sábado, 16 de junio de 2018

JUDITH MILLER. EL PSICOANALISIS, UNA APUESTA ADVERTIDA POR LA CIVILIZACION

Columbus Circle (detalle), NYC. Foto de Margarita Álvarez
En primer lugar, quiero agradecer a Carmen Garrido y a la Biblioteca del Campo Freudiano de A Coruña, así como a la Fundación Paideia que nos acoge, la organización de esta velada en torno al último volumen publicado de Colofón que, como saben, es la publicación de la Federación Internacional de Bibliotecas de la Orientación Lacaniana  (FIBOL) y que, en este caso, está consagrado a hacer un homenaje a Judith Miller, presidenta desde su inicio de la Fundación del Campo Freudiano. Es un número editado en Medellín (Colombia), dirigido desde Buenos Aires, impreso en Barcelona, con un comité de redacción internacional y textos de colegas de aquí y de allá, de todas las escuelas de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, es decir, de un lado y otro del Atlántico, de nuestro ultramar y del ultramar de los otros.
El fallecimiento de Judith Miller en diciembre de 2017 obligó  a parar la edición del número 37 de Colofón para hacer este otro, un número fuera de serie, extraordinario en muchos  sentidos. 
Fue elaborado en la urgencia de que saliera publicado para el XI Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, celebrado en Barcelona el pasado mes de abril, pero asimismo con la detención interna del tiempo del duelo. Y eso hace que sea un número especial e inolvidable también por ello para las personas que, de un modo u otro, colaboramos en él.
Me han pedido que hable sobre Judith, sobre Colofón y sobre las bibliotecas y voy a tratar de decir algo de cada uno de estas cosas. Para ello voy a partir de la segunda parte del título de esta mesa: “El psicoanálisis y el lazo con la cultura”. 
Este vínculo como saben fue establecido por Freud desde el principio, quien se interesó tempranamente por las condiciones de la cultura y su relación con la formación de los síntomas de los sujetos, aunque ya en 1911 situó que hay algo en el funcionamiento de la pulsión misma que genera malestar, es decir que éste último no depende solo de las condiciones de la cultura sino que es estructural para el ser hablante y, por tanto ineliminable: la "naturaleza" humana, que no se rige por el instinto, es sintomática. 
En relación al lazo entre psicoanálisis y cultura tenemos ya en  Freud, algunos textos  canónicos, como por ejemplo los artículos “El porvenir de una ilusión” (1927) y “El malestar en la cultura” (1929/30), pero también es importante señalar las tres cartas de la correspondencia entre él  y Einstein, de 1931. Voy a referirme brevemente a ellos. 
En los dos primeros, Freud da una definición de la cultura que señala dos vertientes (1):
1. El conjunto de saberes adquiridos mediante el que los hombres se protegen de la Naturaleza pero también le arrancan bienes para satisfacer sus necesidades.
2. El conjunto de normas que regulan la relación entre los hombres y en particular la distribución de los bienes.
Así, habrá distintas concepciones de la cultura o la incultura, según lo que se considere  en cada tiempo o lugar esos dos conjunto de saberes y   de normas necesarias. 
Ello nos introduce a la polisemia del término “cultura”, que no es una (2) sino que presenta distintas caras y aristas: hay múltiples culturas, incluso subcultura. Está también la cultura de la élite, la cultura popular, mi cultura del otro...
Pero también, la cultura puede abordarse desde distintas perspectivas: 1. como "cultivo espiritual" tal como evoca el término alemán "Kultur", utilizado por Freud en el título de su artículo; o como "civilización" en el sentido de un discurso simbólico colectivo.
El término “civilización” aparece durante la Ilustración para referirse a un estado que permite a los pueblos emanciparse, salir de la barbarie -y cristalizará a partir de la Revolución Francesa, sobre todo en Francia. 
