jueves, 6 de septiembre de 2018

UNA POLITICA DE LA LECTURA. LAS BIBLIOTECAS DE LA FIBOL EN LA ERA DIGITAL

Joan Brossa, poema visual, 1971.
Etimológicamente, el término “biblioteca” remite al lugar donde se guardan los libros. Pero, desde sus inicios las bibliotecas han alternado esta función con la de ser un lugar para la lectura, si bien durante largos siglos esta última estuviera reservada a unos pocos. 
Las bibliotecas de la Federación Internacional de Bibliotecas de la Orientación Lacaniana (FIBOL) nacieron también con esta doble vocación y función: por un lado, la de poner al alcance lo textos psicoanalíticos y sus referencias, así como otros textos de la cultura con los que el psicoanálisis pudiera entrar en diálogo y debate; por otro, como lugares de lectura, donde poder leer esos textos y, también, los síntomas de la época, organizando conferencias, seminarios o debates y colaborando así al psicoanálisis en extensión y a la extensión del psicoanálisis.
Existe más de una  diferencia, en el plano de los recursos, entre las setenta y dos bibliotecas de la orientación lacaniana que hay en el mundo y, por ejemplo, solo unas pocas cuentan con un catálogo disponible en línea. Pero todas cumplen en mayor o menor medida una labor de búsqueda e investigación, en la que a veces son el esfuerzo y la inventiva, sostenidos por el deseo decidido de los colegas, los que permiten sortear las dificultades. 
Aunque también se presenta a velocidades diferentes en los distintos países y bibliotecas, Internet ha venido hace ya casi dos décadas a revolucionar el acceso a la documentación y a la investigación bibliográfica. 
Recuerdo el relato hilarante de un colega de Barcelona, sobre sus peripecias por las bibliotecas de la ciudad en 1997 intentando localizar a un tal Sorge, al que Lacan hace referencia en el Seminario 17 como ejemplo de agente doble. Pocos años más tarde, en una ocasión en que tuve que buscar dicha referencia, la localicé rápidamente con solo poner el nombre en Google. 
En unos pocos años, el mundo había cambiado, el de las bibliotecas también. Con Internet, la facilidad de acceso a la documentación se ha multiplicado exponencialmente y, también, se ha deslocalizado. 
La importancia de tener en línea los catálogos de nuestras bibliotecas fue durante mucho tiempo un objetivo fundamental de sus equipos, y ocupó muchas horas de las reuniones de la FIBOL, al menos en España, el pensar cómo eso podía implementarse en las bibliotecas más pequeñas. Fue Judith Miller quien señaló categóricamente en una reunión, hace seis o siete años, que ello no tenía que ocupar tanto a las bibliotecas. 
En la actualidad, aquel objetivo en el que parecían puestas tantas expectativas parece haber palidecido ante las posibilidades que ofrece la red. Casi todo está o parece estar en ella si se sabe buscar. Esto parece haber comportado que las salas de lectura de las bibliotecas en general, y también las de la FIBOL (por lo que sé), estén en los últimos años un poco más vacías. 
Cada vez más, y en particular las nuevas generaciones, buscan los textos en la red y los  leen allí; asimismo, cada vez con mayor frecuencia se piden en general los documentos a las bibliotecas también por la red: se envían y reciben en poco más que un clic.
Internet facilita y favorece así el trabajo en red propio de las bibliotecas. Muchos documentos circulan a la rapidez citada de una biblioteca a otra, de uno a otro ultramar. 

Sin embargo…
No todo son solo facilidades para la lectura en la era de Internet. La modificación del soporte en que se presenta un documento, impreso o en pantalla, importa, afecta a la lectura misma; el formato también. 
La historia de la lectura está inextricablemente unida, como no podría ser de otro modo, a la historia de la escritura y de sus soportes. Los rollos de papiro, los códices medievales o el libro no son tan solo distintos tipos de soporte material para la escritura que prevalecen en una época y civilización u otra. En cada uno de esos soportes, además, la información se organiza según un formato particular y ello requiere poner en juego modos de lectura diferentes que afectan a la organización del pensamiento de distintos modos, por ejemplo a sus funciones de memoria y de crítica. 
Así, cuando se ha de ir desenrollando o enrollando un papiro para poder leer un documento no es tan sencillo volver atrás para recordar o contrastar lo que se ha leído, como cuando se lee un libro. No es tan fácil repetir la lectura y, por tanto, memorizar. 
La invención del libro, con sus páginas manejables, que permiten avanzar y retroceder con facilidad, donde el texto evoluciona hacia modalidades de puntuación más sencillas y el material se organiza según un índice, presentación, capítulos, etc., por citar solo algunos de sus aspectos, facilitó, junto con la invención de la imprenta, contemporánea, la actividad de lectura y su extensión. Fue la última gran revolución en la lectura antes de la llamada revolución de Internet.

