jueves, 27 de noviembre de 2014

COMENTARIO DE LA PELICULA "XXY" DE LUCIA PUENZO



Exposición "El nom de deu es femení", Mario Pasqualotto, 2014

La elección del sexo
La película que voy a presentar, en el marco del trabajo preparatorio de las XIII Jornadas de la ELP “Elecciones del sexo. De la norma a la invención”, es XXY, de la cineasta argentina Lucía Puenzo, responsable también del guión que está basado en un cuento de Sergio Bizzio. Estrenada en el año 2007, ganó el premio Semana de la Crítica del Festival de Cannes y el Goya a la mejor película extranjera de habla hispana del mismo año. Es una película inteligente, sensible, intensa e inquietante que ya había visto en el momento de su estreno en España y que me ha gustado mucho volver a ver para hacer este comentario (1).
De entrada, quiero resaltar algo que parecería obvio: no es un caso real, es una ficción. Pero, lo subrayo, porque hay una confusión entre el título y el contenido de la película: confunde un individuo afectado por una alteración cromosómica XXY, también conocida como síndrome de Klinefelter, con un caso de intersexualidad. No es lo mismo y voy a explicarlo brevemente.
El sexo anatómico está determinado por la presencia de los cromosomas sexuales XY en el varón, y los cromosomas sexuales XX en la mujer.
Un individuo XXY es alguien que ha nacido anatómicamente varón pero que presenta un hipogonadismo, es decir un disfuncionamiento de las gónadas sexuales masculinas, lo que produce una producción menor de testosterona que puede reflejarse, según el individuo, y según el grado, en cierta feminización de los rasgos o del aspecto: por ejemplo, crecimiento de las mamas, poca presencia de vello corporal -el cual sigue además un patrón de distribución femenino-, una mayor cantidad de grasa corporal, por ejemplo en las caderas, y en algunos casos problemas de fertilidad en la vida adulta. Así, la cuestión afecta a los llamados caracteres sexuales secundarios, no a los caracteres sexuales primarios u órganos genitales propiamente dichos.
Un intersexual, sin embargo, es un individuo que nace con caracteres sexuales primarios de los dos sexos, más o menos definidos según el caso, lo cual no quiere decir que, en ningún caso, ambos sean funcionales. En muchos de ellos, esta presencia de los dos órganos no es visible en el momento del nacimiento, ya que los testículos por ejemplo están retraídos y no se hacen evidentes hasta la pubertad o la vida adulta – conocemos el célebre caso de Herculine Barbin del siglo XIX, cuyas memorias publicó Michel Foucault (2), considerado anatómicamente mujer y llamado por el nombre de Alexine hasta la edad adulta -nombre que hace resonar el de Alex la protagonista de nuestra película.
Una vez aclarada esta confusión entre los individuos XXY y los intersexuales a la que induce el título, quiero señalar que eso no resta ningún valor a la película: en ella la ficción se va tejiendo con sensibilidad e inteligencia cerniendo el real del que se trata, el real del sexo, como nos da la pista el libro El origen del sexo que la protagonista va leyendo a lo largo de la película. Luego, nos enteramos de que se lo ha dado su padre, biólogo, con la esperanza de que ella pueda extraer de allí un saber sobre lo que le pasa. Por supuesto, el saber biológico no dice nada sobre el goce, que es el real del sexo en juego para el psicoanálisis. Y que, más allá de la cuestión de la intersexualidad, es la cuestión que está en juego en la historia.
Esa es mi lectura.
Seguidamente, voy a hacer un resumen rápido de la película a la vez que trataré de ir señalando algunos puntos que me parecen interesantes para nuestras Jornadas -una de las lecturas posibles de su título “Elecciones del sexo” puede ser “la elección del sexo”.
Aunque el secreto recorre el film, poco a poco se va develando que Alex, la adolescente de quince años en torno a la cual gira el nudo del drama, está afectada por su condición de intersexualidad.
Al nacer -explican- se le diagnosticó una hiperplasia suprarrenal, la cual genera una producción mayor de andrógenos, una hormona sexual que da características masculinas. Ella es la causa común de uno de los tipos de intersexualidad conocida como la 46 XX, en la que tanto el nivel de hormonas femeninas como la constitución de los órganos reproductores femeninos son correctos pero los órganos sexuales suelen experimentar un crecimiento inusual, lo que les hace parecer un pene –sin llegar a serlo. Por lo que dicen, el caso de Alex podría ser así, aunque la ficción la presenta “con las dos cosas”.
Al nacer, los médicos recomendaron operar a Alex pero el padre se negó a hacerlo. Para él, Alex era “una niña perfecta”.
Él y su mujer, se habían ideo de Buenos Aires a un pueblecito tranquilo de la costa uruguaya para que Alex pudiera crecer libre de los prejuicios y presiones sociales y médicas hasta que algún día, con ellos, pudiera elegir el sexo con el que quería vivir.
Voy a detenerme un momento en esta cuestión.
Desde que los avances de la medicina han permitido una cirugía sexual más o menos “fina” de los intersexuales, muchos de ellos son sometidos de entrada a operaciones, a veces desde su detección en la época fetal mediante intervenciones intrauterinas (3).
En muchos casos, son los propios médicos los que han elegido el sexo del niño después de hacerle estudios cromosómicos, hormonales y anatómicos para determinar qué genitales pueden ser menos ambiguos o más funcionales. En otros casos, han sido, o son, los padres. El hecho de querer avanzar la operación lo más posible se defiende con el argumento de “normalizar” lo antes posible al niño para que no tenga "problemas".
Sin embargo, esta cuestión  ha levantado, con razón, numerosos debates éticos, poniendo en cuestión el hecho de que otros decidan el sexo propio. La tendencia actual es que sean los propios intersexuales los que decidan operarse, o no, por lo que se intenta retrasar lo más posible la toma de decisión, hasta que el sujeto tenga elementos o criterios suficientes para ello.
Esto sería más consonante con la teoría psicoanalítica de la seducción (4). Para el psicoanálisis, el sexo siempre nos viene asignado por el Otro. Tal y como señala Lacan en el Seminario XIX, cuando introduce los tres pasos de la sexuación, es el Otro quien nos reconoce primero como niños o niñas incluso desde la primeras ecografías, en base a una “pequeña diferencia”, la presencia o ausencia de pene. Pero esa observación nunca es un dato primero aunque lo parezca: la presencia-ausencia de un rasgo convierten esa observación en una lectura significante.
El segundo paso es que esa lectura nunca va a ser meramente objetiva sino que va estar contaminada, de forma explícita o entre líneas, por la ideología de lo que quiere decir ser hombre o ser mujer para el Otro en cuestión –sean los padres o el Otro social, el Otro de la época-, o lo que es lo mismo, por el fantasma. Es una interpretación fantasmática que el niño recibe junto con esta primera asignación del sexo por parte del adulto.
