Amor y sacrificio, señala Freud (1), son dos
términos estrechamente entrelazados en las religiones desde los ritos de la
Antigüedad en los que los hombres ofrendaban, algo propio a la divinidad para
ponerla de su parte y, en definitiva, obtener su amor.
El Otro del amor exige sacrificios, se alimenta
de ellos, proclamaba no hace tanto Santa Teresa de Lisieux. La mística lo
ilustra de manera privilegiada: el camino para obtener el amor de Dios está empedrado
con renuncias y sufrimientos. Lacan recurre a ella y aborda el goce femenino a
través del Otro del amor. Esto introduce, junto al amor y el sacrificio, un
tercer término necesario: el goce.
¿Qué relación mantienen entre sí estos tres
términos? El psicoanálisis nos enseña a leer razones de estructura en lo que se
revela necesario. Tomaré el eje del amor femenino para abordarlas.
Las mujeres y el amor, un breve recorrido
Freud puso de relieve la dependencia de la
mujer respecto al objeto de amor, que él vinculó con su posición de falta
respecto al falo. Lacan tomará otra vía. Al abordar la clínica erótica de la
mujer, señala que “la servidumbre del cónyuge la hace especialmente apta para
representar a la víctima de la castración” (2). Esto quiere decir que no es tal
víctima: la castración la concierne como sujeto pero no como mujer. En dicha
“representación”, hay en juego otra cuestión.
Para abordarla, Lacan no toma tampoco el camino
abierto por Helen Deutsch quien planteó un supuesto “masoquismo femenino”,
intrínseco a la mujer (3). Por el contrario, él señala la necesidad de corregir
este término (4), y lo hace primero con el concepto de privación y, años
después, con el de estrago.
La privación de un significante que diga el ser
de la mujer viene a dar cuenta en este primer momento de lo que Freud había
calificado como su “sexualidad inacabada”: esta falta, no de un pene sino de un
significante, sitúa a la mujer frente a un agujero en lo simbólico que pone en
marcha una demanda, una exigencia de ser para remediarla. Esta demanda es la
otra cara de la insuficiencia del significante, o del falo, para “drenar” la
sexualidad femenina (5). Y, en tanto toda demanda es siempre demanda de amor,
esto da una perspectiva distinta de la freudiana de la función prevalente que
el amor tiene para la mujer.
Los esfuerzos incontables del “narcisismo de
deseo femenino” (6), del deseo de causar el deseo del partenaire, se sostienen
en la ilusión de ser todo para el otro y obtener así el ser que le falta a
través de ser amada. Pero, en realidad ella no es todo, ni toda, y mucho menos
una, sino Otra para sí misma.
En los años 70, Lacan logifica y dilucida esta
cuestión las fórmulas de la sexuación (7). Allí donde “no hay” del lado
significante, responde un “hay” del lado del goce: así, a la privación de un
significante que diga qué es una mujer, y a la insuficiencia por tanto del falo
para dar cuenta de ella, responde la presencia de un goce suplementario al
fálico, que no pone en juego la lógica del Todo posibilitada por la existencia
de un Otro de la ley y la garantía que rige el lado hombre de las fórmulas.
Este goce exclusivamente femenino tiene el silencio del “Otro que no existe”
por partenaire. El matema S(A/) escribe ese punto donde el Otro calla. El supuesto
“inacabamiento” de la sexualidad femenina, se revela como el inacabamiento de
la teoría freudiana sobre ella, y se puede leer ahora con la lógica del
no-todo.
Este matema de la inexistencia del Otro incluye
el matema del Otro barrado (A/), que es el Otro del amor por excelencia en
tanto privado de lo que da. Esto sitúa de otro modo la relación de la mujer con
el amor. No se trata aquí ya de las dimensiones simbólica o imaginaria de este
último, de su función de amarre, de consuelo, de ilusión de unidad o de completud.
En las fórmulas de la sexuación, el amor femenino, inextricablemente unido al
goce, revela su dimensión real.
Es un amor-goce, un goce que toma la forma del
amor, autoerótico como todo goce pero que apunta al Otro del amor, al que hace
existir con las palabras de amor. El recorrido que Lacan hace por los escritos
místicos en los Seminarios XX y XXI, y que he abordado en otros textos (8),
ilustra por un lado que hasta en el amor a Dios, donde el amor es más puro y el
Otro está más desexualizado, el amor siempre vela un goce. Por otro, nos enseña
que si el goce siempre requiere un cuerpo, el goce místico no es una excepción.
Así, son infaltables, los ayunos prolongados, las horas excesivas de oración y
de desvelo, cuando no los cilicios y otros suplicios, es decir, todas las
técnicas que la sabiduría ascética utiliza para producir los distintos estados
místicos desde los estertores al arrobamiento o el éxtasis.
La exigencia de amor, ya se decline de la mujer
al Otro del amor, o retorne en forma erotomaníaca a ella como viniendo desde
él, se aclaran al abordarlos con la clave de este goce ilimitado. El amor
femenino lleva entonces el sello del estrago, del goce del estrago, como
consecuencia de la privación significante, solidaria de la inexistencia de La
mujer.
