“Son sólo palabras, ruidos momentáneos
en el aire”( Fernando Aramburu, Patria). Foto de Emilio Faire.
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Se define por nacionalismo cualquier doctrina, movimiento o
filosofía que atribuye entidad propia, diferenciada,
a un territorio y a sus ciudadanos, y que propugna como valores la preservación
de los rasgos identitarios, la independencia, la libertad, la emancipación, la
lealtad a la considerada como nación propia.
Hay
muchos nacionalismos, declarados o encubiertos, pero todos derivan del término “nación”, surgido en el siglo XVIII, y conllevan una aspiración a la soberanía política vivida como legítima.
Los
rasgos identitarios a defender en cada nacionalismo son variables. Pueden ser
la raza, la etnia, la sangre, la tierra, la lengua, la religión, etc., es decir rasgos simbólicos que remiten a la biología, o la supuesta biología (pues todo rasgo por definición es simbólico), o a la cultura, pudiendo
apreciarse cada vez más en los nacionalismos una tendencia a la elección de
rasgos explícitamente culturales.
En el
punto extremo de esta tendencia podemos situar el nacionalismo
civil o liberal, cuya idea de identidad nacional puede incluir por ejemplo etnias,
religiones y lenguas distintas, por lo que se pretende no identitario y en
consecuencia no-xenófobo. Es el nacionalismo que encontramos con frecuencia en
los procesos de independencia de las llamadas colonias en, y para, su
constitución como países libres.
Sin
embargo, me parece que por definición y por estructura, no encontramos ninguna
aspiración nacional que no sea en mayor o menor grado identitaria y xenófoba.
Así vemos como la independencia
de India respecto al Imperio británico, por ejemplo, se acompañó de un trabajo
de construcción, de invención –porque la identidad siempre es una invención- de una identidad nacional proceso que no fue
internamente, ente los propios habitantes, sin segregación. La división
inmediata en dos países -India y Pakistan- lo confirma. La violencia, incluso matanzas, producida durante ese proceso, también.
En todo caso, la idea de que no hay nacionalismo que no sea identitario y que no implique segregación, es una hipótesis que traigo al debate. Y que, de entrada, orienta esta presentación, en la que no me referiré a ningún nacionalismo concreto, dentro de todos los posibles ejemplos pasado o presentes por lo que tampoco voy a resaltar o a obviar las diferencias que mantienen entre sí.
En todo caso, la idea de que no hay nacionalismo que no sea identitario y que no implique segregación, es una hipótesis que traigo al debate. Y que, de entrada, orienta esta presentación, en la que no me referiré a ningún nacionalismo concreto, dentro de todos los posibles ejemplos pasado o presentes por lo que tampoco voy a resaltar o a obviar las diferencias que mantienen entre sí.
Me
limitaré entonces a tratar de situar una lógica de funcionamiento común que, considero,
podemos encontrar, en mayor o menor grado, en cualquiera de ellos,
independientemente de sus coyunturas y discursos.
Trataré
de situar seguidamente esta lógica mediante diez puntos que propongo para el
debate.*
1. Los
nacionalismos crean identidades colectivas en base a rasgos (como los citados
más arriba), es decir, elementos identificatorios, que situados en el lugar del
Ideal, cobran el estatuto de un todo diferenciador respecto a aquellos que no
los comparten, según la lógica nosotros-ellos de todo nacionalismo. Estos
últimos aparecen entonces como extraños o amenazantes para la propia identidad
y para las ambiciones o proyectos asociados, es decir enemigos de la causa, por
lo que es necesario rechazarlos o excluirlos para separarse de ellos.
2. Hay
un vínculo entre nacionalismo y lenguaje, que compete en primer lugar a la
identificación con el S1 en juego, que adquiere un estatuto de verdad en la que
se cree. No hay nacionalismo sin creencia, la cual compete siempre al régimen
de la existencia del Otro.
Esa
identificación y la consecuente creencia pueden formularse de una manera más
consistente como un rasgo común que todos los elementos del grupo compartirían
dando una ilusión de igualdad dentro de la unidad. Esto podría expresarse, por
ejemplo en el caso del nacionalsocialismo alemán, como: “Nosotros los arios somos una raza pura,
distintos de los no-arios que son impuros”.
