martes, 7 de mayo de 2024

NOS TOCA SER LACANIANOS, SI QUEREMOS


 

En el texto preparatorio del seminario que impartió en  Caracas, el año 1980, Lacan escribió:  "Yo soy freudiano, a ustedes les toca ser lacanianos, si quieren". 

Aunque ello no nos exime de leer a Freud a la letra, tal como Lacan hizo, esta frase que entiendo en el sentido de  que ya nuestra relación con el psicoanálisis está mediada por la enseñanza de Lacan, me lleva a preguntarme qué quiere decir ser lacaniano y cómo se llega a serlo. 

¿Se trata de hacer un análisis lacaniano, de estudiar los textos (epistémicos, clínicos y testimonios), de orientar la práctica en las enseñanzas que de ello extraemos, de controlar los casos con un psicoanalista lacaniano? Sí, claro, pero no basta con ello.

Jacques Lacan situó cuatro patas en la formación del analista: el análisis, el control de los casos, la formación epistemo-clínica... y la Escuela. De esta última, a mi entender, a menudo descuidada o no bien entendida, dijo en los Otros escritos algo radical: No hay psicoanalista sin Escuela, no hay formación del analista por fuera de ella.

Alguien puede analizarse, estudiar los textos, controlar los casos... pero sin la inscripción de su práctica en una escuela, la formación está coja. La Escuela aparece así como un instrumento fundamental de formación que, en mi opinión, no haría cojear la formación sino que la pondría en riesgo, en tanto Lacan afirma categóricamente que no hay formación por fuera de ella.

Voy a tratar de dar cuenta de esta orientación  ayudándome de algunas frases de Lacan que he extraído del mismo volumen.

La manera más sencilla de abordar tal afirmación podría ser la de pensar que al no haber título de psicoanalista, sino que uno se autoriza de sí mismo y de algunos otros, formar parte de una comunidad de trabajo donde exponer su trabajo y exponerse, debatir al respecto, en resumen trabajar con los otros, puede permitir avanzar en el camino de la propia formación y en el de la formalización conjunta del psicoanálisis, ambas siempre inacabadas y, por tanto, abiertas. 

Pero, luego, Lacan plantea que "la Escuela puede garantizar la relación del analista con la formación que ella dispensa". ¿La importancia de la Escuela para la formación sería que puede otorgar un gradus, AE o AME, que implican un reconocimiento de un miembro, o por haber demostrado suficientemente su práctica o por haber sabido demostrar el recorrido lógico de su análisis y su salida de él?

Cuesta pensar que se trata de eso, sin restarle importancia. Sigo leyendo y, poco después, Lacan añade que aunque haya regla del gradus, hay un real en la formación misma del psicoanalista, que puede provocar su propio desconocimiento, incluso producir su negación sistemática". Entonces, la garantía que puede dar la Escuela a través de la comisión de la garantía no es una garantía total: es una garantía agujereada, propia de una figura del Otro de la inexistencia, que ella, la escuela, constituye.

Entonces, voy a leer de otro modo esa afirmación de que la Escuela pueda garantizar la relación con la formación que ella dispensa, la cual, por otro lado, no podemos reducir a las actividades, jornadas, etc, que organiza.

Para cada uno, lo que puede garantizar seguir formándose es no olvidar que la Escuela se asienta sobre el real de no saber lo que es un analista. No olvidarlo y hacerlo operativo.

Al igual que tener en cuenta también que ese "no hay" del agujero de lo real se corresponde siempre con un "hay el goce".

No hay un saber sobre lo que es un analista pero hay el goce de cada uno que, en ocasiones viene a hacer desaparecer ese agujero.

Entonces, la Escuela es un instrumento para no olvidar ambas cuestiones y para hacerlas operativas, si consentimos a ello.

Es un lugar donde seguir construyendo fuera del dispositivo analítico, una posición ante lo imposible de soportar del goce, "propio" (si se puede decir) o ajeno (el goce siempre se vive como ajeno, como otro).

Esta posición tiene una dimensión ética. Se diferencia de la que encontramos en una institución regida por el Ideal con sus efectos de identificación grupal y segregación, de amor y de muerte.

La escuela de psicoanálisis no es Toda, no se rige por el universal y por la denuncia, el rechazo hasta la exclusión de quien no responde a él, de quien no piensa o actúa como nosotros, de quien es diferente.