Civilización y barbarie surgen así en oposición, como una disyunción entre lo que es civilizado y lo que no, disyunción expresada, podemos decir, como “nosotros y los bárbaros”, donde vemos consolidarse una identidad que hace grupo frente a los otros, distintos, y por supuesto, peores. No solemos pensar que nosotros podemos ser los bárbaros para los otros, que podemos representar su Otro, su ultramar, su más allá, según esa misma extimidad que sin embargo, según señaló Lacan (3), lleva siempre a localizar el propio goce en el otro.  No decimos “nosotros los bárbaros”.
Sin embargo, Freud descubrió los fundamentos pulsionales sobre los que se levanta ese discurso simbólico común y consideró que había en ellos un núcleo ineliminable, resistente a ser civilizado del todo y para siempre. Cada uno tiene en su interior, su propio bárbaro, segregado de su subjetividad, de sus identificaciones, pero en su núcleo; desconocido, pero no por ello menos operante. Cada grupo, cada civilización también tiene su propio bárbaro. En eso hay justicia distributiva: a cada cual, el suyo; nadie sin uno.
Por consiguiente, la civilización no puede concebirse  desde el inicio más que como un largo y dificultoso proceso que en cualquier momento puede suspenderse o revertirse: nunca gana la guerra definitivamente a la pulsión, solo gana batallas temporales. En último término, todos y cada uno somos en algún punto ingobernables, ineducables y no psicoanalizables, según los tres imposibles freudianos (4). Siempre hay restos  que resisten a los tratamientos simbólicos derivados de la palabra. Entonces, hay que tener cuidado con esperar de estos últimos (de la conversación, educación o la cultura, por ejemplo), la solución a todos los males que nos aquejan.
Esto es lo que Freud respondió a Einstein en 1931 (5), cuando éste se dirigió a él en nombre de la Sociedad o Liga de las Naciones (organización fundada en 1920, antecesora de la ONU que no fue creada hasta 1948), con la pregunta de cómo educar a la población para evitar una nueva conflagración  mundial.
Freud señaló que cada cultura constituye un freno, un dique, a la barbarie de la pulsión, a la suspensión del lazo social con el otro, y que para ello se sirve de los ideales, agentes de represión, que hacen lazo entre los hombres por medio de identificaciones, que constituyen grupo. Sin embargo, estos ideales para erigirse se basan en mecanismos de segregación (se rechaza lo que no entra en el ideal), por lo que paradójica pero estructuralmente generan siempre su propio real, su propia barbarie.  La luz de los ideales nos ciegan respecto a su propia operativa segregatoria, que queda oculta, desconocida para nosotros. Y así en nombre del ideal nos vamos con frecuencia, incluso alegremente, hacia lo peor.
Si bien Freud advirtió a Einstein sobre los límites de la palabra y de todos sus derivados simbólicos, no dejó de apostar sin embargo por la necesidad de sostenernos en ella, no guiados por un ideal de comunicación -que no existe-, o de entendimiento -estamos en el campo del malentendido-, sino suficientemente advertidos del real pulsional en juego en cada uno de nosotros y en cada grupo.
Esta fue también la apuesta de Lacan. Y la de Judith Miller. Ella nos habla en una entrevista que le hicieron hace unos años nuestros colegas Susana y Thomas Hoffman para la televisión argentina, de la marca que esta apuesta de su padre, este deseo, dejó en su vida (6). 

Sobre Judith
Hija del psiquiatra y psicoanalista Jacques Lacan y de la actriz Sylvie Makles, Judith Miller nació en 1941, es decir, durante la Segunda Guerra Mundial, en una Francia ocupada por los alemanes. Fue inscrita como Judith Bataille, hija de Sylvie y el filósofo Georges Bataille, con quien su madre estaba aún legalmente casada. Si bien la convivencia había acabado hacía tiempo, ambos habían decidido no divorciarse mientras durara la ocupación alemana para que Sylvie no recuperara automáticamente su apellido de soltera, de origen judío.
