Felix Vallotton: "Viento", 1910. |
Desplazados, desalojados, desahuciados ... son términos que
escuchamos con frecuencia hoy en día. Los tres tienen significados distintos
pero empiezan por des, prefijo que implica pérdida o fuera de.
En todos, eso se produce por la acción del Otro.
Los sujetos son desplazados fuera de sus hogares, o de sus países,
normalmente por conflictos bélicos o situaciones de violencia generalizada.
Los desalojados son hechos salir del lugar donde se alojan por
una acción de fuerza del Otro. Pueden haberlo ocupado ilegalmente como es el
caso de muchos sin hogar o del movimiento okupa, o pueden simplemente
ser desalojados de una calle o de una zona porque se considere que su presencia
es incómoda.
El verbo desahuciar está formado por el prefijo des
y un verbo poco común: ahuciar, que quiere decir esperanzar o dar
confianza. Así que desahuciar quiere decir, quitar toda esperanza y
toda confianza, cuestión que está implícita en sus otras dos acepciones más
empleadas: quitar a un enfermo toda esperanza de curación o despedir a un
arrendatario mediante una acción legal.
El hecho de ser desplazado, desalojado o desahuciado pone al
sujeto, o al colectivo que lo sufre cuando menos en una situación asimétrica
respecto a los otros, cuando no en riesgo o situación de exclusión.
En relación al primer caso, podemos decir que la igualdad o la
desigualdad se miden siempre en tanto a un rasgo, por ejemplo el sexo, tener
una casa o disponer de pasaporte. No implica nunca que uno sea igual o desigual
al otro en todo. Eso no existe en el mundo humano: el sujeto siempre es
particular, el goce singular, hasta las identificaciones son siempre parciales.
Sin embargo, el empuje identificatorio para situarnos a nosotros
mismos y a nuestros allegados, es decir, para construir un mundo en que
sentirnos seguros o refugiarnos, hace que con frecuencia, cuando compartimos un
rasgo con el otro creamos que lo compartimos todo; y que, por lo mismo, cuando
no compartimos un rasgo con él , tendamos a situarlo como distinto, y a
segregarlo fuera de nuestro mundo, identificado e identificatorio, como extraño,
extranjero a nosotros.
No es que el otro no comparta nada con nosotros, es que “nosotros”
no lo sabemos y lo pensamos así. La identificación, basada en el ideal, implica
siempre dejar fuera lo que no entra en él. El “nosotros” es principio de
segregación, y ésta siempre es una manera de tratar lo distinto mediante la
separación.
En cuanto al extranjero, el vocablo lleva el prefijo ex,
que también significa fuera de.
La noción de extranjero toma un carácter más acentuado hoy en día,
cuando las seguridades vacilan y todos, personas y países, podemos caer en
cualquier momento del sistema devenidos desecho suyo, no ya en situación de
no-igualdad sino de exclusión.
Me refiero aquí a una noción de extranjero más amplia y radical
que la empleada habitualmente y que he tomado de un texto muy
interesante del lingüista Jean-Claude Milner sobre la noción de extranjero que
acabo de traducir, en el que diferencia dos tipos (1).
Primero parte de la aproximación a la noción de extranjero a
partir del lenguaje: el extranjero, señala, para un ser hablante, es otro ser
hablante al que no puede situar en el interior de su espacio hablante, que es
un espacio social.
Luego, plantea que en la actualidad se tiende a pensar al extranjero
en términos asimétricos: en relación a lo que uno considera su centro de
referencia, uno mismo por ejemplo, determina lo que es extranjero para él. Pero
uno no se plantea si él es extranjero para el otro.
Sin embargo, Milner sitúa que en la Grecia clásica no existía esta
asimetría: la noción de extranjero era recíproca. Uno era extranjero para aquel
que era extranjero para él, del mismo modo que era enemigo de su enemigo o huésped
de su huésped (huésped en castellano,
como hôte en francés quiere decir tanto hospedante
como hospedado). En este sentido, se lamenta de que, por ejemplo, en el
caso de los refugiados se hable de país hospedante cuando están hacinados en
campos, es decir, no se les trata con reciprocidad; no es lo mismo, precisa,
dar refugio que acoger -entiendo que dar refugio en campos a los que están en
situación de radical exclusión es una manera de introducir cierta protección
pero es un tratamiento de la cuestión mediante la segregación, distinto que
hospedar o acoger.
Volviendo a la reciprocidad, Milner sitúa que uno es solo uno
mismo en tanto pertenece a un círculo de pertenencia. En el mundo
antiguo, el extranjero era alguien que no pertenecía a él, pero se consideraba
que pertenecía a otro; no era del mismo país, de la misma ciudad, pero era de
otros. Eso hacía que los hombres se consideraran iguales, lo que favorecía la
identificación y la acogida temporal en el propio círculo.
