viernes, 22 de octubre de 2010

SOBRE LA OTRA MIRADA DEL SIGLO XX. LA MUJER EN LA ESPAÑA CONTEMPORANEA, DE IRIS ZAVALA

Jardines del Generalife, Granada, 2010. Foto de Margarita Álvarez
El título de este libro de Iris Zavala: La otra mirada del siglo XX. La mujer en la España contemporánea, parece proponerse como mirada alternativa, o complementaria, respecto a una mirada ya existente sobre el siglo XX español. Y, aunque, al leer el libro, comprobé de inmediato que la propuesta de la autora era justamente otra, desde luego más compleja, decidí tomar esta cuestión de una mirada única o complementaria como punto de partida para subrayar una de las cuestiones que Iris Zavala propone: la idea de que el pensamiento canónico, el pensamiento que propone un canon único tiene siempre vocación, de convertirse en un pensamiento universal, es decir, válido para todos, pero esta vocación es sin duda ilusoria puesto que el pensamiento que responde a un canon único no agota las posibilidades del pensamiento: hay otros modos de pensar el mundo, otras miradas, que no se sitúan dentro del canon, lo superan, o surgen en sus márgenes o sus fronteras. Estos otros modos de pensar, estas miradas han sido históricamente reprimidas, negadas, desvalorizadas, nos dice la autora. Se ha tratado de aplastarlas bajo la losa del canon. 
Estas miradas que no responden al canon conforman esa otra mirada de la que nos habla el título. Esa otra mirada no es entonces una mirada única, tampoco una mirada más, sino una mirada que se rige por otra lógica. Se trata en realidad de una multiplicidad de miradas.
Para pensar esta distinción, Iris Zavala recurre a las lógicas psicoanalíticas del Todo y del no-todo, que Lacan escribe  para dar cuenta de las posiciones  subjetivas frente al goce. Si vaciamos de contenido fálico el argumento que se pone en juego en estas lógicas, pueden sernos de utilidad para pensar algunas cuestiones de lógica colectiva, por ejemplo esta distinción entre una mirada única y una mirada otra o plural.
Iris Zavala aplica dichas lógicas al campo de la cultura, en concreto a la Modernidad, esa nueva época que comenzó a partir de las distintas revoluciones que se produjeron en Europa durante los siglos XVIII y XIX: revoluciones en los medios de producción, revoluciones sociales, políticas y culturales.
Podemos pensar la irrupción de la modernidad como el encuentro con un mundo desconocido, cuyos mapas aún no estaban trazados, una aventura para la que no servían las referencias anteriores, que hizo que los individuos se fueran despegando poco a poco del peso de la referencia a la tradición, es decir, de lo que se presentaba como escrito desde siempre, y para siempre, y no podía cambiarse. El individuo vivía aplastado por el peso de la tradición, de lo ya establecido (del canon único), por lo que  puede llamarse una figura de la existencia del Otro, ya se lea en términos de Padre, con mayúscula, de Dios, de Rey o de Estado, siempre en posición de excepción. 
Pero los profundos cambios sociales, culturales y políticos que agitaron el siglo XIX modificarán estas coordenadas de la figura del Otro, que pasó en el siglo XX de su existencia a su inexistencia lógica. Esto comportó el declive de la predominancia de la lógica del Todo, tradicionalmente masculina, a la par que comenzaron a crecer, a extenderse, aquellos fenómenos sociales que responden a la lógica femenina del no-todo.
Iris Zavala plantea la siguiente tesis: “Es en el campo en que lo femenino irrumpe, donde se juega la modernidad misma” (p. 66). Si bien entiendo que desde esta perspectiva habría que entender aquí lo femenino en el sentido lógico y no fenomenológico y, por tanto, no identificar necesariamente lo femenino con las mujeres, a veces se confunde: por un lado, el  lenguaje lógico coincide frecuentemente con el lenguaje común y se desliza el malentendido; por otro, lo femenino aunque no es exclusivo de las mujeres, también puede tener que ver con ellas, aunque no siempre y no con todas -hay mujeres que no responden a esta lógica o, también, podemos  decir que no siempre, en todo momento, una mujer se rige por ella. 


