sábado, 6 de noviembre de 2010

HOMBRES Y MUJERES, ¿RELACIONES PERFECTAS?


Después de leer mi texto ¿Ya no quedan hombres?, publicado ayer en Too mach 8 y, también en este mismo blog (1), Ana María Pierini, colega de Málaga, me ha enviado haciendo gala de cierto humor un catálogo con 11 reglas para hacer feliz al marido, que publico aquí, enseguida, intercalado. El catálogo, salta a la vista, es antiguo, de 1953. Sin embargo, me ha hecho recordar una película de Frank Oz, muy divertida, estrenada hace pocos años. Se trata de Las mujeres perfectas (2004), basada en la novela de Ira Levin, The Stepford wifes (1972) es decir, las esposas de Stepford, que es el nombre del pueblecito donde se desarrolla.



Joanna Heberhart (Nicole Kidman) es una mujer con éxito profesional, un marido entregado, Walter (Matthew Broderick) y dos niños hermosos a quien un día el mundo se le derrumba: la echan del trabajo, no puede responder a las exigencias del cuidado de sus hijos, su marido amenaza con dejarla, etc..

En este momento de crisis, la pareja decide replantearse la vida y se traslada, junto con sus hijos, a lo que parece un lugar de ensueño: el idílico paraíso suburbano de Stepford (Conéctica). Pero algo extraño pasa allí. 


Todas las mujeres son como Claire Wellington (Glenn Close), hermosas, felices y asombrosamente activas y creativas: hacen pasteles, pintan la casa, cortan el césped, juegan con los niños y aún tienen tiempo de recibir a sus maridos con lencería sexy cuando vuelven del trabajo. Joanna anda cada vez más preocupada con sus atractivas pero sumisas vecinas. En cambio su marido Walter está encantado. Y espera de su mujer que responda como ellas.


Pero Joanna descubrirá que estas mujeres perfectas son en realidad robots que suplantan a las auténticas mujeres, mantenidas por sus, ahora, encantados maridos  en una especie de hibernación, en los sótanos de su club de hombres. 


En las últimas escenas de la película, se produce sin embargo un vuelco: si hasta el momento parecía que las mujeres-robot  eran invento de los hombres, al final se descubre que la ideóloga era una mujer del pueblo: Claire-Glennclose había soñado un mundo ideal en el que si las mujeres fueran perfectas podrían complementar a los hombres y entonces no habría discordancia entre los sexos, sino relación, en el sentido fuerte, lógico, que este término tiene para el psicoanálisis.


El sueño del amor es siempre femenino. Los hombres sueñan con el objeto. Su sueño es más el de Pigmalión con su obra Galatea.


Que los hombres quieran el objeto hecho a medida de su fantasma y las mujeres a veces sacrifiquen todo, o demasiado, para calzar en él, es un clásico de la vida erótica. Que, además, ellas en realidad se sacrifican sin que nadie se lo pida y, además, no por el otro, como dicen, sino para sí mismas, para ser únicas para el otro, también.


No voy a hacer aquí un análisis de los ideales educativos y sociales prevalentes en otras épocas al respecto. Lo que me interesa señalar es esta idea de que existiría un objeto sin discordancia, un Otro complementario, que complementaría perfectamente al sujeto, sea el objeto fetiche masculino o sea el Otro ideal del amor de la erotomanía femenina. 


Esta idea tiene como función borrar tal discordancia, eludir la cuestión de que entre los sexos hay disimetría, disparidad de los goces (2). Asimismo permite sostener la ilusión de que existiría complementariedad entre ellos.


Pero entre hombres y mujeres hay un muro, dice Lacan. 


Podemos precisar que entre ambos existe el muro del lenguaje, el muro que crea el hecho de que no haya relación sexual predeterminada en el ser hablante  al nivel de la especie. 


Detrás de ese muro, cada uno se guarece, se desespera, se entretiene... en la soledad de su goce -sea el goce del amor o el goce del objeto, el goce siempre es fundamentalmente autoerótico. Desde su lado del muro, cada cual trata de pasar o de hacer pasar, de invitar, de seducir o de exigir y amenazar, incluso de disparar o agredir al otro lado, según la modalidad de goce en juego. 


Cada uno escribe en su muro, y ese escrito, sea el que sea, puede hacer signo al otro si resuena con las letras del goce de su inconsciente. Es entonces cuando surge la posibilidad del amor, pero el vínculo no se establece por sí solo, hay que  quererlo, consentir a ello.


Jugando con la palabra “muro” en francés (le mur), Lacan plantea que solo  el amor (pronunciado "l’amur") podría ayudar a salvar ese muro. De cómo eso ocurre en las parejas, encontramos infinitas versiones.  Cada pareja, inventa la suya y podemos decir que se mantiene unida mientras la versión que ha inventado funciona, aunque cada partenaire la interprete siempre a su manera. No hay una misma versión para los dos -aunque ellos lo crean o a veces lo parezca- cada uno escribe siempre de su lado del muro, que es estructural y, por tanto, no desaparece.


Notas:
1. "¿Ya no quedan hombres?"
http://www.elblogdemargaritaalvarez.com/2010/10/ya-no-quedan-hombres.html
2. La igualdad o la desigualdad de los sexos y la disparidad de los goces
http://www.elblogdemargaritaalvarez.com/2010/04/igualdad-o-desigualdad-sexual-la.html

2 comentarios:

Marcelococholilo dijo...

JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA Simplemente he leído los consejos para ser una esposa perfecta... Muy buenos, incluyo este blog en el mío desde Buenos Aires Argentina... muy bueno... Un total borramiento subjetivo. Lic. Marcelo Cocholilo

margarita dijo...

Gracias Marcelo, muy amable.
Sí, en las relaciones entre hombres y mujeres que no falte el humor... La película es hilarante. Muy buena.
Un saludo,

Margarita Álvarez