viernes, 12 de febrero de 2010

EL INCONSCIENTE REAL



En su “Prefacio a la edición inglesa del Seminario XI” (1), Jacques Lacan introduce la dimensión del inconsciente al final del análisis –el inconsciente real-, como distinta de la que se pone en juego en el análisis -el inconsciente transferencial.
Al comentar en su curso (2) la introducción de este término, Jacques-Alain Miller equipara el inconsciente real al traumatismo y propone para situarlo acudir a la primera definición de real que Lacan hace, en 1954, cuando analiza la alucinación del caso freudiano del Hombre de los Lobos (3). “Encontramos allí –añade- las manifestaciones erráticas de lo que está cortado de la simbolización, que constituye una figuración de lo que Lacan llamará lo real sin ley, un real disjunto de lo simbólico y que lo sobrepasa. Estas consideraciones desembocan en el desplazamiento que Lacan imprime al pase en su último texto”.
Dividiré esta presentación en dos partes: en la primera, tomaré esta referencia y, en la segunda, situaré la dimensión del inconsciente real a partir de ella.

I
1. La paradoja de la castración en el Hombre de los Lobos
Como sabemos, Freud planteó este caso como una neurosis obsesiva, si bien nunca quedó del todo conforme con el diagnóstico. Se le planteaba, al respecto, una clara paradoja: en el Hombre de los Lobos, la castración parecía ser, a la vez, reconocida y no reconocida.
Para resumir, Freud señala que hubo un primer momento en que el niño aún no había reconocido la castración y se situaba en posición femenina ante el padre fantaseando ser satisfecho sexualmente por él. Pero Freud considera que, más tarde, sí se produjo un reconocimiento. Aconteció en el trascurso del famoso sueño de los lobos, que tuvo a los cuatro años y medio. Como podemos recordar, en el sueño aparecen varios lobos provistos de unos enormes rabos que le miran fijamente y el niño despierta preso de una fuerte angustia.
Las asociaciones del sueño remiten a distintos cuentos infantiles donde un lobo pierde el rabo = un lobo es castrado. A partir de aquí, Freud construye, basándose en datos de la historia y algunas asociaciones del paciente, la escena originaria: el niño habría observado a la edad de un año y medio un coito a tergo entre los padres. La posición le habría permitido ver como el pene del padre desaparecía en la vagina de la madre. El niño habría percibido entonces la diferencia sexual, pero esta última no habría sido significativa en aquel momento sino más tarde, de manera retroactiva, al adquirir en el sueño un sentido de castración. Freud interpreta entonces la angustia al despertar del sueño como angustia de castración.
A pesar de que, por un lado, la castración parece haber sido reconocida y el Hombre de los Lobos se comporta en su vida amorosa  como el padre con la madre en la escena originaria, Freud encuentra que, por otro lado, se mantiene como no reconocida en la identificación del paciente con los síntomas intestinales de la madre. Para él, esta identificación indica que el niño rechaza el conocimiento de la diferencia sexual y se atiene a la teoría cloacal que tenía hasta la fecha, según la cual no habría un órgano sexual específico femenino y los niños nacerían por el ano (4). La nueva información que el sueño aporta -señala- "fue rechazada, la antigua teoría conservada. No es que la nueva intelección no surtiera efecto alguno; todo lo contrario, desplegó un efecto extraordinariamente intenso, convirtiéndose en motivo  para mantener en la represión el proceso onírico completo y excluirlo de un posterior procesamiento consciente. Pero con esto su efecto no quedó agotado; no tuvo efecto alguno sobre la decisión del problema sexual”. Esto conduce a Freud a hacer la siguiente distinción: “La represión (Verdrängung) es  algo diferente a una desestimación (Verwerfung)”.
Él había empleado ya el término "Verwerfung" (5) para referirse a la modalidad defensiva en la psicosis. Pero ahora la considera una modalidad de la represión: el sujeto desestimó la castración –dice-, “no quiso saber nada más de ella siguiendo el sentido de la represión.  No se había emitido ningún juicio sobre su existencia, era como si no existiera”.
Encuentra, en el caso, tres corrientes en relación a la castración: la primera rechaza la castración, mientras que la segunda está pronta a reconocerla y a consolarse adoptando una posición femenina; una tercera corriente, más antigua y profunda, simplemente había desestimado la castración, con lo cual no podía pasarse a hacer un juicio de existencia  acerca de su realidad objetiva, es decir, sobre si la representación interna de la castración existía o no en la realidad. “Esta corriente seguía siendo activable”.
En este momento, Freud introduce la alucinación del Hombre de  los Lobos, tal como éste mismo se la ha contado:
“Tenía cinco años; jugaba en el jardín junto a mi niñera y tajaba con mi navaja la corteza de uno de aquellos nogales que también desempeñan un papel en mi sueño. De pronto noté con indecible terror que me había seccionado el dedo meñique de la mano (¿derecha o izquierda?), de tal suerte que solo colgaba la piel. No sentí ningún dolor, pero sí una gran angustia. No me atreví a decir nada a la aya, distante unos pocos pasos; me desmoroné sobre el banco de inmediato y permanecí allí sentado; incapaz de arrojar otra mirada al dedo. Al fin me tranquilicé, miré el dedo, y entonces vi que estaba completamente intacto”.
El Hombre de los Lobos le dice que tiene la impresión de habérsela contado ya antes, pero Freud está seguro de que no fue así: dado que trata desde hace tiempo de resolver la paradoja de la castración en el caso, no habría olvidado un material tan significativo. Para él, la alucinación prueba que hay angustia de la castración, lo cual implica un reconocimiento de ella.
De hecho, en otro artículo escribirá que “los espejismos alucinatorios no son raros en el ensamblaje del complejo de castración”, añadiendo, que estos fenómenos introducen cierto sentimiento de irrealidad y aparecen con frecuencia en las conclusiones de los análisis (6).
Vayamos ahora al análisis que hace Lacan de esta alucinación en su primer seminario (7) cuando, al trabajar la relación del yo con la palabra, examina el artículo freudiano de “La negación” a la luz del comentario que hace, en él, el filósofo Jean Hyppolite. Trataré de resumir los puntos principales ya que nos interesan para pensar la cuestión de la alucinación del Hombre de los Lobos y, también, por qué Lacan recurre a ella cuando da la primera definición de real de su enseñanza.


