lunes, 12 de septiembre de 2022

AFINAR LA ESCUELA


 Una escuela orientada, o  inspirada, en la escuela fundada por Lacan  es más que una asociación de psicoanalistas. Es la escuela entendida en el sentido presocrático de un lugar donde se sigue una enseñanza, una orientación  y a consecuencia de ello, se asume un modo de vida.

Entiendo que “modo de vida” hace referencia a un modo de vida analítico, es decir apunta a que la conducta de cada cual tenga en cuenta el real en juego en la formación analítica y, por tanto, el no saber qué es un analista; que lo tenga en cuenta y a partir de ello vuelva ese no saber operativo.  Se trata en ella también de mantener abierto el agujero de sentido propio del real del goce, para encontrar una manera operativa de hacer con él que no sea solidaria de la identificación o del fantasma, ambos del lado del sentido.

Este modo de vida no aspira a ser una regla ni un ideal sino una orientación ética.

 

Hay distintos sintagmas que conocemos y repetimos como éste que acabo de citar (“la escuela como modo de vida”), también “la escuela del uno por uno”, “la escuela de las singularidades”, la escuela de los  “dispersos  descabalados”…

En las Jornadas de la ELP de 2009 celebradas en Valencia bajo el título “La soledad del analista” tratamos de la soledad de cada uno en la escuela analítica. Aclaramos: Cada uno está solo pero con los otros, como un conjunto de unos solos. Cada uno está solo con el real que la habita, con el real que le habita, que habita a cada uno de los otros, trabajando con los otros pero contraviniendo la tendencia a la suma, a hacer grupo mediante la identificación, con la correspondiente tendencia a la segregación.

 

En 1959, Lacan define lo real como lo imposible de soportar. ¿Orientarse en lo real de la Escuela tendría como finalidad  soportar lo insoportable? Entendido literalmente, esto sería un mandato superyoico. No es ahí adonde debería llevar un análisis ni adonde debería apuntar la vida en la escuela. 

Pero, si en la escuela topamos, y lo hacemos, con lo imposible de soportar, ¿qué podemos hacer con ello? 

La clínica propia y ajena nos dan distintas respuestas singulares e inimitables. Cada uno tiene que encontrar la suya. 

Entiendo que se trataría de no obturar el agujero de sentido que introduce el real imposible, de dar un soporte a lo insoportable, es decir, de poder darse soporte y, asimismo, soportar el trabajo en la Escuela ante dicho encuentro, sin ceder o retroceder. Se trataría de encontrar una manera posible, de maniobrar con lo insoportable del imposible, sin negarlo, sin rechazarlo, sin segregarlo.

No hay una técnica posible para hacerlo.  Lo más parecido que tenemos es el sinthome, que sin embargo es una invención singular que solo sirve para uno. Y tampoco es una invención definitiva según evidencia la clínica y la vida de la escuela. La clínica psicoanalítica enseña bien sobre las fructíferas consecuencias de un análisis, y también sobre sus límites. 

 

El real del goce es ineliminable y las sucesivas crisis del grupo analítico dan cuenta de la dificultad del proyecto-Escuela, tanto tomadas en su diacronía como en su sincronía. Constituye una apuesta por el psicoanálisis que los fracasos individuales o colectivos sean transitorios y no vuelvan imposible del todo el proyecto.

En una escuela de psicoanálisis que sostiene que “Todo el mundo está loco” o que “Cada uno está en su mundo”, esos enunciados se pueden aplicar también a cada uno de sus miembros sin excepción. La preposición “con”  (solos ante lo real pero con los otros), toma entonces una relevancia fundamental. 

El sentido que esa pequeña preposición, de tres letras (que  en tanto tal introduce una relación de dependencia entre términos), no se reduce por ejemplo a trabajar con otros en comisiones o en carteles  o…  Eso es relativamente importante, y por lo general lo encontramos sin dificultad en nuestras sedes. Pero no es en sí mismo garantía de nada. 

A pesar de sus logros, ese “con” a veces va a la contra, en tanto sirve para taponar el imposible, para negarlo, para hacer consistir grupos, para obstaculizar la transferencia de trabajo y, por tanto, para no causar o, incluso, des-causar a otros. Tendríamos  que preguntarnos por qué a pesar de todo nuestro trabajo no logramos interesar a otros en nuestro proyecto. Eso, ¿qué tiene que ver con nosotros, con cada cuál? Escribimos y escribimos textos, hacemos presentaciones sin parar, pero eso no asegura la transmisión.  La transmisión circula entre las palabras, pero no está asegurada por ellas.

 

Trabajar desde la propia soledad analítica con los otros; afrontar con coraje la pendiente a retirarse de la confrontación con el imposible; no caer en el prejuicio, el rechazo o la segregación;  no dejarse arrastrar por la infatuación de creer saber cómo son o han de ser las cosas… parecería indicar mejor una orientación en relación a la escuela,  que  todos los curriculum con los que a veces nos presentamos ante los otros: por ejemplo, en las candidaturas  a las instancias o en las entrevistas de admisión.

Pero no demos nada por supuesto. Estemos advertidos pero dejémonos sorprender. No hay el analista, como no hay tampoco el miembro- ideal o el miembro-tipo. 

Nuestra Escuela, como el resto de las escuelas de la AMP, está formada por una suma de singularidades, donde cada uno puede encontrar afinidades y “no afinidades” compartidas, recíprocas, no-recíprocas, solitarias…  Es así. 

El deseo de escuela, no es propiedad de nadie, es a demostrar cada vez, a medir por sus consecuencias, a afinar siempre, más allá de las afinidades variadas y de las estridencias o desafinos múltiples que puede introducir a veces la singularidad de cada uno.  No hay una sinfonía perfecta para los psicoanalistas. 

Y sobre lo que nos pueda parecer a veces los posibles desafinos de los otros, como canta Tom Jobim, no podemos dejar de interrogarnos si una “tiene un oído muy fino”, ni olvidar, según añade,  “que en el  pecho de los desafinados también late un corazón”. Llamémosle “corazón” o “modalidad de goce”, lo que rige la vida de la escuela es el “affectio societatis”,  el esfuerzo por encontrar un tratamiento posible, cada vez, de ese corazón real, de ese goce en juego, que no sea la segregación. Un tratamiento productivo.

Avanzamos en la oscuridad. Esa es la aventura de la Escuela y del psicoanálisis.  Esforcémonos en transmitir su dignidad.

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