lunes, 23 de septiembre de 2013

LA ESCUELA DE LACAN. DEL FRACASO AL ACTO Y RETORNO


"Deportistas", de Kazimir Malévich
Esta presentación se enmarca dentro del trabajo de actualización del texto fundacional de la Escuela de Lacan, “Acto de fundación” (1964) que, a punto de ser su cincuentenario, estamos haciendo en la Comunidad de Catalunya de la ELP. En ella, trataré algunos puntos relativos a dicho acto para ponerlos en tensión con el llamado “acto de disolución” de su escuela, ocurrido dieciséis años después.



La Escuela de Lacan

Como es bien sabido, en noviembre de 1963, Lacan es excluido del cuerpo de docentes de la IPA y con ello, desautorizado para seguir formando analistas. Lejos de quedarse aislado,  Lacan comienza en 1964 su propio seminario y aborda lo que establecerá como los conceptos fundamentales del psicoanálisis (1). Ese mismo año, también, fundará su Escuela.

En la primera sesión de su seminario, Lacan habla de su “excomunión”, como la llama, y la refiere a haber querido modificar los conceptos freudianos, como si estuvieran establecidos para siempre y no pudieran interrogarse sin cuestionar a Freud. Esto le lleva a pensar la relación de la IPA con Freud y a afirmar que se trata de una relación religiosa, es decir, basada en el amor al padre.

Atribuye esta relación a los pecados de Freud: algo de su relación con el padre no fue analizado y esto deja tanto a la institución analítica como al psicoanálisis mismo empantanados en el amor al padre.

Ese mismo año, Lacan funda la École Française de Psychanalyse (EFP). En “Acto de fundación”, empieza planteando un programa de trabajo para los miembros: “Cumplir un trabajo que, en el campo que Freud abrió, restaure el filo de su verdad; que vuelva a llevar la praxis original que él instituyó con el nombre de psicoanálisis al deber que le corresponde en nuestro mundo; que, mediante una crítica asidua, denuncie en él las desviaciones y las concesiones que amortizan su progreso al degradar su empleo” (2).
¿Por qué fundar una escuela y no una sociedad psicoanalítica? Lacan busca soluciones para sacar al psicoanálisis y a la institución analítica de los callejones sin salida en que ambos están inmersos. 

En su “Acto de fundación” (3), Lacan examina el término y refiere que el uso que hace de él remite al sentido que tenía en la Antigüedad. Una escuela se constituía en torno a una enseñanza. Era un lugar donde se escuchaba a un maestro quien se autorizaba de la transferencia que producía. No se trataba allí de la transmisión de un saber que llevara al dominio de una técnica, como es el saber que provee la Universidad en la actualidad, sino de un saber que ayudara a vivir mejor (4).
Las escuelas antiguas –señala Lacan- eran “refugio pero también base de operaciones contra lo que podríamos llamar ya el malestar en la civilización”. Si nos atenemos “al malestar del psicoanálisis, la Escuela no solo tiene su campo en un trabajo de crítica, sino en la apertura del fundamento de la experiencia, y en la puesta en tela de juicio del estilo de vida en que desemboca”. La Escuela tiene pues una función ética.
Ella apunta a transmitir, sostener la experiencia analítica y, con ello, a salvaguardar su posibilidad misma. Para ello, tiene que estar atravesada por esa misma experiencia. Su funcionamiento no puede regirse por un conjunto de reglas y un saber codificado sino por aquello en que dicha experiencia se asienta. Esto distingue la Escuela de Lacan de las otras sociedades analíticas, incluso de la institución que la alberga –que sí tiene unas reglas, no muchas, para no interferir en la experiencia, pero sí las necesarias con el fin de proveerle el marco jurídico-legal necesario para existir socialmente.
La fundación de la EFP supone una completa innovación respecto a las sociedades analíticas ya existentes con una doctrina establecida y reglamentada sobre lo que es un analista y su formación, lo que conlleva una idea preconcebida, un modelo, un ideal de qué es un analista. La Escuela de Lacan, por el contrario, plantea que un analista es el producto de una experiencia singular, la de su propio análisis, y que por tanto no hay un universal del analista.
En 1967, tres años después de fundar su Escuela, Lacan inventa el dispositivo del pase para investigar cómo alguien deviene analista, en qué se autoriza (5). El pase es la experiencia que permite “a alguien que piensa que puede ser analista, a alguien que se autoriza a ello o que está a punto de hacerlo, dar a conocer qué le decidió” a introducirse en el discurso analítico, un discurso del que afirma que “no es fácil ser el soporte” (6).
En el dispositivo del pase, no se trata tan solo de verificar si alguien, el pasante, es o no analista. Lo que hay en juego fundamentalmente es la investigación sobre qué es un analista, qué lleva a querer sostener el acto analítico, en definitiva, sobre cómo surge, cuál es el fundamento del deseo del analista. El saber producido en relación a ello tiene el valor de una enseñanza preciosa para hacer avanzar al psicoanálisis.
La “Proposición sobre el pase y el psicoanalista de la Escuela” constituye entonces el segundo momento fundacional de la Escuela de Lacan, que pasa a ser una Escuela del pase fundada en la llamada clínica del final del análisis. En ella, la pregunta “¿qué es un analista?” se mantiene necesariamente abierta. Esto –según señala J.-A. Miller-, subraya la paradoja de pensar y practicar la Escuela como “un lugar de ignorancia donde se plantea una auténtica búsqueda” (7).