Una cita de la última enseñanza de Lacan viene
a situar ahora la primera: “No hay límites a las concesiones que cada una hace
a un hombre de su cuerpo, de su alma, de sus bienes” (9). Parecería entonces haber
una pendiente estructural del amor femenino al sacrificio. Después de haber
situado brevemente la lógica del primero, considero necesario, sin embargo, precisar
un poco más esto último.
De las concesiones al sacrificio, una precisión
En general, todo sacrificio pone en juego
cuatro elementos: el sujeto, el Otro, el objeto sacrificado y el acto mismo del
sacrificio.
El objeto sacrificado es variable pero se puede
afirmar que el sujeto sacrifica siempre un bien, algo que tiene un valor de
goce para él, a cambio de otro bien que tiene un valor de goce mayor, ya se
trate de un objeto (registro del tener ) o de un estado (registro del ser) como
es el bienestar, mental o físico. Pero hay también un goce del sacrificio
mismo.
Podemos situar estos dos tipos de sacrificio
con la distinción que Kant hace, en su Razón práctica, entre los bienes, los Wohl,
y das Gute, el Supremo Bien (10). Lacan la toma al introducir el
goce.
La renuncia a un bien, sea algo del tener o
algo del orden del ser, a cambio de un bien mayor, es condicional y tiene como
marco el régimen de los Wohl. Sin embargo, Lacan reserva el término “sacrificio”
para aquel que introduce la fórmula de la ley moral kantiana: “Obra
sólo según una máxima tal, que puedas querer al mismo tiempo que se torne en
ley universal”. Este
sacrificio es incondicional (11): el sujeto ha de sacrificar todo Wohl o
bienestar, para apuntar a das Gute, el Soberano Bien. Solo cuando el sujeto lo
ha hecho, queda solo ante esta voz que ordena, figura del superyó (12). Este
Otro exige el verdadero sacrificio, ese ante el cual, Lacan afirma, casi nadie se resiste. El sacrificio
de todo Wohl, incluye “el del objeto de amor en su humana ternura”. Lacan
emparenta la ley moral con la máxima sadiana.
Si tomamos como guía esta distinción kantiana
en relación al sacrificio, las “concesiones” sin límites de las mujeres, que se
identifican al objeto de su partenaire, se enmarcan en una renuncia que compete
al régimen de los bienes, aunque sus excesos impidan que, a veces, esto sea
reconocible de entrada. Ellas tienen siempre como condición el amor, aunque sea
supuesto o esperado, y no son ajenas a la satisfacción fálica, si bien la
superan. Es la falta de límites la que nos revela la marca del goce femenino.
No todos los goces del lado del exceso la llevan.
Para concluir
El Otro goce es un goce suplementario al
fálico, y, por tanto implica que haya habido mediación paterna, sin la cual no puede
“instituirse una relación vivible, temperada, de un sexo con el otro”-señala
Lacan. Aunque, agrega, que “el amor solo puede postularse en ese más allá donde
renuncia a su objeto”, esta frase no nos lleva a la máxima sadiana sino a los
finales de análisis.
Una vez el sujeto se ha separado del Otro, puede surgir una
significación del amor por fuera de la versión del padre, más allá del
inconsciente. Este amor implicaría otra relación con lo real. Es una manera de
entender que, también en el amor,
se trata de prescindir del padre, para servirse de él.
* Artículo publicado originalmente en Colofón, boletín de la FIBOL, nº 36: "Amor y sacrificio". Barcelona, octubre de 2016.
Notas:
1. Freud, S., “Totem y tabú” (1913-4), Obras
Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires, vol. XIII, 1984, p. 135.
2. Lacan, J., “Ideas directivas para un
congreso sobre sexualidad femenina”, Escritos 2, Siglo XXI Editores, México,
1984, p. 712.
3. Deutchs, H., “El masoquismo femenino”, en Psicología
de la mujer, 1945.
4. Lacan, J., El Seminario, libro V: Las
formaciones del inconsciente, p. 248.
5. Lacan, J., “Ideas directivas”, op. cit.,
708.
6. Op. cit., p. 712.
7. Lacan, J., El Seminario, libro XX: Aún,
Paidós, Buenos Aires, 1989, cap. 7.
8. Álvarez, M., “Algunos dichos del amor y sus
modalidades lógicas”, Freudiana, revista de la Comunidad de Catalunya ELP,
Barcelona, 2000. Y: Álvarez, M., “Santa Teresa o el goce femenino como
principio general de goce”, El psicoanálisis, revista de la ELP, Madrid, 2016.
9. Lacan, J., “Televisión”, Otros escritos,
Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 566.
10. Lacan, J., El Seminario, libro VII: La
ética el psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1988, pp. 90-1.
11. Lacan, J., El Seminario, libro XI: Los
cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires,
1 comentario:
Muy preciso Margarita.
Pienso en las dramaticas logicas de la vida amorosas actuales; una de las modalidades de presentación;el sacrificio más radical es Ofrecido con la propia vida.Un abrazo
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