Querido Lector
Punto de capitón, es un buen nombre para este boletín preparatorio de esta nueva
jornada de Elucidación de la Escuela dedicada al tema de las enseñanzas: de la
enseñanza de la escuela y de las enseñanzas en la escuela. La elección por
parte del Consejo de la ELP de este tema para abordar en esta ocasión la tarea
de elucidar la Escuela ha confluido después con la propuesta de Jacques-Alain
Miller de una “refonte”, que traduzco aquí como una “reforma”, de las enseñanzas
en el Campo freudiano, lo que requiere volver a pensarlas. En este momento de
cambio marcado por el no-saber se trata de poner este último a trabajar para
poder encontrar algunos puntos de capitón al respecto.
Podemos
partir de que el término de enseñanza procede del latín insignare, que a su vez está
formado por
in (en)
y signare
(señalar),
por lo que remite a “indicar la
dirección a seguir”, es decir, a la transmisión de un conocimiento o de un
saber. ¿Cómo situar la enseñanza del psicoanálisis a partir de esta referencia
etimológica? ¿Cómo podemos entender esta "indicación"?
Jacques
Lacan siempre advirtió sobre los peligros de reducir la enseñanza del psicoanálisis
a la transmisión de una doxa, al saber establecido, a lo ya sabido. En 1953 ya
insistía en la urgencia de “desbrozar nociones que se amortiguan en un uso de
rutina”,1 a favor de la transmisión de lo vivo de la experiencia,
situando ahí la tarea misma del docente, es decir, del que tiene que como función
enseñar.
Poco
después advertía que
“en todo saber hay, una vez constituido, una dimensión de error, la de olvidar
la función creadora de la verdad en su función naciente”,2 dimensión
en la que trabajamos los analistas, más allá del saber de la experiencia
acumulado: “Lo que opera en el campo de la acción analítica es anterior a la
constitución de un saber”.3 Así el saber aparecerá años después en
el matema del discurso analítico como una articulación que es un resultado, una
ganancia de la experiencia analítica y, en tanto tal, es un saber particular
que viene al lugar de la verdad. Esto quiere decir que esa deducción siempre
será una interpretación lo más ajustada posible a un real propio solidario en
tanto tal de un agujero en el saber.
Eso no impide que los analistas consolidemos un
saber pero hemos de estar advertidos sabemos que no es en esa dimensión en la
que opera el psicoanálisis. Así, Lacan advierte veinte años después que “no hay
formación del analista sino formaciones del inconsciente”,4 es
decir, que el analista se forma en la experiencia propia del análisis, personal
y de control. La formación analítica gira en torno a lo real de la causa o, en
otras palabras, al agujero de saber que nos habita que es solidario asimismo de
aquel en que se funda la escuela: el de la inexistencia del analista.
Entonces,
podemos deducir que la función de la escuela no es dispensar contenidos por
importantes o interesantes que ellos sean sino mantener abierto y vivo ese
agujero en el saber, hacerlo productivo, velar porque el tratamiento que le
damos en su seno no lo borre, para asegurar la posibilidad de que haya
analistas a la altura de su función.
Esta
concepción de la enseñanza promueve y requiere, como nos ilustra Lacan mismo
con su enseñanza, una enunciación propia, una posición de enseñar que no es la
del analista sino la del analizante, que no se sostiene en su bagaje ni en la
experiencia acumulada sino en la experiencia de bordear una y otra vez el
propio agujero del saber, también el de la teoría, para hacerlo operativo. Es
una enseñanza que enseña cómo uno ha sido enseñado por el psicoanálisis, de qué
manera pudo entender algo de la teoría, articular un saber propio. Ello permite
sostener una enunciación singular, es decir que ningún otro podría formular de
ese modo.
No
es entonces casualidad que en la escuela reservemos el término de enseñanza a
los analistas de la escuela, a “aquellos que pueden testimoniar de los
problemas cruciales en los puntos vivos en que se encuentran para el psicoanálisis,
en tanto ellos mismos están en la tarea o la brecha de resolverlos”. Estos “dispersos
descabalados”,6 siguiendo la orientación por lo real emprendida por
Lacan, nos enseñan que no
hay enseñanza posible en psicoanálisis sin cierta herejía, siempre a defender,
es decir, a formalizar.
En
este número presentamos en primer lugar un texto de Araceli Fuentes que nos
muestra bien la tensión en la formación del analista entre lo que se enseña y
aquello más fundamental de ella, lo que no se enseña, y nos ilustra de la
manera en que ella enseña lo que el psicoanálisis le ha enseñado. Pero también
nos dice cómo esa enseñanza modificó su propia enseñanza como analista de la
escuela ordenándola “entre lo que se escribe y lo que no”, lo que no puede
dejar de no escribirse.
En
segundo y último lugar, presentamos una pequeña bibliografía sobre el tema que
nos convoca a todos. Esperamos que sea útil y que crezca con sus aportaciones.
* Editorial de “Punto de capitón” nº 3, julio de 2017, boletín preparatorio de la III Jornada de Elucidación de la Escuela, celebrada en Bilbao en septiembre de 2017. Publicado asimismo en el volumen Las enseñanzas de/en la Escuela. La Colección
de la ELP nº 12, Barcelona, ELP, 2017.
Margarita Álvarez
Notas:
1.
J. Lacan, Escritos, México, Siglo XXI
Editores, 1984, p. 240.
2.
J. Lacan, El Seminario, libro II: El yo
en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, Buenos Aires Paidós,
1984, p. 36.
3.
Idem.
4. J. Lacan, “Sobre la experiencia del pase” (1973), Ornicar?, 1, Petrel, Barcelona, 1981.
5.
J. Lacan, Otros escritos, Buenos
Aires, Paidós, 2012, p. 262
6. Ibidem, p. 601.
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