Lacan formula un tercer paso: la decisión última de situarse del lado femenino o masculino no va a ser del Otro sino del niño, en base a una identificación de su goce, es decir, más allá de la anatomía, de la asignación de sexo del Otro registrada por el Estado, de las identificaciones simbólico-imaginarias o del género. Un sujeto no necesita pensarse como mujer o estar inscrito en el registro civil para gozar de un modo masculino o femenino: todo fálico o no-todo fálico.
Lo habitual es que haya cierta discordancia entre la anatomía, las identificaciones, el goce, que no todo encaje perfectamente, que haya contradicciones, porque la sexualidad humana no es natural, es decir, instintiva: está adulterada porque el niño se ve inmerso al nacer en un mundo simbólico, es decir, en el lenguaje. El Otro que recibe al niño es otro que habla.
Sin embargo, en algunos casos, por ejemplo en la transexualidad, el sujeto quiere eliminar esa discordancia (5).
En el intersexual, podemos decir que la tendencia es que sea el Otro quien de entrada quiera eliminarla: quiera determinar el sexo más adecuado pensando que ello resolverá la cuestión de la sexuación.
Si se deja elegir al sujeto, no es seguro, pero hay la posibilidad  de que él haga una elección que conlleva un elemento distinto de los criterios anatómicos o médicos, de las identificaciones simbólico-imaginarias. El sujeto entonces puede confrontarse no solo a su anatomía y a sus identificaciones sino, también, a su goce real. Esto último es muy claro en la película.
El proceso de virilización de los caracteres sexuales que padece Alex, consecuencia de su hiperplaxia, se está acentuando con la pubertad y debe de tomar corticoides para evitar por ejemplo la aparición de la barba. Sin embargo, ella ha decidido dejar de tomarlos hace quince días, lo que inquieta a sus padres, a cada uno de manera distinta.
La madre quiere someterla a una operación para que le “quiten lo que le sobra para que siga siendo una mujer”. Por esa razón ha llamado a un cirujano conocido de Buenos Aires, interesado en el caso, que ha venido aparentemente de visita con su mujer y su hijo Álvaro, un adolescente un poco mayor que Alex. No ha contado ni a su marido ni a Alex, el motivo real de la visita pero ellos, poco a poco, lo descubren. Y, el padre, entonces, se opone a la operación: “Sabíamos que iba a pasar –dice a la madre- no iba a poder ser mujer toda la vida”.
Ambos, padre y madre, coinciden en querer decidir rápidamente: que sea mujer o que sea hombre, es decir, eliminar las dudas o la discordancia. La madre quiere que Alex evite la virilización de los caracteres sexuales secundarios con medicación y se deje extirpar lo que “le sobra” para que siga siendo una mujer –ella solo quería tener hijas por lo que la virilización aparente de Alex la pone delante de un duelo -; el padre reconociendo que Alex ya no es la "niña perfecta" por esa misma virilización, y aceptándolo.
Pero los dos se equivocan en los criterios que consideran importantes para tomar una decisión. Ser hombre o mujer no tiene que ver con la anatomía, ni con las identificaciones a los roles sexuales tipificados en cada cultura, ni con la conducta. Feminidad o masculinidad son elecciones de goce, inconscientes. 
Encontrarse con el goce propio y situarse en relación a ello siempre es traumático, siempre faltan las palabras para decirlo.
El drama de la pubertad no es otra cosa. Es el mismo drama que escribe Wedekind hace casi ciento veinte años en El Despertar de la primavera (6): el acceso a la sexualidad para cualquier adolescente, en tanto exige confrontarse a un goce y posicionarse respecto a él, nunca es algo tranquilo, ni rápido, ni sin consecuencias. Requiere un tiempo para ver, un tiempo para comprender y un tiempo para concluir.
Para Alex, también. Ni para ella ni para los otros dos adolescentes de la película, Álvaro y Wando, será fácil. Como en la obra de Wedekind, vemos tres adolescentes divididos respecto a su goce, no compartido ni compartible, singular en cada uno.
Alex necesita tiempo. Los padres quieren que todo se solucione rápido, concluir de una vez, es decir, cerrar la cuestión de si tienen un hijo o si tienen una hija, evitar la angustia. Pero Alex aún no ha concluido al respecto. Porque la cuestión fundamental que ha de resolver no es cómo situarse respecto al propio cuerpo ni ante el Otro, sino cómo situarse respecto al propio goce.
La metamorfosis de su cuerpo en el sentido de una virilización sin duda añade una complicación especial, en el caso de Alex, a lo que Freud llamó la metamorfosis de la pubertad, que es la metamorfosis que introduce en la relación del sujeto con el cuerpo la irrupción, no de las hormonas, sino del goce propio, siempre Otro. La intersexualidad complejiza el drama de la adolescencia donde se juegan esta partida.
Alex hace un pasaje al acto: penetra a Álvaro, el hijo del cirujano de manera agresiva e imprevista cuando éste piensa que está teniendo relaciones con una mujer -por lo que este último queda consternado por lo ocurrido, dividido por la irrupción de un goce nuevo.
Por otro lado, Alex se enamora de Wando, con el que según parece había antes una intimidad especial pero que la ha rechazado, según parece, al darse cuenta de su intersexualidad. “Nunca pensé que me fuera a enamorar de alguien” –dice Alex .
Alex no solo está dividida en relación a lo que el otro espera de él, su madre, su padre, los médicos, el pueblo. Fundamentalmente aparece dividida entre la niña que siempre ha sido y lo que presentifica de pregunta el goce de su órgano. Aparece dividida entre su goce fálico y el amor por un hombre, que la rechaza.
Pero ¿no es en general ese, la división entre el amor y el goce, el drama del amor en el que todos debemos iniciarnos? Ese drama no se resuelve en la película. No es una película tranquilizadora o “rosa”. Toca lo real. Es inquietante.
Sin embargo, Alex puede dar finalmente una respuesta a sus padres: “No quiero operaciones, ni pastillas ni cambios de colegio”. Esto quiere decir que no va a operarse, que no va a ir contra la virilización de su cuerpo sino que acepta las modificaciones de su cuerpo y asume que tendrá que hacer con lo que eso suponga para el Otro y para ella. ¿O tendríamos que decir “para él”?
El Otro demanda a Alex que decida si es hombre o mujer, y ella, se niega a dicha categorización. ¿Por qué tendría que decidirse por una cosa o por otra? –pregunta. Soy las dos cosas. Y, ahí, se equivoca. 
Es cierto que Lacan sitúa que la categorización hombre - mujer se nos escapa a cada instante (7). Nadie podría rellenar todos los ítems que pretenden definir lo que esas categorías representan idealmente. En eso, el psicoanálisis  está de acuerdo con Alex, y también con los transgeneristas o los teóricos queer.
Sin embargo, el psicoanálisis no considera que el entrar o no en las categorías sexuales de hombre y mujer, sea un obstáculo para que el sujeto entre en la categorización fálica, femenino y masculino, es decir, que haga una elección de goce todo fálico o no todo fálico. Y, desde ese punto de vista, parece que Alex  ya ha elegido.
* Comentario publicado en RadioLacan en las Jornadas de la ELP: el 4 de diciembre de 2014.http://www.radiolacan.com/es/topic/366/3


