El
libro cuya lectura voy a presentar, Vida
de Lacan (1), salió publicado en 2011 cuando se cumplía el
trigésimo aniversario de su muerte. Se trata de un pequeño volumen, dividido en
siete capítulos, cuyo texto está extraído del curso de la Orientación lacaniana
2009-2010 de su autor, Jacques-Alain Miller.
La
idea surgió –relata este último- de una conversación en la que dos jóvenes amigas le
reprochaban que no hubiera defendido a Lacan de los ataques hacia su persona
después de su muerte.
Pese
a su proximidad con Lacan, él explica que nunca tuvo el proyecto de escribir o
hablar acerca de su vida. Nunca tuvo, tampoco, en relación suyo, una posición
de biógrafo, atento a recoger datos, frases y anécdotas. Por el contrario, se
esmeró en pasar a la escritura aquello que podía leerse en lo que Lacan decía
(p. 28), siguiendo la vía elegida por este último: la vía del matema. Deseaba
preservar su enunciación y, para ello, consideraba necesario que la persona de
Lacan no hiciera de pantalla a su enseñanza.
Además,
el encargo recibido de este último había sido redactar su seminario, no
escribir su biografía. Tampoco es su intención hacerlo ahora, con este volumen.
Sin embargo, Miller reconoce que le “encantó la idea de dar vida a ese desecho,
ese caput mortem” del trabajo
significante realizado en su Curso. No se trataba entonces de defender a Lacan
como pedían sus colegas, con una queja no exenta de odioenamoramiento, sino de “darle vida” para que se captara
mejor “la densidad de su presencia y las extravagancias de su deseo” (p. 15).
En
el primer capítulo de la obra, Miller subraya que Lacan nunca tuvo ningún
interés en hablar de su vida, ni en público ni en privado. Lo más parecido a un
texto autobiográfico suyo que tenemos es el escrito “De nuestros antecedentes”,
incluido al comienzo de sus Escritos,
en 1966. Pero, en él, no se trata de su vida sino del surgimiento de su
discurso.
Por
otra parte, Miller subraya que el discurso analítico mismo no permite tener una
relación autobiográfica con la propia vida: uno cuenta su vida en sesión pero
“la interpretación del analista modifica todo lo que la práctica literaria dice
de la autobiografía, la hace impracticable” (p. 21). En psicoanálisis, lo más
parecido a la autobiografía sería el pase pero, en este último, no se trata de
contar la propia vida sino de formalizar, dar cuenta, transmitir la lógica del
propio análisis.
Siguiendo
este razonamiento, Miller deja de lado el campo de la biografía y se interesa
por la escritura de la Vida, utilizada por ejemplo por Plutarco en sus Vidas paralelas. No se trata ahí del
registro de la historia, con su aspiración a la exactitud, sino del registro de
la ética. ¿Cuál fue la ética de la vida de Lacan? –se pregunta entonces (p. 41)
De
entrada, descarta cualquier interés de Lacan por la posteridad: no le importaba
lo que pudiera ocurrir cuando él ya no estuviera.
“Tenía
gusto por lo real” (p. 42) -agrega. Y, en relación a esto, explica que Lacan
deseaba hacer comprender lo que él mismo había comprendido, que eso pasara (p.
11). Así, equiparó en distintas ocasiones su posición de enseñante con la de
pasante: me paso la vida haciendo el pase –afirmó. Y tenía prisa para hacer
pasar eso porque lamentaba haber empezado “un poco tarde” su enseñanza (p. 36)
-según declaró a Tomás Segovia en 1970.
Vida de Lacan –señala Miller- no puede obviar que Lacan
era analista (p. 47), con un deseo. La relación con este deseo era radical en
todos los ámbitos de su vida. Encarnaba el Che vuoi? representando así lo inhumano del deseo.
Esto
no podía ser fácil para los que le rodeaban. Lacan cuestionaba el orden del
mundo, no respetaba el universal, desafiaba la ley. No se dejaba detener por el
síntoma del otro. Era un deseo fuera de toda norma. Por eso, se le difama (on le dit femme) -señala.
Como
Lacan mismo dijo de la actuación de Hamlet en el drama de Shakespeare, Miller
señala que a veces parecía loco pero era “un loco que sabía lo que quería”.
Además, su deseo decidido no estaba exento de prudencia: iba demasiado lejos
pero sabía hasta donde podía hacerlo. Tampoco carecía de astucia.
No
está loco quien quiere; tampoco –señala Miller- es Lacan quien quiere.
En
la dimensión de la Vida, vemos
entonces cómo lo público y lo privado confluyen. Esto constituye lo que los
existencialistas llamaron lo auténtico. Lacan lo era.
Pero
Lacan no es un ejemplo a seguir. Él mismo formuló eso con un enunciado tan
paradójico como claro: “No me imiten, hagan como yo”.
En
psicoanálisis sabemos que no hay un universal del analista. Y Lacan no lo fue.
Los analistas sólo se sitúan en el uno por uno. Todos constituyen excepciones.
Hay que tomar cada uno en su singularidad.
Siguiendo
esta lógica, Lacan –señala Miller- solo puede tomarse como contraejemplo. Pero,
un contraejemplo paradigmático -precisa- “si entendemos que paradigma no quiere
decir que todos los casos son parecidos sino que un caso es diferente a los
otros, pero que los aclara por su diferencia misma” (p. 47).
Por
eso, Vida de Lacan solo puede
dirigirse a la opinión ilustrada, como reza su subtítulo; a aquellos que pueden
construir una opinión propia, que no se dejan arrastrar por la del otro:
aquellos que hace suyo el lema de la Ilustración, Sapere aude, “¡Piensa por ti mismo!”
Nota
1.
Miller, Jacques-Alain: Vida de Lacan.
Escrita para la opinión ilustrada. Madrid: Gredos, 2011.
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