domingo, 29 de enero de 2012

EL DESEO DEL ANALISTA: UNA APUESTA POR LO SINGULAR DE LA CAUSA



Estuario del Tajo, Lisboa. Foto de M. Álvarez

En el primer capítulo de Sutilezas analíticas (1), J.-A. Miller explica que el título de su curso se inspira en la diferencia establecida por Pascal entre el espíritu geómetra y el espíritu de finura o de sutileza, cuyos principios difieren:  en el primer caso, los principios son palpables si bien alejados del uso común, mientras que en el segundo, los principios pertenecen al uso común pero hay que tener buena vista para percibirlos; sin embargo, Pascal añade que si bien son principios distintos, ambos son rectos, por lo que se distinguen del espíritu falso (2).
Para comentar el capítulo II, "¿Hacia dónde va el psicoanálisis?",* he tomado la orientación de estos dos ejes: matema/sutileza y verdadero/falso.

La sutileza freudiana
En primer lugar, Miller toma el texto freudiano “La sutileza de un acto fallido” (3), del que afirma que constituye el “paradigma” de lo que quiere desarrollar ese curso (4).
En este breve texto, Freud nos presenta el análisis de un pequeño lapsus propio. Preparaba un regalo de cumpleaños para una amiga: una gema destinada a ser engarzada en un anillo. Al escribir la tarjeta de regalo cometió un pequeño lapsus de escritura que le llevó a interrogarse sobre él. Su análisis le lleva a darse cuenta de un conflicto inconsciente: quiere regalar esa hermosa gema a su amiga, pero quiere también quedarse con ella porque le gusta mucho. “La generosidad encuentra su fundamento en la retención, el egoísmo” –señala Miller. Dar un valor a este pequeño lapsus, le permite descubrir buceando entre lenguas “un deseo que desmiente lo que se propone de manera abierta”. Tenemos así un “no quiero” doble: primero un "no quiero primero desprenderme esta joya" y, tras la represión de dicho pensamiento,  un “no quiero” saber nada sobre ello. El “no quiero” reprimido constituye la razón de ser de la generosidad que aparece en al escena del mundo. “El modesto soporte de este lapsus –añade Miller- vale más que lo que triunfa en la escena del mundo, que es la terapéutica”. A partir de aquí, distingue dos psicoanálisis.

El psicoanálisis verdadero y el falso
En la página siguiente, Miller recuerda que fue Lacan quien planteó hace muchos años esta distinción (5). Efectivamente, "El psicoanálisis verdadero y el falso" es el título de un escrito de Lacan, de 1958, que recoge el argumento de una conferencia que dio en septiembre de ese año Barcelona. En él, Lacan apunta a Hartmann, fundador de la Egopsychology, al criticar la desviación que ha sufrido el psicoanálisis que viene de Nueva York promoviendo la existencia en el yo de una esfera libre de conflicto. El analista colaboraría a expandir estas zonas para ayudar al yo del individuo a dominar la pulsión y adaptarse a la sociedad”. Este psicoanálisis falso -señala Lacan-, “va contra los principios del descubrimiento freudiano”, de la naturaleza inconsciente  del síntoma y del carácter no domeñable de la pulsión que encontramos en su seno. Así, la perspectiva de la psicología del yo “constituye una desviación respecto a dicho descubrimiento, para fines de sugestión social y de servidumbre psicológica”. “No hay esa zona libre de conflictos” -agrega Lacan-, el psicoanálisis verdadero “se desarrolla en la dimensión del conflicto entre el principio del placer y el principio de realidad. Dando su lugar central no a la conducta sino a la palabra y el lenguaje en psicoanálisis, Lacan afirma haber devuelto “a su fuente freudiana el sufrimiento cuya patética nos revela la neurosis”, para intentar “captar el deseo en las redes mismas donde Freud lo muestra fijado”. “Este deseo no es articulable en términos de adaptación a la realidad como pretende la psicoterapia autoritaria”.
En relación a ello, solo recordar el influyente papel de la Egopsychology en el interior de la APA, y su colaboración en la elaboración del primer DSM, publicado en 1952, es decir, solo seis años antes de la conferencia de Lacan y casi contemporáneamente al inicio de su enseñanza.
Más de cincuenta años después, JAM retoma la distinción de Lacan sobre los dos tipos de psicoanálisis y distingue en la actualidad entre el falso psicoanálisis, que “sigue la vía de la sugestión autoritaria y de la norma”, y el verdadero psicoanálisis que se pone en la senda del deseo y “solo reconoce como norma, a la norma singular que se desprende del sujeto, tomado siempre por el psicoanálisis aisladamente de la sociedad” (7).

