Exposición de Giacometti en el Museo Picasso de Málaga |
El término “terapéutica” remite de entrada a los términos de enfermedad y curación. En su origen médico, se trata del método o el procedimiento utilizado para curar una enfermedad. Este método apunta a restaurar un estado, un orden anterior que la enfermedad habría desordenado. El punto de partida de la terapéutica es la idea y, también, el ideal de salud, que representa asimismo el objetivo a alcanzar.
El
término implica entonces una referencia a la dualidad salud y enfermedad,
atravesada por las nociones de lo normal y lo patológico. Todo ello considerado
según un criterio objetivo, es decir, ajeno al sujeto.
No es
ésta la perspectiva del psicoanálisis lacaniano que no habla en términos de
enfermedad ni de síntomas de una enfermedad, sino de síntoma analítico, entendido
no como un dato objetivo sino como una interrogación del sujeto sobre lo que le
ocurre. Lo importante no es la fenomenología del síntoma sino lo que el sujeto
dice de él. En este sentido, el síntoma analítico es siempre singular y, por
tanto, su resolución lo es también.
La idea
de la naturaleza del síntoma implica según cada una de las distintas perspectiva una idea solidaria de su
tratamiento, es decir, de su abordaje y su resolución, lo cual se traduce al
final en que el psicoanálisis y las otras terapéuticas manejan
nociones distintas de este último término. Esto determina necesariamente
concepciones asimismo distintas de la formación requerida al terapeuta para
ejercer su función.
Abordar
la relación del psicoanálisis con la terapéutica en la enseñanza de Jacques
Lacan así como su relación con las otras terapéuticas es un tema muy amplio por
lo que nos limitaremos a recorrer las principales puntuaciones de este último
al respecto. A modo de antecedente, situaré de entrada con brevedad, la
posición de Sigmund Freud respecto a tales relaciones.
Antecedentes
freudianos: El psicoanálisis no es solo una terapéutica
Freud
renuncia muy pronto a los poderes de la sugestión (1) utilizados por los
métodos psicoterapéuticos de su época e inventa, junto a Breuer, el método
catártico (2) basado en la hipnosis. Su
objetivo es hacer revivir el estado psíquico en que el síntoma se había
presentado por primera vez con el fin de resolverlo. Sin embargo, la
experiencia le enseña que el síntoma tiene una génesis compleja, la cual no
deriva de una sola impresión. La dilucidación de su entramado requiere entonces
un método nuevo. Freud avanza un segundo paso y abandona la hipnosis (3). Considera
mejor el método de la asociación libre para abordar “la estructura más fina de
la neurosis”. Se trata –escribe- de que "el paciente mismo determine el tema del
trabajo cotidiano, y entonces parto de la superficie que el inconsciente ofrece
a su atención en cada caso. Pero así obtengo fragmentado, entramado en diversos
contextos y distribuido en épocas separadas lo que corresponde a la solución de
un síntoma. A pesar de esta desventaja aparente, la nueva técnica es muy
superior a la antigua, e indiscutiblemente la única posible" (4).
Freud
establece que hay “la máxima oposición posible” (5) entre
el psicoanálisis y los métodos psicoterapéuticos que utilizan técnicas
sugestivas, tal como Leonardo había establecido al diferenciar los modi
operandi de las distintas artes: algunas, como la pintura, operan per via di porre,
es decir añadiendo algo –colores- donde antes no había sino el lienzo en
blanco; otras, como la escultura, proceden per via di levare, quitando de la
piedra todo lo que recubre la forma de la estatua contenida en ella. Del mismo
modo, las psicoterapias sugestivas añaden algo –la orden sugestiva- que se
espera evite la manifestación del síntoma. El psicoanálisis sin embargo no
agrega nada sino que investiga la génesis de este último para encontrar su
solución.
Para
Freud, el síntoma no es un error, una respuesta equivocada o inadaptada.
Expresa un conflicto inconsciente entre una satisfacción pulsional y una
representación, una idea insoportable vinculada a ella (6), que es reprimida y
sustituida por otra. Esto permite que la pulsión siga satisfaciéndose de manera
disfrazada, lo que le lleva a hablar de la faz de formación de compromiso del
síntoma o, incluso, de su vertiente de solución.