Lo moderno, lo femenino y las mujeres
Pero Iris Zavala no se limita a hablar del auge de lo femenino que se produce en consonancia con el declive del padre en la modernidad, sino que señala cómo este auge de la lógica del no-todo es solidario de la promoción de las mujeres en la vida social, con su entrada en campos que tradicionalmente les habían estado vetados.
Hay que subrayar que esta promoción de las mujeres ha sido históricamente, como ella subraya, ganada al Otro social a la fuerza, corriendo el riesgo del acto, siempre a contrapelo.
Sin embargo, en relación a esto, querría subrayar que esto no deja de ser la condición misma para que cualquiera, hombre o mujer, se gane el estatuto subjetivo. El sujeto siempre se constituye  "a contrapelo del Otro". El margen donde se aloja el sujeto, tal como se entiende en psicoanálisis, siempre implica una separación interna del Otro, tiene que ganarse el lugar de sujeto deseante. 
Otra cuestión es que hombres y mujeres hayan enfrentado históricamente dificultades distintas a la hora de ser reconocidos no solo como sujetos deseantes, sino también como sujetos de derecho.
Y no hay duda de que en el caso de las mujeres este logro no hubiera sido posible sin lo que Iris Zavala llama el “acontecimiento ‘feminismo” (p. 20) o los feminismos que nacen con los socialismos democráticos y laicos de la modernidad (p. 257). 
Ella recoge la biografía, de algunas mujeres avanzadas respecto a sus épocas, verdaderas pioneras en vivir según su deseo. Y hay que decir que si cada una de ellas llevó a cabo esa lucha en un campo visible, el lugar donde previamente tuvo que ganarse esa batalla fue en el propio campo subjetivo.
Más allá de las diferencias diferencias personales y de discurso que encontramos en la vida de cada una de estas mujeres del siglo XX que la autora nombra, una por una, podemos subrayar una coincidencia: no se limitaron a responder a lo que se esperaba de ellas sino que decidieron sostener su propio deseo, vivir su vida de manera distinta a lo que marcaba su época, construir lo que la escritora Virginia Wolf llamó en 1928 “una habitación propia”.
Solo voy a citar aquí a una, que de hecho no es una de estas mujeres reales, pero podría serlo. Iris Zavala no la incluye en la serie de biografías que toma porque es un personaje de ficción: se trata de Nora Helmer, la protagonista de Casa de muñecas, de Ibsen, que abandonó el hogar conyugal, y con ello su posición de juguete del otro, para construir su propia vida. Después del estreno, el personaje de Nora se convirtió en un símbolo de este cambio de la posición de la mujer en relación a su deseo; cambio que pone en juego un acto, en el sentido que tiene este término en psicoanálisis, como una acción cuyas consecuencias no pueden preverse de antemano y que, a posteriori puede verse, marca un antes y un después en la vida del sujeto. Un acto siempre implica un atravesamiento de la angustia.
Junto a Nora, Iris Zavala recuerda también a Dora, el célebre caso freudiano de histeria. Y lo hace señalando que tomar la palabra tiene efectos: Dora, y antes de ella, Anna O, Emmy, Elisabeth de R, Catalina... permitieron a Freud descubrir el psicoanálisis. Quizás ahí se ve la conjunción feliz entre un saber que no se sabe, el de ellas, y alguien, Freud, que supo asimismo separarse del discurso dominante de su época, el de aquella psiquiatría del siglo XIX que desahuciaba los casos de histeria, y  escuchar aquello que se rechazaba desde el saber establecido, aquello que no podía escucharse porque no tenía un sentido conocido, aquello que necesitaba una posición de escucha distinta, inédita hasta la fecha, una invención de saber. Esto le permitió descubrir del inconsciente y fundar el psicoanálisis.