Notas:
1. La película puede verse en el siguiente enlace: https://www.youtube.com/watch?v=4RxpXDqhivc
2. Foucault, Michel: Herculine Barbin llamada Alexina B. Madrid: Talasa, 2007.
3. Ansermet, François: “El psicoanalista frente a la prevención perinatal”. Revista El Niño nº 10. Barcelona: ICF, 2002.
4. Lacan, Jacques: El Seminario, libro XIX: ... ou pire. Buenos Aires: Paidós, 2012, cap. 1.
5. Álvarez, Margarita. “La pasión transexual: convicción o certeza”. Revista Freudiana 71. Barcelona: Comunidad de Catalunya ELP, 2014. El artículo puede leerse también en El blog de Margarita Álvarez  (www.elblogdemargaritaalvarez.com), dividido en dos entradas: 
“Y la ciencia creó al transexual”
y “La pasión transexual: ¿convicción o certeza”.
http://www.elblogdemargaritaalvarez.com/2012/09/la-pasion-transexual-conviccion-o.html
6. Wedekind, Frank: El despertar de la primavera. Buenos Aires: Letra Viva, 2013.
7. Lacan, Jacques: El Seminario, libro XIX: ... ou pire, op. cit., p. 176.



viernes, 3 de octubre de 2014

EL PSICOANALISIS Y LAS OTRAS TERAPEUTICAS


Exposición de Giacometti en el Museo Picasso de Málaga

El término “terapéutica” remite de entrada a los términos de enfermedad y curación. En su origen médico, se trata del método o el procedimiento utilizado para curar una enfermedad. Este método apunta a restaurar un estado, un orden anterior que la enfermedad habría desordenado. El punto de partida de la terapéutica es la idea y, también, el ideal de salud, que representa asimismo el objetivo a alcanzar.
El término implica entonces una referencia a la dualidad salud y enfermedad, atravesada por las nociones de lo normal y lo patológico. Todo ello considerado según un criterio objetivo, es decir, ajeno al sujeto.
No es ésta la perspectiva del psicoanálisis lacaniano que no habla en términos de enfermedad ni de síntomas de una enfermedad, sino de síntoma analítico, entendido no como un dato objetivo sino como una interrogación del sujeto sobre lo que le ocurre. Lo importante no es la fenomenología del síntoma sino lo que el sujeto dice de él. En este sentido, el síntoma analítico es siempre singular y, por tanto, su resolución lo es también.
La idea de la naturaleza del síntoma implica según cada una de las distintas  perspectiva una idea solidaria de su tratamiento, es decir, de su abordaje y su resolución, lo cual se traduce al final en que el psicoanálisis y las otras terapéuticas manejan nociones distintas de este último término. Esto determina necesariamente concepciones asimismo distintas de la formación requerida al terapeuta para ejercer su función.
Abordar la relación del psicoanálisis con la terapéutica en la enseñanza de Jacques Lacan así como su relación con las otras terapéuticas es un tema muy amplio por lo que nos limitaremos a recorrer las principales puntuaciones de este último al respecto. A modo de antecedente, situaré de entrada con brevedad, la posición de Sigmund Freud respecto a tales relaciones.


