Obra dl artista polaco Igor Morski (Poznan, 1960) |
La reacción primera frente al sinsentido, frente a aquello que
resulta inadmisible para nuestro pensamiento, es el rechazo: tendemos a
apartar, cuando no a eliminar, aquello que perturba nuestro mundo para evitar
que éste cambie y, con ello, nos obligue asimismo a cambiar, pasando a ser
otros distintos de los que sentimos que somos, lo que fantaseamos por lo
general como una gran amenaza, y no como un alivio.
Pensar que sabemos quienes somos y que los miembros de nuestro
grupo de pertenencia son iguales o muy parecidos nos da tranquilidad. Sin
embargo, el sentimiento de identidad nos trae muchos problemas y más que
responder a ninguna esencia y, menos aún, a ninguna realidad, es la
consecuencia de nuestras identificaciones, siempre parciales. Así, cuando decimos
“yo” o “nosotros” entramos en el terreno de la ilusión de creer que nos conocemos y, por tanto, nos
equivocamos.
La identificación es un proceso fundante del psiquismo: la
primera identificación en que el niño, aún balbuceante, dice “yo” es necesaria
para su estructuración mental. Pero es tan necesaria y fundamental como
ilusoria, porque cuando cualquiera dice “yo” solo se está identificando con
aquellos aspectos de sí mismo que más le gustan, que más responden a sus
ideales. Y, a la par, está dejando fuera, sin considerar, es decir,
desconociendo, todos aquellos aspectos que no le gustan y que con facilidad
proyecta sobre los otros dando voz y verdad al refrán de que “Más vemos la paja en el ojo ajeno que la viga en
el propio”.
¡Cuántas veces decimos, por ejemplo, “porque yo soy muy sincera”
-o muy lo que sea- y, a continuación, hacemos algo que lo contradice
flagrantemente! ¡Cuántas veces reprochamos a los otros algo que hacemos
constantemente sin darnos cuenta! ¡Y cuántas veces nos toleramos o toleramos en
los más próximos algo que no soportamos que otro de fuera de nuestro círculo
haga, o nos negamos a valorarlo igual!
Así, cuando decimos que el otro es un cretino se nos olvida las
veces que nosotros también lo somos, cuando gritamos ¡cómo es que nadie hace
nada para solucionar este desaguisado! no tenemos en cuenta la de veces que
nosotros montamos un pollo porque se nos han cruzado los cables o no hacemos
nada para arreglar las situaciones en las que estamos inmersos. O dejamos de
lado cuántas veces criticamos la corrupción ajena pero vamos de listos tratando
de escaquearnos de pagar las multas o de cumplir con el fisco.
Y, yendo a una situación más cotidiana, nos quejamos de que las
naciones o las distintas organizaciones de las naciones no paren la guerra,
pero no estamos dispuestos a dar el brazo a torcer en el menor conflicto
abierto que mantenemos con vecinos u otros semejantes por cualquier tontería.
¡No es lo mismo, pensamos! Con razón, partimos de la ilusión
primera, fundante, de que “yo” o “nosotros” somos siempre estupendos.
Entonces, el “nosotros”, que incluye a los que considero que son como
yo, crea directamente el “ellos” y los separa del grupo. Los mecanismos
actuantes son el Ideal y la segregación: el primero es brillante, la segunda,
oscura, y se propaga como la
hiedra salvaje allí donde aquel nos ciega.
Cuando decimos “nosotros”, ya nos refiramos a nuestra familia a
los dentistas, a los psicoanalistas, a los hombres o las mujeres, a los músicos,
o los catalanes o los de Málaga, a los demócratas o a los … nos creemos siempre
mejores, y, en consecuencia, consideramos a los otros distintos, y –seamos
sinceros- peores.
Y el sentimiento de seguridad y de placer que nos genera es
correlativo de la distancia o de la falta de empatía o la antipatía, incluso del
odio, contra el "tú", el "vosotros" o el "ellos", todos aquellos que no son como yo o
como nosotros.
El amor y el odio son los sentimientos que brotan del “yo” y el “nosotros”
contra el “tú, vosotros o ellos”.
El punto ciego de cada ideal es que segregamos todo aquello que
no entra en él, ya sea propio o ajeno.
Se necesita un esfuerzo civilizatorio tenaz para que las
relaciones sociales no queden reducidas a este “yo/tú”, “nosotros/ellos”
fundante. Nada asegura que sea posible ir más allá. Ni nada asegura, cuando lo hacemos, que no
podamos retornar a quedar reducidos a ello en cualquier momento: a ese "tú o yo", "nosotros o los otros", tan potente como arcaico. El esfuerzo ético en el plano individual y colectivo ha de ser constante.
Siglos de civilizaciones, todas ellas necesariamente imperfectas
y mejorables al igual que los que las sostenemos, nos ilustran de las
imposibilidades en juego.
Y nos ilustran sobre cómo la mayoría de las guerras han empezado
con las mejores intenciones… de imponer un "nosotros" a los otros, a ellos, de
hacer pasar por la guillotina de nuestros ideales los ideales de los otros, cuando no a estos últimos directamente.
La Historia, cada proyecto civilizatorio, sus éxitos y sus
fracasos, nos enseña sobre esta barbarie de las mejores intenciones, así como
que las identificaciones y los ideales son a tratar siempre sin demasiado entusiasmo, con distante advertencia,
sin creérnoslos nunca del todo, por buenos que nos parezcan en sí mismos,
porque llevan siempre en su seno la semilla de la destrucción, propia y ajena, sin que lo parezca.
La paz es un ideal, un proyecto frágil siempre por lograr o mantener.
Nunca muros, murallas, ni administrativas ni físicas, han logrado
que la civilización avance hacia algo mejor.
En un mundo tan fragmentado como atroz donde todo se convierte
en un pequeño ideal y una bandera, es decir, en una causa contra el otro,
contra el distinto, es decir, contra el lazo social, contra los pactos
necesarios para que haya
civilización, el reto es fascinante.
¿Lo conseguiremos? Y si fuera así, ¿cómo? ¿Cómo lo haremos? Lo que está claro es que no podemos renunciar a intentarlo porque, en caso de hacerlo, conocemos sobradamente los resultados.
* Un extracto de este artículo ha sido publicado en La Vanguardia digital el 13 de julio de 2017:
http://www.lavanguardia.com/vida/20170713/423894895122/levantar-muros-no-protege-nuestra-identidad.html?utm_campaign=botones_sociales&utm_source=facebook&utm_medium=social
* Un extracto de este artículo ha sido publicado en La Vanguardia digital el 13 de julio de 2017:
http://www.lavanguardia.com/vida/20170713/423894895122/levantar-muros-no-protege-nuestra-identidad.html?utm_campaign=botones_sociales&utm_source=facebook&utm_medium=social