Del fracaso de la EFP al acto de su disolución
Pero, en 1978, Lacan evalúa la situación del pase en la Escuela y señala su fracaso (8). Siendo parte él mismo del jurado del pase, no ha logrado obtener testimonio alguno sobre qué era lo que pasaba por la cabeza de alguien para autorizarse como analista. En vez de levantarse el velo sobre los misterios del devenir analista –agrega-, la cuestión ha devenido casi esotérica. Conclusión: la Escuela no funcionaba.
En medio de un vendaval de críticas e intentos de destitución, de incapacitación incluso, con la EFP dividida en dos bandos enfrentados, Lacan disuelve su Escuela a principios de enero de 1980. Es el llamado “acto de disolución” de la Escuela -la liquidación de la institución tardará un tiempo.
En el texto, que enviará al diario Le Monde el 5 de enero de 1980 (y, que publicará en España el diario El País, el 17 de enero), Lacan afirma: “Hablo, sin la menor esperanza de hacerme escuchar. Sé lo que hago –añadiéndole lo que esto entraña de inconsciente” (9).
A continuación, él subraya que la Escuela tiene un problema, que califica de “debilidad ambiente”: no hay elaboración, no hay trabajo en ella, por lo que concluye que se ha desviado del objetivo para el que la fundó. Aún peor: “Funciona para lo contrario de lo que la he fundado”. “Hay un problema en la Escuela” –afirma- pero “en tanto es un problema tiene solución y la solución es la disolución” (10).
Disolver su escuela es una decisión que Lacan toma en solitario porque –explica- se trata de su Escuela: fundada por él, se sostiene en su nombre y su enseñanza, se apoya en su enunciación. Al no haber en ella ni trabajo ni elaboración por fuera de su enseñanza, si él se va, la Escuela no puede sostenerse. Y si se fuera dejándola a su suerte, ella seguiría funcionando “a contrapelo de aquello para lo que la fundó”. Entonces, tiene la responsabilidad de disolverla.
La EFP comienza y termina, pues, con un acto de Lacan, quien reconocerá en su Seminario haber fracasado “en producir analistas que estén a la altura” (11) de ser analistas de la propia experiencia,  analistas de la Escuela. El fracaso del pase comporta el fracaso de su Escuela y, por tanto, el suyo propio.
La crítica de Lacan se concentra seguidamente en el jurado del pase de la EFP. “¿A cuál de los electos de mi jurado –se pregunta Lacan- habría aconsejado votarse a sí mismo si se hubiera presentado como pasante?”.
En relación a este párrafo, Miller explica que los miembros del jurado eran elegidos en la asamblea de miembros, seiscientos, de la EFP. Y que esto comportaba sus problemas ya que los elegidos podían ser simplemente aquellos que mejor dominaran la retórica, sin una relación con el pase (12).
Es difícil –continúa diciendo Miller-, ser miembro del Jurado y mantener la posición de no saber, de ignorancia sistemática que requiere el juicio en relación a qué es un analista, sin caer en la tentación de remitirse a un modelo del analista, que no existe. Y, caer en ello, implica adoptar la posición inversa, lo que falsea la experiencia.

