Carmen Conca: ¿Qué destacarías de la última enseñanza de Lacan, en relación a la formalización del inconsciente real, el parlêtre y el sinthome?
Margarita Álvarez: Querría
recordar en primer lugar que, en relación a esta ultimísima enseñanza, que Miller sitúa en los dos últimos cursos de su seminario, él señala que ella hace temblar el edificio del
psicoanálisis, ese mismo edificio que el mismo Lacan había construido con tanta solidez
durante las décadas previas. Esto no puede dejar de conmover, de sacudir
directamente a los psicoanalistas.
Sin embargo, me parece que hace unos años estábamos un poco más
sacudidos, más consternados que ahora, que quizás podamos pensar, en
particular después de los últimos congresos de la Asociación Mundial de
Psicoanálisis, que hemos empezado a salir a nivel colectivo del sentimiento de
consternación y de pérdida y, no voy a decir que no estemos sacudidos,
pero como mínimo hemos puesto ese sacudimiento a trabajar con ganas, para
tratar de abordar, incluso de situar primero, lo nuevo que se nos presenta.
Ello exige de nosotros no solo una renovación del saber sino
fundamentalmente asumir de entrada que, en relación a lo real, el saber, lo simbólico
siempre estarán en falta. Lo que nos compele a bordear el agujero de saber, al igual que en un análisis, a
cernir los mojones del agujero: esas marcas de lo que no ha visto la luz, la
luz del símbolo.
La llamada ultimísima enseñanza de Lacan, que tiene ya 40 años
aunque estemos tratando de situarnos en ella –yo al menos-, no solo sigue
siendo una novedad en sí misma porque antes no estaba, sino fundamentalmente
porque nos enfrenta a lo nuevo para siempre, en tanto ese agujero de saber
pone y pondrá en juego la necesidad de una invención para abordarlo. No hay un saber
construido y no va a haber uno que lo elimine, en el sentido de dar cuenta por completo de ello.
En este sentido, no podemos quedarnos con el desencanto del
psicoanálisis, el desencanto ante la pérdida de los poderes de lo simbólico,
que nos habían encantado –como señala Miller-, sino que ello nos estimula, es más,
nos empuja a encontrar una manera de seguir haciendo con él mediante lo que
Miller llamó hace unos años “un esfuerzo de poesía”.
El inconsciente tal como lo entendíamos hasta entonces, el
inconsciente freudiano, el inconsciente como saber, es en esta ultimísima enseñanza
secundario. El dato primario es el acontecimiento de cuerpo, núcleo de goce del
sinthome; un sinsentido sobre el que se levanta en un segundo momento el
inconsciente, al modo se me ocurre de lo que puede pasar en la psicosis con el
fenómeno elemental –es una comparación plausible, considero-, sobre el que se
construye un delirio que trata de darle un sentido y saque al sujeto de la
perplejidad, del agujero de sentido abierto.
Volviendo al acontecimiento de cuerpo, lo que se alza es, entre
comillas, el “delirio” del inconsciente, si lo puedo llamar así: el
inconsciente como un intento de explicación, léase de articulación, de
encadenamiento, de hacer entrar en el sentido esto que en el encuentro con el
goce ha marcado el cuerpo del parlêtre, es más, lo ha hecho cuerpo.
Si hasta ahora era el fantasma el que daba la explicación de la
relación que un sujeto tenía con el goce a partir de su relación privilegiada
con algún objeto pulsional, lo que encontramos ahora en los análisis es que una
vez se ha cernido este o estos objetos privilegiados para cada uno, el análisis
no se acaba sino que más allá de la repetición, en su seno, encontramos la
iteración de goce, la iteración del Uno del cuerpo. Esto para mi constituye un
punto muy importante que señala lo que Miller ha señalado como el paso de la
axiomática del Otro a la de Un-cuerpo.