Freud
introduce la noción de “mentira” del síntoma muy tempranamente. Lo hace en el
“Proyecto”, cuando relata el caso Emma: “La proton pseudos es una premisa mayor
falsa en un silogismo que da como resultado una conclusión falsa” (7). El
síntoma miente a la vez que hace presente la verdad del encuentro con la
satisfacción traumática. Constituye una guía. Lo importante entonces no es
precipitarse a “curar” el síntoma sino desvelar su secreto: descubrir el
conflicto que entraña para resolverlo.
Esto requiere una posición no directiva del psicoanalista quien ha de abstenerse de decir al paciente lo que
ha de hacer así como de introducir elementos que no estén en su discurso. “El procedimiento psicoanalítico –escribe Freud en
1922- se distingue de todos los métodos sugestivos, persuasivos, etc., por el
hecho de que no pretende sofocar mediante la autoridad ningún fenómeno anímico.
Procura averiguar la causación del fenómeno y cancelarlo mediante una
transformación permanente de sus condiciones generadoras” (8).
El
psicoanálisis, para Freud, es tanto el procedimiento que sirve para investigar los procesos
anímicos inconscientes como el método terapéutico fundado en dicha
investigación, pero también la teoría elaborada a partir de ambos. Esta última
deviene una nueva disciplina científica (9), cuyo
ámbito de interés supera el campo de la psicología y de lo terapéutico e
incluye a otras ciencias no psicológicas como la lingüística, la filosofía, la
pedagogía, la sociología, la historia del arte y de la cultura (10).
Freud
previene contra la posibilidad de que el psicoanálisis sea “fagocitado por la
medicina” y quede reducido a una terapéutica, junto con otros procedimientos
basados en la sugestión o la persuasión los cuales “creados por nuestra
ignorancia, deben sus efímeros efectos a la inercia y la cobardía (…). Merece
un mejor destino, y confiamos en que lo tendrá”, afirma (11). La terapéutica es “solo una de sus aplicaciones;
quizás el futuro muestre que no es la más importante”.
Como
doctrina del inconsciente, el psicoanálisis “puede pasar a ser indispensable
para todas las ciencias que se ocupan de la génesis de la cultura humana y de sus
grandes instituciones como el arte, la religión y el régimen social”. “En todo
caso no sería equitativo sacrificar a una de sus aplicaciones todas las demás
porque su campo de acción toca el círculo de los intereses médicos”. Al
defender el valor del psicoanálisis con independencia de su valor terapéutico,
Freud dice tratar de “prevenir que la terapia mate a la ciencia” del
psicoanálisis (12).
Unos
años después, en 1933, Freud subraya no ser “un entusiasta de la terapia” (13), pese a lo cual reconoce que “el psicoanálisis ha nacido
como una terapia y no ha dejado de serlo, ya que “su profundización y ulterior
desarrollo depende del trato con los enfermos” (14). En este sentido, podría
decirse que “el psicoanálisis es realmente una terapia como las demás” (15), es
decir, “un procedimiento médico que aspira a curar” (16) y tiene –al igual que
las otras terapias- sus triunfos y sus derrotas, sus dificultades,
limitaciones, indicaciones” (17). Él precisa sin embargo que no lo recomienda por
su vertiente terapéutica “sino por su contenido de verdad, por las
informaciones que nos brinda sobre lo que toca más de cerca al hombre: su
propio ser (…)”. “En tanto terapia –añade- no deja de ser una entre muchas”,
aunque declara que él la sitúa en el puesto más alto, “como primus inter
pares”, la primera entre iguales. Pero lo fundamental de un psicoanálisis no es
su valor terapéutico, aunque se sobrentiende que lo tiene. Si no fuera así, el
psicoanálisis, precisa, “no habría sido descubierto ni desarrollado durante más
de treinta años” (18).
En
resumen, Freud plantea que el psicoanálisis es una terapéutica en tanto
resuelve el síntoma pero lo diferencia de las otras terapéuticas por la
concepción que tiene de este último. Ello le lleva a interesarse en primer
término por el conflicto inconsciente en juego más que por su fenomenología y
su curación.
Dicho
planteamiento requiere por parte del analista un abordaje no directo del
síntoma. Freud le previene de que se mantenga a distancia del furor sanandis (19), es decir, de cualquier deseo de curar. Al
contravenir la vertiente de solución del síntoma puede reforzar su defensa y
favorecer su recrudecimiento.
