía, como dije antes, me siento uno. Tener este mundo poético, ha sido un recurso importante. Por ejemplo, a los 19 años pasé una tuberculosis pulmonar y sin este recurso me hubiera sentido mucho más abandonado. También me ha sido muy útil para llevar esta enfermedad que tengo desde hace 30 años, la esclerosis múltiple. Pero no he sentido la poesía solo como un recurso, para mí, es mi vida.

Al leer esta entrevista de 1998, trece años más tarde, no puedo evitar pensar en las cosas que no le pregunté, en las preguntas que ahora le haría. El paso del tiempo siempre nos confronta con lo que no pudo ser y con lo que no será. Miquel Martí i Pol murió hace ahora casi ocho años, el 11 de noviembre de 2003. Pero las preguntas siempre son propias y una tiene la responsabilidad de encontrarles una respuesta. 
Queda lo que aquel día él dijo y lo que nosotras pudimos escribir de lo que él dijo, así como el privilegio de encontrar al buen hombre y al gran poeta.
A continuación, transcribo el poema: “Nosaltres, ben mirat”, y más abajo, la traducción al castellano. Pero los que quieran evitar el sentimiento de no entenderlo todo y refugiarse en la lengua conocida, que no olviden las palabras del poeta. Hay una extranjeridad ineliminable en la relación con la lengua, con el otro, e incluso con uno mismo, eso que los psicoanalistas llamamos inconsciente, y quien quiera hacerse la ilusión de que leyendo la traducción entiende mejor el poema, recuerde que está leyendo "otro" poema. La extranjeridad de la lengua desaparece pero da paso a un poema extranjero, otro.
No creamos que algo de esto no ocurre si lo leemos en la lengua en que fue escrito, incluso quizás nos pasa más desapercibido que la resonancia de las palabras de la lengua es distinta para cada uno y que nunca podemos leer bien el poema del otro, ni siquiera, siendo radicales, el propio poema -aunque un psicoanálisis ayuda a hacerlo. No podemos eliminar el sentimiento de extranjeridad de nuestras vidas, nuestra condición de exiliados permanentes de la lengua y de nosotros mismos.




"Nosaltres, ben mirat" (De: Paraules al vent, 1954)
Nosaltres, ben mirat, no som més que paraules
Ordenades, si voleu, amb aliva arquitectura
contra el vent i la llum,

contra els cataclismes,
en fi, contra els fenòmens externs
i les internes rutes angoixoses.
Ens nodrim de paraules
i, algunes vegades, habitem en elles:
així en els mots elementals de la infantesa,
o en les acurades oracions
dedicades a lloar l’eterna bellesa femenina,
o, encara, en les darreres frases
del discurs de la vida.
Tot, si ho mireu bé, convergeix en nosaltres
perquè ho anem assimilant,
perquè ho puguem convertir en paraules
i perduri en el temps,
el temps que no és res més
que un gran bosc de paraules.
I nosaltres som els pobladors d’aquest bosc.
I més d’un cop ens hem reconegut
en alguna antiquíssima soca,
com la reproducció estrafeta
d’una pintura antiga,
i hem restat indecisos
com aquell que desconeix la ciutat que visita.
Però la nostra missió és parlar.
Donar llum de paraula
a les coses inconcretes.
Elevar-les a la llum amb els braços de l’expressió
viva
perquè triomfem en elles.
Tot això, és clar, sense viure massa prop de les coses.
Ningú no podrà negar que la tasca és feixuga.




Nosotros, bien mirado
Nosotros, bien mirado, no somos más que palabras,
si queréis, ordenadas con altiva arquitectura
contra el viento y la luz,
contra los cataclismos,
en fin, contra los fenómenos externos
y las internas rutas angustiosas.
Nos nutrimos de palabras
y, algunas veces, habitamos en ellas:
así en los vocablos elementales de la infancia,
o en las esmeradas oraciones
dedicadas a loar la eterna belleza femenina,
o, todavía, en las últimas frases
del discurso de la vida.
Todo, si lo miráis bien, converge en nosotros
para que lo vayamos asimilando,
para que lo podamos convertir en palabras
y perdure en el tiempo,
el tiempo que no es más
que un gran bosque de palabras.
Y nosotros somos los pobladores de este bosque.
Y más de una vez nos hemos reconocido
en algún antiquísimo tronco,
como la reproducción simulada
de una pintura antigua,
y hemos permanecido indecisos
como aquel que desconoce la ciudad que visita.
Pero nuestra misión es hablar.
Dar luz de palabra
a las cosas inconcretas.
Elevarlas a la luz con los brazos de la expresión viva
para que triunfemos en ellas.
Todo esto, claro está, sin vivir demasiado cerca de las cosas.
Nadie podrá negar que la tarea es abrumadora.