2. El debate sobre la Verneinung freudiana
Freud publicó su artículo Die Verneinung, traducido como “La negación” (8), en 1925. En él, empieza señalando que muchas veces lo reprimido accede a la conciencia en la medida en que su enunciado es afectado por una negación, sin que eso implique un levantamiento de la represión. Por ejemplo: “Soñé que una mujer de la edad de mi madre moría, pero no pensé que fuera mi madre”.
La negación –dice Freud- es una manera de tomar noticia de lo reprimido; implica ya una cancelación (Aufhebung) de la represión en tanto aflora a la conciencia, aunque no una aceptación de lo reprimido porque se niega. Se trata de una aceptación intelectual que no cancela lo esencial de la represión.
Como afirmar o negar  pensamientos es una tarea de la función intelectual del juicio, Freud se interroga por el origen, podemos decir mítico, de esta función –cuestión que ya había hecho en el “Proyecto de psicología” (1895).
Concluye que la función del juicio tiene dos dimensiones que tomar:
1. Atribuir o desatribuir una propiedad a una cosa (juicio de atribución)
2. Admitir o no la existencia de una representación en la realidad (juicio de existencia).
La propiedad sobre la que se debe decidir puede ser por ejemplo: eso es bueno o malo. Esto se puede traducir al nivel de las pulsiones orales, las más antiguas, siguiendo el principio del placer como: quiero incorporar eso placentero o excluir, expulsar, arrojar fuera eso displacentero. Al principio, lo malo, lo ajeno al yo, lo que está afuera son idénticos.
La segunda decisión corresponde a la existencia real, o no, de una cosa en el mundo. Esto no tiene tanto relación con si algo debe ser acogido o no en el yo, sino con el hecho de  si algo presente como representación en el yo puede ser también reencontrado en la percepción (realidad). El fin primero del examen de la realidad  no es hallar un objeto que corresponda a lo representado sino reencontrarlo. Para que se instaure este examen tienen que haberse perdido objetos que antaño procuraron una satisfacción objetiva (real), es decir, tiene que haber habido una primera simbolización, lo que compete al juicio de atribución.
Freud llama "Bejahung" a esta primera afirmación -o simbolización- y, "Austossung", a esta primera exclusión, resultado ambas de la resolución del juicio de atribución.
En  su “Respuesta al comentario de J. Hyppolite sobre la Verneinung de Freud” (9), Lacan examina con estas herramientas el estatuto del rechazo de la castración en el Hombre de los Lobos. Y señala, de entrada, la diferencia de nivel subrayada por el filósofo entre la afirmación de la Bejahung y la negación de la Verneinung. La primera, la Bejahung, tiene que ver con el juicio de atribución, es un momento mítico de la creación del símbolo. La Verneinung, sin embargo, se da en un momento posterior a esta primera simbolización. Algo tiene que haberse afirmado para que pueda ser negado.
Es entonces cuando Lacan da su primera definición de lo real, tal como señala Miller.