La
posición del analista entonces no es de poder por lo que Freud previene, como
hemos visto, de toda sugestión y de todo ejercicio de autoridad.
La
posición del analista tampoco es de saber. Por el contrario, Freud aconseja, en
el abordaje de cada caso, dejar todo saber de lado y escucharle como si fuera
el primero.
Si la
raíz del síntoma es pulsional no puede haber resolución total. Siempre habrá
“fenómenos residuales” (20), señala, que pueden requerir tramos de análisis
adicionales.
El psicoanálisis no es una terapéutica como
las demás
Desde muy pronto, Jacques Lacan se interesa por la vertiente
terapéutica del psicoanálisis, por su eficacia y su modus operandi. El artículo
de Claude Lévi-Strauss “La eficacia simbólica” (21), publicado en 1949, tuvo
gran influencia en la llamada primera época de su enseñanza, iniciada en 1953.
Se trata de un estudio comparativo sobre la cura chamánica y la cura analítica.
El antropólogo concluye que, en ambas, la palabra cura el síntoma. Esto ocurre
porque tanto la enfermedad como la terapéutica son de naturaleza simbólica: la enfermedad constituye una alteración del
mundo simbólico del sujeto que la cura viene a restaurar. Lacan suscribe estas
tesis pero separa radicalmente de la acción del analista, todo intento de
comprensión (22) o de empatía. También separa de ella todo deseo por parte del
analista del ejercicio de cualquier tipo de poder, contraponiendo a esto
último, el deseo del analista (23).
“El
psicoanálisis, afirma en 1955, no es una terapéutica como las demás” (24). Con
estas palabras, responde al mismo Freud quien, como hemos visto, había afirmado
“que el psicoanálisis es una terapia como las demás” (25) aunque mejor -antes
de precisar que la dimensión terapéutica no constituye su vertiente
fundamental. Lacan acentúa la diferencia: el psicoanálisis no es como las demás
terapéuticas cuyo objetivo primordial es la curación.
Pero ¿qué
quiere decir “curación” en psicoanálisis? ¿Cuáles serían los criterios que la
certificarían?
No hay
cura-tipo
La Encyclopédie
Médico-chirurgicale se había propuesto publicar un estudio sobre los métodos
terapéuticos en su Sección de Psiquiatría. Para presentar la cura
psicoanalítica, el psiquiatra Henri Ey, coordinador de la edición, había
encargado a dos psicoanalistas sendos artículos sobre el tema: a Maurice Bouvet
le había pedido un texto sobre la cura-tipo (26) y,
a Jacques Lacan, otro texto sobre las variantes de la cura-tipo. Se trataba de
presentar las respectivas teorías de la cura de dos psicoanalistas
representantes cada uno de ellos de una de las dos sociedades psicoanalíticas
existentes en aquel momento en Francia: la Sociedad Psicoanalítica de París
(SPP), a la que pertenecía Bouvet, era filial de la Asociación Internacional de
Psicoanálisis (IPA); la Sociedad Francesa de Psicoanálisis (SFP), había sido
fundada en 1953 por Lacan y otros colegas, tras su abandono de la primera por
disensiones relativas precisamente a la teoría de la cura y su conducción y estaba a la espera del reconocimiento de la asociación internacional.
En su
texto, Lacan hace una crítica de los dos títulos elegidos por Ey, así como del
contenido del escrito de Bouvet, que recoge la ortodoxia reinante entonces en
la IPA.
¿Qué es
una cura-tipo? ¿Y cuáles serían sus variantes? En el contexto de esta
interrogación, Lacan formula la frase citada: “El psicoanálisis no es una
terapéutica como las demás”. (…) “La rúbrica de las variantes no quiere decir ni la adaptación de la
cura, sobre la base de criterios empíricos ni clínicos, a la variedad de los
casos, ni la referencia a las variables en que se diferencia el campo del
psicoanálisis”. Está referida a “una preocupación puntillosa llegado el caso,
de pureza en los medios y los fines, que deja presagiar un estatuto de mejor
ley que la etiqueta aquí presentada”.