El deseo del analista
La segunda vía, la del psicoanálisis verdadero, pone en juego el acto analítico, que compete al deseo del analista y no es del orden del hacer (8). Consiste esencialmente en la suspensión de cualquier demanda por parte de analista: de que el analizante sea sincero, cumplidor, etc.. Solo se le indica que diga lo que le pasa por la cabeza. El deseo del analista no es “ajustarlo a”, no es "curarlo"; no se trata de que el analista imponga o dicte su deseo al analizante. Seguidamente, Miller toma varias referencias de Lacan al “deseo del analista” (9).
La primera referencia es una definición del Seminario XI: “El deseo del analista es el deseo de obtener la diferencia absoluta” (10). Esta referencia no es completamente literal ya que Lacan habla allí del “deseo del análisis” no del analista. ¿Es igual decir una cosa que otra? ¿Hay otro deseo del análisis por fuera del deseo del analista? ¿Podemos hablar del deseo del analizante? Respecto a esto último, Lacan critica en ese mismo seminario la afirmación de Freud según la cual la transferencia se reduce al deseo del paciente, y añade que se trata del “deseo del paciente en su encuentro con el deseo del analista” (11), es decir, el deseo del analista es el operador sine qua non del análisis. El deseo del analista trabaja contra la demanda de amor del analizante y su no querer saber sobre la causa.
Sin embargo, me parece interesante hacer mención al respecto de la perspectiva aportada hace algunos unos años por Alexandre Stevens en relación a esta frase. Señala que, con él, término “deseo del análisis” Lacan “sitúa aquí también el deseo de la Escuela como Escuela para el psicoanálisis y no como Escuela de psicoanalistas. Desde ese momento la Escuela es un instrumento de combate para el discurso analítico y el deseo que porta: obtener la diferencia absoluta” (12).
Siguiendo con el comentario de esta cita del seminario, Miller agrega que la diferencia absoluta está enganchada a la causa, esa que Lacan llamó "una cochinada" –podemos entender en tanto el objeto anal como objeto separado y caído constituye su esencia (13)-, “esa cochinada que pescaron del discurso del otro y que rechazan, sobre la que no quieren saber nada”. Hay un matema para ello, el objeto a, pero no es asunto de geometría ya que el objeto no se deduce sino que se trata de una sutileza que se presenta, se capta de un vistazo: después de un tiempo de comprender se precipita una certeza: “Es eso” (14).
En el Seminario XI, Lacan había situado el resorte esencial de la operación analítica en obtener la máxima distancia entre la serie de los significantes amo a los que el sujeto está “sujetado”, y el objeto a que ordena su serie (15). Este franqueamiento  implica pasar del “no sé” analizante, que en realidad es un “no quiero saber” sobre la causa, a un “sé.
Mientras no se obtenga esa diferencia y se extraiga esa certeza final, Miller señala que “no vale la pena jugar a hacer el pase” donde se trata de extraer un saber sobre el goce, que remite a una singularidad. “Mientras piensen que pertenecen a una categoría, deben renunciar a hacer el pase”.
No es entonces por la vía identificatoria con los otros que se deviene analista. Miller introduce seguidamente otra referencia, tomada del “Discurso en la EFP” (16):  “El deseo del analista no tiene que ver con el deseo de ser analista, el deseo del analista -precisa Lacan- solo se sitúa por el acto” (17).

Un olvido del acto
Sin embargo, Miller señala que una vez instalados, los psicoanalistas se olvidan, como plantea Lacan en el “Discurso”, del acto que los ha constituido (18). Refiriéndose a la relación del analista con su inconsciente,  Miller ya había señalado al principio del capítulo que "ser analista no es analizar a los demás, sino en primer lugar seguir analizándose, seguir siendo analizante" (19). Ahora introduce otra cita más extraída del mismo texto: “El psicoanalista no quiere creer en el inconsciente para reclutarse” (20). No consideran un criterio de selección la elaboración del inconsciente. Pero hay que seguir interrogando su relación con él.
 ¿Cómo alguien deviene, ha devenido analista? Para responder a esta pregunta, Miller recuerda que Lacan inventó el pase, donde se trata de reclutar al analista a partir de cómo la experiencia analítica modificó su inconsciente, como varió la economía de su goce, cómo el sujeto se las arregló con el “sé” final, qué hizo con el resto pulsional. Cada testimonio de los AE, deja ver una respuesta.
El final de análisis reintroduce el tema de la identificación pero esta vez en relación al resto sintomático, no a los ideales sociales ni a ninguna norma o moral colectiva: la solución sinthomática es singular, es decir, “para uno”, no “para todos”.
Para finalizar el comentario de este capítulo, solo señalar que Miller subraya que el analista debe seguir testimoniando de la relación que tiene con su inconsciente. ¿Es mucho pedir –pregunta- que en el seno de la Escuela el analista testimonie, como se hace en el pase, sobre la relación que tiene con su no querer saber tal como Freud siguió testimoniando casi hasta final de su vida?

