"Pulsión de muerte", 2015, de Carolina Alba |
En este escrito, Lacan trata de situar el inconsciente más allá de
su conocida tesis de los años 50, “El inconsciente está estructurado como un
lenguaje”, aún de inspiración freudiana. Se trata de pensar el inconsciente
lacaniano.
En esos momentos, eso quiere decir, que se debe situar no solo la relación del sujeto
del inconsciente con el significante, cuyo efecto es, sino también su relación con aquello que, si
bien resiste al significante, es su producto: el objeto. Ambos términos, sujeto y objeto, están
articulados en el fantasma.
Para abordarlos, Lacan reformula las operaciones de división
subjetiva, que había planteado en el Seminario X, en términos de operaciones de
causación subjetiva. Y sitúa dos operaciones lógicas: la alienación y la
separación.
La alienación sitúa al sujeto como un efecto del lenguaje con lo
que su causalidad sería, por tanto, significante. El sujeto, pre-sujeto
diríamos, sujeto aún no dividido, entra al nacer en el campo del lenguaje y ha
de decidir si se aliena o no a él. Es una elección forzada, del tipo “O la
bolsa o la vida”, donde el sujeto o se aliena al sentido o queda en el
sinsentido.
Si se aliena, el sujeto hace fading, desaparece bajo el significante, el S1 que
viene del Otro y pasa a representarle en una primera identificación. El sujeto queda así exiliado de su ser
primero, mítico, en el significante (S1) y deviene tributario de otro
significante (S2) que le da sentido en esta sincronía primera. Pero esa
identificación vacila en tanto el sujeto no está identificado a ningún ser sino
tan solo representado por un significante para otro significante. El sujeto
está afectado de falta-en-ser por la misma operación de alienación.
Lacan introduce entonces una segunda operación, la de
separación, para explicar la relación del sujeto no con el significante, y su variabilidad o dialéctica, sino
con la fijeza del objeto, con su estasis, de donde extrae el ser perdido en la primera
operación.
Una vez alienado al lenguaje, plantea, el sujeto localiza en los
intervalos, en las fallas del discurso del Otro que algo en él no responde al
significante. Esto abre la pregunta por el deseo del Otro, por lo que le falta:
“¿Qué quiere el Otro?”. La primera respuesta que dará a la falta del Otro es “Me
quiere a mí”, por lo que ofrece su propia desaparición para completarla. Pero ofreciéndose
como el objeto que vendría a tapar la falta en el Otro, lo que colma no es
dicha falta, sino su propia falta-en-ser solidaria de su división. Lacan
plantea que el “Podría perderme” es el recurso del sujeto contra la opacidad
del deseo del Otro y remite al sujeto a la opacidad de su propio ser, que le ha
vuelto en esta segunda operación.
El sujeto encuentra en el deseo del Otro, en ese lugar de la
falta, el equivalente a lo que es como sujeto del inconsciente. La respuesta
que da al deseo del Otro es también una respuesta a la pregunta por su ser. Ahí
se inscriben los objetos a como razón del deseo del Otro y como equivalencia
del sujeto.
El sujeto, por la función del objeto a, se separa de la vacilación
de la alienación. En dicha separación encuentra una ganancia de ser que es la
contrapartida a la falta-en-ser que resulta de la pérdida de goce de la primera operación. Hay una torsión, dice Lacan: la falta del sujeto del
inconsciente no tiene que ver con la falta del Otro, pero es por esa falta que
el sujeto la positiva.
En “Posición del inconsciente”, p. 815, Lacan plantea que “la
diacronía, llamada historia, que se ha inscrito en el fading del sujeto retorna
a la especie de fijeza que Freud discierne al final de la Traumdeutung”, es
decir cuando afirma que “en la medida en que el sueño nos presenta un deseo
como cumplido, nos traslada indudablemente al futuro; pero este sueño que al
soñante le parece presente es creado a imagen y semejanza del pasado por el
deseo indestructible”, podemos traducir, considero, por la invariabilidad pulsional.
"En la separación -señala Lacan-, no solo no se cierra el efecto de la alienación
proyectando la topología del sujeto en el instante del fantasma; sino que lo
sella, rehusando al sujeto del deseo que se sepa efecto de la palabra, o sea lo
que es por no ser otra cosa en el deseo del Otro”.
De lo constitutivo a la clínica del final del análisis. Un testimonio
En uno de sus testimonios como AE, Leonardo Gorostiza sitúa muy
claramente cómo llega a cernir esta cuestión en su análisis. No se trata ya, por supuesto, de la constitución del sujeto y la producción del objeto sino de ese momento en que el sujeto se descubre en su equivalencia con el objeto.
Primero, Gorostiza sitúa el objeto que se localizaba para él en el Otro
transferencial, taponando su falta, por lo que éste aparecía completo, sin
barrar. El objeto escópico, bajo la forma de una mirada voraz, se escondía sin
que él lo supiera en la fantasía de estar a merced del enojo desmesurado de su analista. La asociación en-ojo,
estar en el ojo del Otro, revela la presencia del objeto mirada en la situación analítica, que él situaba en el Otro.