3. Lo real
Tenemos aquí, dice Lacan, “una primera intersección de lo simbólico con lo real”, entendido este último como “lo que quedó excluido en el tiempo primero de la simbolizacion”.
Para dar cuenta de este real, Lacan recurre a la alucinación en tanto diferente del fenómeno interpretativo, tal como aparece en la obra de Merleau-Ponty (10). 
Si el fenómeno siempre implica una articulación significante, la cosa alucinada, por el contrario, “es una significación implícita e inarticulada”, “no tiene lugar en el mundo estable e intersubjetivo” y “es extratemporal”.
“La mayoría de las alucinaciones –explica-, no son cosas con sus facetas, sino fenómenos efímeros, picaduras, sacudidas, estallidos, corrientes de aire, oleadas de frío y de calor, chispas, puntos brillantes, resplandores, siluetas. Cuando se trata de cosas verdaderas, como por ejemplo un ratón, no están representadas más que por su estilo y su fisionomía. Estos fenómenos inarticulados no admiten entre ellos lazos de causalidad precisa”.
Provisto de esta teoría, Lacan aborda seguidamente la alucinación del Hombre de los Lobos y señala su carácter errático, es decir, fuera de cadena; también su carácter de déjà vu –recordemos que tenía la impresión de ya habérsela contado a Freud.
En primer lugar, subraya que Freud, en relación a la paradoja de la castración que presentaba el caso, hable en términos de Verwerfung, para hablar del rechazo de la castración. ¿Qué estatuto dar a ese rechazo? Lacan responde que no se trata de una negación de algo que está inscrito (Bejahung) –como vimos la negación es siempre una marca de que ha habido represión (Verdrängung).
Recuerda que Freud había planteado que en el Hombre de los Lobos no había habido juicio de existencia, que era como si la castración no hubiera existido. Lacan interpreta entonces que tampoco hubo juicio de atribución que, como vimos, es su condición. Identifica así la Austossung -la no Bejahung primordial del juicio de atribución condición del juicio de existencia-, con la Verwerfung: en el caso, la castración no había sido admitida en lo simbólico.
A continuación plantea que lo que no es dejado ser en la Bejahung primera, lo que el sujeto ha cercenado no volverá a encontrarse en su historia, si se designa con ese nombre el lugar donde lo reprimido viene a reaparecer. Si el Hombre de los Lobos no quiso saber nada de la castración, en el sentido de la represión, como dijo Freud, es porque saber algo de ella requeriría que se hubiera simbolizado previamente. Y en el registro simbólico no encontramos ninguna huella de que esto haya sucedido. La única huella que tenemos es la emergencia, no en su historia, sino en el mundo exterior, de una pequeña alucinación. El rechazo implicado en la Verwerfung implica otra modalidad de retorno: “Lo que no ha llegado a la luz de lo simbólico aparece en lo real”. Este real irrumpe, sin que pueda encadenarse en un pensamiento: “Lo real –añade- no espera, y en concreto no al sujeto, no espera nada de la palabra”. Lo real “está ya y charla solo”.
Seguidamente Lacan examina las características de este retorno de lo real en la alucinación del hombre de los lobos. Señala tres características:
1. Sentimiento de catástrofe subjetiva, no hay Otro.
2. El mutismo. La imposibilidad en que el sujeto se halló de hablar de él en aquel momento. No puede hacer siquiera una llamada a su querida niñera que está cerca.
El sujeto ha perdido la disposición del significante y se detiene ante la extrañeza del significado.
3. El carácter extratemporal del fenómeno: más que de una situación de inmovilidad en la que se hunde, Lacan señala que se trata de “una especie de embudo temporal de donde regresa sin haber podido contar las vueltas de su descenso o de su ascenso, y sin que su retorno a la superficie del tiempo común haya respondido para nada a su esfuerzo”.
A partir de este análisis, Lacan diferencia entre:
1. Lo que es del orden de la Bejahung: la simbolización, la represión y el retorno de lo reprimido, que sigue las leyes de la cadena significante, la rememoración, la historia, el sentido (S1-S2).
2. Lo que es del orden de la Verwerfung, lo no simbolizado que no existe en la historia del sujeto y retorna en lo real sin que haya una ley del retorno, con un carácter errático y atemporal, como las formas inmemoriales de la reminiscencia, presignificaciones, marcas de goce sin encadenar, es decir, separadas del sentido (S1 S1 S1).