Para concluir
Añadiré, para concluir esta presentación, algunos puntos que si bien no pertenecen al capítulo que estamos trabajando, están relacionados con el destino del concepto “deseo del analista” en la obra de Lacan.
Después de 1967, casi no lo volvemos a encontrar mencionado explícitamente. Podríamos decir que, cuando Lacan formula los cuatro discursos (21), el concepto "deseo del analista" queda subsumido en el de "discurso del analista": en este último, el analista en el lugar del agente, haciendo semblante de objeto, opera para causar la división subjetiva del analizante y ponerlo a trabajar, de lo que resultará al final del análisis la caída de los S1 en el lugar de la producción y el saber en el lugar de la verdad.
En la “Nota italiana”, de 1973 (22), Lacan vuelve a hablar del deseo en relación al analista pero se refiere a un “deseo de saber”: “No hay analista sin que ese deseo le surja (…)”. En su Banquete, Miller señala que “ese nombre es más adecuado para el deseo del analista” (23). El analista aparece aquí como alguien que ha surgido del deseo de saber. Pero, ¿qué quiere decir Lacan con "deseo de saber"? No se trata en esta cita de "tener un saber" sino de un deseo de saber. Si el deseo de saber debería habitar la asociación libre para que al final el saber sobre la causa advenga al lugar de la verdad, el analista debe querer hacerse cargo de la operación y “saber ser el desecho de la susodicha humanidad” –precisa dos páginas después (24). En su "Nota", Lacan hace referencia al final de la vida de santo Tomás, cuando su Suma Teológica, suma de saber, queda reducida para sí mismo a estiércol, a un desecho: Sicut palea, dicen que exclamó. 
El analista debe “saber ser un desecho en la experiencia analítica misma”, “querer acabar como un desecho”, “querer ser abandonado, que es lo contrario de la demanda de amor”. El analista es aquel que responde a la demanda de amor con el deseo de saber para hacer la contra al "no querer saber" del analizante sobre la causa que lo habita.
Si Lacan quiso fijar la posición del analista como un saber –añade Miller- en relación a un deseo, fue para explicar que no se identifica con el sujeto supuesto saber y, a la vez, que no responde con amor a la demanda de amor. Del lado del analizante, el recorrido analítico va de la demanda de amor al deseo de saber, como explica la Proposición (25).
En su último seminario, Lacan vuelve a tomar el término “deseo del analista” al referirse al saber del analista (26). Subraya que ha puesto el acento en el deseo del analista porque si el sujeto supuesto saber se soporta de la transferencia, hay que preguntarse a qué se refiere ese supuesto saber: ¿es un saber de qué modo operar? "Sería completamente excesivo decir que el analista sabe cómo operar –responde Lacan. Lo que sería necesario es que sepa operar convenientemente, es decir, que pueda darse cuenta  de la pendiente de las palabras para su analizante, lo que incontestablemente ignora”. Entiendo que se refiere a que el analista no debe de operar desde el fantasma y debe saber que no se trata del sentido de las palabras que dice el analizante sino de lo que circula entre ellas sin que el analizante lo sepa -ni lo quiera saber. Y, para eso, él debe haber resuelto en sí mismo sus embrollos con la verdad y extraído un saber sobre la causa: "El saber del analista sobre sí mismo solo adquiere valor en el psicoanálisis si le permite saber hacer de desecho en la experiencia misma" (27).
 (*) Comentario del capítulo II del curso de J.-A. Miller, Sutilezas analíticas, realizado en la Comunitat de Catalunya de la ELP, el 24.1.2012.