La lectura en la era digital
En la actualidad, los soportes digitales se imponen cada vez más sobre los impresos. Nos pasamos el día mirando pantallas ya sea las del móvil, la tablet o el ordenador. Podemos leer en cualquier parte pero, ¿cómo leemos?
Si empezamos comparando documentos que tienen distintos soportes pero el mismo formato, como un libro impreso o un e-book, las investigaciones parecen demostrar que el nivel de comprensión del lector es aparentemente parecido en ambos casos, sin embargo el lector del segundo recuerda menos la secuencia de las informaciones -lo cual podemos pensar que no afecta solo a la memoria sino también al razonamiento implícito.
Si pasamos a comparar formatos distintos como es la lectura de un libro impreso o la lectura de distintos documentos a través de la red, las investigaciones revelan que en el segundo caso la lectura puede resultar más entretenida, sobre todo para los más jóvenes: es más interactiva y el sujeto tiene la posibilidad, además, de construir sus propios recorridos. Pero, por ello mismo, se “entretiene” y distrae más con todos los enlaces que aparecen y la superabundancia de información disponible, por lo que  tiende a hacer una lectura más superficial y fragmentaria, más dispersa y menos contrastada, es decir, a desviarse más de sus objetivos. También podemos pensar que uno está más solo, en tanto se ha de inventar su propio recorrido.
En la red, adonde gran parte de las nuevas generaciones acuden regularmente a in-formarse, el papiro hipertextual se desenrolla infinitamente sin poder volver fácilmente atrás, es decir, cada vez se está en una nueva pantalla. 
No se trata de demonizar la red sino de saber utilizarla: de servirse de su potencia fabulosa pero también de estar advertidos de sus dificultades. La lectura digital nos permite localizar o descubrir documentos, autores, textos, etc., hacer algunas lecturas, pero hacer un trabajo riguroso de lectura, una investigación, nos obliga a no distraernos y dispersarnos. 
Jacques Lacan señaló la importancia de la disciplina del comentario en la formación del analista: se trata de “hacer responder al texto por las preguntas que nos plantea” y, para ello, el lector tiene que “poner su parte”. Eso exige un esfuerzo: el esfuerzo que, según Spinoza, sostiene el deseo. 
Esta manera de leer, que responde más a las propiedades de la lectura analógica que de la digital, permite entre otras cosas, una toma de posición respecto a lo que dice el autor, cómo lo dice y por qué lo dice, es decir, la lectura crítica, difícil de alcanzar cuando uno está cambiando de pantalla a cada momento. El Otro está más presente. La lectura en psicoanálisis no es nunca sin el Otro, en tanto requiere la transferencia con el texto.
Las generaciones que han crecido en la era digital tienen la tendencia a desenvolverse con facilidad en dicho medio pero también a no hacerlo en un medio analógico. No es que no lean, leen de otra manera y ello está muy bien para muchas cosas, pero no para otras. No se trata de plantearlo como una alternativa sino de mantener lo mejor de las dos lecturas.
En este sentido, desde la entrada en la era digital, tanto en la Biblioteca como en la Sección Clínica de Barcelona hacemos especial hincapié en el trabajo de lectura a la letra: en promover la pequeña lectura o la investigación de un pequeño punto en lugar de un gran recorrido. 
Pero esto no es solo algo dirigido a los participantes, es una exigencia para nosotros mismos: Internet nos afecta a todos.

Una política de la lectura
El psicoanálisis tiene una política de la lectura en tanto ella es capital en la formación del analista: ya nos refiramos a la lectura referida a los textos epistémicos como a la lectura de lo que el analizante dice. 
En ese sentido, me parece que si bien el lugar de las bibliotecas como “lugar para guardar los libros” se ha debilitado en general, las bibliotecas de la FIBOL no pueden ceder en su función de promocionar la lectura de los textos por el valor que ella tiene en la formación del analista. 
Tampoco puede ceder en su función de lectura y debate sobre los síntomas de la civilización en la que vive. Ello puede incluir pensar cómo ese “simbólico que ya no es lo que era” modifica la lectura y qué consecuencias tiene en la formación del analista. Si podemos afrontar cómo los cambios en lo simbólico afectan a la clínica sin escandalizarnos, quizás tenemos que empezar a pensar en cómo ello afecta a la formación del analista de la era digital. Para mí es una pregunta que se abre, un tema de investigación.
Hace tiempo alguien me dijo que “el psicoanálisis se acabaría con el último lector analógico”. No lo creo. El psicoanálisis se reinventa. Y se está reinventando en la era digital. A nosotros nos toca seguir reinventándolo y reinventarnos. Y reinventar asimismo la función de las bibliotecas, acomodándolas a los nuevos tiempos. Sin nostalgias.
Si los antiguos egipcios llamaban a las bibliotecas “casas de vida” (los escribas estaban consagrados a Ra, dios del origen de la vida), podemos tomar este título para avanzar en los retos de la época y no quedarnos escuchando el canto del cisne al morir, por bello que parezca. El psicoanálisis es en sí mismo un tratamiento eficaz de la pulsión de muerte.
* Texto publicado en el boletín EntreLibros de la Biblioteca de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL), en Buenos Aires, el 17 de agosto de 2018.



Bibliografía:
Février, J.-G., Histoire de l’écriture, Paris, Payot, 1959.
Lacan, J., El Seminario 3: Las psicosis, Buenos Aires, Paidós, 1984.
Lacan, J., “Obertura”, Escritos 1, Madrid, Biblioteca Nueva, 2013.
Lacan, J., “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud”, Escritos 1, Madrid, Biblioteca Nueva, 2013.
Lacan, J., “Variantes de la cura-tipo”, Escritos 1, op. cit.
Lerner F., Historia de las bibliotecas del mundo. Desde la invención de la escritura hasta la era de la computación, Buenos Aires, Troquel, 1999. 
Manguel, A., “Una historia de la lectura” (1996), Barcelona, Lumen, 2005.
Miller, J.-A., “Introducción a ‘Variantes de la cura tipo”, Umbrales del análisisI, Buenos Aires Manantial, 1986.
Vandendorde C., Du papyrus à l’hipertexte. Essais sur les mutations du texte et de la lecture, Paris, Éditions La Découverte, 1999.