Pero Jacques Lacan eligió el nombre de su hija. Y le puso Judith, que fue la heroína que salvó al pueblo judío al cortar la cabeza de Holofernes, el general del ejército babilonio, invasor de Israel. Que en plena ocupación nazi, Lacan la llamara Judith, es considerado por ella  como una muestra de la confianza por parte de su padre de que si bien eran tiempos nefastos, las cosas cambiarían. También como un símbolo de su posición ética frente al invasor, como ejemplificó su posición  hacia la Resistencia francesa o que se arriesgara a ir a la Prefectura de Policía a rescatar a la madre y a la abuela de Judith, cuando estaban a punto de ser deportadas, lo que les evitó lo peor.
Ella explica como este nombre que su padre le puso marcó su vida, su deseo de luchar contra la injusticia, contra el desamparo, queriendo salvar a los otros de la dominación, del abuso. Eso la llevó, por ejemplo,  a abandonar durante dos años sus estudios de Filosofía en la Sorbonne, cuando tenía 20 años, para ir a Argelia a ayudar a los partidarios de la independencia. 
Sin embargo, después del final de la guerra y de su vuelta a Francia, donde acabó sus estudios, su posición respecto a los ideales revolucionarios y el activismo político cambió y comenzó a acercarse al psicoanálisis lacaniano, que nunca ejerció, pero al que dedicó luego su vida. 
Ella explica que lo que le interesó de entrada fue el hecho de que el psicoanálisis se ofrece a tratar el malestar de la gente y de la cultura, cosa que no es la única disciplina o teoría que lo hace, por supuesto: desde la Antigüedad, en todas las culturas, encontramos doctrinas, guías de vida que nos dicen cómo debemos vivir, cómo alcanzar la felicidad. Y las seguirá habiendo en tanto la humanidad ha estado, está y estará sedienta de soluciones a los múltiples problemas que le aquejan. 
Tal como señala Freud en El malestar de la cultura (7), "el sufrimiento amenaza al ser humano desde tres lugares: desde su cuerpo que destinado  al muerte no puede prescindir del dolor; desde la Naturaleza que puede abatir la fuerza de su furia sobre nosotros; y desde los vínculos con los otros seres humanos". Freud añade que el sufrimiento que procede de esta última fuente suele parecernos más evitable, si bien la experiencia nos dice que no es así y que la culpa no es solo de los otros:  que hay puntos en todos y cada uno donde nos resistimos a cambiar algo, a renunciar a algo en favor del bien de la situación o de la relación con el otro, y mientras nos quejamos por ejemplo de que siga habiendo guerras y los organismos internacionales no consigan pararlas, uno mismo puede estar negándose a arreglar cosas bastante más sencillas con un familiar, un amigo o un vecino. 
Lo que interesó a Judith del psicoanálisis lacaniano, según cuenta, fue que si bien éste se ofrece a tratar el malestar, no habla de eliminarlo. No hace promesas de felicidad ni cree que los cambios radicales sean en sí ninguna garantía. No se trata, con él, “de que ahora debemos de pelear duro pero mañana será todo fácil”, señala Judith, lo que podemos encontrar en la mayor parte de las apuestas revolucionarias. Por ejemplo se me ocurre, que una cosa es que un territorio o un pueblo consiga la independencia y, otra que “todo” vaya a cambiar a partir de entonces, que todos sus problemas se hayan solucionado, que no aparezcan otros.
Para el psicoanálisis no hay mañana feliz. Y no da ni consejos ni recetas de cómo hay que vivir. Cada uno tiene que encontrar una solución. Las sociedades también. Pero estando advertidos de que nos esperan en el mejor de los casos mejoras, no el bienestar completo o la felicidad. Sin embargo, esas mejoras no son irrelevantes: salir de lo mortífero de la repetición de los síntomas que nos aquejan es fundamental, eso nos vivifica, nos hace vivir mejor, con deseo.