Pero también
puede formularse de un modo menos compacto por ejemplo como un “Nosotros no
somos como ellos”. Tenemos en común que no compartimos el mismo rasgo que
ellos, pero eso es lo único que nos iguala, entre nosotros somos diferentes. La
unidad de estas organizaciones grupales o de masas podría ser, al menos en
teoría, menos compactas o más fragmentabas.
3. Pero
la identificación al S1 que conforman las identidades no es solo una operación
significante sino que comporta un goce, que sería el lado no-significante, la vertiente
objeto del S1.
Tal como
señala Éric Laurent, no basta con un ideal para constituir una masa sino que
siempre se necesita un pegamento pulsional para soldarla (1).
Hay un
vínculo entonces entre nacionalismo y goce. El S1 identificatorio vehicula un
goce que, por su propia extimidad, el sujeto no reconoce como tal e intenta imponer al otro como verdad. A
la par, el sujeto rechaza el goce del otro mediante el mecanismo de segregación
que acompaña a cualquier identificación que se toma para dar consistencia a un
identidad. Es el fundamento de la xenofobia, definida como rechazo a lo
extraño, a lo extranjero.
4. La segregación
también afecta a lo Otro en uno mismo, es decir, a lo que no entra en la identidad. Hay un descarte del propio
inconsciente según el funcionamiento mismo del Yo que se pretende puro, es
decir, ajeno a todo goce.
Así, los
nacionalistas tienden a considerarse víctimas inocentes de los otros, cuyos supuestos
agravios, justifican sus acciones, las cuales no son de agresión sino de defensa
y “limpias” de todo goce. “El victimismo es así el combustible del nacionalismo”, según las palabras del filósofo francés Pascual Bruckner en su obra, de
1996, La tentación de la inocencia (2).
5. La
operación del nacionalismo, desplaza la división subjetiva a una división
objetiva entre el yo y el otro, entre nosotros y ellos. Ello sitúa al sujeto en
una ilusoria unidad consigo mismo y con los otros del mismo grupo.
6. Las
posiciones nacionalistas plantean que las cosas “son lo que son”, es decir, verdades evidentes e incuestionables. Las preguntas, las precisiones, las
contradicciones, la multivocidad inherente al propio significante, el relieve
de las cosas se aplasta, se descarta porque pondrían en peligro la homogenidad
del Uno unitario en que se sostiene su discurso. El uno de goce del rasgo, el
uno solo, se transforma en el Uno unitario, con su ilusión de ser. En este
cambio del régimen unario al régimen uniano, el sujeto alcanza un sentimiento de unidad,
la identidad imposible.
7. El
nacionalismo requiere el apoyo de un relato potente. La construcción de un mito
sobre el origen, un relato fundacional, proporciona una idea de antigüedad que
viene a legitimar el proyecto. Por
ello los nacionalismos dedicarán importantes esfuerzos a una reconstrucción del
pasado que dé soporte a la idea de nación, de pueblo uno e indivisible, donde la
acumulación de los agravios históricos sufridos intentará persuadir de la
necesidad ineludible de un proyecto que venga finalmente a hacer justicia y a redimir
a los individuos para poder ser finalmente quienes son, libres y sin
opresiones.
8. Por
un lado, esto no puede hacerse sin “acomodar” los hechos de la historia a
conveniencia, ni tampoco sin manipular el presente. Para ello, se pone en
marcha una maquinaria propagandística que, a través de los recursos de la
retórica, va transformando el lenguaje y, con las palabras, las “cosas”, tal
como investiga el filólogo alemán Victor Klemperer en su brillante estudio
sobre la transformación del lenguaje cotidiano en el Tercer Reich (3).
En
relación a este trabajo de, y sobre, el recuerdo, en su obra Los abusos de la memoria (4),
Tzvetan Todorov distingue dos tipos de memoria: por un lado, la memoria “literal”
que busca recuperar la memoria exacta de los hechos con el fin de hacer
justicia en el presente; por otro la memoria “ejemplar”, que se sirve de la
experiencia pasada para la construcción de un futuro mejor.
