Playa de Somorrostro (Barcelona), surfistas. Primeras lluvias de otoño. Foto de Margarita Álvarez |
“Dentro de veinte años estarás más decepcionado
por las cosas que no hiciste que por las que
hiciste.
Así que suelta las cabos de tus velas.
Navega lejos del puerto seguro.
¡Atrapa los vientos favorables!
Explora. Sueña. Descubre”.
Mark
Twain
Sopla
el viento del deseo en las palabras que encabezan este texto. Mark Twain
demostró (1) que hay más posibilidades de que alguien muera en su propia cama a
que lo haga mientras se aventura río abajo, lejos de casa. Sin embargo, sabía bien
(2) que para que su barco navegara por el Mississippi, el agua del río había de
tener por lo menos dos brazas de profundidad. Este ejemplo me sirve ahora para
introducir que la aventura del deseo no es ilimitada, tiene sus condiciones y,
también, sus riesgos.
En
1964, Lacan situó mediante las operaciones de alienación y separación la
constitución del sujeto del deseo. El sujeto, que en la primera operación se
aliena al Otro, debe separarse, parirse a sí mismo (3) como sujeto deseante.
Esta operación no es sin riesgo: el sujeto –afirma- lucha encarnizadamente para
procurarse un estado civil, y lo hace al precio de la pérdida de una parte de
sí mismo, o lo que es lo mismo, de su propia división.
Deseo
y riesgo mantienen pues una estrecha relación. Este segundo término proviene
del italiano risico o rischio que, a su vez, tiene origen
en el árabe clásico rizq (“lo
que depara la providencia”), y remite a vulnerabilidad, a la posibilidad de que
se produzca un daño. Pero “riesgo” y “peligro” no son sinónimos aunque con
frecuencia uno y otro se confundan. “Peligro” no remite a la posibilidad de un
daño sino a su probabilidad.
Al
hilo de esta distinción entre riesgo y peligro, introduciré primero algunas
reflexiones sobre el término “conductas de riesgo” a partir del psicoanálisis,
para presentar a continuación, a modo de ilustración, algunos elementos de un
caso.
Sobre las llamadas conductas de riesgo. Coordenadas
Se
conocen con este nombre todas aquellas conductas en las cuales, sin que haya
ninguna circunstancia objetiva que lo justifique, un individuo busca
repetidamente ponerse en situación de peligro, lo que entraña la probabilidad
de un daño o una amenaza para su integridad o su vida.
Si
abordamos esta definición con la distinción mencionada entre riesgo y peligro,
diremos que, en las llamadas conductas de riesgo, el peligro incrementa el
nivel de riesgo que afecta a un individuo, o lo que es lo mismo, su
vulnerabilidad. Son, propiamente hablando, conductas peligrosas.
El
aumento del nivel de riesgo no es meramente cuantitativo sino, asimismo,
cualitativo. Por un lado, el riesgo cambia su estatuto: pasa de ser algo
posible a algo probable. Por otro, la posición del sujeto es otra: no se trata
tan solo de que sea vulnerable ante algo sino que, además, no se protege y se
expone a ello.
No
hay duda de que este tipo de conductas ha aumentado de manera vertiginosa en
los últimos años, especialmente entre adolescentes y jóvenes, que, sin duda,
están como el resto de la población cuando menos suficientemente informados
sobre los peligros que corren. Pero el psicoanálisis no se sorprende del
fracaso de la educación frente a la pulsión acéfala -la historia de las
civilizaciones enseña a su respecto, también suficientemente, a quien quiera
saberlo. Lo simbólico nunca logra dominar completamente el real que él mismo
produce, hay en juego una imposibilidad estructural.
Sin
embargo, el psicoanálisis se interroga sobre dicho aumento. Numerosos trabajos
elaborados en el marco de la preparación del último Congreso de la AMP
consagrado a este tema (4), o presentados en él, han ayudado a situar cómo el
real en juego en cada época se modifica en la medida en que lo hace el propio
orden simbólico que lo produce.
Así,
decimos que el modo de regularse el conjunto social depende de las condiciones
de la figura del Otro dominante en cada época. En la actualidad, esta figura ha
cambiado: ha pasado de ser un Otro del que se podía deducir su existencia
lógica a tratarse de un Otro del que no se puede deducir dicha existencia.
Antes, había la creencia en la existencia de un Otro de excepción que enunciaba
la ley y servía de garantía, lo que hacía que el conjunto social se regulara
según la lógica del Todo (5). Ahora, ya no hay dicha creencia (6) y el conjunto
social se regula por la lógica del no-todo. Esto no quiere decir que no haya
Otro, sino que no se puede construir su existencia, lo que vuelve el
conjunto social inconsistente. Tampoco quiere decir que no haya autoridad sino
que el declive del ideal vinculado a la existencia del Otro, y del mecanismo
represivo que comporta, no permite que ella se sostenga en sí misma como antes,
lo que la agujerea y la vuelve, asimismo, inconsistente.
El
debilitamiento de la autoridad introduce modificaciones importantes en la
regulación del goce, que ahora opera por medio del mandato superyoico, el cual,
como Freud señaló, emana de la misma pulsión de muerte (7). Esto hace que en
lugar de introducir un defecto de goce introduzca un exceso. Por eso, en
comparación con la modalidad de regulación introducida por el ideal, la
modalidad actual puede considerarse menos efectiva o más desregulada, e
introduce una paradoja: el sujeto parece más libre que nunca de hacer lo que
quiera, pero la obediencia a los imperativos de satisfacción contemporáneos
(“¡Haz lo que quieras!” “¡No renuncies a nada!”, “¡Tienes que estar siempre
bien!”), le deja preso en la red de sus propias exigencias pulsionales.
