jueves, 1 de abril de 2010

EL AMOR, VALENTIA ANTE FATAL DESTINO




¿Es natural la sexualidad humana?
Muchas veces oímos defender que la sexualidad es algo natural. Sin embargo, no es cierto: no tiene nada de natural. Voy a dar algunas razones de ello.
En primer lugar, no podemos decir que la sexualidad sea algo natural en tanto no encontramos, como en el mundo animal, un funcionamiento instintivo,  un saber innato sobre cuál es el compañero que le toca (el individuo del otro sexo de la especie, ya sea la hembra más fértil o el macho más fuerte), sobre cuándo tener relaciones (en época de celo), y sobre cómo tenerlas (rituales de apareamiento comunes a los individuos de una misma especie).
En relación a esto, la sexualidad animal es fundamentalmente reproductiva, cosa que no podemos decir de la sexualidad humana. Si bien hasta hace poco los niños solo nacían si había acto sexual, no podemos afirmar que la mayor parte de los individuos hayan tenido, o tengan, relaciones fundamentalmente para contribuir a la reproducción de la especie –lo digan o no lo digan, lo reconozcan o lo callen o defiendan justo lo contrario.
Y, ahora, que se tienen menos hijos o que pueden tenerse de otro modo que a través del acto sexual, no se ha dejado por ello de tener relaciones sexuales –más bien parece que han aumentado. Simplemente el hecho de que la sexualidad humana se vaya separando progresivamente de la reproducción hace más patente que en algun momento de la evolución que no conocemos, y seguramente no podremos reconstruir, el ser humano comenzó a hablar, y desde entonces se separó, y separó su sexualidad, de la naturaleza, para entrar, y hacerla entrar en un mundo simbólico.
Sabemos de la gran variabilidad de la conducta sexual humana, en relación al mundo animal, cuestión que sin duda tampoco responde a ninguna necesidad de preservación de la especie.

La sexualidad es una construcción particular
El hecho de que un sujeto pueda requerir para poner en marcha el deseo algo tan poco natural como es la presencia de un fetiche, es decir, que el partenaire lleve puestos por ejemplo unos zapatos determinados, no puede referirse a ninguna necesidad vital de la especie ni, tampoco, del individuo.
Es una conducta simbólica. Sin embargo, esto no quiere decir que esté determinada por el ambiente, entendiendo por este último las coordenadas simbólicas o imaginarias que cada sociedad o cultura marcan, en este caso en relación al comportamiento sexual. Si fuera así, el resto de los individuos de esa misma cultura,  sociedad o familia serían irremisiblemente fetichistas sexuales. Y esto no se verifica.
El fetichismo sexual viene determinado por las particularidades de la historia subjetiva, en concreto, por cómo se produjo para el sujeto el encuentro con la sexualidad.
Pero el hecho de que el modo de satisfacción de un individuo esté determinado por la sexualidad infantil no es algo exclusivo del fetichismo. Ocurre así en todos los casos: solo que para cada uno ese encuentro con la excitación en el cuerpo, con la satisfacción…, sucede azarosamente, de un modo contingente, dejando como saldo una modalidad de goce y una interpretación totalmente particulares. Por mucho que se parezcan a las de otros nunca son iguales.
Entonces, la sexualidad humana es el resultado de una historia y, por tanto, una construcción. En lugar de lo universal encontramos lo particular, en lugar de la necesidad, el azar, la contingencia.
Sin embargo, la marcas contingentes del modo que sucedió el encuentro, de lo que el niño experimentó, de lo que pudo pensar al respecto, una vez quedan fijadas, inscritas en la memoria inconsciente de manera inalterable se vuelven necesarias y condicionan después, a partir de la adolescencia, el encuentro sexual para el sujeto.
Estas marcas no son necesarias desde el punto de vista de lo que llamamos “necesidad”, siempre vinculada a la supervivencia (alimentación, sueño…). Hablamos de una necesidad lógica: tiene que estar presentes siempre para que se ponga en marcha el deseo. Se han convertido en su “condición” erótica: “Si ‘no p’, ‘no x”. Y yacen escondidas en todas sus fantasías eróticas.

El partenaire sexual
El sujeto, sin saberlo, irá a buscar esas marcas en el otro para convertirlo en su partenaire erótico. El hecho de enamorarse o no de alguien no tiene que ver con sus cualidades objetivas sino con el hecho de haber encontrado en él algún rasgo que permita al sujeto identificar en él esas marcas de su propio inconsciente.
Como estas marcas son totalmente particulares y no coinciden con las de los otros, por muy próximos que sean, a veces, nos cuesta entender sus elecciones.
Lo que gusta a uno, desagrada a otro o le es indiferente. Sobre gustos se dice, no hay nada escrito. Sin embargo, podemos decir, que para cada uno sí está escrito “su gusto”, es decir, las marcas de goce que fijan sus condiciones eróticas.
Y en ese sentido podemos decir que el amor es ciego, porque uno no sabe lo que elige, se convence de que su elección responde a cualquier otra cosa, con frecuencia del orden del ideal: la inteligencia, la belleza... Pero, por lo mismo, podemos decir que el amor –el enamoramiento- en realidad es lúcido, porque sabe lo que elige, nuestro inconsciente sabe lo que nuestra conciencia ignora.
El enamoramiento mutuo se sostiene del encuentro entre dos saberes inconscientes. De ahí, la frase que he tomado como título, que no es mía sino de J. Lacan: “El amor es valentía ante fatal destino”.
El problema es que se elige al otro por un rasgo que funciona como condición erótica y pone en marcha el deseo, pero luego hay que relacionarse con todas las otras características del otro. Y no siempre es posible.
A veces la relación se sostiene con la ayuda del amor, entendido ahora no solo en el sentido pasional del enamoramiento sino en el del vínculo con el otro. El amor ayuda a la decisión de sostener la relación con ese otro que causa nuestro deseo porque hay algo en él que remite al fatal “destino” de nuestras condiciones eróticas, deseo en los momentos que no lo causa. Pero no siempre lo hace. A veces un sujeto prefiere separarse y buscar un otro con el que se entienda mejor.
En todo caso, no se puede decir que los que se separan son los que se llevan peor. A veces las relaciones más infernales son las más sólidas y duraderas.
Esto hace que los consejos no suelan servir de mucho en estas cuestiones. Quien aconseja puede estar viendo la dificultad de la relación, pero no la implicación subjetiva que el sujeto que se queja tiene en ella.
Por regla general, puede afirmarse que cuando un sujeto no puede separarse de una relación difícil, sin duda extrae algo de ello… que no dice, quizás… pero sobre todo que no sabe. Y si finalmente no llega a hacerlo, a pesar de que la relación no mejora, es probable que esté obteniendo incosncientemente algo en ella que no quiere perder, por mucho que se queje. De este modo, se entiende, a un nivel,  que haya parejas que no quieran separarse a pesar del infierno en que viven.
Pero, sin duda, lo que unos eligen no tiene por qué servir para otros ni convertirse en una recomendación para todos.

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