II
¿Por qué Miller toma este análisis que Lacan hace de la alucinación del Hombre de los Lobos para situar el inconsciente real?
Podemos decir que si en términos freudianos el traumatismo tiene que ver con el encuentro de la castración materna, en términos lacanianos, el traumatismo se sitúa por el hecho de que no hay un significante de La mujer. Esta forclusión se puede leer también en términos de: “No hay relación sexual”.
Entonces lo traumático es el encuentro con ese agujero en el Otro, que no hay que pensar en términos de psicosis, como forclusión del Nombre del Padre, sino como encuentro con S(A/), por eso Lacan habla de forclusión generalizada.
La dimensión del inconsciente transferencial, que se abre con la investidura del Sujeto supuesto al Saber y la instalación de la transferencia, comporta el funcionamiento fantasmático, que se sustenta en la lógica fálica, en la creencia en la existencia del Otro: habría un Otro de excepción tal que podría regular el goce quedando él mismo exento de esa regulación. Es la creencia en el Nombre del Padre, en un Otro que sabe, que puede, un Otro de la garantía.
Con el inconsciente transferencial, estamos en el registro del descifrado de sentido de la envoltura formal del síntoma, del despliegue de las asociaciones, de las cadenas significante S1-S2, de la rememoración, de la historia, de lo simbolizado, de la represión y del retorno de lo reprimido, que sigue siempre la ley del significante.
La  construcción del fantasma, que tiene lugar en el análisis, va reduciendo estas cadenas, y su atravesamiento pone un tope al descifrado. El sujeto ve que la consistencia del Otro fantasmático que le hacía sufrir velaba su relación con un objeto, es decir una modalidad de goce, y, también, que ese objeto viene a taponar el encuentro traumático con S(A/). Una vez entrevista que la función de esa ilusión de un  Otro consistente  no es otra que la de velar su inconsistencia -en términos freudianos, su castración-, el Otro se desinfla y el sujeto queda solo ante S(A/).
El atravesamiento del fantasma tiene consecuencias en el análisis: la caída del Otro fantasmático arrastra consigo la dimensión del SsS, y pone punto final a la historia de sí mismo que uno ha construido -lo cual no quiere decir al análisis. Pero cambia la dimensión del inconsciente: fin de la ficción fantasmática, entrada en el inconsciente real.
Con el inconsciente real estamos en los límites de la palabra, de la simbolización, de la estructura. Recordemos que Miller equipara en su curso el inconciente real al traumatismo. Lo que está en juego son las dos vertientes del traumatismo: el S(A/) y el goce.
Con esto, podemos entender la anotación de Freud, según la cual en la ensambladura del complejo de castración, es decir en las cavilaciones que los niños hacen para elaborarla, se pueden producir ilusiones, alucinaciones, fenómenos de déjà vu. Y que estos mismos fenómenos pueden producirse en las conclusiones de los análisis, es decir, cuando el sujeto está en la dimensión del inconsciente real. En ambos momentos, las cavilaciones infantiles en torno a la castración y el pase clínico, el sujeto se encuentra bordeando el agujero en el Otro. Por eso la dimensión del inconsciente real no se caracteriza por el encadenamiento significante, por la rememoración sino por algo del orden del fenómeno de cuerpo, donde sentido y goce aparecen desarticulados.
Los testimonios de estos momentos son variados, pero podemos reconocer en ellos algunas cosas que "recuerdan" a las características que Lacan sitúa en la alucinación del Hombre de los Lobos: hay una detención inédita  del pensamiento en relación al descifrado, el sujeto ya no se dirige al Otro, el final de la ficción fantasmática puede producir una sensación transitoria de fin de la historia, de catástrofe, de estar fuera del tiempo (11).
No se trata del terreno de la rememoración (S1-S2), sino de la reminiscencia (S1), es decir, de lo inmemorial, lo que no ha entrado en la historia del sujeto, las primeras marcas de goce, los fenómenos de cuerpo. Recordemos que habíamos dicho al principio que Miller equipara el inconsciente real con el traumatismo. No es más el tiempo del descifrado sino de la revelación.
El trabajo en este tiempo del análisis, es hacer algo con estas primeras marcas, encadenarlas de algún modo, cernir al máximo lo real, empujarlo, ganarle terreno. Pero, ¿qué lugar tiene aquí la interpretación del analista? Si la interpretación es un concepto solidario del concepto de inconsciente transferencial, que supone la existencia del Otro, en la dimensión del inconsciente real, habitada por la inexistencia del Otro, ¿hay condiciones para la interpretación?
En el “Prefacio” (12), Lacan plantea una disyunción entre inconsciente real e interpretación solidaria de la separación entre goce y sentido que acabamos de citar. Y Miller, en su curso, señala  que si bien Lacan conserva el término “interpretación” en la última parte de su enseñanza, este término debería llevar comillas y pensarse como un neologismo en tanto la interpretación supone al Otro (13). Cuando estamos en el límite de la estructura –añade-, la palabra interpretación no es la que mas conviene.
(*) Presentación realizada en el Seminario de la Escuela de la Sede de Barcelona de la ELP: "Momentos de la experiencia analítica", el 15 de diciembre de 2009. Publicada en Freudiana 59. Barcelona: CdC-ELP, 2010.