Antecedentes freudianos: El psicoanálisis no es solo una terapéutica
Freud renuncia muy pronto a los poderes de la sugestión (1) utilizados por los métodos psicoterapéuticos de su época e inventa, junto a Breuer, el método catártico (2) basado en la hipnosis. Su objetivo es hacer revivir el estado psíquico en que el síntoma se había presentado por primera vez con el fin de resolverlo. Sin embargo, la experiencia le enseña que el síntoma tiene una génesis compleja, la cual no deriva de una sola impresión. La dilucidación de su entramado requiere entonces un método nuevo. Freud avanza un segundo paso y abandona la hipnosis (3). Considera mejor el método de la asociación libre para abordar “la estructura más fina de la neurosis”. Se trata –escribe- de que "el paciente mismo determine el tema del trabajo cotidiano, y entonces parto de la superficie que el inconsciente ofrece a su atención en cada caso. Pero así obtengo fragmentado, entramado en diversos contextos y distribuido en épocas separadas lo que corresponde a la solución de un síntoma. A pesar de esta desventaja aparente, la nueva técnica es muy superior a la antigua, e indiscutiblemente la única posible" (4).
Freud establece que hay “la máxima oposición posible” (5) entre el psicoanálisis y los métodos psicoterapéuticos que utilizan técnicas sugestivas, tal como Leonardo había establecido al diferenciar los modi operandi de las distintas artes: algunas, como la pintura, operan per via di porre, es decir añadiendo algo –colores- donde antes no había sino el lienzo en blanco; otras, como la escultura, proceden per via di levare, quitando de la piedra todo lo que recubre la forma de la estatua contenida en ella. Del mismo modo, las psicoterapias sugestivas añaden algo –la orden sugestiva- que se espera evite la manifestación del síntoma. El psicoanálisis sin embargo no agrega nada sino que investiga la génesis de este último para encontrar su solución.
Para Freud, el síntoma no es un error, una respuesta equivocada o inadaptada. Expresa un conflicto inconsciente entre una satisfacción pulsional y una representación, una idea insoportable vinculada a ella (6), que es reprimida y sustituida por otra. Esto permite que la pulsión siga satisfaciéndose de manera disfrazada, lo que le lleva a hablar de la faz de formación de compromiso del síntoma o, incluso, de su vertiente de solución.
Freud introduce la noción de “mentira” del síntoma muy tempranamente. Lo hace en el “Proyecto”, cuando relata el caso Emma: “La proton pseudos es una premisa mayor falsa en un silogismo que da como resultado una conclusión falsa” (7). El síntoma miente a la vez que hace presente la verdad del encuentro con la satisfacción traumática. Constituye una guía. Lo importante entonces no es precipitarse a “curar” el síntoma sino desvelar su secreto: descubrir el conflicto que entraña para resolverlo.
Esto requiere una posición no directiva del psicoanalista quien ha de abstenerse de decir al paciente lo que ha de hacer así como de introducir elementos que no estén en su discurso. “El procedimiento psicoanalítico –escribe Freud en 1922- se distingue de todos los métodos sugestivos, persuasivos, etc., por el hecho de que no pretende sofocar mediante la autoridad ningún fenómeno anímico. Procura averiguar la causación del fenómeno y cancelarlo mediante una transformación permanente de sus condiciones generadoras” (8).
El psicoanálisis, para Freud, es tanto el procedimiento que sirve para investigar los procesos anímicos inconscientes como el método terapéutico fundado en dicha investigación, pero también la teoría elaborada a partir de ambos. Esta última deviene una nueva disciplina científica (9), cuyo ámbito de interés supera el campo de la psicología y de lo terapéutico e incluye a otras ciencias no psicológicas como la lingüística, la filosofía, la pedagogía, la sociología, la historia del arte y de la cultura (10).
Freud previene contra la posibilidad de que el psicoanálisis sea “fagocitado por la medicina” y quede reducido a una terapéutica, junto con otros procedimientos basados en la sugestión o la persuasión los cuales “creados por nuestra ignorancia, deben sus efímeros efectos a la inercia y la cobardía (…). Merece un mejor destino, y confiamos en que lo tendrá”, afirma (11). La terapéutica es “solo una de sus aplicaciones; quizás el futuro muestre que no es la más importante”.
Como doctrina del inconsciente, el psicoanálisis “puede pasar a ser indispensable para todas las ciencias que se ocupan de la génesis de la cultura humana y de sus grandes instituciones como el arte, la religión y el régimen social”. “En todo caso no sería equitativo sacrificar a una de sus aplicaciones todas las demás porque su campo de acción toca el círculo de los intereses médicos”. Al defender el valor del psicoanálisis con independencia de su valor terapéutico, Freud dice tratar de “prevenir que la terapia mate a la ciencia” del psicoanálisis (12).
Unos años después, en 1933, Freud subraya no ser “un entusiasta de la terapia” (13), pese a lo cual reconoce que “el psicoanálisis ha nacido como una terapia y no ha dejado de serlo, ya que “su profundización y ulterior desarrollo depende del trato con los enfermos” (14). En este sentido, podría decirse que “el psicoanálisis es realmente una terapia como las demás” (15), es decir, “un procedimiento médico que aspira a curar” (16) y tiene –al igual que las otras terapias- sus triunfos y sus derrotas, sus dificultades, limitaciones, indicaciones” (17). Él precisa sin embargo que no lo recomienda por su vertiente terapéutica “sino por su contenido de verdad, por las informaciones que nos brinda sobre lo que toca más de cerca al hombre: su propio ser (…)”. “En tanto terapia –añade- no deja de ser una entre muchas”, aunque declara que él la sitúa en el puesto más alto, “como primus inter pares”, la primera entre iguales. Pero lo fundamental de un psicoanálisis no es su valor terapéutico, aunque se sobrentiende que lo tiene. Si no fuera así, el psicoanálisis, precisa, “no habría sido descubierto ni desarrollado durante más de treinta años” (18).
En resumen, Freud plantea que el psicoanálisis es una terapéutica en tanto resuelve el síntoma pero lo diferencia de las otras terapéuticas por la concepción que tiene de este último. Ello le lleva a interesarse en primer término por el conflicto inconsciente en juego más que por su fenomenología y su curación.
Dicho planteamiento requiere por parte del analista un abordaje no directo del síntoma. Freud le previene de que se mantenga a distancia del furor sanandis (19), es decir, de cualquier deseo de curar. Al contravenir la vertiente de solución del síntoma puede reforzar su defensa y favorecer su recrudecimiento.
La posición del analista entonces no es de poder por lo que Freud previene, como hemos visto, de toda sugestión y de todo ejercicio de autoridad.
La posición del analista tampoco es de saber. Por el contrario, Freud aconseja, en el abordaje de cada caso, dejar todo saber de lado y escucharle como si fuera el primero.
Si la raíz del síntoma es pulsional no puede haber resolución total. Siempre habrá “fenómenos residuales” (20), señala, que pueden requerir tramos de análisis adicionales.