Esta primaridad del goce no en el sentido de lo innato, sino
como el efecto del encuentro entre el lenguaje y el organismo y las marcas de
goce que quedan de ello, para mí es algo novedoso: no se trata ya de
la clínica del conflicto, de la represión, del sufrimiento del fantasma… No se trata ya del
Otro... sino del Un-cuerpo, algo menos localizado, más primero, más consonante con el parlêtre que el objeto: No es lo mismo el “yo soy eso” referido al objeto que al funcionamiento de goce; ahora el “yo soy eso” es el reconocimiento de esta iteración del Uno que marca el cuerpo
propio.
Podemos decir que una vez liberado de la sujeción del fantasma,
del sufrimiento y el conflicto que entraña la relación del sujeto con el
fantasma, hay una ganancia de satisfacción y de saber, como dice Lacan en la
Proposición. Se trata de cernir el Uno que se repite en esa satisfacción ya sin
conflicto: la satisfacción del parlêtre, muda, que siempre ha estado ahí, pero
que el sujeto nunca había pensado, que no aparece necesariamente en las
asociaciones de las escenas traumáticas y que a menudo revela el vaciamiento de
una escena aparentemente inocua: donde aparece ya esa satisfacción sin
conflicto.Es el goce opaco del síntoma.
Lo que destacaría entonces en la articulación que me propones es
que esa satisfacción permanente, sin conflicto, es una definición de un goce,
distinto del goce del objeto, que es fuera de cuerpo, es la dimensión del goce
del cuerpo. Y un análisis no puede acabar ahí, cerniendo eso. Hay que poner la
satisfacción del lado del deseo, de la vida, que no nos duerma, al menos
siempre ya que Lacan dice que no hay despertar total, que no nos idiotice.
Por eso, una vez cernido ese funcionamiento de goce de cada
cual, una vez cernido el agujero del saber, lo que para un sujeto es un real, más
allá del cual no se puede ir, eso no quiere decir que no pueda hacer algo más
con ello: ese nuevo anudamiento es el sinthome del final de análisis. Es ahí
donde el sujeto inventa, hace algo nuevo con algo antiguo,
Esta nueva articulación a mí al menos me ha permitido descubrir
un psicoanálisis que me interesa aún más: ante lo real de cada uno no hay respuesta que sirva, que funcione siempre. Cada vez que el sujeto se encuentre con lo que para él se ha presentado como un
real, lo interesante es que hay un aligeramiento del peso de la repetición. Eso produce un viraje: ya no es ¡otra vez!, el ¡otra vez! de la repetición, sino ¡una
nueva vez! entendido como una oportunidad nueva de hacer algo con ello. Es decir que esa
cuestión de que no hay solución para siempre no es una
desgracia sino una oportunidad de hacer algo con ello, más allá de lo que se ha
hecho en el pasado. Cada vez se presenta como si fuera nueva. Da igual lo que se haya hecho las otras veces, esa nueva vez
hay la oportunidad de que sea distinto.
Esa dimensión experiencial, de aventura de la vida que te
posibilita haber llegado hasta allí, me gusta. Es lo que querría destacar de lo
que me has preguntado, porque hace de lo que puede ser más difícil para uno, de
lo que puede haber sido más pesado en su historia, una oportunidad, lo cual
produce un sentimiento de ligereza interesante.
Y, en este sentido, podemos decir que
esta ultimísima enseñanza que nos presenta esta teoría del psicoanálisis y de
los finales de análisis, nos da un lugar nuevo para la esperanza, para una
esperanza nueva que quizás, voy a decirlo así, sería una esperanza con un
fundamento menos neurótico, un fundamento más ético.
* Entrevista publicada en Radio Lacan el 7 de abril de 2016, en el apartado "Hacia Río", dedicado al X Congreso de la AMP: "El cuerpo hablante. Sobre el inconsciente en el siglo XXI" (Río de Janeiro, 25-29 de abril de 2016). Se puede escuchar el audio en el siguiente enlace: http://radiolacan.com/en/topic/740/3
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