Sabemos que Judith acompañó a su padre durante los últimos quince años de su enseñanzas, también cuando él creó la Fundación del Campo freudiano en 1979 –ella recuerda que “campo” remite a lo que se cultiva como la palabra “cultura” por otro lado-. Esta Fundación, que tiene una estructura en red, recibe a aquellos que quieren difundir, sostener y profundizar su enseñanza en sus distintos países, lenguas y culturas. Es de ella que se irán desprendieron después las siete escuelas de psicoanálisis que en Europa y América conforman la Asociación Mundial de Psicoanálisis.
Dentro de ella, Judith Miller creó en 1991 la FIBOL, que ahora reúne a 72 bibliotecas de psicoanálisis en todo el mundo, asimismo consagradas a la extensión del psicoanálisis de orientación lacaniana, incluidos aquellos países donde el psicoanálisis había estado prohibido como la antigua Europa del Este y Cuba. 
Judith Miller  dedicó parte de su vida a difundir el psicoanálisis, a facilitar la lectura y el acceso a los textos psicoanalíticos, la formación en psicoanálisis a aquellos que manifestaron su deseo de hacerla y que por sus recursos, por las dificultades del país de residencia (económicas políticas, etc.), lo tenían especialmente complicado. Si algo caracterizó su labor fue este deseo sostenido, en el sentido spinoziano de esfuerzo (8), con una decisión inquebrantable: el deseo de que se pudiera situar el acceso al psicoanálisis como un derecho fundamental, la defensa de la diferencia absoluta del psicoanálisis respecto a las llamadas psicoterapias, para evitar su segregación.
Judith se interesó por la potencia del discurso psicoanalítico para cernir los impasses de la época y de cada lugar para inventar modos de abordajes y de tratamiento. Y creó distintas instituciones para ello, en forma de redes que trataban de sortear el problema de los localismos, su  tendencia a hacer grupo con su consistencia y potencial segregatorio, y que por el contrario ponían en contacto a colegas que podían estar muy distantes, de aquí y de allá, pero donde todos pudiéramos aprender de otros,  los más “inexpertos” y los más "experimentados" (no hay expertos en psicoanálisis), donde todos pudieran decir, decidir, hacer a las cosas a su manera, lo que quiere decir de una manera singular e inimitable. Y, a la vez buscar la buena manera de hacerlas, lo cual implica hacerlas con responsabilidad, asumiendo las consecuencias de los propios dichos y los propios actos. El psicoanálisis tiene una ética consecuencialista: la verdad de las cosas, decimos, son sus consecuencias y tenemos que calcularlas en la media de los posible y hacernos cargo de ellas.
El Campo freudiano  cuenta gracias a ella con distintos instrumentos a nivel mundial: los observatorios sobre el autismo, sobre drogas  o salud mental, grupos de investigación sobre Psicoanálisis y pedagogía, Adicciones, Psicoanálisis y Medicina, el Centro Interdisciplinario de Estudios sobre el Niño (CIEN), la Red Cereda, entre otras muchas. Y también la FIBOL.

FIBOL
Las bibliotecas del Campo freudiano son lugares de lectura. Podemos considerar esta lectura en una doble vertiente:
1. Por un lado, en tanto se dedican a la recensión de los textos del psicoanálisis, así como al trabajo de investigación de sus principales fuentes o referencias, así como de los otros textos de la cultura provenientes de otras disciplinas que trabajan también sobre un tema.
2. Pero hay también lo que se llama la acción lacaniana de las bibliotecas: ellas se interesan por leer los nuevos síntomas, por situar los nuevos semblantes del amo, los nuevos reales que produce, los nuevos modos de segregación. Se trata para ellas de encontrar fuera de sí mismas, en el Otro de la época, los resortes para investigar los malestares en cada lugar y, a partir de ahí, debatir posibles soluciones con otros discursos, ayudando a su vez a extender el psicoanálisis en el mundo. “¡Frente a los impasses no callar!” decía Judith. Pero, eso, ¿qué quiere decir?, nos podemos preguntar. ¿Qué significa "no callar"? ¿Qué significa "hablar"? El objetivo de los debates no es imponer un discurso, hacer del psicoanálisis un nuevo discurso del amo, encontrar “la” solución. El psicoanálisis es el único discurso que excluye la dominación porque no organiza un mundo, no tiene pretensión de verdad, señala Lacan (9). Y se interesa por la posibilidad de crear modalidad de lazo social que no sea identificatorio, que incluya la diferencia.