El
psicoanálisis merece un estatuto mejor que el terapéutico. Esta preocupación
por los medios y los fines permite decir que el psicoanálisis se distingue de
las psicoterapias por “un rigor en cierto modo ético, fuera del cual toda cura,
incluso atiborrada de conocimientos psicoanalíticos, no sería sino una
psicoterapia” (27). No se puede abordar la terapéutica sin referencia a una
ética. Esto hace que el psicoanálisis no sea una terapéutica como las demás.
Este
rigor exigiría una formalización teórica. Lacan toma entonces la perspectiva de
los criterios terapéuticos para avanzar en el tema. ¿Cuáles serían los
criterios adecuados para hablar de curación? Hay una falta de debate y de
consenso entre los analistas al respecto. Ellos se refugian en un silencio que
“es el privilegio de las verdades no discutidas” haciendo gala de un “principio
de extraterritorialidad”. Los psicoanalistas no pueden renunciar a este último
ni denegarlo. La paradoja se introduce a propósito de los criterios terapéuticos,
que se desvanecen en la justa medida en que se apela en ellos a una referencia
teórica”, lo que “es grave, cuando se alega la teoría para dar a la cura su
estatuto” (28).
La
ortodoxia defendida remite más a los “intereses del grupo”, lo cual es “menos
un standard que un standing” (29). No se
puede hablar entonces de cura-tipo y tampoco de variables. Esto da lugar a una
mistificación en la que el origen de los efectos de su acción queda oculto para
los propios analistas.
A falta
de criterios terapéuticos, Lacan sitúa que el único criterio posible a
conservar es que “un psicoanálisis, tipo o no, es la cura que se espera de un
psicoanalista” (30). La pregunta entonces a contestar será qué es un
psicoanalista. Sin embargo, Lacan tardará unos años en abordarla abiertamente. En ese escrito se limita a reconocer haber sido advertido por Freud de que “[el
psicoanalista] debe examinar de cerca los efectos en su experiencia” sin
ceder al furor sanandis. La curación no es el objetivo primero del
psicoanálisis sino algo que adviene “por añadidura” (31), precisa.
El
no-deseo de curar
En 1960,
Lacan retoma este tema en su seminario y sitúa que el “deseo de curar” es algo
proclive a extraviar a los psicoanalistas instantáneamente (32). Es más, se
podría paradójicamente designar el deseo del analista como “un no-deseo de
curar”.
En esos
momentos Lacan acaba de introducir el concepto de goce real en la teoría. El
goce queda definido como una satisfacción irreductible más allá del principio
del placer. Esta satisfacción está en el corazón de la vida subjetiva. Aunque
el sujeto tenga una vivencia de sufrimiento, el síntoma ya no es solo
simbólico: tiene una vertiente de goce. Entonces, la perspectiva de la
“curación” no conviene para abordar el síntoma. No se cura a un sujeto de su
goce. Lo simbólico no consigue dominar lo real.
Por
ello, Lacan advierte de no caer en lo que llama “la trampa benéfica de querer
el bien del sujeto” que siempre lleva a lo peor. Si hubiera que curar al sujeto
de algo, se trataría tan solo de
“de las ilusiones que lo retienen en la vía del deseo”, es decir, que lo dejan
enviscado en su goce. Según los términos de ese momento de la enseñanza de
Lacan: “Es preciso que el goce sea rechazado para que pueda ser alcanzado en la
escala invertida de la Ley del deseo” (33).
Este
no-deseo de curar no hay que tomarlo, precisa más adelante, como un “desdén
hacia aquel que tenemos a nuestro cargo y sufre”. No es una cuestión de
indiferencia sino de principios. Cuando dijo que la cura viene por añadidura
hablaba en términos metodológicos, aclara. “Nuestra justificación, así como
nuestro deber es mejorar la posición del sujeto –señala en 1962- pero nada es
más vacilante, en el campo en que nos encontramos, que el concepto de
curación”.
No se
trata de persuadir, ni de convencer al paciente. “¿Un análisis que acaba con la
entrada del paciente en una especie de orden religioso aunque el sujeto esté
mejor en lo referente a los síntomas –pregunta-, es una curación?” (34).
En 1964,
Lacan retomará la cuestión al fundar su Escuela (35), distinguiendo el
psicoanálisis puro y el aplicado. El primero remite al didáctico, es decir a la
formación del analista respecto a la que precisa, como principio de doctrina,
que el reclutamiento de analistas no se limitará a los médicos, “dado que el
psicoanálisis puro no es en sí mismo una técnica psicoterapéutica”. El
psicoanálisis aplicado quiere decir, sin embargo, “de terapéutica y de clínica
médica”.