Notas:
1. J.-A. Miller: Sutilezas analíticas. Curso de la orientación lacaniana 2008-2009. Buenos Aires: Paidós, 2011.
2. Ibídem, p. 9.
3. S. Freud: “La sutileza de un acto fallido” (1935). En: Obras Completas, vol. XXII. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1979.
4. J.-A. Miller: Sutilezas analíticas, op. cit., p. 35.
5. Ibídem, p. 36.
6. J. Lacan: "La psychanalyse vraie, et le fausse". En: Autres écrits. Paris: Éditions du Seuil, 2001. Existe traducción al español: “El psicoanálisis verdadero y el falso” (1958). En: Revista Freudiana 4/5. Barcelona, 1992, punto 8.
7. J.-A. Miller: Sutilezas analíticas, op. cit., p. 38.
8. Ibídem, p. 40.
9. Ibídem, p. 41.
10. J. Lacan: El Seminario, libro XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964). Buenos Aires: Paidós, 1987, p. 284.
11. Ibídem, p. 262.
12. A. Stevens: “Dinámica de la formación del analista”. En: Virtualia 3, octubre 2001.
13. J. Lacan, Seminario XXII: RSI, clase 18.3.1975. Inédito.
14. J.-A. Miller: Sutilezas analíticas, op. cit., p. 40.
15. J. Lacan: El Seminario, libro XI, op. cit., p. 276.
16. J.-A. Miller: Sutilezas analíticas, op. cit., p. 41. 
17. J. Lacan: "Discours à l’EFP” (1967). En: Autres écrits, op. cit.. Paris: Ediciones du Seuil, p. 271.
18. Ibídem, p. 272.
19. J.-A. Miller: Sutilezas analíticas, op. cit., p. 33.
20. Ibídem, p. 280.
21. J. Lacan: El Seminario, libro XVII: El reverso del psicoanálisis (1969-1970). Barcelona: Paidós, 1992.
22. J. Lacan: “Note italienne” (1973). En: Autres écrits, op. cit., p. 308.
23. J.-A. Miller: El banquete de los analistas. Buenos Aires: Paidós, 2000, p. 415.
24. Ibidem, p. 417.
25. J. Lacan: "Proposición de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela". En: Momentos cruciales de la experiencia analítica. Buenos Aires: Manantial.
26. J. Lacan: Seminario XXV: Le moment de conclure, clase del 15.11.1977. Inédito.
(27) J.-A. Miller: El banquete de los analistas, op. cit., p. 417.

martes, 10 de enero de 2012

EL MUNDO SIN ROSTRO DE MARÍA ZAMBRANO, UNA REFLEXION SOBRE NUESTRA EPOCA

Columbus Circle (detalle). Foto de M. Álvarez.

