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El pasado 28 de mayo tuvo lugar en la sede
de Barcelona de la Comunitat de Catalunya la primera sesión preparatoria de las
XII Jornadas de la ELP: “Goce, culpa e impunidad”. Contamos para ello con una intervención excelente de Antoni Vicens, miembro de
nuestra comunidad y presidente de la ELP, que resultó muy clarificadora en relación a los tres términos del título. Enmarcada en el quinto eje de las jornadas, “Clínica y política”, sirvió de punto de apertura a los cuatro primeros. Trataré de reseñar aquí algunos de los puntos tratados por su gran interés para el trabajo preparatorio que nos espera de aquí a noviembre.
En la presentación, Elvira Guilañá comenzó recordando que Antoni Vicens se había referido a la acción política y a la política lacaniana con ocasión de su primera alocución como presidente el pasado mes de noviembre, cuando señaló la necesidad de elaborar más que nunca una razón política que incluya la diferencia entre felicidad y deseo, entre culpa y angustia, entre placer y goce.
El título de la intervención de Antoni Vicens fue: “La política del síntoma es el nombre actual de nuestra clínica”.
Goce, culpa, impunidad
Antoni Vicens comenzó señalando la
actualidad de los términos presentes en el título de las Jornadas.
Goce
Para entrar en los conceptos, A. Vicens situó la necesidad de empezar por la cuestión de que en tanto hablantes somos causados por un resto de goce, un plus de gozar que es producido por los discursos. Somos causados como síntoma. A partir de ahí, intentamos hablar para insertarnos en un discurso que haga sentido y nos lleve más allá de la soledad de nuestra relación con el goce que nos causa. El goce del discurso analítico en el que estamos comprometidos es afirmarlo, querer saber algo de ese resto de goce que nos causa.
El goce es nuestro
concepto fundamental -comenzó diciendo. A partir de determinado momento, Lacan introdujo que “no
hay Otro del Otro” -tal y como Jacques-Alain Miller ha señalado recientemente refiriéndose
a la novedad que comportó el Seminario VI. Esta introducción constituyó un
punto de viraje que “arruinó” parte de su enseñanza precedente, donde la ley
tenía un lugar privilegiado. Y, a la par, abrió la puerta a la noción de un Otro sin ley.
Si en el Seminario VI se trata del deseo y
su interpretación, el Seminario VII plantea que no hay dialéctica del deseo.
Lacan introduce allí el primer elemento no dialéctico: das Ding. Este último seminario analiza un concepto que se
desprende de “no hay Otro del otro” -señaló-, la llamada "tragedia del deseo".
El concepto de goce se plantea desde ese
momento como el concepto que más problemas o soluciones clínicos genera –añadió. El deseo pasa a ser definido como un efecto del plus de gozar, el
objeto a como causa de deseo es cierta manera de goce.
El concepto de culpa se plantea de un modo diferente.
Culpa
En relación a la culpa, A. Vicens distinguió
dos modalidades de la culpa: la culpa contable, dialéctica; y la culpa trágica,
que es una culpa sin dialéctica.
La culpa en su versión dialéctica es un
laberinto, como el laberinto del superyó, que cuando más se entra en él, más
difícil es salir: cuanto más se responde al imperativo del superyó, éste más
pide, lo que deja en una posición imposible.
La culpa es un esfuerzo para volver
contable el goce. Parte de la suposición de que el goce es contable, y de que existe
un Otro que, además de querer que gocemos, lleva la contabilidad necesaria. La
culpa es un modo de deshacerse de la soledad pero a costa de encontrar un
sentido más o menos mítico a ese Otro que supuestamente lleva las cuentas. No
se trata de una suposición de saber sino de la posibilidad de compartir la
culpa, cuando implica por ejemplo un sacrificio –lo que todas las religiones
tienen en común. Ese sacrificio daría un sentido universal a ese resto de goce.
En relación a la culpa no dialéctica, la
culpa trágica, A. Vicens planteó que Lacan la aplica a lo real, a das Ding y la extrae de Antígona.
Es una culpa sin medida o que, en todo caso, tiene como medida el infinito.
Para Lacan, tanto Kant como Sade coinciden en un punto donde la culpa, o el deber, o el
resarcimiento de la culpa, apela a una inmortalidad: hay una culpa que
no se pagaría jamás. En Kant, se sitúa en un alma inmortal y, en Sade, a través
de una tortura inflingida a sus víctimas, que irían al infierno para siempre.
El victimario gozaría eternamente de la tortura infinita.
Impunidad
En cuanto a la impunidad, A. Vicens
planteó que en las Jornadas deberemos poner a prueba la afirmación de la
impunidad, que sería gozar sin pagar el precio. Pero eso significaría el paso
anterior señalado más arriba que sería hacer existir al Otro como contable. Primero suponer a este
Otro contable, y luego distraer al Otro para sustraerle una parte de esa contabilidad.
La cuestión es si el goce puede ser
impune, incluso si el goce mismo no es un nombre de la impunidad. Si esto fuera
así –afirmó- nos tendríamos que preguntar cómo es posible una ética.
Una ética se entiende a partir de la
defensa de un bien, aunque sea un bien diferente de los bienes. Pero aquí
estamos en una dimensión distinta. Una ética supone un imperativo. Lacan
elabora este imperativo a lo largo de su enseñanza hasta dejarlo en un simple “¡Goza!”
donde el imperativo se desvanece con su propia formulación. Él mismo es ya un
goce. Tenemos ahí un nudo –señaló.
Si a estas tres dimensiones añadimos la
del síntoma nos podemos preguntar si este último es el pago de una culpa o la renovación
de su coartada –en la medida que la culpa es una coartada en relación con el
deseo.
