Recién celebrado el V Centenario de la
publicación del Elogio de la locura (1511),
de Erasmo, recordemos que fue en esta obra prínceps donde el renacentista planteó que la locura, el grano
de locura de cada cual, es parte necesaria, es decir, ineliminable, de nuestra
naturaleza y, por tanto, importa saber hacer con él, ya se trate del propio o del ajeno.
Con unas palabras que no dejan de evocarme ciertas resonancias de aquella obra, Jacques Lacan planteó en 1978 que “todo el mundo es loco, es decir, delirante”. Esto sitúa para cada uno que la pulsión siempre encuentra un modo de satisfacerse y que el real implicado en dicha satisfacción singular constituye el núcleo duro de todo síntoma. A la vez, ello erradica toda idea de normalidad, y por tanto de patología. Y compromete necesariamente al psicoanálisis en la vía de la política del síntoma, una política singular que no es para todos.
Toda orientación que, en nombre de cualquier “para todos”, o de un supuesto bien común, no reconozca esta singularidad pulsional que habita en cada uno como resultado del encuentro singular en su historia entre la satisfacción del cuerpo y las marcas de lalengua no puede más que considerarse ilusoria cuando no delirante, en tanto forcluye la dimensión del sujeto así como borra la de su goce.
Y en tanto quiere forzar a entrar en los carriles de lo simbólico lo real que por definición le resiste, tales orientaciones son tributarias del discurso del amo, que Jacques Lacan aisló como el envés del discurso del analista nacido de la invención freudiana.
Tendríamos entonces por un lado la política el síntoma y, por otro, las políticas delirantes que asentándose en el desconocimiento de la pulsión, no hacen sino preparar su desencadenamiento más funesto.
Así, la política del capitalismo globalizado que, simultáneamente a la “crisis” que nos sacude y precariza, no deja de prometer la felicidad para todos, asegurándonos tener derecho a ella, sin poner ninguna medida desde hace cuatro años para que esta crisis encuentre un término.
Sin duda, las llamadas “ciencias” económicas no son susceptibles de proveer los medios ni incluso de prever estas crisis, que resultan de su invención.
Las técnicas salidas de estas “ciencias” no invaden menos las sociedades civiles, transformando a los ciudadanos en consumidores–productores, como testimonia el mismo lenguaje médico que aprehende al enfermo como un cliente de servicios que son progresivamente privatizados en nombre de la necesaria rentabilidad de servicios antes públicos.
En nombre de la misma rentabilidad, el universal se impone como norma: los usuarios son sometidos por igual a los protocolos y a las leyes del mercado hasta el punto de que los evaluadores solo reconocen como “buenas prácticas” aquellas que se caracterizan por el abandono de toda clínica. Las entidades clínicas son reemplazadas por categorías construidas a partir de medicamentos supuestamente susceptibles de remediar los déficits o trastornos de los que estas prácticas mismas hacen el inventario.
Estos medicamentos se imponen rápidamente a los usuarios a través de recetas financieramente fructuosas emitidas por profesionales formados con rapidez en estas técnicas llamadas educativas, que no son más que condicionamientos donde Skinner repite a Pavlov en programas tan delirantes como peligrosos, en los que no hay lugar ni para el sujeto ni para el acto terapéutico, importando solo la ilusión de un programa lo más perfecto posible.
Desconocer el discurso del analista no le impide existir. Ahora bien, cada uno sabe, desde Freud, que las formaciones del inconsciente, y especialmente los síntomas, expulsados por la puerta retornan abruptamente por la ventana, y que el malestar es intrínseco a la civilización. No se trata por otro lado –señala Lacan-, de que el discurso del analista se vuelva dominante, ya que este discurso excluye la dominación, en otras palabras no enseña nada. No tiene nada de universal, por eso no es materia de enseñanza.
El discurso analítico, que preserva el caso por caso sin renunciar a la formación de los clínicos, ni caer en el mercantilismo tendrá que encontrar cómo sostener un lenguaje que informe a los sujetos de la operatividad de sus efectos, que no prive a nadie de su creatividad propia, ni de su poesía en tanto que ser inmerso en el lenguaje y, por este hecho, marcado irremediablemente por él.
Con unas palabras que no dejan de evocarme ciertas resonancias de aquella obra, Jacques Lacan planteó en 1978 que “todo el mundo es loco, es decir, delirante”. Esto sitúa para cada uno que la pulsión siempre encuentra un modo de satisfacerse y que el real implicado en dicha satisfacción singular constituye el núcleo duro de todo síntoma. A la vez, ello erradica toda idea de normalidad, y por tanto de patología. Y compromete necesariamente al psicoanálisis en la vía de la política del síntoma, una política singular que no es para todos.
Toda orientación que, en nombre de cualquier “para todos”, o de un supuesto bien común, no reconozca esta singularidad pulsional que habita en cada uno como resultado del encuentro singular en su historia entre la satisfacción del cuerpo y las marcas de lalengua no puede más que considerarse ilusoria cuando no delirante, en tanto forcluye la dimensión del sujeto así como borra la de su goce.
Y en tanto quiere forzar a entrar en los carriles de lo simbólico lo real que por definición le resiste, tales orientaciones son tributarias del discurso del amo, que Jacques Lacan aisló como el envés del discurso del analista nacido de la invención freudiana.
Tendríamos entonces por un lado la política el síntoma y, por otro, las políticas delirantes que asentándose en el desconocimiento de la pulsión, no hacen sino preparar su desencadenamiento más funesto.
