domingo, 10 de enero de 2010

ESCRITURAS EN LIBERTAD. PSICOANALISIS Y LETRA


"Lluvia",  de Felipe Boso. Catálogo "Escrituras en libertad", Instituto cervantes

Un signo lingüístico, por ejemplo "lluvia", no une una palabra y una cosa sino un concepto y una imagen acústica. Vivimos en un mundo de signos, donde la dimensión "cosa", la experiencia primera, original, está perdida, borrada por los signos que ocupan el lugar que han dejado vacío al nombrarla. El acceso al mundo  está preformateado por el lenguaje y no sabemos de él más que a través suyo.
Habitamos en un mundo simbólico, es decir, vivimos, pensamos, sentimos, nos relacionamos a través de las palabras. No tenemos otra manera de hacerlo. Esto no solo quiere decir que no necesitamos llevar con nosotros las cosas que nombramos para que nos entiendan, por eso podemos decir "llueve" aunque eso no ocurra en ese momento. También que si vemos caer de determinada manera gotas de agua del cielo pensaremos que llueve. Hemos olvidado lo que fue ver llover sin saber lo que era llover, cuando desconocíamos aún lo que era el agua, lo que era caer, lo que era mojarse, refrescarse o pasar frío, es decir sin el preformateo mencionado, que provee de casillas para situar las experiencias, para informarnos sobre sus coordenadas simbólicas.
Por otro lado, como el psicoanalista Jacques Lacan tomó del lingüista Ferdinand de Saussure en los años 50, no hay ninguna relación de necesidad entre las dos vertientes del signo lingúístico: el significante (el sonido "psíquico" de la palabra, la imagen acústica) y el significado (el concepto, lo que quiere decir), por ejemplo entre el significante "lluvia" y lo que significa.
La relación entre la vertiente significante y la vertiente significado del signo es arbitraria. Queda establecida en determinado momento en el código de una lengua y cada individuo de esa comunidad lingüística tiene que aprenderlo. Así, si nos dicen que llueve, y sabemos español, podemos coger el paraguas antes de salir de casa. Pero no lo haremos si escuchamos decir  "il pleut" o "it rains" y no entendemos el francés o el inglés.
El borramiento de la cosa que implica el signo se ve bien si consultamos en cualquier historia de la escritura, la evolución de las letras. Si tomamos por ejemplo las transformaciones que han sufrido las letras de nuestro alfabeto vemos cómo hunden sus raíces no directamente en las cosas sino en sus representaciones, lo cual ya requirió un primer borramiento de las cosas.
Por ejemplo, nuestra "A", procedente del latín, retranscribe la alfa griega que, a su vez, procede del "aleph" fenicio, origen primero de nuestro alfabeto. El fenicio tomó la palabra "aleph" del semítico, donde quería decir "buey", para designar la primera letra de su abecedario, que se dibujaba con una pequeña cabeza de buey.  Sin embargo, cuando este dibujo, este pictograma primitivo, que era una representación de la cosa, se convirtió en la letra "aleph" ya dejó de serlo. Se convirtió en una representación de una representación de cosa, lo cual implica un segundo borramiento respecto a la cosa original.
No hay ninguna relación en principio entre la letra "aleph" y el buey. Relacionarlos fue una decision arbitraria, un acuerdo de que la letra se escribiera sí. Este pacto se hizo con la introducción del principio jeroglífico, según el cual un signo pictográfico puede tener un valor fonético, por ejemplo la cabeza de buey puede leerse no "cabeza de buey" sino "aleph".
La imagen de la cabeza de buey se estilizará en la alpha griega y finalmente se invertirá en la "A" latina, donde ya queda borrada cualquier referencia al buey.
Las letras de nuestro alfabeto han seguido un largo proceso de abstracción que ha terminado por eliminar los pictogramas primeros, y con ellos, cualquier referencia a un sentido.
Sin embargo, otras escrituras no occidentales, han seguido otras evoluciones. La escritura china por ejemplo, guarda todavía, en sus ideogramas, los antiguos pictogramas que mantenían un vínculo más directo con la imagen de la cosa que representaban, de ahí la concentración de sentido que se produce en ellos y el poder de captación, de fascinación que ejercen sus imágenes.
Así como aquellos primitivos pictogramas daban cuenta de un simbólico de primer grado que representa la cosa, la dimensión significante de nuestras letras representa la representación de la cosa, es entonces un simbólico de segunda potencia. En el primer caso solo hay un borramiento (la cosa), en el segundo, dos (la cosa y la representación de la cosa).
Las vanguardias poéticas y sus sucesores trabajaron, jugaron, investigaron y experimentaron con las palabras y con las letras, para restituir, en algunos casos, a través de su imagen gráfica, algo de este primer vínculo perdido con las cosas, como recogió el año pasado la exposición "Escrituras en libertad", organizada en Madrid por el Instituto Cervantes.
Allí se expuso este poema visual del palentino Felipe Boso (1924-1983). En él, vemos cómo una mínima inversión de una vocal, un pequeño punto fuera de sitio, basta para hacer presente la representación de la cosa borrada, en este caso el fenómeno atmosférico que conocemos como lluvia.

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