La palabra “extranjero”, como la
palabra “extraño”, incluye el prefijo “extra” que quiere decir “fuera de”. No
es el único prefijo en español que tiene este sentido. También, por ejemplo, el
prefijo “des-”, que implica "pérdida" y "era
de" y lo encontramos en palabras de mucha actualidad como “desplazado”,
“desalojado”, “desahuciado”. Las tres refieren un estado que el sujeto sufre a
causa del Otro.
Así, hoy en día muchas personas son
desalojadas de sus hogares, desahuciadas, por no poder afrontar los pagos de
sus hipotecas; mientras que millones de otras, son desplazadas de países por
conflictos bélicos o situaciones de violencia generalizada, aspirando entonces
a encontrar refugio y una vida posible en otros.
El verbo “desahuciar” está formado por
este prefijo “des-” y “ahuciar”, un
verbo poco usado en el español actual: quiere decir “esperanzar” o “dar confianza”. Así que “desahuciar” quiere decir
literalmente quitar o perder la esperanza y la confianza. Ese es el estado de
muchas de estas personas desalojadas de sus hogares o desplazadas de sus
países, dentro y fuera de las fronteras europeas.
El hecho de ser desplazado,
desalojado, en suma despojado de lo que se posee, pone al sujeto, o al
colectivo que lo sufre, cuando menos, en una situación desigual o asimétrica
respecto a los otros que no lo están, y por lo general en riesgo o situación de
exclusión.
En relación al primer caso, podemos
decir que la igualdad o la desigualdad se miden siempre en tanto a un rasgo
cualquiera, por ejemplo tener una casa o disponer de un pasaporte. No implica
nunca que uno sea igual o desigual al otro en todo. Esa igualdad no existe en
el mundo humano: el sujeto siempre es particular, su goce singular, hasta las
identificaciones son siempre parciales.
Sin embargo, el empuje
identificatorio para situarnos a nosotros mismos y a nuestros allegados, es
decir, para construir un mundo en que sentirnos seguros, hace que, con
frecuencia, cuando compartimos un rasgo con el otro, creamos que lo compartimos
todo; y que, por lo mismo, cuando no compartimos un rasgo con él, tendamos a
situarlo como distinto, y a segregarlo fuera de nuestro mundo, como alguien
extraño o extranjero a nosotros.
Lo
extranjero más radical
Me refiero aquí a una noción de
extranjero más amplia y radical que la empleada habitualmente. Más que el
extranjero sería “lo” extranjero, eso Otro en el otro, que impide que nos
identifiquemos con él.
En Una política para los seres
hablantes, Jean-Claude Milner aproxima la noción de
extranjero a partir del lenguaje: el extranjero para un ser hablante, es otro
ser hablante al que no puede situar en el interior de su espacio hablante, que
es un espacio social. Él señala que, en la actualidad, se tiende a pensar al
extranjero en términos asimétricos, en relación a lo que uno considera su
centro de referencia: uno mismo por ejemplo, determina lo que es extranjero
para él pero no se plantea si él es extranjero para el otro.
Sin embargo, Milner sitúa que en la
Grecia clásica no existía esta asimetría: la noción de extranjero era
recíproca. Uno era extranjero para aquel que era extranjero para él, del mismo
modo que era enemigo de su enemigo o huésped de su huésped. En este sentido,
lamenta que, en el caso de los refugiados hacinados en campos, se hable de
“país hospedante” pues no se les trata con reciprocidad. No es lo mismo, dar
refugio que acoger.
La tesis de Milner es que uno solo es “uno mismo” en tanto pertenece
a un círculo de pertenencia -es decir, cuando se siente “dentro de”, lo opuesto
al “fuera de”. En el mundo antiguo, el extranjero era alguien que no pertenecía
al propio círculo de pertenencia, pero se consideraba que pertenecía a otro; no
era del mismo país, de la misma ciudad, pero era de otros. Eso hacía que los
hombres se consideraran iguales, lo que favorecía la identificación y la
acogida temporal en el propio círculo.
En este sentido, la palabra “xenofobia” ni existía ni podía existir. La palabra “xenos” era solo una manera de nombrar a aquel cuyo
nombre no se conocía, pero al que se suponía un igual. Tan pronto como se le
nombraba desaparecía el miedo y podía acogérsele -excepto en la tiranía,
precisa, donde el miedo no desaparecía: el primer signo de la tiranía es la
ausencia de hospitalidad.
Entonces, en este mundo, si alguien
era extranjero, los demás también lo eran para él. La extranjería designaba así
el lazo social por excelencia.
Pero no todo era recíproco. Había
los allegados, “los míos”; también estaban los extranjeros con los que se
mantenía un lazo de reciprocidad; y, por último, aquellos humanos con los que
no mantengo ningún tipo de lazo, que Milner califica como “los más-que-extranjeros”.
Habría entonces dos tipos de
extranjeros: aquellos con los que hay un lazo recíproco, los extranjeros de lo
Mismo; y los extranjeros con los que no se mantiene ningún lazo, los más-que-extranjeros o extranjeros del Héteros.
Podemos pensar que estos últimos
encarnan lo extranjero, lo Otro.
Si para Milner, las teorías
humanistas se ocupan de los primeros según el lema “Nada humano me es ajeno”,
son los segundos quienes definen la axiomática moderna de la exclusión: los
extranjeros “más-que-extranjeros” existen; tienen
forma humana pero no podemos atribuirles los mismos sentimientos que tenemos
nosotros, nuestra misma vida. Entiendo que si falla la identificación del otro
como semejante, amigo o rival, entonces entramos en la pendiente de no
situarlos entonces como humanos sino como cosas.
En una época en que consumimos con
normalidad productos fabricados en la otra punta del mundo o nos relacionamos a
través de las redes sociales con personas de cualquier lugar, se da la paradoja de que podemos creer que uno comparte el
mismo círculo de pertenencia con alguien que vive en las Antípodas, y no pensar
lo mismo respecto a alguien que duerme en la calle a la vuelta de la esquina de
casa o que trata de forzar la verja de entrada para entrar en el país.
El problema no son los extranjeros
en el sentido de personas procedentes de otro país, los que tienen otra lengua
u otras costumbres. Son aquellos, de mi mismo país o no, que no puedo incluir
en mi circulo de pertenencia, que es siempre simbólico e imaginario pero
incluye una modalidad de satisfacción hasta cierto punto conocida o compartida.
Y que tampoco puedo situar en otro círculo.
Cuando el otro está excluido del
Otro, caído de él, cuando no podemos identificarnos e identificarlo por medios
simbólicos lo reducimos a una cosa, identificándolo a su ser de goce. Y,
entonces, surge el horror y queremos que no se acerque, que se quede o se vaya
“fuera”.
En nuestra época, los conflictos,
motivados por la religión, las fuentes de riqueza o las fronteras, no dejan de
crecer a la sombra de un capitalismo librado a sí mismo, que nos sitúa a todos,
países y personas, en riesgo de exclusión, reducidos a restos caídos del
sistema, no contabilizables, sin interés para el Otro.
La acción del sistema empuja
de múltiples maneras al desahucio con las consecuencias que he anotado al
comienzo de pérdida de esperanza, de confianza. Crear las condiciones para la
posibilidad de un mundo más habitable, de no-desahuciados, donde pueda haber
esperanza, ese es el reto.
* Texto publicado en el boletín preparatorio del Fórum Europeo de Roma, Lo Straniero. Inquietudine soggetiva e diasagio soziale nel fenomeno dell'immigrazioni in Europa, a celebrar en la Biblioteca Nazionale de Roma, el 24 de febrero de 2018.
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