Así, la política del capitalismo globalizado que, simultáneamente a la “crisis” que nos sacude y precariza, no deja de prometer la felicidad para todos, asegurándonos tener derecho a ella, sin poner ninguna medida desde hace cuatro años para que esta crisis encuentre un término.
Sin duda, las llamadas “ciencias” económicas no son susceptibles de proveer los medios ni incluso de prever estas crisis, que resultan de su invención.
Las técnicas salidas de estas “ciencias” no invaden menos las sociedades civiles, transformando a los ciudadanos en consumidores–productores, como testimonia el mismo lenguaje médico que aprehende al enfermo como un cliente de servicios que son progresivamente privatizados en nombre de la necesaria rentabilidad de servicios antes públicos.
En nombre de la misma rentabilidad, el universal se impone como norma: los usuarios son sometidos por igual a los protocolos y a las leyes del mercado hasta el punto de que los evaluadores solo reconocen como “buenas prácticas” aquellas que se caracterizan por el abandono de toda clínica. Las entidades clínicas son reemplazadas por categorías construidas a partir de medicamentos supuestamente susceptibles de remediar los déficits o trastornos de los que estas prácticas mismas hacen el inventario.
Estos medicamentos se imponen rápidamente a los usuarios a través de recetas financieramente fructuosas emitidas por profesionales formados con rapidez en estas técnicas llamadas educativas, que no son más que condicionamientos donde Skinner repite a Pavlov en programas tan delirantes como peligrosos, en los que no hay lugar ni para el sujeto ni para el acto terapéutico, importando solo la ilusión de un programa lo más perfecto posible.
Desconocer el discurso del analista no le impide existir. Ahora bien, cada uno sabe, desde Freud, que las formaciones del inconsciente, y especialmente los síntomas, expulsados por la puerta retornan abruptamente por la ventana, y que el malestar es intrínseco a la civilización. No se trata por otro lado –señala Lacan-, de que el discurso del analista se vuelva dominante, ya que este discurso excluye la dominación, en otras palabras no enseña nada. No tiene nada de universal, por eso no es materia de enseñanza.
El discurso analítico, que preserva el caso por caso sin renunciar a la formación de los clínicos, ni caer en el mercantilismo tendrá que encontrar cómo sostener un lenguaje que informe a los sujetos de la operatividad de sus efectos, que no prive a nadie de su creatividad propia, ni de su poesía en tanto que ser inmerso en el lenguaje y, por este hecho, marcado irremediablemente por él.
(*) Margarita Álvarez. Editorial
de Colofón 32: "Políticas delirantes", boletín de la
Federación Internacional de Bibliotecas del Campo Freudiano (FIBOL), Barcelona,
marzo 2012.
SUMARIO COLOFÓN 32
Margarita Álvarez.
Editorial
POLÍTICAS
DELIRANTES
Domenico
Cosenza. Notas a propósito de la crisis y de su atravesamiento
Massimo
Amato. “Prestar a quien no lo merece”: Del significado metafísico del término
subprime
Anne Pigkou.
Crisis
Alexandre Stevens.
Locura TCC
Judith
Miller y Jacqueline Dhéret. Entrevista a Marie-Pierre Jaury, realizadora del
documental “La infancia bajo control”
EFECTOS CLÍNICOS
Victoria
Vicente. Infancia bajo control
Laure
Naveau. Manifiesto por el “fuera de campo”
Adriana
Testa. Una pasión humana-demasiado humana: la crueldad
José Ramón
Ubieto. Nota sobre el Empowerment
Jesús AmbeL.
¿Conoce usted Souffrances au travail?
Marie-Hélène
Doguet-Dziomba. ¿Qué es lo que hace sufrir en el trabajo?
Sagrario Sánchez
de Castro. El cuerpo atravesado por la técnica
Jesús Ambel.
Identidad del trabajo y management
Alexandre
Stevens. La errancia del toxicómano
EL PSICOANÁLISIS
EN LA CIUDAD
Laura Rizzo.
Amor in translation: El Seminario XX de Jacques Lacan en las Bibliotecas de
Roma
Amalia Rodríguez.
Coloquio: “Jorge Semprún. El devenir de una voz testimonial”
Miguel
Alonso. Los pliegues del sujeto, de Ani Bustamante
María Solita
Quijano. Lo que pasa… en el siglo XXI. Control, vigilancia y evaluación: una
mirada psicoanalítica
Angels Cabiró.
Las distintas versiones del mito de Don Juan. “Don Juan es nadie si no es otro:
metonimia de la identidad”
Stephanie
Rudeke: La elegancia del erizo, de Mona Achache
Sergio A.
del Pino Cardoso. IV Espacio de Cine y Psicoanálisis en Cuba: Psi-Ne
Renato
Andrade Cominges. La primera sesión en Lima
LECTURAS CRÍTICAS
Germán García.
Treinta años después. Vida de Lacan, de Jacques-Alain Miller
Guy Briole. Vida
de Lacan, de Jacques-Alain Miller
José Luis
Chacón. Nadie es normal, ni de lejos. A saúde para todos, nao sem a locura de
cada um, de VVAA
Esmeralda
Miras. Los descarriados. Clínica del extravío mental: Entre la errancia y el
yerro, de Emilio Vaschetto
Luis
Tudanca. Pharmakon nº 12: “Chifladuras adictivas”, de VVAA
Ana Viganó. Octavio
Paz-Tomás Segovia. Correspondencia intermitente. Cartas a Tomás Segovia, de
Octavio Paz
Graciel.la
Monés. Matemática niebla. Genealogía de la poesía moderna, de VVAA
Paloma
Blanco. 84, Charing Cross Road, de H. Hanff
Noticias de
las bibliotecas
Directorio
de bibliotecas de la FIBOL
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