“Yo sigo con el trabajo del inconsciente”
Después de disolver su Escuela Lacan hace un llamado a rehacerla. Se trata de crear una institución nueva pero con los mismos principios de su Escuela. Para ello, convoca a aquellos que quieran demostrar en acto que no se debe a ellos el que la Escuela haya “devenido institución, efecto de grupo consolidado, a expensas del efecto de discurso que se espera de la experiencia, cuando ella es freudiana. Sabemos lo que costó que Freud permitiera que el grupo psicoanalítico pudiese más que el discurso y deviniese Iglesia” (13).
Al contrario que Freud, Lacan no deja la institución que ha creado en manos de otros. Él no retrocede ante el deseo que puso en marcha su enseñanza en 1953, y que en numerosas ocasiones nombra como el deseo decidido de mantener abierto el campo de la experiencia inaugurado por Freud.
Lacan persevera y llama a otros a hacerlo también. El fracaso de su Escuela no es una cuestión de impotencia, sino de imposibilidad ante el real en juego, que escribe el matema S(A/). Este matema sitúa la falta de un significante en el Otro y, también, ese goce femenino cuya “otra orilla es el inconsciente irreductible”, lo que aproxima la posición femenina y el inconsciente (14). Ese real nombra una “Heteridad”, la Otredad del sexo, el partenaire faltante, la falta de complementariedad entre los sexos o la no relación sexual en el sentido lógico.
Ese real está en el corazón de la experiencia analítica y constituye el fundamento de la Escuela misma, el abismo en que se asienta. La EFP ha fracasado porque la experiencia de la Escuela exige mantenerlo abierto, estar atentos a la tendencia estructural a su cierre.
No hay Otro, “el Otro falta” –añade Lacan. A mí también me extraña. Pero aguanto” (15).
Entonces, después de dejar plantados (16), como él mismo dice, a los miembros de la EFP para que muestren lo que saben hacer, aparte de atacarle, convoca a aquellos que quieren seguir junto a él en el trabajo del inconsciente: “No he plantado la experiencia. Les doy la oportunidad de hacer frente al acto” (17).

Una contraexperiencia
Ese mismo año, Lacan funda la École de la Cause freudienne (ECF), contraexperiencia de la EFP. La misión histórica de la ECF será la de perpetuar, más allá de la disolución de la EFP, el proyecto ya inscrito en ésta: la reconquista del campo freudiano. Mantener esta finalidad primera de la Escuela de Lacan implicará un debate que deberá proseguir en la corriente lacaniana sobre qué es una escuela de psicoanálisis que incluya el pase. En adelante, todas las escuelas de la futura Asociación Mundial de Psicoanálisis incluirán esta finalidad en sus principios.
La historia de la AMP, que pronto cumplirá 25 años, ilustra sin embargo sobre cómo se suceden las repeticiones, los impasses del grupo analítico para sostener una Escuela de psicoanálisis. También vemos en la historia los distintos tratamientos inventados para tratar ese real que habita en su seno.
Lo que ella nos enseña es que las distintas invenciones duran un tiempo, que los efectos de los actos son absorbidos cuando dejan de ser novedad, por lo que la libido tiende nuevamente a estancarse. Lo real siempre retorna. Por ello, los estatutos de las escuelas incluyen la posibilidad misma de su disolución. Ahora, como siempre, debemos seguir interrogándonos sobre dónde estamos al respecto.
* “Presentación realizada en el espacio “La Escuela en el siglo XXI: Acto de fundación (21 de junio de 1964)”, de la Comunitat de Catalunya de la ELP, el 7 de mayo de 2013. Publicado en Freudiana 68: CdC-ELP, 2013.