Iris Zavala dedica una buen parte de su libro a analizar lo que llama “cinco formas modernas de la experiencia de la mujer: (...) “Desde la primera aventura en la emergencia del discurso, su epopeya en los albores del siglo XX, la conciencia  de libertad de expresión entusiasta en la vanguardia de los años 20, su destino trágico, su requiem con la guerra (in)civil de 1936; y su conciencia enunciativa y analítica a partir de la experiencia de la democracia y su legado para el siglo XXI” (p. 16). 
Para hacer este análisis, estudia asimismo la modernidad española y los cambios económicos, políticos, culturales y sociales que experimento España a lo largo del siglo XX, “siglo de cambalache” nos dice la autora. Un siglo que comenzó en 1898 con las pérdidas de las colonias de ultramar y el espíritu crítico de la generación del 98, con la búsqueda de nuevas coordenadas que supuso el Modernismo y las llamadas vanguardias, con la expulsión de la monarquía y la proclamación de la República y sus ideales de civilización, la rebelión del general  Franco y la guerra (in)civil -como son inciviles todas las guerras, en tanto fracaso de la civilización-, el final de la guerra y la partida dramática al exilio de muchos republicanos, entre ellos la flor y nata de la cultura de nuestro país...
Y aquí, vuelvo otra vez al título, e introduzco una nueva lectura: la otra mirada del siglo XX es sin duda, también, la mirada de Iris Zavala. Como ella misma dice: “La que escribe es una mujer antillana, educada en Puerto Rico -sus maestros fueron exiliados republicanos- y en una Universidad de Salamanca en la que también encontré maestros inspirados. Me inserto pues en un particular mundo simbólico, de grandes maestros , voces que se han unido a mi voz a lo largo de los años, en que no falta 'el maestro' posición discursiva que me induce a la idea de sostener la idea de una historia o un relato que me permita incluir el no-todo en el todo, que incluya hombres y mujeres, que contemple a la sociedad en su pluralidad y su antagonismo central; que mantenga la diferencia disolviendo las jerarquías, que provienen de lo universalizante y del centro” (p. 20).
Iris Zavala que dedica esta obra a “la memoria de sus maestros y amigos republicanos y a su legado”, cumple en ella un ejercicio de memoria, una política de la memoria histórica del siglo, que permita sentir el pasado como un legado (p. 339) y rescate del olvido la memoria de aquellos hombres y mujeres modernos que soñaron un país que no existía y lo quisieron hacer realidad de la manera que supieron. En todo caso, no se merecen el olvido al que el franquismo les sometió y del que la transición democrática, con su necesidad de sostener “una libertad sin ira” que permitiera la convivencia democrática no rescató dándoles el lugar que les correspondía.
Esta obra constituye un homenaje que la autora les hace y, también -me parece-,  la manera que ella tiene de hacerse cargo de la deuda simbólica que cada individuo, cada generación ha de pagar con las generaciones que le siguen por lo que la precedente le ha transmitido. Finalmente quisiera señalar que, a mi entender,  tiene algo de un duelo por esas voces perdidas, esas voces que sostuvieron un proyecto fallido, pero que era un proyecto civilizador basado en un ideal educativo.
Aunque no se trata, creo,  de quedarse en la nostalgia. El siglo XX no solo trajo consigo la guerra civil española, también hubo dos  guerras mundiales en las que Europa  encontró algo más que  sus propias tinieblas, se adentró en una densa oscuridad. En las mismas cámaras de gas donde se exterminó a cientos de miles de hombres, se liquidó el gran Ideal de la civilización occidental de que la cultura acabaría con la violencia, con la destrucción y con las guerras. Nuestra época no escribe los ideales con mayúscula, lo cual comporta sus problemas, pero eso no tiene que dejarnos paralizados. Es preciso inventar.
(*) Presentación del libro de Iris Zavala, La otra mirada del siglo XX. La mujer en la España contemporánea, en la librería Catalonia de Barcelona, el 13 de mayo de 2005.

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