El psicoanálisis no es una terapéutica como las demás
Desde muy pronto, Jacques Lacan se interesa por la vertiente terapéutica del psicoanálisis, por su eficacia y su modus operandi. El artículo de Claude Lévi-Strauss “La eficacia simbólica” (21), publicado en 1949, tuvo gran influencia en la llamada primera época de su enseñanza, iniciada en 1953. Se trata de un estudio comparativo sobre la cura chamánica y la cura analítica. El antropólogo concluye que, en ambas, la palabra cura el síntoma. Esto ocurre porque tanto la enfermedad como la terapéutica son de  naturaleza simbólica: la enfermedad constituye una alteración del mundo simbólico del sujeto que la cura viene a restaurar. Lacan suscribe estas tesis pero separa radicalmente de la acción del analista, todo intento de comprensión (22) o de empatía. También separa de ella todo deseo por parte del analista del ejercicio de cualquier tipo de poder, contraponiendo a esto último, el deseo del analista (23).
“El psicoanálisis, afirma en 1955, no es una terapéutica como las demás” (24). Con estas palabras, responde al mismo Freud quien, como hemos visto, había afirmado “que el psicoanálisis es una terapia como las demás” (25) aunque mejor -antes de precisar que la dimensión terapéutica no constituye su vertiente fundamental. Lacan acentúa la diferencia: el psicoanálisis no es como las demás terapéuticas cuyo objetivo primordial es la curación.
Pero ¿qué quiere decir “curación” en psicoanálisis? ¿Cuáles serían los criterios que la certificarían?