Bibliografía
1. Lacan, J. “Prefacio a la edición inglesa del Seminario XI" (17.5.1975). En: Otros escritos. Buenos Aires: Paidós, 2012.
2. Miller, J.-A. El ultimísimo Lacan. Buenos Aires: Paidós, 2012, clase del 15.11.2006.  
3. Lacan, J. “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud” (1954). En: Escritos 1. México: Siglo XXI Editores, 1984, p. 370.
(4) Freud, S. “De la historia de una neurosis infantil” (1914 [1918]. En: Obras Completas, vol. XVII. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1981, pp. 73-78.
5. Freud, S. “Las neuropsicosis de defensa” (1894). En: O. C., op. cit., vol. III, p. 59.
6. En: Freud, S. “Acerca del fausse reconnaissance en el curso del trabajo analítico”. En: O. C., op. cit., vol. XIII, pp. 210 y 212.
7. Lacan, J. El Seminario, libro I: Los escritos técnicos de Freud (1953-1954). Barcelona: Paidós, 1981, cap. 5, p. 91.
8. Freud, S. “La negación” (1925). En: O. C., op. cit. vol. XIX.
9. Lacan, J. “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud”, op. cit., pp. 367-369.
10. Merleau-Ponty, Maurice. Fenomenología de la percepción. Barcelona: Península, 1975, 2ª parte, 3D: “Las alucinaciones”, pp. 347-357.
11. Lacan, J. “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite…”, op. cit., pp. 368-369.
(12) Lacan, J. “Prefacio a la edición inglesa”, op. cit., p. 599.
(13) Miller, J.-A. “Las palabras que hieren”. En: revista Freudiana 64: CdC-ELP, 2011, p. 51.

1 comentario:

Luis Manteiga Pousa dijo...

Y a mi que me parece que del subconsciente, por su propia definición, no podemos saber nada, o casi.