Distingue la curación del psicoanálisis de la que era favorecida entonces en
Francia procedente de lo que llama una práctica “mitigada por la invasión de
una psicoterapia asociada a las necesidades de la higiene mental”. Esta
asociación es nefasta, produciendo un “conformismo de la mira”, un “barbarismo
de la doctrina”, así como una “regresión acabada a un psicologismo puro y
simple, el todo mal compensado por la promoción de una clericatura” (36).
Por el
contrario, en psicoanálisis puro, la noción de curación remite a: “Devolver sus
sentidos a los síntomas, dar lugar al deseo que enmascaran, rectificar de
manera ejemplar la aprehensión de una relación privilegiada, aunque hubiese
hecho falta poder ilustrarla con las distinciones de estructura que exigen las
formas de enfermedad, reconocerlas en la forma de ser que demanda y que se
identifica con esas mismas demanda e identificación” (37).
La
noción de curación en psicoanálisis se distingue radicalmente de la noción de
curación en el campo de aquellas psicoterapias que ponen en primer término los
imperativos de conformidad social, donde los terapeutas se convierten en una
“clericatura” de expertos consagrados a tales fines. Por un lado, no se trata
de que el sujeto se aliene a los ideales sociales sino, por el contrario, de rescatar su
singularidad y que aprenda a manejarse con ella. Por otro, un psicoanalista no
es un “experto”. El saber que maneja no es el de la técnica sino el que puede
formalizar a partir de su relación con el inconsciente.
Un
psicoanalista es el producto de una experiencia
Como lugar de formación del analista, la Escuela -añade en 1967-,
“no se reduce a preparar operadores” (38). No hay una definición
universal de lo que es un psicoanalista, es decir, que sea válida para todos.
Un analista es producto de un análisis, de una experiencia singular en la que
se autoriza. “Un analista, dirá, solo se autoriza de él mismo” (39).
El saber epistémico y clínico es muy importante pero el saber del
analista proviene de la relación con su propio inconsciente, que no concluye,
sino que se ha de mantener abierta. Así, la formación del analista no finaliza
nunca.
La
experiencia de un análisis llevado hasta su final es esencial para aislar el
psicoanálisis de la terapéutica, “la cual distorsiona el psicoanálisis no solo
por relajar su rigor” (40). La única
definición posible de la terapéutica es la de “restitución a un estado primero”
y eso “es imposible de plantear en psicoanálisis” porque la relación del hombre
con el lenguaje le exilia de entrada de la naturaleza. Así, la llamada
naturaleza humana es sintomática.
La
naturaleza verídica del síntoma
Un año
después, Lacan participa en el Congreso de la EFP en Estrasburgo consagrado
enteramente a la distinción entre el psicoanálisis y la psicoterapia (41). En
él, hace tres intervenciones: una sobre la formación del analista, otra sobre
los efectos terapéuticos y la última sobre la naturaleza del síntoma.
En
primer lugar, Lacan plantea la interrogación de si la “costumbre” de que los
practicantes de psicoanálisis se inicien en la práctica como psicoterapeutas,
“es un elemento necesario o contingente, favorable o perjudicial para la
formación del analista” (42).
En
segundo lugar, se pregunta si bajo el término “psicoterapia” se esconde de
nuevo la misma idea de variantes de la cura-tipo que ya había criticado en 1954
(43). Entonces ya había desechado la cuestión de los llamados criterios
terapéuticos y planteado que el único criterio a tener en cuenta era que “un
psicoanálisis, tipo o no, es la cura que se espera de un psicoanalista” (44).
Hay que analizar entonces qué es un psicoanalista. ¿Cómo se puede reconocer a uno? ¿Qué
papel juega en la formación del analista la experiencia que se espera de un
psicoanalista? (45) -sabemos que un año antes, en la
“Proposición de 1967”, había dado cuenta de su invención del dispositivo del pase para responder a
ello.