No hay cura-tipo
La Encyclopédie Médico-chirurgicale se había propuesto publicar un estudio sobre los métodos terapéuticos en su Sección de Psiquiatría. Para presentar la cura psicoanalítica, el psiquiatra Henri Ey, coordinador de la edición, había encargado a dos psicoanalistas sendos artículos sobre el tema: a Maurice Bouvet le había pedido un texto sobre la cura-tipo (26) y, a Jacques Lacan, otro texto sobre las variantes de la cura-tipo. Se trataba de presentar las respectivas teorías de la cura de dos psicoanalistas representantes cada uno de ellos de una de las dos sociedades psicoanalíticas existentes en aquel momento en Francia: la Sociedad Psicoanalítica de París (SPP), a la que pertenecía Bouvet, era filial de la Asociación Internacional de Psicoanálisis (IPA); la Sociedad Francesa de Psicoanálisis (SFP), había sido fundada en 1953 por Lacan y otros colegas, tras su abandono de la primera por disensiones relativas precisamente a la teoría de la cura y su conducción y estaba a la espera del reconocimiento de la asociación internacional.
En su texto, Lacan hace una crítica de los dos títulos elegidos por Ey, así como del contenido del escrito de Bouvet, que recoge la ortodoxia reinante entonces en la IPA.
¿Qué es una cura-tipo? ¿Y cuáles serían sus variantes? En el contexto de esta interrogación, Lacan formula la frase citada: “El psicoanálisis no es una terapéutica como las demás”. (…) “La rúbrica  de las variantes no quiere decir ni la adaptación de la cura, sobre la base de criterios empíricos ni clínicos, a la variedad de los casos, ni la referencia a las variables en que se diferencia el campo del psicoanálisis”. Está referida a “una preocupación puntillosa llegado el caso, de pureza en los medios y los fines, que deja presagiar un estatuto de mejor ley que la etiqueta aquí presentada”.
El psicoanálisis merece un estatuto mejor que el terapéutico. Esta preocupación por los medios y los fines permite decir que el psicoanálisis se distingue de las psicoterapias por “un rigor en cierto modo ético, fuera del cual toda cura, incluso atiborrada de conocimientos psicoanalíticos, no sería sino una psicoterapia” (27). No se puede abordar la terapéutica sin referencia a una ética. Esto hace que el psicoanálisis no sea una terapéutica como las demás.
Este rigor exigiría una formalización teórica. Lacan toma entonces la perspectiva de los criterios terapéuticos para avanzar en el tema. ¿Cuáles serían los criterios adecuados para hablar de curación? Hay una falta de debate y de consenso entre los analistas al respecto. Ellos se refugian en un silencio que “es el privilegio de las verdades no discutidas” haciendo gala de un “principio de extraterritorialidad”. Los psicoanalistas no pueden renunciar a este último ni denegarlo. La paradoja se introduce a propósito de los criterios terapéuticos, que se desvanecen en la justa medida en que se apela en ellos a una referencia teórica”, lo que “es grave, cuando se alega la teoría para dar a la cura su estatuto” (28).
La ortodoxia defendida remite más a los “intereses del grupo”, lo cual es “menos un standard que un standing” (29). No se puede hablar entonces de cura-tipo y tampoco de variables. Esto da lugar a una mistificación en la que el origen de los efectos de su acción queda oculto para los propios analistas.
A falta de criterios terapéuticos, Lacan sitúa que el único criterio posible a conservar es que “un psicoanálisis, tipo o no, es la cura que se espera de un psicoanalista” (30). La pregunta entonces a contestar será qué es un psicoanalista. Sin embargo, Lacan tardará unos años en abordarla abiertamente. En ese escrito se limita a reconocer haber sido advertido por Freud de que “[el psicoanalista] debe examinar de cerca los efectos en su experiencia” sin ceder al furor sanandis. La curación no es el objetivo primero del psicoanálisis sino algo que adviene “por añadidura” (31), precisa.

El no-deseo de curar
En 1960, Lacan retoma este tema en su seminario y sitúa que el “deseo de curar” es algo proclive a extraviar a los psicoanalistas instantáneamente (32). Es más, se podría paradójicamente designar el deseo del analista como “un no-deseo de curar”.
En esos momentos Lacan acaba de introducir el concepto de goce real en la teoría. El goce queda definido como una satisfacción irreductible más allá del principio del placer. Esta satisfacción está en el corazón de la vida subjetiva. Aunque el sujeto tenga una vivencia de sufrimiento, el síntoma ya no es solo simbólico: tiene una vertiente de goce. Entonces, la perspectiva de la “curación” no conviene para abordar el síntoma. No se cura a un sujeto de su goce. Lo simbólico no consigue dominar  lo real.
Por ello, Lacan advierte de no caer en lo que llama “la trampa benéfica de querer el bien del sujeto” que siempre lleva a lo peor. Si hubiera que curar al sujeto de algo,  se trataría tan solo de “de las ilusiones que lo retienen en la vía del deseo”, es decir, que lo dejan enviscado en su goce. Según los términos de ese momento de la enseñanza de Lacan: “Es preciso que el goce sea rechazado para que pueda ser alcanzado en la escala invertida de la Ley del deseo” (33).
Este no-deseo de curar no hay que tomarlo, precisa más adelante, como un “desdén hacia aquel que tenemos a nuestro cargo y sufre”. No es una cuestión de indiferencia sino de principios. Cuando dijo que la cura viene por añadidura hablaba en términos metodológicos, aclara. “Nuestra justificación, así como nuestro deber es mejorar la posición del sujeto –señala en 1962- pero nada es más vacilante, en el campo en que nos encontramos, que el concepto de curación”.
No se trata de persuadir, ni de convencer al paciente. “¿Un análisis que acaba con la entrada del paciente en una especie de orden religioso aunque el sujeto esté mejor en lo referente a los síntomas –pregunta-, es una curación?” (34).
En 1964, Lacan retomará la cuestión al fundar su Escuela (35), distinguiendo el psicoanálisis puro y el aplicado. El primero remite al didáctico, es decir a la formación del analista respecto a la que precisa, como principio de doctrina, que el reclutamiento de analistas no se limitará a los médicos, “dado que el psicoanálisis puro no es en sí mismo una técnica psicoterapéutica”. El psicoanálisis aplicado quiere decir, sin embargo, “de terapéutica y de clínica médica”.
Distingue la curación del psicoanálisis de la que era favorecida entonces en Francia procedente de lo que llama una práctica “mitigada por la invasión de una psicoterapia asociada a las necesidades de la higiene mental”. Esta asociación es nefasta, produciendo un “conformismo de la mira”, un “barbarismo de la doctrina”, así como una “regresión acabada a un psicologismo puro y simple, el todo mal compensado por la promoción de una clericatura” (36).
Por el contrario, en psicoanálisis puro, la noción de curación remite a: “Devolver sus sentidos a los síntomas, dar lugar al deseo que enmascaran, rectificar de manera ejemplar la aprehensión de una relación privilegiada, aunque hubiese hecho falta poder ilustrarla con las distinciones de estructura que exigen las formas de enfermedad, reconocerlas en la forma de ser que demanda y que se identifica con esas mismas demanda e identificación” (37).
La noción de curación en psicoanálisis se distingue radicalmente de la noción de curación en el campo de aquellas psicoterapias que ponen en primer término los imperativos de conformidad social, donde los terapeutas se convierten en una “clericatura” de expertos consagrados a tales fines. Por un lado, no se trata de que el sujeto se aliene a los ideales sociales sino, por el contrario, de rescatar su singularidad y que aprenda a manejarse con ella. Por otro, un psicoanalista no es un “experto”. El saber que maneja no es el de la técnica sino el que puede formalizar a partir de su relación con el inconsciente.