Una elección, una solución
La
proliferación actual de las llamadas “conductas de riesgo” se debe a que son
solidarias del discurso actual y de su régimen de satisfacción mortífera e
ilimitada.
No
encontramos en ellas el riesgo del deseo que planteamos al principio, y que
sitúa al sujeto del lado de la vida; se trata más bien del peligro que
introduce la relación del sujeto con la pulsión mortífera, cuando, el deseo, o
la castración, no viene a limitar el empuje a la satisfacción. De ahí, que
estas conductas sean altamente adictivas.
En
1962, Lacan señalaba que “es preciso que el goce sea rechazado para que sea
alcanzado en la escala invertida de la Ley del deseo” (8). El deseo separa al
sujeto del goce mortífero, poniendo un límite a este último. No elimina el goce
pero lo limita de modo que devenga vivible para el sujeto.
Pero
la relación del sujeto con la pulsión y el deseo no es simple, sino compleja.
Hay tantas modalidades como sujetos. Freud ya señaló que las pulsiones de vida
y las pulsiones de muerte están inextricablemente unidas (9). Si bien podemos
decir, como aisló Lacan en el texto freudiano (10), que toda pulsión es pulsión
de muerte, también podemos decir que, como encontramos en este mismo texto, las
pulsiones de muerte pueden estar al servicio de las pulsiones de vida.
Así,
convertirse en madre adolescente puede dar a un sujeto una identificación que
le sirva de anclaje en la vida. Otro sujeto puede poner en riesgo la suya para
separarse del Otro y crear así el margen que necesita para vivir. Otro distinto
puede ponerse en peligro para provocar el surgimiento de un Otro que venga a
poner un límite que le sirva de protección. Y otro más puede drogarse hasta
matarse para evitar algo que experimenta como un peligro mayor, como es el
enloquecimiento; es decir, puede ponerse en peligro con el fin de evitar el
peligro mayor que sería la muerte subjetiva -no desde un punto de vista
objetivo, sino desde el punto de vista del sujeto, que es el que interesa al
psicoanálisis.
Estos
breves ejemplos, elegidos entre otros muchos posibles, evidencian la
complejidad implícita en lo que se han dado en denominar “conductas de riesgo”,
la cual no se deja reducir a un análisis objetivo o cuantitativo e implica
siempre una elección del sujeto. Una elección que implica una solución. El psicoanálisis
trata de localizar en qué se orienta el sujeto para hacerla. Algunos elementos
de un caso pueden ayudar a ilustrarlo.
(...)
Para concluir
El
término “conductas de riesgo” no pertenece al campo del psicoanálisis, que no
lee la conducta como un dato evidente o un producto del aprendizaje, sino como
un enigma a descifrar. La respuesta al enigma es siempre singular, y no sirve
para todos los casos.
El
psicoanálisis no se orienta pues en la conducta sino en la palabra del
analizante, en las vueltas de sus dichos, de los que es posible extraer un
decir que da cuenta de la relación del sujeto con la pulsión. Esta relación no
responde a ningún ideal de normalidad, de adecuación o de adaptación. El
psicoanálisis sabe que la pulsión no es educable lo que hace fracasar cualquier
programa de prevención o de educación sanitaria.
En
este sentido, el mismo psicoanálisis es como señaló Freud un oficio imposible,
en tanto no consigue curar a nadie de la pulsión. Pero si bien la pulsión en sí
misma no es ni eliminable ni rectificable, el sujeto puede a través de un
psicoanálisis modificar su relación con ella, y eso es lo que, cuando sucede,
hace existir el psicoanálisis.
(*)
Extracto del texto “Las conductas de riesgo, un enigma”, publicado en VVAA: Sin límites: Conductas de riesgo.
Caracas: Pomaire, 2012.
Notas:
1.
Mark Twain lo explica en el cuento “El peligro de quedarse en cama”.
2.
El nombre real de Mark Twain era Samuel Langhorne Clemens. El pseudónimo Mark
Twain significa “marca dos” (brazas de profundidad). Eran las palabras que
gritaban los pilotos de los barcos de vapor para indicar que el río tenía la
profundidad para poder navegar. Se dice que él recibió el apodo porque
desempeñaba dicha tarea en el vapor que trabajaba.
3.
Juego entre los términos latinos “separare”, “separarse”, y “se parere”,
“parirse a sí mismo”. Ver Jacques Lacan: El
Seminario, libro XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis.
Buenos Aires: Paidós, 1993, p. 221.
4.
El título y el tema del VIII Congreso de la AMP celebrado en Buenos Aires en
abril de 2012 fue: El orden simbólico
en el siglo XXI. Ya no es lo que era. ¿Qué consecuencias para la cura?
5.
Margarita Álvarez: “Jacques Lacan, Dios y el goce femenino”. En: Revista El Psicoanálisis 7. Madrid: Escuela
Lacaniana de Psicoanálisis del Campo Freudiano (ELP), 2004.
6.
Margarita Álvarez: “Una reinvención singular del psicoanálisis”. En: Revista Freudiana 64. Barcelona: Comunitat de
Catalunya de la ELP, 2012.
El
texto se puede consultar en este blog siguiendo este enlace: http://www.elblogdemargaritaalvarez.com/2011/05/una-reinvencion-singular-del.html
7.
Sigmund Freud: “El yo y el ello”. En: Obras
Completas, vol. XIX. Buenos Aires: Amorrotu Editores, 1984, cap. V.
8.
Jacques Lacan: “Subversión del deseo y dialéctica del deseo en el
inconsciente freudiano” (1960-1962). En: Escritos,
t. II. México: Siglo XXI Editores, 1984, p. 807.
9.
Sigmund Freud: “Más allá del principio del placer” (1920). En: Obras Completas, vol. XVIII. Buenos
Aires: Paidós, 1984.
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