"Cadáver exquisito" (1928) de Man Ray, Yves Tanguy, Joan Miró y Max Morise |
I. Clínica de la sexuación
No hay relación sexual. Hay el goce
Desde un principio, Lacan continúa la vía abierta por Freud al plantear que la sexualidad humana no está regida por el instinto sino por la pulsión, que no es igual para todos sino que se conforma en cada caso de manera particular, según el recorrido trazado en cada caso por las huellas simbólicas inscritas en la primera experiencia de satisfacción.
Estas huellas, marcas de goce que dan las coordenadas de la experiencia de satisfacción del sujeto, son de entrada contingentes, es decir no son necesarias sino azarosas. Sin embargo, una vez dadas, quedan fijadas y devienen necesarias, es decir en adelante condicionan el acceso del sujeto a la satisfacción pulsional. Permanecen en el inconsciente como las coordenadas de su vida erótica.
La pulsión adquiere en el ser hablante la potencia ciega que tiene el instinto en el mundo animal. Y deviene necesaria para suplir la falta de un instinto sexual en la especie, la falta de un saber predeterminado sobre cuál es el compañero que corresponde y de esta manera posibilita el acceso a cierto goce. Entonces, al hecho de que no haya relación sexual predeterminada en el ser hablante, responde un “hay el goce”.
Lacan situará en los años 70 dos goces, según la manera en que un sujeto se inscriba en la función fálica: por un lado tenemos un goce todo fálico, cuyo prototipo es el goce de órgano masculino, cerrado al Otro, limitado y finito y, por otro, un goce no todo fálico o suplementario al goce fálico, no totalmente regulado por el falo, que se dirige al Otro y abre a lo ilimitado y al infinito. Si el goce fálico es compartido por ambos sexos, el segundo es estrictamente femenino. Entre ambos sexos, entonces, no hay simetría al nivel del goce, sino por el contrario disparidad de goces. Y esto determinará la elección del sexo.
La elección de goce
Para Lacan, situarse como hombre o como mujer no es un producto del desarrollo que se daría por sí solo, naturalmente, por haber nacido con una anatomía determinada. En el Seminario XX, plantea que la masculinidad o la feminidad es una identificación pero es importante discernir su estatuto. No se trata de las identificaciones imaginarias y simbólicas a unos roles propuestos o exigidos por el medio familiar o cultural en el que está inmerso el sujeto. Estar del lado hombre o del lado mujer requiere una identificación de goce, que el sujeto identifica incosncientemente su goce como masculino o femenino, según las características antes expuestas.
Hombre o mujer son dos opciones sexuadas distintas, dos posiciones sexuadas distintas frente al goce.
La identificación de goce no tiene por qué coincidir con las identificaciones simbólicas o imaginarias del sujeto. Alguien puede ser anatómicamente hombre, pero tener identificaciones femeninas y, sin embargo, gozar de manera masculina. O ser anatómicamente hombre, tener fuertes identificaciones viriles y, sin embargo, gozar de manera femenina.
Las cosas no necesariamente son como parecen y, en materia sexual, es importante no guiarse por la conducta que tiene el sujeto –menos aún en estos momentos en que hay un imperativo a tener relaciones sexuales siempre que se pueda sin que necesariamente se dén las condiciones para que el sujeto extraiga de ello una satisfacción.
Entonces, la identificación sexuada es fruto de una elección inconsciente: el sujeto sabe, en su inconsciente de qé lado sitúa su goce.
En 1971, Lacan introduce el concepto de sexuación, que toma de la biología –donde permite distinguir los distintos planos de la sexualidad (gonadal, anatómica...), para explicar cómo por ejemplo algunos animales, como ciertas especies de ranas, cuando hay demasiadas hembras en el sistema -en la charca-, algunas pueden transformarse en machos para asegurar la reproducción de la especie. Sin embargo, Lacan desata su concepto de sexuación de la biología y lo vincula al lenguaje. La sexuación remite a la manera en que el sujeto se inscribe en el lenguaje a partir de la relación que mantiene con su goce.
Señala tres cuestiones en la sexuación, a modo de pasos (1):
La primera cuestión, dice, es que el niño nace con una anatomía determinada: los padres, los adultos (el Otro del lenguaje) constatan la especifidad anatómica del niño en base a lo que Lacan llama “la pequeña diferencia”. Esto suele ser bastante fácil de discernir, excepto en algunos casos de intersexuados con diversos grados de hermafroditismo, que nacen con contradicciones hormonales, cromosómicas y/o genitales. Pero por lo general “la pequeña diferencia” es fácilmente observable, incluso puede observarse antes del nacimiento en las ecografías.
Como se basa en un dato de la percepción, en una diferencia anatómica real, se tiende a considerar por consiguiente que el juicio del adulto sobre si es niño o niña es un “juicio natural”. Sin embargo, Lacan objeta que si bien este juicio se basa en una diferencia natural, la distinción no lo es en igual modo ya que en primer lugar no se trata de una distinción que el niño establece naturalmente: los niños no se distinguen como niños o niñas por sí solos sino que son distinguidos de entrada por el Otro, que por otro lado no se da cuenta de que, al hacerlo está utilizando criterios, categorías formados bajo la dependencia del lenguaje, es decir en relación al falo. Es lo que Lacan llama “el error común”.