Un psicoanalista es el producto de una experiencia
Como lugar de formación del analista, la Escuela -añade en 1967-, “no se reduce a preparar operadores” (38). No hay una definición universal de lo que es un psicoanalista, es decir, que sea válida para todos. Un analista es producto de un análisis, de una experiencia singular en la que se autoriza. “Un analista, dirá, solo se autoriza de él mismo” (39).
El saber epistémico y clínico es muy importante pero el saber del analista proviene de la relación con su propio inconsciente, que no concluye, sino que se ha de mantener abierta. Así, la formación del analista no finaliza nunca.
La experiencia de un análisis llevado hasta su final es esencial para aislar el psicoanálisis de la terapéutica, “la cual distorsiona el psicoanálisis no solo por relajar su rigor” (40). La única definición posible de la terapéutica es la de “restitución a un estado primero” y eso “es imposible de plantear en psicoanálisis” porque la relación del hombre con el lenguaje le exilia de entrada de la naturaleza. Así, la llamada naturaleza humana es sintomática.

La naturaleza verídica del síntoma
Un año después, Lacan participa en el Congreso de la EFP en Estrasburgo consagrado enteramente a la distinción entre el psicoanálisis y la psicoterapia (41). En él, hace tres intervenciones: una sobre la formación del analista, otra sobre los efectos terapéuticos y la última sobre la naturaleza del síntoma.
En primer lugar, Lacan plantea la interrogación de si la “costumbre” de que los practicantes de psicoanálisis se inicien en la práctica como psicoterapeutas, “es un elemento necesario o contingente, favorable o perjudicial para la formación del analista” (42).
En segundo lugar, se pregunta si bajo el término “psicoterapia” se esconde de nuevo la misma idea de variantes de la cura-tipo que ya había criticado en 1954 (43). Entonces ya había desechado la cuestión de los llamados criterios terapéuticos y planteado que el único criterio a tener en cuenta era que “un psicoanálisis, tipo o no, es la cura que se espera de un psicoanalista” (44). Hay que analizar entonces qué es un psicoanalista. ¿Cómo se puede reconocer a uno? ¿Qué papel juega en la formación del analista la experiencia que se espera de un psicoanalista? (45) -sabemos que un año antes, en la “Proposición de 1967”, había dado cuenta de su invención del dispositivo del pase para responder a ello.
En tercer lugar, Lacan señala que la cuestión de fondo en la relación entre el psicoanálisis y la psicoterapia compete al ser de verdad del síntoma. En tanto lo real resiste a lo simbólico, “la verdad halla en el goce cómo resistir al saber”. Algo en el síntoma se ubica entre algo que miente -simbólico-, y algo que no puede engañar -real. Freud ya se había referido a la mentira del síntoma, como vimos, en su “Proyecto de Psicología” (46). “La naturaleza mentirosa del síntoma es uno de los puntos más importantes de la diferencia entre la psicoterapia y el psicoanálisis. En psicoanálisis, se puede decir bajo el pretexto de hablar de defensa, que el síntoma miente. Pero una defensa no es en absoluto mentirosa. La mentira está en aquello contra lo que el sujeto se defiende. Aunque descubramos la mentira en el síntoma, este último no tiene valor de mentira. Tiene valor de algo verídico pues nos pone en la huella de la verdad. Ahora bien lo que se descubre en el sujeto detrás de su defensa no hace que el sujeto nade en la verdad después, lo que le sería incómodo. Una de las mayores vaguedades de la noción de psicoterapia es creer que la verdad está debajo cuando está en la superficie pero hay que saber leerla” (47).

El psicoanálisis fuera de sentido
Unos años después (48), en 1974, J.-A. Miller pregunta a Lacan en “Televisión” sobre la distinción entre el psicoanálisis y la psicoterapia: “Ambas actúan solo con palabras, pero ¿en qué se oponen?”.
Para responder la pregunta, Lacan toma el eje del sentido. Señala que en esos momentos la mayor parte de las psicoterapias se dicen de “inspiración psicoanalítica”, lo cual podría llevar al error de pensar que son de la misma familia que el psicoanálisis o similares. La diferencia entre el psicoanálisis y ellas es fundamental y no puede reducirse a cuestiones como el uso del diván. La psicoterapia se ocupa del sentido, especula sobre él y, el psicoanálisis, aunque se crea lo contrario, no. El psicoanálisis no opera por la vía del sentido, que solo conduce a su proliferación. Apunta por el contrario al fuera de sentido de lo real que anida en el corazón del síntoma.
Lacan hace burla del sentido que fácilmente toma un sentido sexual. “Es llamativo que ese sentido se reduzca al no sentido de la relación sexual, el cual es patente desde siempre en los dichos del amor”.
También se burla del llamado sentido común, que se considera el buen sentido y “representa la sugestión”. “Es ahí donde la psicoterapia, sea la que fuere, se malogra antes de tiempo, no porque no ejerza algún bien, sino porque vuelve a llevar a lo peor” (49).
Freud descubrió en el inconsciente –precisa-, algo muy distinto al hecho de que se pueda dar un sentido, un sentido sexual, a todo lo que decimos. Descubrió el nudo de significantes en que consiste el síntoma, nudos de materia significante. “No son cadenas de sentido, sino de goce-sentido” (50).
Para finalizar, y a modo de conclusión, podemos decir que Lacan sigue la vía freudiana en el abordaje de la vertiente terapéutica del psicoanálisis y su relación con las otras terapéuticas, si bien profundiza y radicaliza la diferencia entre uno y otras. Y lo hace de tal modo que la idea misma de terapéutica cambia.
En el psicoanálisis como terapéutica, se trata de una terapéutica cuyo modus operandi no apunta paradójicamente a lo terapéutico, a rectificar, corregir o modificar el síntoma de un sujeto. Y solo así, dándole su dignidad al síntoma, la dignidad de su real, es posible que la cura tenga alguna posibilidad de producirse, siempre “por añadidura”.