El síntoma como formación del inconsciente
parece entrar en el cálculo del Otro existente, pero cuando lo escribimos como
sinthome, como referido a la no existencia del Otro podemos preguntarnos si la
culpa se ha desvanecido.
En el Seminario VII, Lacan demuestra que
existe una culpa trágica irresoluble, que es objeto de una Ley con mayúsculas. Al editar el seminario, J.-A. Miller tuvo que decidir en qué ocasiones la palabra "ley" se ponía
con mayúscula y en qué ocasiones con
minúscula.
La ley contable es una ley con minúscula.
Pero hay una Ley, con mayúscula, que no se puede transgredir. Ante ella, el sujeto se abole,
desaparece. Pero en estos momentos de la teoría, esta Ley no puede tomar el
nombre de real sin ley porque lo real en la enseñanza de Lacan todavía es con
ley.
La pregunta es qué ocurre con la ética
cuando lo real es sin ley. ¿Lo real sin ley implica una ética? Parecería que la
impunidad sería total. Pero A. Vicens subrayó que no podemos admitir una impunidad así lo que nos lleva a una política del síntoma: hay que anudar eso, escribirlo, crear
surcos que organicen ese goce, lo real del goce sin ley.
El pensamiento freudiano va hacia el lugar
causal que tiene das Ding en relación al síntoma. Freud no cree ni en el valor
del orden ni en la bondad de las intenciones. Él va siempre más allá del velo,
hacia el sentido oculto de lo inconsciente y nombra eso en términos de repetición.
En el Seminario VII, Lacan plantea que la
repetición freudiana no es la universalidad de la falta original. Equivale a la
imposibilidad de legislar sobre das Ding. Lo real es imprevisible pero se
repite, reaparece sin los aderezos de lo universal. Ahí está lo real sin ley.
Se repite, vuelve pero no siempre al mismo lugar. Esto excluye, en el origen
mismo, cualquier benevolencia.
El psicoanálisis no implica una reconciliación con
ningún bien perdido en alguna falta original que habría dado paso a una culpa
computable.
La relación con das Ding se presenta bajo
las formas de la pasión –afirmó A. Vicens. En la última lección del Seminario
VII, titulada “Las paradojas de la ética”, Lacan nos enseña a leer en la tragedia griega la
función de las tres pasiones fundamentales: el amor, el odio y la ignorancia. Y
de qué modo estas pasiones -precisó- dan lugar a las formas de la heroicidad.
A continuación, A. Vicens dio una otra definición de la impunidad muy interesante, tomada de Lacan: el héroe trágico como aquel
que puede ser traicionado impunemente. Pero Lacan define al héroe siempre en relación a una pasión: es héroe porque sigue una lógica no
dialéctica, que no busca el equilibrio, sino la lógica de la pasión, sin
división subjetiva, sin fisuras, innegociable.
El héroe no está en el lugar del comercio
de los bienes, que rápidamente es atraído por el universo de la culpa. Por eso,
admite ser traicionado por aquellos que lo rodean. El héroe nos enseña la
impunidad como algo Otro, contra lo que él se afirma.
A continuación, A. Vicens hizo un recorrido en relación a la lógica de la pasión en Antígona,
Filoctetes y Creonte.
En el Seminario VII -precisó-, Lacan
muestra la pasión del amor, fraterno, en la heroicidad de Antígona; la pasión
del odio en Filoctetes, al que llama el héroe del odio; y por último, Creonte
le sirve para ilustrar la pasión de la ignorancia.
Cada una de estas pasiones es una forma de
distancia necesaria -señaló-, contingente también, respecto a ese resto de goce que está
en el lugar de la causa freudiana. Podemos llamar pasión a ese resto de goce
después de la operación analítica.
La pasión afecta a los cuerpos; está del
lado de lo real, no es reprimible. Proviene de la soledad de nuestra relación
con el goce, con nuestro partenaire-síntoma. Es una fuerza que intenta hacer
existir al Otro.
Un héroe es alguien que puede ser
traicionado impunemente, como plantea el Seminario VII, pero no tiene porque ser una figura especial: puede serlo
cualquiera que se encuentre con la soledad de su relación con el goce, que
Lacan en este último seminario denomina el “círculo interior” compuesto de odio,
culpa y temor.
No puede ser héroe quien se pone al
servicio de los bienes, quien cede en su deseo en nombre del buen orden, del bien
negociable. El goce implica la tragedia, nunca está en el lugar que debe.
La culpa es una cuenta pero tratándose del
goce esa cuenta implicaría el sacrificio total. La culpa contable está del lado del
servicio de los bienes. Pero el Seminario VII enseña que ponerse de ese lado es
ceder en la relación con el deseo. Y entonces está garantizada la culpa.
Al final del seminario, Lacan plantea que
lo único de lo que un analista puede sentirse culpable es de haber cedido en
relación a su deseo.
No podemos existir trágicamente –señaló
A. Vicens-, el servicio de los bienes existe. Pero solo debemos entrar en ellos en
la medida que ello sirve para pagar el precio por el acceso al deseo. Es dueño de su deseo
quien acepta la soledad del goce que lo causa, es decir, quien sabe que el goce
está fuera de toda contabilidad, pero también sabe que el acceso al deseo es
causado por el goce, por el exceso del plus de gozar. Y eso exige pagar un
precio. Es dueño de su deseo quien no confunde el precio a pagar con el
sacrificio de la deuda.
En nuestra época, en la que el deseo
parece aplicarse solo en una parte a aquello que es causado por el goce parece
que nos hemos salido de la dimensión trágica de la pasión –finalizó diciendo.
Nos queda la comedia o la ironía infinita de nuestra propia deriva.
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