La segunda cuestión a tener en cuenta, que concierne a todo el mundo, consiste en que cuando se dice “es un niño” o “es una niña” se dice siempre algo más. Si se trata de un niño se está diciendo que se está esperando de él la virilidad, que se comporte como un hombre, lo cual puede tomar significaciones diversas según los padres, el entorno, la época. EL comportamiento del niño quedará significado desde las categorías fálicas del adulto, es decir, categorías organizadas por el falo.
La tercera cuestión alude a la elección del sujeto, que debe decidir si acepta o no esta categorización. “Es un niño “ o “es una niña” sólo será verdad si el niño experimenta el goce correspondiente, masculino o femenino, y acepta inscribirse él mismo en la función fálica. Sea cual sea su anatomía, el sujeto ha de consentir en inscribirse en ella, lo cual implica aceptar la castración, que su goce tiene condiciones, es decir, límites; asimismo aceptar experimentar un goce y poder soportarlo.
No basta con que se le inscriba desde afuera. Se trata del paso más importante. La sexuación aparece como una elección de goce, como la posición que el sujeto asume frente a lo real de su goce.
Un sujeto puede rechazar inscribir su goce en las categorías fálicas tal como pasa en la psicosis, donde podemos encontrar una idea sobre la sexualidad y, también, una conducta, pero esta idea o esta conducta no se inscribe en el universal fálico. Para poder acceder a la sexualidad sin que irrumpa un goce no regulado por el falo, el sujeto tendrá que inventar alguna solución a modo de suplencia.
II. La clínica de la sexuación es una clínica del partenaire
El hecho de que entre los sexos haya disparidad de goces plantea problemas. Si la condición para el encuentro entre ellos pasa por el goce fálico, que ambos comparten, el hecho de que cada uno de ellos tenga una relación distinta con él obstaculiza la realización sexual. Esto es por lo que las relaciones de pareja siempre “cojean”, es decir hacen síntoma, son causa de malestar y, a veces, constituyen el motivo para empezar un análisis.
Cada vez es mayor la frecuencia con que la gente solicita terapias de pareja, como si la cuestión a tratar fuera la relación en sí o lo que alguno de ellos, o los dos, hacen mal.
Una pareja puede no entenderse o faltar el deseo entre ellos, pero en general cuando algo del otro resulta insoportable, hay que pensar que el partenaire insoportable o infernal, como decían en el siglo XII, no está fuera sino que se lleva dentro.
Son las propias marcas de la experiencia de satisfacción las que se buscan en el otro para saber cuál es el partenaire que nos corresponde. No hay acceso al otro sino es a través de esta condición. El enamoramiento se pone en marcha solo cuando se reconocen en el otro estos signos propios de su inconsciente.
La teoría de la sexuación, conduce a Miller, a partir de su lectura de Lacan, a elaborar su teoría del partenaire-síntoma, que no está entonces referida a la pareja de la realidad sino a aquello, a ese complemento libidinal, con el que el sujeto juega su partida. Eso que busca en el otro sin saberlo, que le permite reconocer en él los signos de que es el partenaire que le conviene desde el punto de vista del goce.
La teoría del partenaire-síntoma –nos dice Miller- invita a situar al otro en términos de goce, no en términos de interlocución (2). Se trata del otro que se inserta en el proceso sintomático. Si hay disparidad de goces no se puede hablar de complementariedad. Por mucho que dos cuerpos se abracen hasta aplastarse –dice irónicamente Lacan-, nunca hacen uno.
Entre hombres y mujeres hay un muro, dice Lacan. Podemos precisar que entre ambos existe el muro del lenguaje, el muro que crea el hecho de que no haya relación sexual predeterminada en el ser hablante al nivel de la especie. Detrás de ese muro, cada uno se guarece, se desespera, se entretiene... en la soledad de su goce. Desde su lado del muro, uno trata de pasar o de hacer pasar, de invitar, de seducir o de exigir y amenazar, incluso de disparar o hacer la guerra contra el otro lado, según la modalidad, fantasmática o no, que oculta el goce en juego.
Si al final del Seminario XX, Lacan plantea que el amor encuentra soporte entre dos saberes inconscientes y se refiere a él como “valentía ante fatal destino” (3), un poco más tarde se pregunta si el amor no es un intento de fracturar ese muro con el que no podemos sino darnos en la cabeza, porque no hay relación sexual.
No hay entonces una sexualidad sino distintas versiones de la sexualidad: cada sujeto se hace una a partir de su propia contingencia del encuentro con el goce. Por eso, no podemos hacer otra cosa que fallar la relación sexual que no hay y, también, por ello, inventamos distintas soluciones sintomáticas que inventan para suplirla.
(*) Extracto de la presentación del eje del seminario de casos clínicos en el Seminario del Campo Freudiano de Barcelona dedicado al Seminario XX de Jacques Lacan: Aún, en octubre de 2009.
Notas
1. J. Lacan. El Seminario, libro XIX: O peor. Buenos Aires: Paidós, 2012. Ver la sesión del 8.12.1971.
2. J.-A. Miller. El partenaire-síntoma. Buenos Aires: Paidós, 2008, p. 172.
2 comentarios:
Precioso, articulo cada quien hace de su sexualidad según su goce
Gracias. Disculpa, no había visto tu comentario.
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