Un
comentario sobre la presentación del documental A cielo abierto, de Mariana
Otero, en Lleida, seguida de la mesa redonda Un tratamiento fuera de lo común.
De izda. a dcha., Gemma Ribera, Esther Morell, Gemma Gallart, Emilio Faire y Àngela Gallofré |
El pasado
viernes 2 de octubre la Comunidad de Catalunya de la ELP presentó el documental A cielo abierto de la cineasta francesa Mariana Otero en los cines Espai Funatic, de Lleida. La presentación estuvo seguida de una mesa redonda que, bajo el
título Un tratamiento fuera de lo común, fue abierta por Emilio Faire,
director de la Comunidad, y contó con la participación de Gemma Ribera y de Àngela Gallofré, ambas psicoanalistas en Tarragona y miembros de la Sede de
Tarragona de la ELP. Intervinieron también Esther Morell y Gemma Gallart, esta
última como moderadora; ambas son psicólogas en Lleida y socias de la Sede de
Tarragona.
Sobre el
documental
La
película, como sabemos, pues muchos pudimos asistir a su preestreno en los
Cines Boliche de Barcelona hace ahora justo un año, está rodada en Le Courtil,
una institución belga que, tal y como ella misma se presenta con delicadeza en
su web, ofrece a los residentes, de 6 a 20 años, un acompañamiento a los heurts
de sa vie. No sé bien cómo traducir con precisión esta expresión: quizás podría
decir que la institución ofrece un acompañamiento a los problemas, los golpes o
los sobresaltos de la vida de aquellos que habitan en ella.
Esta
delicadeza no es un mero eufemismo. No se trata de evitar la palabra “locura”.
Es, me parece, más bien una manera de evitar los muchos prejuicios que existen
en torno a ella. Es una manera de normalizarla, de incluirla en el campo de lo
humano, en lugar de rechazarla, de
segregarla. Es una manera de aproximarla para entender su lógica en cada caso.
Ello
requiere en primer lugar que los profesionales dejen aparte, como dijo Freud,
todo furor sanandis, pero también todo furor educativo, todo ideal
normalizador, universalizante. Que dejen fuera, a fin de cuentas, sus
pre-juicios. Se trata de que reconozcan y acojan en primer lugar la
singularidad de cada niño, de que le escuchen, para poder ofrecer a cada uno de
ellos un lugar posible donde un sujeto pueda advenir, es decir, donde cada
uno pueda comenzar a construir una solución: una manera singular, propia, de
responder a eso que le pasa.
Así, cada
uno de ellos pueda de algún modo, en eso sí, ser como todos, pues cada uno de
nosotros debe de encontrar una solución para poder soportar los heurts de la
propia vida: sus problemas, sus golpes y sus sobresaltos. Cada cual debe de
inventar algo que le permita vivir mejor, con menos sufrimiento, con menos
coste.
A esto
ayuda un psicoanálisis. Y esto es lo que ilustra bien el documental de Mariana
Otero: el tratamiento en una institución particular que tiene sus fundamentos
en el psicoanálisis orientado por Jacques Lacan.
Y lo
primero que nos toca al verlo no es solo lo que les pasa a los niños, la
violencia de lo que les ocurre, que les deja de algún modo fuera del mundo, de
un mundo más o menos compartido con los otros. Lo que nos toca es también la
respuesta de los profesionales: en lugar del rechazo, su “amabilidad” con los
excesos del otro que vuelve a este último “amable”, es decir, le acoge y le da
un lugar como alguien merecedor de respeto; la
suavidad y la habilidad de sus intervenciones, que apuntan a poner límites sin
hacer juicios o sin ser impositivas, dando tiempo al sujeto, su tiempo propio; también,
su precisión y su finura. Una delicadeza.
Es
asimismo la suavidad, la habilidad, la precisión y la finura de la cámara de la
mirada de Mariana Otero, del recorte que ella introduce en la institución del
Courtil, la que nos permite aproximarlo. Otra delicadeza.