En este sentido, la palabra xenofobia, señala, ni existía
ni podía existir en el mundo antiguo. La palabra xenos era solo una
manera de nombrar aquel cuyo nombre no se conocía, pero al que se suponía un
igual. Tan pronto como se le nombraba desaparecía el miedo y podía acogérsele
-excepto en la tiranía, precisa, donde el miedo no desaparecía: el primer signo
de la tiranía es la ausencia de hospitalidad.
Entonces, en este mundo, si alguien era extranjero, los demás
también lo eran para él. La extranjería designaba así el lazo social por
excelencia.
Pero no todo era recíproco. Había los allegados, los míos;
también, los extranjeros con los que se mantiene un lazo de reciprocidad; y,
por último, aquellos humanos con los que no mantengo ningún tipo de lazo, que
Milner califica de los más-que-extranjeros.
Habría entonces dos tipos de extranjeros: aquellos con los que
hay un lazo recíproco, los extranjeros de lo Mismo; y los extranjeros con los
que no se mantiene ningún lazo, los más-que-extranjeros o extranjeros
del Héteros.
Milner plantea que las teorías humanistas se ocupan de los
primeros según el lema: “Nada humano me es ajeno”. Pero el segundo, señala,
define la axiomática moderna de la exclusión: los extranjeros más-que-extranjeros
existen; tienen forma humana pero no podemos atribuirles los mismos
sentimientos que tenemos nosotros, nuestra misma vida. Podemos decir que si falla
la identificación del otro como semejante, amigo o rival, entonces entramos en
la pendiente de no situarlos entonces como humanos sino como cosas.
El texto de Milner me ha hecho pensar en lo que Jacques Lacan
vaticinó en 1967 sobre que la progresión de los mercados comunes crecería
conjuntamente
con la extensión de los procesos de segregación (2). En un mundo cada vez más
globalizado, cada vez hay más desplazados y excluidos. El capitalismo produce un
lazo cada vez más segregativo.
En un momento en que consumimos con normalidad productos
fabricados en la otra punta del mundo o nos relacionamos a través de las redes
sociales con personas de cualquier lugar, esta tesis de Milner sobre la axiomática
moderna de la exclusión me parece especialmente esclarecedora.
Una puede creer que comparte el mismo círculo de pertenencia con
alguien que vive en las Antípodas, pero no pensar lo mismo respecto a alguien
que duerme en la esquina de su casa o que está empujando la verja de entrada a
su país, es decir, en situación de exclusión.
El problema, por lo general, al menos en Occidente ahora, no son
los extranjeros en el sentido de personas procedentes de otro país, los que
tienen otra lengua u otras costumbres. Son aquellos, de mi mismo país o no, que
no puedo incluir en mi circulo de pertenencia, que es siempre simbólico e
imaginario pero incluye una modalidad de satisfacción hasta cierto punto
conocida o compartida. Y que tampoco puedo situar en otro círculo. Cuando el
otro está excluido del Otro queda reducido a una cosa, a su ser de goce. Y,
entonces, surge el horror. Lo Otro radicalmente extranjero es el goce que no
podemos situar.
En nuestra época, la era del hombre sin atributos o sin
cualidades (3), todos somos objetivados, reducidos a números, cuantificados.
Por otro lado, los conflictos, motivados por la religión, las fuentes de
riqueza o las fronteras, no dejan de crecer a la sombra de un capitalismo
librado a sí mismo, que nos sitúa a todos en riesgo de exclusión, reducidos a
restos caídos del sistema, no contabilizables, sin interés para el Otro.
La acción del sistema empuja de múltiples maneras al
desahucio con las consecuencias que he anotado al comienzo de pérdida de “toda
esperanza, de toda confianza”.
El ser humano tiene planeado el mismo reto en los planos
colectivo e individual: conseguir volver a confiar sin ser ingenuos, sino
advertidos. Y eso no vendrá solo, requerirá mucho esfuerzo por parte de todos y
cada uno.
Notas:
1. Jean-Claude Milner, “Del huésped al enemigo, del próximo al
lejano, los nombres del extranjero”, a aparecer próximamente en Colofón
36, revista de la Federación Internacional de Bibliotecas del Campo Freudiano
(FIBOL), Medellín, 2016.
2. Jacques Lacan, “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el
psicoanalista de la escuela”, en Otros escritos, Buenos Aires, Paidós,
2012.
3. Robert Musil, El hombre sin atributos (1933-1942).
Barcelona: Seix Barral, 1986.