Edward Hooper, "Room in New York", 1932 |
El silencio en relación a lo real es estructural. El insulto, la
injuria, la difamación (con el juego que Lacan introduce Lacan en relación a
este último término-1), son intentos -degradantes- de nombrarlo, de intentar
atrapar mediante la palabra su indecible. También lo son las palabras de amor
con su “tontería”. O cierta poesía.
El psicoanálisis aproxima mediante la
palabra ese real que nos habita, agazapado en el síntoma, para extraer en
primer lugar un saber al respecto y, luego, poder inventar otra relación con la pulsión que nos saque de la repetición mortífera y nos incline del lado de
la vida.
Hablamos entonces del deber del
analizante de bien decir eso de que se trata para él, un deber ético que le
lleva a forzar la lengua hasta cernir al máximo el indecible que ella vehicula para
cada cual.
Ese deber de decir bien lo real propio
no solo compete al analizante en tanto está en análisis sino al analista en los
distintos ámbitos de su vida, también en tanto analizante en la
escuela, en su relación con
lo real que la funda. Es una de las maneras en que entiendo la idea de la escuela como modo de vida (2),
tal como Lacan se refiere a ella en el Acto de fundación.
Sabemos las dificultades de abordar algunos temas por el real que incluyen no solo para los sujetos sino también para cualquier grupo humano, en cada país o en cada momento de la historia de la civilización: la referencia a la Shoá,
que redujo a tantos supervivientes al silencio, y que aún cuesta de aceptar para algunos que pasó, es un ejemplo fundamental para ilustrarlo. Es "el" ejemplo.
Cada grupo, cada país, cada civilización, cada momento de la historia se construye sin duda siempre sobre su propio punto de indecible.
Cada grupo, cada país, cada civilización, cada momento de la historia se construye sin duda siempre sobre su propio punto de indecible.
En España vemos cómo casi ochenta años
después de finalizada la guerra civil no se pueden tocar ciertos temas
referidos a ella sin que algunas -no pocas- subjetividades se pongan al
rojo vivo y el odio irrumpa en el lazo social de modo destructivo. Las
subjetividades estallan, o se paralizan y enmudecen, allí donde el sujeto no
puede tomar la palabra.
Los muertos están muy vivos a veces, señaló
Jacques-Alain Miller en la última Conversación Clínica en Barcelona, en relación
a un caso en el que el sujeto no había podido hacer un duelo.
Pero los muertos están más “vivos” para
aquellos que no han hecho ningún duelo porque concluyeron el conflicto triunfantes olvidando el horror de la guerra, el horror de sus actos, sin elaborar todo lo
perdido, entre otras cosas, la humanidad propia y la del otro, las oportunidades, el lazo social, las ilusiones, el futuro que esperaban, lo que había sido su vida hasta entonces.
En este
sentido, se puede dar la paradoja de que los muertos estén más vivos para algunos de los supuestos “vencedores” que para muchos de los supuestos “vencidos”, más vivos en el sentido de que perturben más su vida aunque rechacen pensar en ellos, y precisamente por eso. Ello se puede pensar dada la reactividad en juego -con el rechazo concomitante- que se produce para algunos cada vez que se habla de las fosas
comunes donde muchos fusilados fueron arrojados –que no enterrados. Los desaparecidos parecen estar más vivos para los vencedores que para los vencidos, que
llevan décadas llorándoles, aunque no puedan terminar de concluir el duelo. Lo
está para los que no pudieron pensarse en el punto en que
ellos mismos eran también vencidos: vencidos por la guerra, por la
intolerancia, por la propia brutalidad, derrotados por la locura pulsional.
En la actualidad, quedan pocos supervivientes de la tragedia, ya casi solo ancianos que
fueron niños de la guerra, pero muy pocos de los que estuvieron en el frente, muchos al final aún adolescentes.
Sin embargo, lo no elaborado de lo pulsional en juego, sigue circulando de modos distintos en las generaciones. Y, a veces, irrumpe de manera salvaje, como ocurre con todo real silenciado.
Sin embargo, lo no elaborado de lo pulsional en juego, sigue circulando de modos distintos en las generaciones. Y, a veces, irrumpe de manera salvaje, como ocurre con todo real silenciado.
Hace muchos años traté a un joven de otro país cuyo bisabuelo (ya
muerto pero que seguía estando presente como pilar de los ideales familiares),
había estado implicado directamente en una de los episodios más salvajes de la
guerra contra la población civil -sabemos que los golpistas españoles fueron
ayudados por los gobiernos en ese momento totalitarios de otros países
europeos, en concreto por
el de la Alemania de Hitler y el de la Italia de Mussolini.
Un día lo comentó al pasar, como si
dijera cualquier cosa, hablando de que no era la primera vez que alguien de su
familia venía a vivir una temporada a España. Pero nada más decirlo, se calló, desconcertado. Sabía desde siempre lo que su bisabuelo había hecho pero nunca había pensado en ello. Tampoco había pensado que algo de eso, escondido bajo un potente ideal nacionalista que se había ido transmitiendo de generación en generación en su familia (sin ser para él tampoco demasiado consciente), podía tener alguna relación con él, con el real desconocido que sus síntomas albergaban.
Pero el sujeto eligió hablar de lo silenciado en la historia familiar. Y descubrió entonces que eso no-historizado determinaba sus elecciones. Tuvo entonces la oportunidad de hacer un trabajo analítico y salir de dicha determinación, elegir otra cosa.
Pero el sujeto eligió hablar de lo silenciado en la historia familiar. Y descubrió entonces que eso no-historizado determinaba sus elecciones. Tuvo entonces la oportunidad de hacer un trabajo analítico y salir de dicha determinación, elegir otra cosa.
Los psicoanalistas tenemos que poder
decir algo sobre eso que circula en el curso de las generaciones a nivel
individual y colectivo. Hemos de poder situar los síntomas del sujeto, los de la civilización y también los de la escuela -tienen todos la misma estructura. Pero ello requiere prudencia en tanto estos síntomas comportan
un real que hay que saber valorar en cada caso.
Es nuestra tarea, nuestra responsabilidad poder construir cada vez un buen
decir al respecto para que lo que digamos tenga alguna suerte de ser
escuchado, es decir, de convertirse en una interpretación, la cual siempre
se mide por sus efectos.
Los psicoanalistas a veces nos
mantenemos en silencio. Pero tendríamos que estar atentos a diferenciar el
silencio vinculado a la prudencia necesaria y a la búsqueda del momento
oportuno, de otros silencios, tanto en la consulta como en la escuela como en
el mundo en general: lo real siempre provoca su propio desconocimiento,
también para cada uno de nosotros.
Nota:
1. El juego de palabras homofónico en
francés entre “diffame”, difama, y “dit femme”, dice mujer.
Donde no se puede decir la mujer, se la difama.
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