En una
conversación con Mariana Otero, cuando vino a Barcelona hace un año, ella me contó
que, antes de ir a Le Courtil, no sabía nada de psicoanálisis. Pero, todas sus
producciones partían de una pregunta personal y esta última también lo había
hecho. La idea del documental provenía de una interrogación sobre la
locura que le llevó a interesarse por su tratamiento en distintas
instituciones. Durante bastante tiempo, había estado buscando infructuosamente
una cuyo abordaje y tratamiento de la locura le interesara. Hasta que
finalmente alguien le habló de Le Courtil.
Sobre la
mesa redonda y el debate posterior
Tal
y como recogió Emilio Faire, en su presentación, Mariana Otero señala en una
entrevista que en Le
Courtil encontró personas que, sin ser cineastas, hacían el mismo oficio que
ella: “Tratan de ver el mundo a través de los ojos de los otros, y con estos
niños, esos otros, pude ver que eso no se hace solo, sino que se hace gracias a
las herramientas teóricas, a un trabajo sobre sí, a un trabajo de reflexión y
de replanteamiento en lo cotidiano”.
No hay cura analítica allí, en el sentido clásico, añadió, pero sí, como señala Alexandre Stevens, el psicoanalista belga fundador de Le Courtil, “un uso práctico del psicoanálisis”. No hay regla absoluta, sino que busca dejar al caso por caso un amplio lugar a la invención, al encuentro, a la sorpresa.
No hay cura analítica allí, en el sentido clásico, añadió, pero sí, como señala Alexandre Stevens, el psicoanalista belga fundador de Le Courtil, “un uso práctico del psicoanálisis”. No hay regla absoluta, sino que busca dejar al caso por caso un amplio lugar a la invención, al encuentro, a la sorpresa.
La clínica de Le Courtil no es una clínica
que se apoye en la historia del sujeto: se privilegian las invenciones, que se
apoyan en lo real del síntoma. En
la institución, se sostienen esas invenciones del sujeto en todos los niveles
de la vida cotidiana.
En palabras de Stevens, citadas por Faire, esto
subvierte el funcionamiento de lo que se entiende como una institución de cura,
de tratamiento de los desordenes mentales. A las instituciones normales,
presentadas clásicamente como instituciones, si se puede decir así, paranoicas, en tanto saben qué es lo que conviene al sujeto y le imponen
una serie de normas e ideales por su propio bien, Le Courtil contrapropone una
manera de instituirse fuera de esa definición. De ahí el título de la mesa
redonda: Un tratamiento fuera de lo común. Podríamos decir, tomando la
distinción entre la paranoia y la esquizofrenia y aplicándola a las instituciones, que se trata, de una institución
esquizofrénica: un lugar que, en vez de regirse por unas normas previas,
acepta dejarse atravesar y ser dividido por los sujetos que forman parte de él;
configurando así, una institución suficientemente
desorganizada que no impone un saber sino que acoge el saber de cada
niño que recibe. Por tanto, es una institución adaptada a cada sujeto.
¿Cómo conseguir esto? ¿Cómo se logra que una institución sea
suficientemente, y no completamente, desorganizada, para que cada niño pueda
encontrar su lugar en ella?, se preguntó Emilio Faire para concluir. Para responder, acudió
a lo que señala Bernard Seynhaeve, un psicoanalista belga también que fue director de
Le Courtil durante treinta años: para que una institución sea suficientemente desorganizada, ha de haber
las menos reglas posibles lo que permite que cada uno invente una institución en
la que pueda inventar.
