Las
cuatro fórmulas de la sexuación, que Lacan escribe en la parte superior de su
cuadro del Seminario XX, articuladas de a dos, permiten repartir a los seres
hablantes en relación a su goce en dos lados según el goce sea “todo fálico”
-es decir, “sólo fálico”-, o sea “no-todo fálico” (1).
Efectivamente, Lacan plantea
aquí que, en la sexuación lo determinante no son la anatomía o las
identificaciones de género sino las identificaciones de goce, es decir, el
hecho de que el sujeto identifique inconscientemente su goce del lado del todo
fálico o del no-todo fálico.
En
este sentido, Lacan modifica aquí el término “posiciones subjetivas del ser”,
enunciado años antes (2) para referirse a la posición subjetiva frente al ser del
sujeto -en el sentido del sujeto cartesiano del “Pienso luego soy”- así como frente al ser de
saber y el ser del sexo.
En el Seminario XX, habla de “posiciones subjetivas del goce”: no se trata ya de la relación del
sujeto con el ser, teorizado ahora como semblante, es decir, simbólico-imaginario,
sino de su relación con el goce.
Incluso, podría decirse, pues se deduce de las
fórmulas, que se trata en ambas posiciones de la relación del sujeto con lo real
del goce. Ese real que cierne la inexistencia de la relación sexual o de la
inexistencia de La mujer y que escribe el matema de la falta de un significante
en el Otro para decirlo: S(A barrado). Digo que se deduce porque solo
encontramos esa escritura de un real imposible de decir en el lado femenino de las fórmulas.
En
el lado izquierdo, se sitúan aquellos -hombres y
mujeres-, cuyo goce es sólo fálico, es decir, relativo, según podemos ver en el
cuadro de la p. 95 del Seminario XX arriba expuesto, a la relación del sujeto
con el objeto a, teorizado en estos momentos asimismo como semblante. Este goce
está regulado por el fantasma el cual se rige por la lógica fálica de la
existencia del Otro.
En
ese lado inscriben entonces su goce los hombres y las mujeres en posición
sexuada masculina, en posición histérica y en posición materna. En estas tres
posiciones, el agujero real de S(A/) está obturado, no se quiere saber de él.
Podemos pensar que cada una de estas posiciones implican un rechazo, una
defensa frente a dicho agujero real que habita el cuerpo de lo simbólico.
En
relación a la madre, ningún matema presente en el otro lado de las fórmulas, el
derecho, regido por el no-todo fálico, autoriza a pensar que ella pueda
situarse de otro modo que excluida de él. No encontramos en el lado femenino matema
alguno que remita a la existencia, lógica, de La mujer, sino que encontramos el
matema de La barrado, que señala su inexistencia, asimismo lógica: las mujeres
no forman una clase como la madre, deben tomarse una a una.
En
este sentido, Miller señala que “si Lacan dijo La mujer no existe fue para hacer entender que la madre sí existe.
Hay la madre” (3). Esta última se rige por la lógica fálica de la existencia
del Otro, que plantea un “para todos”, una ley universal para todos los
elementos del conjunto. Por tanto, solo puede inscribir su goce en el lado izquierdo de las fórmulas.
De
ahí, la oposición para Lacan entre la mujer y la madre, que hemos de entender
entre la mujer en posición femenina, no-toda fálica, y la mujer-madre,
toda-fálica. Ambas obedecen como hemos visto a lógicas distintas y, por tanto,
cada una se inscribe en un lado distinto del repartitorio sexual.
Esto
no quiere decir que una mujer no pueda tener una relación con S(A/) y con el
objeto-hijo, es decir, estar en posición femenina y ser madre, sino que no
pueden tener a la vez esa doble relación, pues es estructuralmente antitética:
la mujer no puede taponar el agujero de S(A/) con el objeto y, a la par,
mantenerlo abierto.
Por
otro lado, Lacan señala la dificultad de que la madre, que una mujer puede
decidir ser, tapone siempre con el objeto-hijo la relación con S(A/):
dificultad para el niño y para ella. Desde su logificación del Edipo, en el Seminario
V, Lacan sostiene la necesidad de que el deseo femenino se sitúe más allá, por
fuera del deseo de hijo, que la maternidad no tapone la feminidad, que la mujer encuentre el signo de su deseo en el cuerpo
del partenaire.
Para
concluir
El goce femenino, como goce más allá del falo, no se puede pensar sin
la mediación de este último si bien escapa a su regulación. Las fórmulas de la sexuación dan
cuenta de la sexualidad humana que está regulada por el falo como función,
aunque haya un goce más allá suyo del lado femenino. Por tanto, no escriben
todos los goces sino solo el goce fálico o sexual y el goce femenino.
La
función fálica deriva del lenguaje mismo, de la relación del significante con
el goce, y permite el acceso al goce sexual, que es limitado pero, según Lacan, “abre
para el ser hablante la puerta al goce”(4). Sin embargo, es el goce femenino, como goce no significantizado, el que constituye, para Miller, el principio del
régimen general del goce como tal (5).
Notas:
1.
Lacan, Jacques: El Seminario, libro XX: Aún (1972-3). Buenos Aires:
Paidós, 1981, cap. 7.
2.
Lacan, Jacques: El Seminario, libro XII: Problemas cruciales del
psicoanálisis (1964-5), clase del 16.6.1965. Inédito.
3.
Miller, Jacques-Alain. Donc, curso de
la orientación lacaniana 1993-4. Buenos Aires: Paidós, 2011, p. 270.
4.
Lacan, Jacques: El Seminario, libro IXX: ...o peor (1971-2). Buenos
Aires: Paidós, 2012.
5. Miller, Jacques-Alain. L'être et l'Un.
Curso de la orientación lacaniana 2011. Inédito.