Más allá
de las declaraciones conciliatorias que puedan hacerse a veces por parte de los
Gobiernos, para reparar las injusticias del pasado, este ultimo fue lo que fue y, por
tanto, no se puede reparar. Nadie puede hacer el duelo por lo que vivieron sus
antepasados. En tanto un duelo compete siempre a un sujeto, cada uno tiene la
responsabilidad y la oportunidad de afrontar los propios duelos, pero nunca los del
otro y menos aún, los de los que ya no están.
Solo tenemos
el presente y quizás un futuro. Así que anclarse en este discurso de la
reparación de los supuestos agravios sufridos no sirve ni para reparar la historia ahora
ni para construir un futuro mejor. Como dice Todorov, es importante recordar,
mantener viva la memoria, pero sin sacralizarla, para que el presente, con sus
posibilidades de cimentar el futuro, no se nos escape de las manos.
9. Los
nacionalismos surgen o se reavivan siempre en momentos de crisis y de profundo malestar
social. Y constituyen una respuesta a ello, un intento de solución por el que los
sujetos trata de cambiar su posición de objeto pasivo, incluso de objeto de desecho
del sistema, para devenir un sujeto, es decir, alguien que elige y decide. Sin
embargo, los nacionalismos, parecen quedar en el plano del yo, que es siempre el
principal nacionalista: del yo es un nacionalista de sí mismo y, por ello, la segregación no es algo extraordinario sino ordinario: la segregación nuestra de cada día, respecto a la cual todos nos tenemos que cuidar.
Cada nacionalismo defiende así una
solución que se presenta como la única factible, desautorizando la posibilidad
de cualquier otra existente o por venir.
Entonces,
con los nacionalismos, no estamos en el plano del sujeto dividido sino en el
plano del individuo, constituido como sabemos por el yo y el cuerpo, con todas
sus pasiones.
10. Más
allá de los ideales novedosos, y muy legítimos a veces, que puedan defender,
los nacionalismos se rigen siempre por el discurso del amo donde el S1 en lugar
de agente sostiene la impostura de la verdad.
Lacan
contrapuso al discurso del amo, el discurso analítico que, al contrario que los
otros tres discursos, “no se cree la verdad” (5), sino que se sale del
universal de la verdad (verité) para
restituir la variedad (varité) de las
distintas verdades subjetivas (6).
Entonces,
en tanto analistas hemos de poder escuchar siempre los distintos malestares de
los sujetos de la civilización, también aquellos que cualquier nacionalismo haya
logrado canalizar y desplazar, para que la verdad de cada sujeto tenga
alguna suerte de posibilidad de mediodecirse.
Sabemos
que ni el fantasma ni las identificaciones ni los ideales desaparecen nunca del
todo, por lo que no se trata de esperar que lo hagan. Pero, en tanto analistas, no podemos entrar en una lógica identificatorio pues estamos advertidos al respecto. Por el contrario, tenemos que apuntar a
rebajar el nivel de las identificaciones en juego que conforman esas falsas identidades
que hacen desaparecer la dimensión del sujeto.
Tal como
señala Jacques-Alain Miller en Torino (7), no es lo mismo el lugar de un Ideal que
apunta a unir una masa a través de
la sugestión, que un lugar de ideal desde donde se hace una interpretación disociativa y demasificante que apunta a agujerear la masa y analizar la sugestión.
*
Intervención en la Conversación Comunidad
y segregación: Nacionalismo y Yihadismo, celebrada con ocasión de las XVI
Jornadas ELP, en Madrid, el 11 de noviembre de 2017.
Notas
1.
Laurent, É., “Afectos y pasiones del cuerpo social”, El Psicoanálisis, revista de la ELP, nº 30/31, Barcelona, ELP, octubre 2017.
2. Bruckner,
P., La tentación de la inocencia,
Barcelona, Anagrama 2002.
3. Klemperer,
V., LTI. La lengua del Tercer Reich.
Apuntes de un filólogo, Barcelona, Minúscula 2001.
4. Todorov
T., Los abusos de la memoria,
Barcelona, Paidós Ibérica, 2013.
5. Lacan,
J., “Pour Vicennes”, Ornicar? 17/18,
Paris, 1979.
6.
Miller, J.-A, Todo el mundo es loco,
Buenos Aires, Paidós, 2016, p. 323-6.
7.
Miller, J.-A., “Teoría de Torino acerca de la Escuela sujeto”, El psicoanálisis, revista de la ELP, nº
1, Madrid, ELP, 2001.
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