Esta revelación permitirá leer de otro modo una escena infantil a
donde iban a parar siempre las asociaciones del análisis. Dice así:
Es
una lluviosa mañana de otoño. Tengo apenas seis años. Un ruido me despierta.
Son gritos que provienen de la calle. Salgo de la cama y me abalanzo hacia la
ventana. Los gritos son más fuertes. Corro los dos paños del pesado cortinado
de color rojo intenso –como el del sueño
transferencial del primer análisis- que
visten a la ventana. La persiana está baja pero por sus hendijas entra la luz.
Calzo mi ojo en una hendija y asisto a una escena inolvidable. Sobre la vereda
de enfrente una mujer, una vagabunda apodada “la loca del barrio”, levanta sus
improvisadas faldas hechas de tela arpillera al tiempo que vocifera insultos.
Sólo alcanzo a ver una mancha. A su lado, un lechero –repartidor de
leche a domicilio-, enfundado en su
capa de lluvia, apenas atina a no responder mientras intenta levantar una
botella de leche rota que descansa sobre el piso mojado. En ese momento, mi
madre entra a la habitación y me aleja de la ventana.
Entonces, puede situar lo que
sostenía la escena: el ojo calza la hendidura, la mirada voraz viene a tapar la
hendidura de la castración, el “no hay relación sexual”, podríamos decir -esto es mío-, entre
el goce ilimitado de la mujer y el goce fálico del lechero que no sabe qué
responder ante ella.
Esto permite leer de otro modo
un sueño antiguo:
Estoy
en el consultorio. Una mujer con extrema delicadeza deja entrever su intimidad.
Esa hendidura es –asociaré́ luego- la división
misma del sujeto. Participo de la
escena solo contemplándola. La figura es de un llamativo color sepia, como si
se tratara de una antigua fotografía. Una sencilla aliteración me hará
ver luego de despertar que, en español, “sepia” es un anagrama de “espía”. La escena es de una gran placidez. Parece
estar fuera del tiempo, como eternizada. De pronto, súbitamente y de manera
abrupta, el techo de la habitación se abre -como lo hacen ciertas cúpulas de
los cines o los teatros- dejando ver el exterior. Constato con horror que un
helicóptero se sostiene en el aire y que han fotografiado la escena. He sido
sorprendido in fraganti por el
ojo de la cámara.
Ya en el dispositivo del pase, al relatar dicho sueño ante uno de los
pasadores, en vez de decir “la cúpula se abre”, Leonardo dice: “La cópula se
abre”. Se abre, añade, y deja ver su estructura: la “cópula del ojo con la hendidura”.
Por un lado, en el acto contemplativo es
el ojo, el objeto que calza en la hendidura, en la división del sujeto para
colmarla, en el momento de ser sorprendido se revela que es su propia mirada trasladada al
campo del Otro y alojada en su falta radical. Los dos términos del fantasma se
desarticulan.
Gorostiza se refiere a ese momento como el instante del fantasma. El interrogante que le produce un rasgo presente en la primera escena de ese sueño le lleva a ello: se trata de la sensación de estar como por
fuera del tiempo, como eternizado. Al comenzar la elaboración de los
testimonios conceptuales, señala, encontró una respuesta.
En el instante del fantasma
vemos en el primer plano de la escena el objeto a en relación el sujeto
dividido. Gorostiza afirma que ese instante, fuera de la temporalidad de la
cadena significante aunque no por eso no articulado a ella, fue subvertido a
partir de este sueño y su elaboración. La placidez, la
homeostasis de la escena señalaba la ilusión de una cópula
posible, de un calce posible entre el ojo y la división del sujeto, fue conmovida. Instante
del fantasma, instante de ver prolongado en un dilatado tiempo para comprender
y donde se articulaban el síntoma con el fantasma: al mismo tiempo que el ojo
calzaba en la hendidura, el síntoma no cesaba de calzar un pensamiento con
otro.
Bibliografía
Freud, S., “La interpretación de los sueños”, Obras Completas,
vol. V, Buenos Aires, Amorrotu editores, p. 608.
Lacan, J., El Seminario, libro XI: Los cuatro conceptos
fundamentales del psicoanálisis (1964). Barcelona, Paidós, 1987.
Lacan, J., “Posición del inconsciente”, en Escritos II, México,
Siglo XXI Editores, 1984.
Miller, J.-A., Cause et consentement. Curso de la Orientación
lacaniana 1987-88. Inédito.
Gorostiza, L., “Cuando la
cópula se abre”, en Letras lacanianas 5, Madrid, CdM-ELP, 2012:
2 comentarios:
El Instante del fantasma se encuentra en la página 795 de los Escritos 2 de Lacan, para ser más exacto y es clave lo que allí dice de la constitución del mismo.
Sí, en la última edición revisada de los Escritos está en esa página, en la anterior en la p. 815. Gracias.
Publicar un comentario