Àngela
Gallofré se refirió a la “posición extrema” de estos niños, según la expresión
del psicoanalista suizo François Ansermet. Esta posición se hace visible en
conductas distintas, como vemos en el documental, que pueden ir desde el
aislamiento y el mutismo a manifestaciones agresivas hacia el otro o hacía sí
mismo, todas ellas siempre con la marca del exceso. Es importante, señaló, la respuesta del
profesional a ello. Podemos decir, se me ocurre, que el profesional tiene que
tener su propia “posición extrema”, desde luego de otro orden. Se trata de no
orientarse por la propia subjetividad, ni por la del otro. El psicoanálisis no
es una clínica de la subjetividad. Como señaló Donna Williams en su libro Autism:
An inside-out approach, de 1996: “Busco un guía que me siga”. El psicoanálisis
es una clínica del sujeto. Esa es su radicalidad.
El
psicoanálisis nos enseña, subrayó a continuación Gemma Ribera, la relación radicalmente
distinta que algunos niños tienen consigo mismos, con su cuerpo y con los
otros, tal como ilustran los niños que hemos visto en Le Courtil. Hay que dar
soporte, también soportar, la invención que el niño puede hacer para volver más
soportable su existencia.
La
intervención de Esther Morell, psicóloga en un CDIAP (Centro de Desarrollo Infantil
y de Atención precoz) de La Segarra, Lleida, nos sacó del Courtil para
situarnos en casa, en concreto, en las dificultades resultantes del llamado
Plan Integral para la Atención del Autismo, de 2012, de la Generalitat de
Catalunya, y de la aplicación de sus protocolos: el plan representa una manera
de entender la infancia que conduce a la homogeneización de la conducta para encajarla
en los ideales sociales que implica situar el saber del lado del profesional y
no del niño, así como no dar ni tiempo ni lugar, es decir, ni apoyo, a este
último para encontrar sus propias soluciones.
El debate
con la sala fue muy vivo y amplio. Los asistentes, del mundo educativo, clínico
y de la salud mental, plantearon numerosas cuestiones que dejaron traslucir
las preocupaciones de cada uno por las distintas dificultades que encuentran en los ámbitos citados. Una buena parte de las intervenciones se situaron del lado
de las dificultades introducidas por la protocolorización progresiva de las
prácticas así como por el hiperdiágnostico y la hipermedicación a que actualmente
son sometidos, también, los niños.
Se da la paradoja de que mientras los servicios de atención se diversifican y multiplican, lo que podría dar ilusoriamente la idea de un progreso en aras de una mejor
asistencia, el modo de intervención por el contrario se plantea cada vez más desde un supuesto
sentido común o una realidad para todos igual. Esta pobreza de perspectiva en
un campo tan complejo, es especialmente grave, en tanto elide la
complejidad necesaria para situar la singularidad de cada caso, es decir,
cualquier posibilidad de comprender lo que ocurre en él. No es solo una
cuestión de ignorancia: muchos profesionales encuentran lo que no funciona en los
abordajes, aunque no sepan a qué se debe, pero difícilmente ponen a trabajar esas preguntas ante la exigencias
de un Otro del Estado que no quiere saber de ellas. Entonces, lo que se hace con estas estas
dificultades compete también a la ética.
Desde la
mesa se señaló la necesidad de no quedarse a solas con ello, a riesgo, me parece, de lo que podemos llamar la cronificación de los propios profesionales. Hay que mantener el campo del
no-saber abierto, pero ello requiere que sea sostenido por un trabajo propio y,
también, compartido, con otros.
No se
trata necesariamente de copiar el Courtil, de reproducirlo. Se trata de hacer propio eso que ellos nos trasmiten tan bien: hay que inventar. Hay que inventar nuevas instituciones, así como maneras
distintas de intervenir en lo cotidiano de la práctica privada o institucional de cada uno.
Ello
requiere un deseo vivo por nuestra parte que mantenga abierta la hiancia del
no-saber, única manera de poder escuchar el saber del niño. Y único antídoto
también para que ni nuestras instituciones ni nuestras prácticas se
institucionalicen demasiado, en contra nuestro y del propio niño.
Ello garantizará las condiciones para que podamos,
diré para concluir, reinventar nuestras prácticas, y nuestras instituciones
cada vez, en cada caso, con cada niño.
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