Notas:
1. J. Lacan, El Seminario, libro XI: Los cuatro conceptos  fundamentales del psicoanálisis (1964). Buenos Aires: Paidós, 1993.
2. J. Lacan, “Acto de fundación”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 247.
3. Op. cit., p. 256.
4. J.-A. Miller, “El concepto de Escuela”.
5. J. Lacan, “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el pase y el psicoanalista de la Escuela”, Otros escritos, op. cit.
6. J. Lacan, “Sobre el pase”, Ornicar? nº 1, Barcelona, 1981, p. 33.
7. J.-A. Miller, “El concepto de Escuela”, op. cit..
8. J. Lacan, “Clôture des Assises sur la passe” (8.1.1978), Lettres de l'Ecole 23, enero de 1978.
9. J. Lacan, “Carta de disolución”, Escansión. Nueva Serie nº 1: “Textos institucionales de Jacques Lacan”, Buenos Aires, Manantial/Fundación del Campo Freudiano en Argentina, 1989, p. 18.
10. En francés, “dissolution” se puede separar en “(je) dis solution, digo solución.
11. Se trata de la clase del 15.1.1980. El texto será remitido a Le Monde que lo publicará nueve  días después con el título “El Otro falta”. He preferido traducir el título francés “L’Autre manque”, como “El Otro falta” y no como “Un Otro falta”, que es el título con que se incluye este texto en Escansión. Nueva serie nº 1, op. cit.
12. Jacques-Alain Miller, “Entrevista sobre la causa analítica”, revista Uno por uno, nº 11, junio de 1990.
13. J. Lacan, “Carta de disolución”, op. cit., p. 19.
14. J. Lacan, “El Otro falta”, op. cit., p. 21.
15. Ibídem.
16. J. Lacan, “Carta de disolución”, op. cit., p. 19.
17. J. Lacan, “Carta al diario le Monde” (24.1.1980), Escansión. Nueva serie nº 1, op. cit., p. 22.