En un momento en que la cultura deviene un campo insoportable de palabras vacías, se trata de “elevar el tono del debate”, como decía el economista Albert Hirschman. Deviene urgente buscar el relieve de los problemas con frecuencia aplastados por el falso cientificismo que se autoriza en la dominancia contemporánea del paradigma de la ciencia y sus estragos sobre los sujetos actuales. 
Se trata de cernir el imposible en juego en cada uno de ellos. En definitiva, dar a los impasses de la civilización el estatuto y el lugar de síntomas a leer, devolverles su dignidad de real, de imposibles no para caer en la impotencia sino por el contrario para inventar nuevas maneras de aproximación o de tratamiento.
En este sentido, Judith Miller tomó para las bibliotecas y para su publicación Colofón el objetivo de la “educación freudiana de la población”, según una expresión de Jacques-Alain Miller. No es una educación en el sentido del ideal, como quería lograr la Liga de las Naciones en los años treinta. Es una educación advertida de la pulsión de muerte, que lucha por mantener el espíritu de las Luces, del que las bibliotecas forman parte, en medio de las oscuridades propias de la época. Se trata de asegurar el tratamiento de la pulsión de muerte, del goce, sin lo cual la civilización puede llegar a deshumanizar a la humanidad.
Voy a finalizar tomando unas palabras de nuestra colega argentina Silvia Baduini en el artículo que escribió en este volumen de Colofón,tan rico en testimonios, que hoy presentamos: “La existencia del psicoanálisis depende de un deseo, el deseo de cada uno que lo hace avanzar. Éste es el mensaje que Judith nos hizo llegar” (10). 
* Intervención en la mesa “Judith Miller. El psicoanálisis y el vínculo con la cultura”, en la Fundación Paidea Galiza, A Coruña, 15 de junio de 2018.

Notas:
1. Ambos artículos se incluyen en el volumen XX de las Obras Completas de Freud. La definición de cultura que hace en “El porvenir de una ilusión”, se encuentra en las páginas 5-6  y la de “El malestar en la cultura” en la página 93 y siguientes.
2. Kuper, Adam, Cultura. La versión de los antropólogos,Barcelona, Paidós, 2001.
3. Lacan, J., El Seminario, libro 7: La ética del Psicoanálisis (1959-1960), Buenos Aires, Paidós, 1988.
4. La imposibilidad de educar, de gobernar y de psicoanalizar. Ver: “Análisis terminable e interminable” (1937) Obras Completas,vol. XXIII, Buenos Aires, Amorrotu Editores, 1984.
5. Freud S. – Einstein, A., “¿Por qué la guerra?”, O. C., op. cit.,vol. XXII. 
6. La entrevista fue colgada más tarde en la web Cita en las Diagonales,de ambos colegas: http://citaenlasdiagonales.blogspot.com/2012/04/cita-en-las-diagonales-presenta-lic.html
7. Freud, S., “El malestar en la cultura”, op.cit., pp. 76-77.
8. Para Spinoza el deseo es la esencia del hombre, que es consciente de su existencia en la medida que desea. Ver especialmente el apartado "Definiciones de los afectos" de la III Parte de su Ética. Spinoza, B., demostrada según el orden geométrico, Madrid, Alianza Editorial, 2011.
9. Lacan, J., “Lacan pour Vincennes!”, Ornicar ?, Publication du Champ freudien, nº 17/18, Paris, 1979.
10. VV.AA., Colofón, publicación de la FIBOL, número extraordinario: “Judith Miller y las bibliotecas del Campo Freudiano”, Barcelona, marzo de 2018.