Notas
1. Freud, Sigmund: “Presentación autobiográfica” (1925 [1924]). En: Obras Completas, vol. XX. Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1984, p. 16.
2. Breuer, Josef y Freud, Sigmund: “Estudios sobre la histeria” (1893-1895). En: O. C., op. cit., vol. II, p. 34.
3. Freud Sigmund: “El método psicoanalítico de Freud” (1904 [1903]). En: O. C., op. cit., vol. VII, p. 238.
4. Freud Sigmund:  “Fragmento de análisis de un caso de histeria” (1905 [1901]. En: O. C., op. cit., vol. VII, p. 11.
5. Freud Sigmund: “Sobre psicoterapia” (1905), en: O. C., op. cit., vol. VII, p. 250.
6. Freud Sigmund: “Conferencia 23ª: Los caminos de la formación del síntoma” (Conferencias de introducción al psicoanálisis, )1917 [1916-1917]). En: O. C., op. cit., vol. XVI, p. 326.
7. Freud Sigmund: “Proyecto de psicología” 1950 [1895]. En: O. C., op. cit., vol. I, p. 400, n13.
8. Freud Sigmund: “Psicoanálisis” (1923[1922]. En: O. C., op. cit., vol. XVIII, p. 246.
9. Ibid., p. 231.
10. Freud, Sigmund: “El interés del psicoanálisis” (1913). En: O. C., op. cit., vol. XIII, cap. II.
11. Freud, Sigmund: “¿Pueden los legos ejercer el psicoanálisis? Diálogos con un juez imparcial” (1926). En: O. C., op. cit., vol. XX, p. 232.
12. Ibid., p. 238.
13. Ibid., p. 140.
14. Freud, Sigmund: “34ª conferencia: Esclarecimientos, aplicaciones, orientaciones” (1933 [1932]). En: O. C., op. cit., vol. XXII.”, p. 140.
15. Ibid., p. 141.
16. Freud Sigmund: “El interés del psicoanálisis”, op. cit., p. 169.
17. Freud, Sigmund: “34ª conferencia”, op. cit., p. 141.
18. Ibid., p. 145.
19. Freud Sigmund: “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia” (1914). En: O. C., op. cit., vol. XII, p. 174.
20. Freud Sigmund: “Análisis terminable e interminable” (1937). En: O. C., op. cit., vol. XXIII, pp. 231 y 251.
21. Levi-Strauss Claude: “La eficacia simbólica” (1949), en: Antropología estructural, Paidós, Barcelona, pp. 211-227.
22. Lacan Jacques: El Seminario, libro III: Las psicosis (1955-1956), Buenos Aires, Paidós, 1984.
23. Lacan Jacques: “La dirección de la cura o los principios de su poder” (1958). En: Escritos 2, México, Siglo XXI Eds., 1984, p. 595.
24. Lacan, Jacques: “Variantes de la cura tipo”. En: Escritos 1. México: Siglo XXI Eds, 1984, p. 312.
25. Freud Sigmund: “34ª conferencia”, op. cit., p. 141.
26. Bouvet Maurice: “La cure type”. En: Encyclopédie médico-chirurgicale 2, Section "Psychiatrie", París.
27. Lacan Jacques, “Variantes de la cura tipo”, op. cit., p. 312.
28. Ibid, p. 313.
29. Ibid, p. 315.
30. Ibid., p. 317.
31. Ibid., p. 312.
32. Lacan Jacques: El Seminario, libro VII: La ética del psicoanálisis (1959-1960). Buenos Aires: Paidós, 1988, p. 264.
33. Lacan Jacques: “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano” (1962). En: Escritos 2, op. cit., p. 807.
34. Lacan Jacques: El Seminario, libro 10: La angustia (1962-1963). Buenos Aires: Paidós, 1986, pp. 67-68.
35. Lacan Jacques: “El acto de fundación” (1964). En: Otros escritos. Buenos Aires: Paidós, 2012, p. 249.
36. Ibid., p. 255.
37. Ibid., p. 257.
38. Lacan Jacques: “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela” (1967). En: Otros escritos, op. cit, p. 264.
39. Ibid., p. 261.
40. Ibid., p. 264.
41. La trascripción del debate fue publicada en Lettres de l’École freudienne nº 6: “Congrès de la École freudienne de Paris”, octubre 1969.
42. Ibid., p. 43 y ss.
43. Lacan Jacques: “Variantes de la cura tipo”, op. cit., p. 315.
44. Ibid., p. 317.
45. Lettres de l’École freudienne nº 6, op. cit., pp. 43-45.
46. Freud Sigmund: “Proyecto de psicología”, op. cit., p. 400.
47. Lettres de l’École freudienne nº 6, op. cit., p. 96.
48. Lacan Jacques: “Televisión” (1974). En: Otros escritos, op. cit.
p. 539.
49. Ibid., p. 540.
50. Ibid., p. 543.