En
tercer lugar, Lacan señala que la cuestión de fondo en la relación entre el
psicoanálisis y la psicoterapia compete al ser de verdad del síntoma. En tanto
lo real resiste a lo simbólico, “la verdad halla en el goce cómo resistir al
saber”. Algo en el síntoma se ubica entre algo que miente -simbólico-, y algo
que no puede engañar -real. Freud ya se había referido a la mentira del
síntoma, como vimos, en su “Proyecto de Psicología” (46). “La naturaleza mentirosa del síntoma es uno de los
puntos más importantes de la diferencia entre la psicoterapia y el
psicoanálisis. En psicoanálisis, se puede decir bajo el pretexto de hablar de
defensa, que el síntoma miente. Pero una defensa no es en absoluto mentirosa.
La mentira está en aquello contra lo que el sujeto se defiende. Aunque
descubramos la mentira en el síntoma, este último no tiene valor de mentira.
Tiene valor de algo verídico pues nos pone en la huella de la verdad. Ahora
bien lo que se descubre en el sujeto detrás de su defensa no hace que el sujeto
nade en la verdad después, lo que le sería incómodo. Una de las mayores
vaguedades de la noción de psicoterapia es creer que la verdad está debajo
cuando está en la superficie pero hay que saber leerla” (47).
El
psicoanálisis fuera de sentido
Unos años después (48), en 1974, J.-A. Miller pregunta a Lacan en “Televisión” sobre
la distinción entre el psicoanálisis y la psicoterapia: “Ambas actúan solo con
palabras, pero ¿en qué se oponen?”.
Para
responder la pregunta, Lacan toma el eje del sentido. Señala que en esos
momentos la mayor parte de las psicoterapias se dicen de “inspiración
psicoanalítica”, lo cual podría llevar al error de pensar que son de la misma
familia que el psicoanálisis o similares. La diferencia entre el psicoanálisis
y ellas es fundamental y no puede reducirse a cuestiones como el uso del diván.
La psicoterapia se ocupa del sentido, especula sobre él y, el psicoanálisis,
aunque se crea lo contrario, no. El psicoanálisis no opera por la vía del
sentido, que solo conduce a su proliferación. Apunta por el contrario al fuera
de sentido de lo real que anida en el corazón del síntoma.
Lacan
hace burla del sentido que fácilmente toma un sentido sexual. “Es llamativo que
ese sentido se reduzca al no sentido de la relación sexual, el cual es patente
desde siempre en los dichos del amor”.
También
se burla del llamado sentido común, que se considera el buen sentido y
“representa la sugestión”. “Es ahí donde la psicoterapia, sea la que fuere, se
malogra antes de tiempo, no porque no ejerza algún bien, sino porque vuelve a
llevar a lo peor” (49).
Freud
descubrió en el inconsciente –precisa-, algo muy distinto al hecho de que se
pueda dar un sentido, un sentido sexual, a todo lo que decimos. Descubrió el
nudo de significantes en que consiste el síntoma, nudos de materia
significante. “No son cadenas de sentido, sino de goce-sentido” (50).
Para finalizar, y a modo de conclusión, podemos decir que Lacan sigue la vía freudiana
en el abordaje de la vertiente terapéutica del psicoanálisis y su relación con
las otras terapéuticas, si bien profundiza y radicaliza la diferencia entre uno
y otras. Y lo hace de tal modo que la idea misma de terapéutica cambia.
En el
psicoanálisis como terapéutica, se trata de una terapéutica cuyo modus operandi
no apunta paradójicamente a lo terapéutico, a rectificar, corregir o modificar
el síntoma de un sujeto. Y solo así, dándole su dignidad al síntoma, la
dignidad de su real, es posible que la cura tenga alguna posibilidad de
producirse, siempre “por añadidura”.
Notas
1.
Freud, Sigmund: “Presentación autobiográfica” (1925 [1924]).
En: Obras Completas, vol. XX. Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1984, p. 16.
2.
Breuer, Josef y Freud, Sigmund: “Estudios sobre la histeria” (1893-1895). En:
O. C., op. cit., vol. II, p. 34.
3.
Freud Sigmund: “El método psicoanalítico de Freud” (1904 [1903]).
En: O. C., op. cit., vol. VII, p. 238.
4.
Freud Sigmund: “Fragmento de
análisis de un caso de histeria” (1905 [1901].
En: O. C., op. cit., vol. VII, p. 11.
5.
Freud Sigmund: “Sobre psicoterapia” (1905), en: O. C., op. cit., vol. VII, p.