Magnífica María Zambrano.
Tras su vuelta del exilio (1984), vivió hasta el final de su vida bastante retirada en su casa de Madrid, en la calle Antonio Maura, muy cerca por cierto del parque del Retiro. En mayo de 1986, José Luis Ullán le preguntó en una entrevista si desde su retiro hogareño se atrevía a sospechar cómo estaba España.
Ella respondió: “Me temo que no. Pero veo los informativos de televisión con cierta frecuencia y eso me quita la gana de vivir, no ya en España, ni en el mundo, sino en el universo. Es terrible lo feo que está el mundo. No hay un rostro de verdad, un rostro puro o impuro, pero un rostro. El mundo está perdiendo figura, rostro, se está volviendo monstruoso. Y ahí, hasta San Juan de la Cruz viene en mi apoyo: ‘La dolencia de amor, que no se cura sino con la presencia y la figura...’ ¿Cómo amar a un mundo que no tiene ni presencia ni figura? ¿Cómo hablar siquiera de él? Hay momentos en que se me aparece de inmediato la posibilidad de no volver a hablar nunca”.
Estamos ante una manera poética y precisa -considero-, de referirse a la disolución de los semblantes simbólico-imaginarios de la humanidad que caracteriza nuestra época, así como a uno de sus principales efectos: mayor extensión de un horror sin velo en el escenario social -por supuesto, recogido y mostrado  a todas horas por los medios.
Los semblantes de una civilización no solo velan el horror de su propio real sino que, paradójicamente, también lo ciernen, lo nombran, lo definen, fijan sus coordenadas, es decir, lo producen. Así, cada civilización tiene, sin saberlo, su propia modalidad de satisfacción, responsable en determinadas situaciones de suspensión de la represión, de la irrupción de lo que podemos designar su particular de barbarie.
Podemos definir la barbarie en el plano social como definimos el término psicoanalítico de goce -la satisfacción de la pulsión de muerte freudiana- en el plano individual: es aquello que resiste a ser civilizado, a ser tratado, a entrar por los canales particulares de una civilización, canales excavados en la sociedad por la fuerza de la buena represión -la que educa, la civilizadora- y modelados según unos ideales que le son propios. Así, a cada civilización sus ideales, sus modalidades de goce y de segregación; también, por tanto, a cada civilización, su barbarie.
Desde finales del siglo XIX, los semblantes de nuestra civilización iniciaron un paulatino desmoronamiento que no ha hecho más que acentuarse progresivamente después de los traumatismos mayores que supusieron  las dos guerras mundiales, en un camino imparable hacia su casi disolución. Señalaré tan solo los que me parecen son dos de sus importantes hitos: el final del imperio austro-húngaro tras la primera guerra con la acentuación del ocaso del padre, como referencia civilizadora, y el nazismo que supuso la irrupción sin precedentes de la barbarie en el seno mismo de la civilización revelando así el secreto de la unión inextricable entre ambas. 
No es que en la actualidad no haya semblantes. Por supuesto, que los hay. Pero no reconocemos del todo sus coordenadas, aún no hemos hecho nuestras sus nuevas representaciones.  Estamos aún con el sentimiento de la pérdida ante la constatación de que que "el mundo", como dice María Zambrano, nuestro mundo, "ha perdido su rostro”.
Los nuevos semblantes que hoy se muestran no son simplemente distintos. Se caracterizan por no velar demasiado el goce mortífero. Y su rostro aparentemente inconsistente, difuso, con un contorno difuminado, poco definido, apenas esconde su ferocidad. El psicoanálisis se refiere a ello diciendo que este cambio en los semblantes produce un real distinto, más deshumanizado, menos sujetado por lo simbólico, que amenaza con arrastrar en su deriva el mundo que conocemos, y con él, nuestras seguridades y certidumbres, inclusive a nosotros mismos.
Me pregunto qué relación tenemos ahora con la barbarie. ¿No está en la actualidad más presente por todas partes? ¿No ocurre que de algún modo nos hemos acostumbrado a ella y tendemos de algún modo a su banalización?
Interesante la manera de María Zambrano de tratar de decir este proceso apoyándose, como ella misma señala, en la palabra poética de San Juan de la Cruz -poesía mística escrita al borde del agujero, esfuerzo precioso de decir lo indecible.
Por otro lado, ¿cómo amar un mundo sin velo, es decir, un in-mundo, que exhibe, hace gala permanentemente de su propia inmundicia? ¿No es por definición la función misma del amor velar lo real del goce y, al hacerlo, operar sobre él, modificándolo, civilizándolo? 
De nuevo, algunos místicos sirven de ejemplo (1). En ellos, el amor de Dios cubre el agujero de lo indecible a la vez que vela, nombra el goce del cuerpo que acompaña la ascesis: los ayunos, los cilicios, los sufrimientos del cuerpo, los estertores, etc. Aunque, desde luego, hay caminos ascéticos, en Oriente y en Occidente, donde no encontramos ese velo, donde la relación con lo abyecto se presenta con bastante crudeza, como diría Lévi-Strauss sin el punto de cocción civilizadora.
Sí, no hay duda, se puede amar lo abyecto: hay sujetos que lo hacen, en nombre de un ideal religioso o de otro tipo. No podríamos afirmar que no se trata allí del amor, que es solo puro goce. No lo es si, de algún modo, saca al sujeto de su autoerotismo, lo abre al lazo social, le hace pasar por el Otro. Aunque en esos casos, sí podemos pensar que estamos ante una vertiente del amor con poca envoltura simbólico-imaginaria, muy próxima a lo real del goce. Pero no son equivalentes.
Tradicionalmente, lo abyecto ha producido más rechazo que proximidad, ha despertado más el odio que el amor. Recordemos que, según Freud, la civilización se construye sobre tres pilares -el asco, la vergüenza y la moral, que son tres diques construidos para frenar el goce. La presencia de cualquiera de ellos en un sujeto o una cultura es signo y monumento recordatorio de la operación represiva. Pero estos pilares, estos diques hoy en día son débiles, lo mismo que la acción de la represión de la que solo se menciona su cara oscura, inhumana, y no su vertiente civilizadora, que introduce al sujeto en el lazo social y le humaniza. En consecuencia, lo abyecto ha dejado de serlo, ya no se contrapone al ideal. Y esto debilita a este último.
Si el ideal ha perdido potencia, y vigencia, si comparte escenario con la abyección en régimen de igualdad, ¿cómo podemos investir el mundo suficientemente para amarlo?
Y si no lo amamos de algún modo, ¿cómo podemos sentirnos parte de él?
Y si no nos sentimos parte de él, ¿cómo podemos luchar para que progrese, para que mejore?
... Dejo planteadas mis  preguntas. 

Nota
1. Sobre este punto, se puede consultar en este blog: "El amor y sus modalidades lógicas (3): Dante y Beatriz; las beguinas. El amor divino o la posibilidad lógica del amor": http://www.elblogdemargaritaalvarez.com/2010/05/dante-y-beatriz-las-beguinas-el-amor.html