viernes, 13 de septiembre de 2013

LECTURA DE "VIDA DE LACAN", DE JACQUES-ALAIN MILLER





El libro cuya lectura voy a presentar, Vida de Lacan (1), salió publicado en 2011 cuando se cumplía el trigésimo aniversario de su muerte. Se trata de un pequeño volumen, dividido en siete capítulos, cuyo texto está extraído del curso de la Orientación lacaniana 2009-2010 de su autor, Jacques-Alain Miller.
La idea surgió –relata este último- de una conversación en la que dos jóvenes amigas le reprochaban que no hubiera defendido a Lacan de los ataques hacia su persona después de su muerte.
Pese a su proximidad con Lacan, él explica que nunca tuvo el proyecto de escribir o hablar acerca de su vida. Nunca tuvo, tampoco, en relación suyo, una posición de biógrafo, atento a recoger datos, frases y anécdotas. Por el contrario, se esmeró en pasar a la escritura aquello que podía leerse en lo que Lacan decía (p. 28), siguiendo la vía elegida por este último: la vía del matema. Deseaba preservar su enunciación y, para ello, consideraba necesario que la persona de Lacan no hiciera de pantalla a su enseñanza.
Además, el encargo recibido de este último había sido redactar su seminario, no escribir su biografía. Tampoco es su intención hacerlo ahora, con este volumen. Sin embargo, Miller reconoce que le “encantó la idea de dar vida a ese desecho, ese caput mortem” del trabajo significante realizado en su Curso. No se trataba entonces de defender a Lacan como pedían sus colegas, con una queja no exenta de odioenamoramiento, sino de “darle vida” para que se captara mejor “la densidad de su presencia y las extravagancias de su deseo” (p. 15).
En el primer capítulo de la obra, Miller subraya que Lacan nunca tuvo ningún interés en hablar de su vida, ni en público ni en privado. Lo más parecido a un texto autobiográfico suyo que tenemos es el escrito “De nuestros antecedentes”, incluido al comienzo de sus Escritos, en 1966. Pero, en él, no se trata de su vida sino del surgimiento de su discurso.
Por otra parte, Miller subraya que el discurso analítico mismo no permite tener una relación autobiográfica con la propia vida: uno cuenta su vida en sesión pero “la interpretación del analista modifica todo lo que la práctica literaria dice de la autobiografía, la hace impracticable” (p. 21). En psicoanálisis, lo más parecido a la autobiografía sería el pase pero, en este último, no se trata de contar la propia vida sino de formalizar, dar cuenta, transmitir la lógica del propio análisis.
Siguiendo este razonamiento, Miller deja de lado el campo de la biografía y se interesa por la escritura de la Vida, utilizada por ejemplo por Plutarco en sus Vidas paralelas. No se trata ahí del registro de la historia, con su aspiración a la exactitud, sino del registro de la ética. ¿Cuál fue la ética de la vida de Lacan? –se pregunta entonces (p. 41)
De entrada, descarta cualquier interés de Lacan por la posteridad: no le importaba lo que pudiera ocurrir cuando él ya no estuviera.
“Tenía gusto por lo real” (p. 42) -agrega. Y, en relación a esto, explica que Lacan deseaba hacer comprender lo que él mismo había comprendido, que eso pasara (p. 11). Así, equiparó en distintas ocasiones su posición de enseñante con la de pasante: me paso la vida haciendo el pase –afirmó. Y tenía prisa para hacer pasar eso porque lamentaba haber empezado “un poco tarde” su enseñanza (p. 36) -según declaró a Tomás Segovia en 1970.
Vida de Lacan –señala Miller- no puede obviar que Lacan era analista (p. 47), con un deseo. La relación con este deseo era radical en todos los ámbitos de su vida. Encarnaba el Che vuoi? representando así lo inhumano del deseo.
Esto no podía ser fácil para los que le rodeaban. Lacan cuestionaba el orden del mundo, no respetaba el universal, desafiaba la ley. No se dejaba detener por el síntoma del otro. Era un deseo fuera de toda norma. Por eso, se le difama (on le dit femme) -señala.
Como Lacan mismo dijo de la actuación de Hamlet en el drama de Shakespeare, Miller señala que a veces parecía loco pero era “un loco que sabía lo que quería”. Además, su deseo decidido no estaba exento de prudencia: iba demasiado lejos pero sabía hasta donde podía hacerlo. Tampoco carecía de astucia.
No está loco quien quiere; tampoco –señala Miller- es Lacan quien quiere.
En la dimensión de la Vida, vemos entonces cómo lo público y lo privado confluyen. Esto constituye lo que los existencialistas llamaron lo auténtico. Lacan lo era.
Pero Lacan no es un ejemplo a seguir. Él mismo formuló eso con un enunciado tan paradójico como claro: “No me imiten, hagan como yo”.
En psicoanálisis sabemos que no hay un universal del analista. Y Lacan no lo fue. Los analistas sólo se sitúan en el uno por uno. Todos constituyen excepciones. Hay que tomar cada uno en su singularidad.
Siguiendo esta lógica, Lacan –señala Miller- solo puede tomarse como contraejemplo. Pero, un contraejemplo paradigmático -precisa- “si entendemos que paradigma no quiere decir que todos los casos son parecidos sino que un caso es diferente a los otros, pero que los aclara por su diferencia misma” (p. 47).
Por eso, Vida de Lacan solo puede dirigirse a la opinión ilustrada, como reza su subtítulo; a aquellos que pueden construir una opinión propia, que no se dejan arrastrar por la del otro: aquellos que hace suyo el lema de la Ilustración, Sapere aude, “¡Piensa por ti mismo!”

Nota
1. Miller, Jacques-Alain: Vida de Lacan. Escrita para la opinión ilustrada. Madrid: Gredos, 2011.