250.
6.
Freud Sigmund: “Conferencia 23ª: Los caminos de la formación del síntoma”
(Conferencias de introducción al psicoanálisis, )1917 [1916-1917]).
En: O. C., op. cit., vol. XVI, p. 326.
7.
Freud Sigmund: “Proyecto de psicología” 1950 [1895].
En: O. C., op. cit., vol. I, p. 400, n13.
8.
Freud Sigmund: “Psicoanálisis” (1923[1922].
En: O. C., op. cit., vol. XVIII, p. 246.
9.
Ibid., p. 231.
10.
Freud, Sigmund: “El interés del psicoanálisis” (1913). En: O. C., op. cit.,
vol. XIII, cap. II.
11. Freud,
Sigmund: “¿Pueden los legos ejercer el psicoanálisis? Diálogos con un juez
imparcial” (1926). En: O. C., op. cit., vol. XX, p. 232.
12. Ibid., p. 238.
13. Ibid., p. 140.
14.
Freud, Sigmund: “34ª conferencia: Esclarecimientos, aplicaciones, orientaciones”
(1933 [1932]). En: O. C., op. cit., vol. XXII.”, p. 140.
15. Ibid., p. 141.
16.
Freud Sigmund: “El interés del psicoanálisis”, op. cit., p. 169.
17.
Freud, Sigmund: “34ª conferencia”, op. cit., p. 141.
18. Ibid., p. 145.
19.
Freud Sigmund: “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia” (1914). En:
O. C., op. cit., vol. XII, p. 174.
20.
Freud Sigmund: “Análisis terminable e interminable” (1937). En: O. C., op.
cit., vol. XXIII, pp. 231
y 251.
21.
Levi-Strauss Claude: “La eficacia simbólica” (1949), en: Antropología estructural, Paidós,
Barcelona, pp. 211-227.
22. Lacan Jacques: El Seminario, libro III: Las psicosis
(1955-1956), Buenos Aires, Paidós, 1984.
23. Lacan Jacques: “La dirección de la cura
o los principios de su poder” (1958). En: Escritos 2, México, Siglo XXI Eds.,
1984, p. 595.
24. Lacan, Jacques: “Variantes de la cura tipo”. En: Escritos 1.
México: Siglo XXI Eds, 1984, p. 312.
25. Freud Sigmund: “34ª conferencia”, op. cit., p. 141.
26. Bouvet Maurice: “La cure type”. En: Encyclopédie médico-chirurgicale 2, Section "Psychiatrie", París.
27. Lacan
Jacques, “Variantes de la cura tipo”, op. cit., p. 312.
28. Ibid, p. 313.
29. Ibid, p. 315.
30.
Ibid., p. 317.
31. Ibid., p. 312.
32. Lacan Jacques: El Seminario, libro VII: La ética del
psicoanálisis (1959-1960). Buenos Aires: Paidós, 1988, p. 264.
33. Lacan Jacques: “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en
el inconsciente freudiano” (1962). En: Escritos 2, op. cit., p. 807.
34.
Lacan Jacques: El Seminario, libro 10: La angustia (1962-1963). Buenos Aires:
Paidós, 1986, pp. 67-68.
35. Lacan Jacques: “El acto de
fundación” (1964). En: Otros escritos. Buenos Aires: Paidós, 2012, p. 249.
36. Ibid., p. 255.
37. Ibid., p. 257.
38. Lacan Jacques: “Proposición
del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela” (1967). En:
Otros escritos, op. cit, p. 264.
39. Ibid., p. 261.
40. Ibid., p. 264.
41. La trascripción del debate
fue publicada en Lettres de l’École freudienne nº 6: “Congrès de la École freudienne de
Paris”, octubre 1969.
42. Ibid., p. 43 y ss.
43. Lacan Jacques: “Variantes de la cura tipo”, op. cit., p. 315.
44. Ibid., p. 317.
45. Lettres
de l’École freudienne nº 6, op. cit., pp. 43-45.
46. Freud Sigmund: “Proyecto de psicología”, op. cit., p. 400.
47. Lettres de l’École freudienne nº 6, op. cit., p. 96.
48. Lacan Jacques: “Televisión” (1974). En: Otros escritos, op. cit.
p. 539.
49. Ibid., p. 540.
50. Ibid., p. 543.
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