martes, 13 de septiembre de 2022

"VOSOTROS, LOS QUE ENTRAIS, DEJAD AQUI TODA ESPERANZA"

Hace bastante tiempo en alguna publicación que no recuerdo, en un texto

que de tanto en tanto reencuentro pero que tampoco podría decir ahora

mismo cuál es, creo recordar que Jacques–Alain Miller planteó que nuestros

textos estaban enfermos de citas, en tanto plagados de ellas. 

Parto de esta supuesta cita para introducir que en aquel momento, y ahora, interpreto que aquella “enfermedad” posible de los textos suele tener que ver con la falta o la insuficiencia de un trabajo de construcción de una posición de enunciación propia que tenga en consideración que ningún saber epistémico podrá suplir nunca el no-saber inherente a lo real. 

La cita puede dar la ilusión de un paraguas, de un refugio: quien afirma es un Otro, habitualmente revestido de autoridad, para uno o para muchos. Aunque también podemos encontrar otra dificultad en relación a la escritura que es contraria a la del refugio en la cita: la de aquellos que no citan a aquellos de quienes toman las ideas o las palabras que reproducen literalmente.

Dar consistencia al Otro o dársela a uno mismo, son dos maneras de hacer con el no-saber, dos maneras distintas de tapar la falta, cuya experiencia neurótica suele no ser agradable, aunque la experiencia de un análisis suela terminar haciéndola productiva.

Cuando nos apoyamos completamente en lo que dice el Otro, tapamos su falta, que en el fondo siempre es la del Otro que llevamos dentro y que, por estructura, no deja de superponerse con la nuestra propia. Es decir que, por carambola, cuando creamos un Otro muy consistente, o creemos en él, en la misma operación, tapamos nuestra propia falta, aunque esto no siempre sea evidente. Y, al hacerlo, obturamos el deseo, que necesita siempre exponerse para salir adelante. 

Ser miembro de una escuela, en el sentido que Lacan dio a este término no habría de ser algo del orden de la asunción de un estatus, una seguridad o una creencia. Según lo entiendo, sería más bien aceptar que si una se quiere mantener en relación con el psicoanálisis los estatus, las seguridades y las creencias suelen ser más bien un estorbo, y por tanto algo a mantener a cierta distancia prudente. 

Ser miembro de una escuela es fundamentalmente una responsabilidad: la de seguir construyendo una posición de enunciación, durante y más allá del análisis, que mantenga abierta la relación con el no-saber propio de lo imposible del real que nos habita, a cada uno, a cada otro, al Otro u Otros de la civilización de la que formamos parte y, por supuesto, a la escuela misma.

Desde una posición de enunciación así, cada cual puede decir algo distinto, a su modo, incluso aunque cite. Y, decirlo de modo explícito porque, por la esencia misma del significante, siempre interpretamos una cita cuando la usamos, aunque la repitamos literalmente. Incluso cuando nos citamos a nosotros mismos.

Sería una posición que no fuera producto de una identificación imaginaria con un supuesto analista sino de la asunción de una responsabilidad ante el malestar que produce el encuentro con lo disruptivo, siempre ajeno aunque sea propio. 

En definitiva, una posición más solidaria con el psicoanálisis.

Ser miembro de una escuela no nos da un saber construido sobre lo real, sobre cómo afrontarlo. No hay propiamente “experiencia” ni bagaje posible al respecto al que recurrir como si fuera una saber en conserva, es decir, enlatado, muerto. Pero sí podemos subjetivar, construir y sostener la experiencia de que, cada vez, hay que hacer algo con eso, y de que, cada vez, hacerlo tocará a nuestra propia relación con el no-saber inherente a lo real. Esa cualidad de producción, y no su cantidad, puede hacer que una escuela, o sus sedes, y todas las actividades, jornadas y congresos que se propongan o realicen, no queden aplastadas por el saber muerto sino que, por el contrario, se mantengan atentas y vivas. Y nosotros que las sostenemos también, lo que es fundamental.

Me pregunto qué y cómo transmitimos cada uno a aquellos, jóvenes y no tan jóvenes, que se nos acercan. ¿Qué les transmitimos de lo que es una escuela o de lo que es ser miembro de una escuela? Más allá del trabajo que hacemos en las sedes sobre algunos temas, ¿qué transmitimos en acto? ¿Sabemos transmitir qué si se acercan a la Escuela deben abandonar toda esperanza, como ponía en la puerta del Infierno de Dante, toda esperanza de beatitud, individual o grupal? 

No sabemos lo que cada uno de los que se acercan quieren o pueden o podrán escuchar. Es una apuesta. Como otros apostaron por cada uno de nosotros. Pero el que un otro no quiera o no pueda escuchar no disculpa de no apuntar a hacer pasar aquello que el psicoanálisis nos enseña. 

Dejar toda esperanza de una vida beatífica en una escuela de psicoanálisis no es una condena eterna –no estamos en la ficción de Dante. Ni el infierno ni el cielo beatífico del goce sirven para nada en tanto ambos representan el final del recorrido. Hay que apuntar siempre a ir más allá, más allá de lo mortífero, donde la vida se hace sentir.

Aunque a veces la vida en la Escuela no sea fácil, estar en ella es una elección forzada que abre a lo imprevisible y a lo nunca suficientemente explorado de lo real. Una elección necesaria para mantenerse en una relación viva con el psicoanálisis. Un deseo.

* Texto publicado en ELP-Debates, el 12 de junio de 2022.

 

 

Nota:

1. Dante Alighieri, “La divina comedia”, Primera parte: “El Infierno”, Canto III, en Obras Completas, Madrid, Biblioteca de Autores cristianos, 1994, p. 31.

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