Es un lugar donde cada miembro ha de afrontar la singularidad de cada modo de gozar y no ceder ante los imposibles freudianos de educar, gobernar o psicoanalizar.

El imposible en el centro de la vida de la Escuela abre la posibilidad de hacer algo con ello, de hallar posibles invenciones civilizatorias para el lazo con los otros, que ayuden a sostener la causa analítica.

A veces, no es fácil, pero el psicoanálisis tiene relación con no desertar ante los imposibles, sino con buscar modos de manejarlos y tratarlos que sean productivos. 

Solo si la Escuela está pensada para el psicoanálisis, la Escuela se convierte en un instrumento esencial de la formación del analista.

La lectura y el debate sobre los textos instirucionales se revele así importante, un paso necesario. Pero la Escuela como el psicoanálisis, no se descubre en los textos. Es necesario hacer la experiencia, que ella toque el cuerpo.

Esto permite leer la definición de Lacan, en 1964, de la Escuela como "base de operaciones contra el malestar en la civilización". No se trata de amurallarse en ella situando el malestar en el exterior y creando un lugar que nos proteja. Por el contrario, partiendo de la alteridad que nos habita, supone que nosotros mismos somos una amenaza para nosotros mismos, para los otros y para el psicoanálisis: formamos parte del malestar en la civilización, no estamos exentos de los procesos de identificación y segregación que vehiculan nuestros ideales, y de la polaridad concomitante generadora de conflicto; nuestras modalidades, como todas, de goce atacan el lazo social. Con suerte, o mejor dicho, con un análisis y una posición ética clara, estamos como mínimo advertidos de lo que nos habita y de las consecuencias de nuestros actos.

Hacer existir la Escuela es hacer de ella una base de operaciones para tratar el malestar o el conflicto no desde el universal sino desde un reconocimiento de la singularidad en juego.

Esta experiencia no es solo de utilidad solo para la vida en la escuela sino también, podemos decir, para la "escuela de la vida". No hay adentro y afuera. Así entiendo la idea de Lacan de la Escuela como modo de vida.

La experiencia de la Escuela no es algo que se tiene, es algo que se hace cada vez, si consentimos a ello. Escuchar lo que se juega en cada conflicto, sin dejarse arrastrar por el peso del imposible que se repite, sino leyendo lo distinto, lo nuevo en ello, o apostando por una nueva respuesta, nos permite salir del propio goce y de la propia repetición.

Mantener una posición de no-saber y de interrogación analizante, da una oportunidad a la invención para mantener la viveza del psicoanálisis y de nuestra relación con él.

Que la Escuela esté hecha para el psicoanálisis es necesario para nuestra formación. No habrá psicoanálisis sino hay psicoanalistas dignos de ese nombre. ¡Nos toca ser lacanianos".





sábado, 13 de abril de 2024

"Paraules de amor" de Núria Güell

"Paraules d’amor", el título de la célebre canción de Joan Manel Serrat, es el título que la artista Núria Güell ha elegido para el espectáculo que presenta hoy sábado 13 de abril y mañana domingo 14 en la Sala Tallers del Teatre Nacional de Catalunya. En él participan nueve personas que leen, nos ceden, comparten con el público sus singulares historias de amor. 

Pero que nadie espere encontrar allí palabras “sencillas y tiernas” como dice la canción. No es un espectáculo almibarado o conciliador. Es un espectáculo serio sobre lo más mortífero del amor. Y si bien  los testimonios refieren casos extremos, todos y cada uno de ellos pueden ayudar a reflexionar, en mayor o menor grado, si uno se lo permite, sobre las partes más oscuras de aquél, allí donde habitan sentimientos y pasiones que contrarían toda imagen bella y unitaria suya como son el deseo de posesión, los celos, el odio o la venganza. 

En “Paraules d’amor” podemos escuchar testimonios distintos sobre lo que cada uno de los participantes ha entendido o entiende por amor, lo que ha hecho en nombre suyo, ya se tratase del amor a una pareja, a un familiar o a una causa, por ejemplo al Pueblo o a la Patria… 

 Algunos testimonios permiten ver el momento de ilusión de plenitud en el momento del encuentro y el momento de viraje, de ceguera, hasta de catástrofe subjetiva que se produjo cuando se perdió  dicha ilusión. Esa pérdida es un duelo, y no siempre puede hacerse sin que el sujeto mismo se rompa. 
Otros testimonios  ilustran cómo se repiten las marcas de lo vivido en la infancia. Tomo prestadas aquí las palabras de un testimonio que expresa cómo en la vida uno es un árbol que cambia de hojas y de aspecto en las distintas épocas pero conserva las mismas raíces. 


En el amor entonces no siempre se trata de "palabras sencillas y tiernas" como nos gustaría -y cada vez se trata menos de ello con el individualismo hipertrófico actual  y sus consecuencias manifiestas en la dificultad creciente de sostener los vínculos amorosos. 
A veces, no se ha tratado  nunca de ellas; otras, sí, pero en algún momento se ha traspasado un límite, ha habido una ruptura que enfrentó al sujeto a un abismo desconocido, vértigo que  le empujó a caer por la pendiente de la violencia cuando no del crimen. 

 No voy a hacer una reflexión aquí sobre el amor y la violencia, tema que me ocupa en otros lugares y textos. Solo voy a referirme brevemente al espectáculo de Núria Güell señalando algunos puntos: 

Las personas que participan en él ofrecen un testimonio duro y honesto de su experiencia amorosa y de lo que fue su fracaso con los efectos subjetivos que comportaron unas acciones cuya gravedad tuvo consecuencias importantes en su vida, en ocasiones, también penales.

Pero hay algo que va más allá del testimonio singular y valiente de cada uno -se necesita coraje para exponer ese fragmento de la propia vida ante desconocidos,  coraje y humildad, ambas cosas de agradecer  en esta época en que no hay muchos verdaderos testimonios y lo que se dice se desliza con frecuencia a la morbosidad o al blablablá.  Estos testimonios sobre distintos casos de fracaso del amor ilustran bien “in extremis” cómo el sentimiento de unidad, tan caro al amor, y tan anhelado en la cultura occidental (desde el discurso de Aristófanes sobre el amor en "El Banquete" de Platón), puede sostenernos. 

Nos sentimos felices, plenos, cuando creemos haber encontrado en alguien o en algo aquello que nos falta. Pero, ¿qué pasa, qué nos pasa, cuando lo perdemos? ¿Cómo cada uno soporta el vacío de la pérdida? No es fácil, incluso no todo el mundo puede perder eso que creía haber encontrado y que creía que le completaba. No todos tenemos los mismos recursos ante la falta, o no los tenemos en determinado momento. A veces la catástrofe que puede representar esa pérdida  empuja al sujeto a acciones tremendas de consecuencias  mortíferas.

Pero esa acción que desde un punto de vista ampliamente compartido en nuestra cultura fue como mínimo un grave error, a veces fue lo único que el sujeto pudo hacer en su ceguera (lo cual no le desresponsabiliza), toma un estatuto de  acción de algún modo necesaria, en el sentido lógico, que se le impuso, aunque contraríase no solo el sentido común sino la moral y la ley, aunque los demás la rechazasen  por no estar bien. 

 Si esa elección conllevó un delito, el sujeto hubo de  enfrentar sus consecuencias. No somos nosotros, los espectadores, quienes debamos volver a juzgar a quienes ya han sido juzgados y cumplen o han cumplido sus condenas. La necesidad de redoblar el juicio es una  necesidad de mantener apartado el horror que ciertos actos pueden causarnos. 

El espectáculo de Núria Güell no es un espectáculo confortable. Pero permite ver las complejidades que pone en juego la pasión amorosa en sus límites más mortíferos. Y, también, constatar, si uno se lo permite, cómo con frecuencia miramos a aquellos cuyas acciones o creencias no compartimos o entendemos como si fueran radicalmente otros, como si encarnaran al Otro radical de la Diferencia, no personas con las que podemos compartir algunos aspectos o cuestiones, aunque nos separemos en otros.

En este sentido, nos da la oportunidad de cuestionar esa lógica de la identificación en la que tan confortablemente nos movemos y que, en la ignorancia de la alteridad que nos habita -eso que nos hace contradictoriamente humanos-, nos precipita en ocasiones por la pendiente de la segregación y el conflicto con los otros, cuando no de la guerra.